—No puedo creer que hayas tenido tanto éxito —la estaba felicitando Gabriel—. Ese hombre llevaba años bebiendo.
—¿Quién lleva años bebiendo? —preguntó Pedro, entrando en la sala de personal.
—Ricardo Thompson. Paula lo está desintoxicando en casa y todo parece ir muy bien.
—¿Acude a Alcohólicos Anónimos?
—Sí. Pero quien está realmente haciendo el trabajo es su mujer. Aunque, la verdad estoy preocupada por él.
—¿Por qué?
—No lo sé exactamente —murmuró Paula—. No parece clínicamente deprimido, pero me preocupa.
—Tardará algún tiempo en acostumbrarse a vivir sin alcohol. Además, su orgullo está herido y ese es el golpe más fuerte —dijo Pedro, sirviéndose una taza de café—. Por cierto, esta mañana he hablado con la sección de quemados del hospital.
—¿El chico que se quemó en la hoguera?
—Sí. Parece que la cosa va bien. No hay infección y creen que un injerto resolverá el problema.
—Gracias a ti, diría yo —sonrió Gabriel—. ¿Qué tal tu mano, por cierto?
—Completamente recuperada, gracias —contestó Pedro—. Matías se enteró de lo que había pasado con el chico. Por lo visto, uno de sus amigos le metió un petardo en el bolsillo.
—¡Oh, no! —murmuró Paula.
—Oh, sí. Tuvo suerte, podría haber sido mucho peor.
—Pobrecito.
—En fin... Este fin de semana, los dos están libres. ¿Qué van a hacer? —preguntó Gabriel.
—Yo voy a dar un paseo por la montaña. Valentina va a dormir en casa de mi madre —dijo Paula, sonriendo ante la falta de tacto de su querido jefe—. Pero no te atrevas a darme una charla, Pedro.
—No pensaba hacerlo —sonrió él.
—Pienso darle mi ruta a Matías, por si acaso.
—Supongo que no querrás compañía —aventuró Pedro entonces.
—¿Compañía?
—Si prometo no hacer ningún comentario machista, ¿Puedo ir contigo?
La alegría que sintió ante aquella pregunta, la dejó horrorizada. Tenía que decir que no, naturalmente.
—Sí —contestó. La sorpresa en los ojos de Pedro era innegable. Ni siquiera ella sabía por qué había dicho que sí—. Pero te lo advierto, al primer comentario de hermano mayor, te empujo por el barranco.
Pedro levantó las manos en un gesto de rendición.
—Me encantan las mujeres dominantes.
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