—Beatríz está mejor sin mí.
Paula pensó un momento y decidió usar otra técnica.
—Ricardo Thompson, no me mientas. A tí no te importa nada Beatríz.
El hombre la miró, confuso.
—Claro que me importa. Por eso estoy aquí. No quiero que siga cargando conmigo.
—Si te importase tu mujer, pensarías en ella. ¿Cómo crees que se siente en este momento? Sabe que estás aquí y se culpa a sí misma por no haber podido ayudarte.
Ricardo la miró, angustiado.
—Ella me ayudó. Ha sido culpa mía...
—Pues Beatríz cree que no es así —lo interrumpió Paula—. Si mueres, se sentirá culpable toda su vida. ¿Es eso lo que quieres?
El hombre negó con la cabeza.
—Claro que no.
—Entonces, deja que te ponga un arnés y podrás resolver tus problemas. Todo se arregla tarde o temprano.
Ricardo la miró durante unos segundos, rendido.
—De acuerdo.
Paula suspiró, aliviada. Soltó el segundo arnés que llevaba atado a la cintura, se lo colocó al hombre y gritó a Matías que lo subiera.
—Tiren con cuidado. Tiene un tobillo roto.
Las palabras de Matías se perdieron con un golpe de viento y cuando levantó la cabeza para escucharlo bien, Paula perdió pie. Sujeta por la cuerda, quedó colgando como un péndulo contra la pared del barranco y... entonces, perdió el conocimiento.
—¿Paula? ¡Paula, despierta! —escuchó una voz familiar.
Ella abrió los ojos poco a poco, aunque los párpados le pesaban una tonelada.
—Está despierta, gracias a Dios —dijo Matías—. Venga, tenemos que bajarla.
—No pienso moverme de aquí hasta que compruebe que está bien —replicó Pedro, con voz tensa—. Dime tu nombre.
—Minnie Mouse —intentó sonreír ella.
—¡Paula, no me hagas esto!
—Estoy bien, de verdad. Me llamo Paula Chaves, tengo veintiocho años, una hija que se llama Valen y...
—¿Y qué más?
Paula tragó saliva, asustada.
—Y estoy embarazada. Oh, Pedro... ¿Y si he perdido el niño?
—No lo perderás.
—¿Qué ocurre? —preguntó Matías, acercándose.
—Nada, Matías. ¿Cómo está Ricardo? —preguntó Paula.
—Bien, gracias a tí. Tiene un tobillo roto y está muy deprimido, pero las dos cosas se curarán con el tiempo. Pedro, ¿Quieres comprobar el vendaje?
—Eso puede hacerlo cualquiera del equipo. Yo me quedo con Paula.
—Pero... bueno, da igual—dijo Matías, sorprendido.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Amaba tanto a aquel hombre... Y, sin embargo, una parte de Sean estaba cerrada. Y ella no tenía la llave.
—¿Te duele algo?
—No. Estoy bien.
—¿Por qué lloras entonces?
—Lo siento.
—¿Qué es lo que sientes, tonta?
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