lunes, 26 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 65

—Beatríz está mejor sin mí.

Paula pensó un momento y decidió usar otra técnica.

—Ricardo Thompson, no me mientas. A tí no te importa nada Beatríz.

El hombre la miró, confuso.

—Claro que me importa. Por eso estoy aquí. No quiero que siga cargando conmigo.

—Si  te  importase  tu  mujer,  pensarías  en  ella.  ¿Cómo  crees  que  se  siente  en  este  momento? Sabe que estás aquí y se culpa a sí misma por no haber podido ayudarte.

 Ricardo la miró, angustiado.

—Ella me ayudó. Ha sido culpa mía...

—Pues  Beatríz cree  que  no  es  así  —lo  interrumpió  Paula—. Si  mueres,  se  sentirá culpable toda su vida. ¿Es eso lo que quieres?

El hombre negó con la cabeza.

 —Claro que no.

 —Entonces,  deja  que  te  ponga  un  arnés  y  podrás  resolver  tus  problemas.  Todo  se  arregla tarde o temprano.

Ricardo la miró durante unos segundos, rendido.

—De acuerdo.

Paula suspiró,  aliviada.  Soltó  el  segundo  arnés  que  llevaba  atado  a  la  cintura, se  lo  colocó al hombre y gritó a Matías que lo subiera.

—Tiren con cuidado. Tiene un tobillo roto.

 Las palabras de Matías  se perdieron con un golpe de viento y cuando levantó la cabeza para escucharlo bien, Paula perdió pie. Sujeta por la cuerda, quedó colgando como un péndulo contra la pared del barranco y... entonces, perdió el conocimiento.

—¿Paula? ¡Paula, despierta! —escuchó una voz familiar.

Ella abrió los ojos poco a poco, aunque los párpados le pesaban una tonelada.

—Está despierta, gracias a Dios —dijo Matías—. Venga, tenemos que bajarla.

—No  pienso  moverme  de  aquí  hasta  que  compruebe  que  está  bien  —replicó  Pedro, con voz tensa—. Dime tu nombre.

—Minnie Mouse —intentó sonreír ella.

—¡Paula, no me hagas esto!

—Estoy bien, de verdad. Me llamo Paula Chaves, tengo veintiocho años, una hija que se llama Valen y...

—¿Y qué más?

Paula tragó saliva, asustada.

—Y estoy embarazada. Oh, Pedro... ¿Y si he perdido el niño?

—No lo perderás.

—¿Qué ocurre? —preguntó Matías, acercándose.

—Nada, Matías. ¿Cómo está Ricardo? —preguntó Paula.

 —Bien, gracias a tí. Tiene un tobillo roto y está muy deprimido, pero las dos cosas se curarán con el tiempo. Pedro, ¿Quieres comprobar el vendaje?

—Eso puede hacerlo cualquiera del equipo. Yo me quedo con Paula.

—Pero... bueno, da igual—dijo Matías, sorprendido.

Los  ojos  de  Paula se  llenaron  de  lágrimas.  Amaba  tanto  a  aquel  hombre... Y,  sin embargo, una parte de Sean estaba cerrada. Y ella no tenía la llave.

—¿Te duele algo?

—No. Estoy bien.

—¿Por qué lloras entonces?

—Lo siento.

—¿Qué es lo que sientes, tonta?

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