miércoles, 31 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 32

—¿Diga?

—Soy Paula.

—Te iba a llamar ahora —comentó él.

Ella tardó un momento en responder.

—Ya  estoy  bien  —dijo—.  Y  tenemos  que  hablar.  Tenemos  que  llegar  a  un  acuerdo razonable sobre Feli y sobre el futuro y lo que queremos...

Pedro no necesitaba oír eso.

—Paula...  Hubo un silencio.

—¿Qué? —preguntó ella al fin con voz tensa.

—Ven al rancho.

—¿Ahora?

—Sí. Llama a la puerta de mi lado. Yo vivo en el ala sur.

—Pero...

—¿Sí o no?

Otro silencio.

—Sí. Dame veinte minutos.

Paula colgó y Pedro se quedó mirando el auricular. Se sentía preparado para el combate; preparado e impaciente.Seguramente sería mala señal.

Una mujer a la que Paula no conocía le abrió la puerta y la acompañó a una sala de estar espaciosa, decorada en tonos marrones y dorados. La otra ocasión en la que Paula había visto la estancia, la había encontrando relajante. Ahora no. Pedro estaba sentado en un sofá color café y no se levantó.

—Gracias,  señora  Graciela  —dijo  a  la  mujer  gruesa  de  cabello  gris.  Tomó  el  vaso de whisky que tenía en la mesita baja, pero cambió de idea y volvió a dejarlo en su sitio—. ¿Quieres tomar algo?

—No, gracias.

Pedro miró a la señora Graciela.

—Ya no la necesitaré esta noche.

La mujer asintió con la cabeza y se marchó. Pedro miró a Paula.

—Siéntate.

La joven se sentó enfrente, en un sofá idéntico al que ocupaba él.

—Ese ojo todavía tiene mal aspecto —dijo Pedro—. ¿Cómo va la herida?

Paula se encogió de hombros.

—A veces escuece y a veces quema, lo que significa que se cura bien, así que no me quejo. Cada día que pasa me siento mejor, pero no he venido a hablar de eso.

Guardó silencio. Tenía tanto que decir que no sabía por dónde empezar. Pedro no la ayudó. Se quedó mirándola y esperando.

—Sé  que  no  hay  disculpas  para  lo  que  he  hecho  —se  lanzó  al  fin  ella—.  Sabía  desde  el  principio  que  estaba  mal.  En  alguna  ocasión  intenté  localizarte.  Cuando  Feli era bebé, me enteré de que vivías en Austin y fui a buscarte, pero ya te habías ido. Te escribí cartas, pero tú te fuiste a Europa y no sabía dónde enviarlas. Probé la dirección   de   Austin   con   la   esperanza   de   que   te   las   remitieran,   pero   me   las   devolvieron.  Te  envié  una  aquí,  al  rancho,  segura  de  que  tu  abuelo  te  la  enviaría.  Y  supongo que hizo. Pero la carta volvió a mí sin abrir y llena de sellos franceses.

Pedro lanzó un gruñido de furia.

—¿Y  por  qué  no  viniste  aquí  y  le  dijiste  a  mi  abuelo  que  habías  tenido  un  hijo  mío? ¿Eso no se te ocurrió?

—No, pero...

—Me  basta  con  el  «no».  No  viniste  aquí,  aunque  sabías  que  si  mi  abuelo  se  hubiera  enterado  de  que  tenía  un  biznieto,  me  habría  buscado  sin  descanso  para hacerme volver aquí y obligarme a casarme contigo.

Paula sabía que él tenía razón. Su comportamiento era inexcusable; pero no podía evitar intentar hacerle entender cómo había vivido ella aquello.

Trampa De Gemelas: Capítulo 31

Cuando  Paula terminó  de  contar  la  verdad,  hubo  un  silencio  en  la  cocina.  Su  madre fue la primera en romperlo.

—¡Oh, querida, qué lío! Lo siento muchísimo...

Su padre bajó la cabeza.

—Pau,   muchacha... siempre   he   querido   decírtelo,   pero   nunca   he   sabido   cómo...

Paula no podía creer lo liviana que se sentía, liberada al fin del peso de su secreto y de todas las mentiras y evasivas que lo habían acompañado.

—Dímelo ahora, papá. Te prometo que te escucho.

Miguel levantó la cabeza y la miró con ojos atormentados. Paula se compadeció de él. Por primera vez comprendió lo mucho que había sufrido él por su parte en lo que había ocurrido once años atrás.

—Siempre  me  preocupaba... cuando  eran  adolescentes,  me  preocupaba  por  Vale. Todos los chicos iban detrás de ella y estaba seguro de que acabaría en un lío. ¡Tú  eras  tan  lista  y  callada!  No  parecías  tener  tiempo  para  ligues,  sacabas  buenas  notas y todas las universidades te ofrecían becas.

Cruzó los brazos en la mesa y miró el Rolex que llevaba con tanto orgullo. Alejandra le puso una mano en el hombro.

—Díselo, querido. Ella quiere oírlo.

Miguel levantó la vista de nuevo y miró a Paula a los ojos.

—Supongo  que  me  volví  loco  cuando  te  quedaste  embarazada.  No  sabía  qué  hacer.  No  estaba  preparado.  ¡Quería  tantas  cosas  para  tí!  Ahora  comprendo  que  esperaba  mucho  más  de  tí  que  de  tu  hermana.  Me  puse  furioso  y  te  asusté  con  mis  gritos y mis amenazas. Y luego te envié lejos. Te envié lejos... —se le quebró la voz. Bajó la vista de nuevo y esa vez era evidente que no miraba su reloj. Le temblaban los hombros—. Y no volviste nunca. Lo siento. No tenía que haberte enviado fuera.

Paula extendió la mano y le apretó el brazo.

—Papá, te perdono. Y sí he vuelto. Ahora estoy aquí, ¿No?

Él levantó entonces la cabeza. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas. Las secó con el dorso de la mano.

—¿Has visto esto? Llorando como un niño pequeño. No sé qué me ha pasado.

—Estoy aquí, papá —repitió ella con suavidad—. Estoy aquí de verdad.

Su padre la miró a los ojos. Sonreía entre las lágrimas.

Más tarde, durante la cena, Alejandra preguntó por Pedro.

—Sé  tan  poco  como  tú  —confesó  Paula—.  Yo  diría  que  está  claro  que  tiene  intención de ser un padre de verdad para Feli.

—Feli no ha dicho nada, así que supongo que no lo sabe.

Paula negó con la cabeza.

—Pedro quiere   que   antes   lo   conozca   mejor.   Quiere   darle   la   noticia   sin   brusquedad.  Yo  voy  a  intentar  respetar  sus  deseos  en  ese  terreno,  así  que,  a  menos  que Feli lo pregunte directamente, por favor, no le digan nada todavía.

—¿Pero y si pregunta? —quiso saber Alejandra.

—Entonces  le  decís  que  venga  a  hablar  conmigo.  No  quiero  que  nadie  le  mienta.

—Entendido —asintió su padre.

—¿Y  Pedro  y  tú?  —preguntó  su  madre—.  Hasta  hace  poco  parecía  que  había  algo.

—No lo sé, mamá. En este momento las cosas no van muy bien entre nosotros.


El jueves a las cuatro y media de la tarde, Pedro estaba sentado en su estudio del  Doble  T,  con  un  whisky  con  hielo  al  lado  del  codo  y  Paula en  la  cabeza.  Sonó  el  teléfono.

Trampa De Gemelas: Capítulo 30

Paula se dejó caer sobre la almohada.

—En cuanto a lo mío con Pedro, no sé...

—Llámalo hoy.

—Lo  llamé  ayer.  Le  dije  que  quería  que  habláramos  y  dice  que  quiere  que  me  sienta mejor antes de hablar.

—Puede que eso sea buena idea.

—No sé. Está furioso y no quiere hablar conmigo. ¡Es horrible!

—Bueno, has de admitir que tiene derecho a enfadarse —repuso Valeria.

—Lo sé.

—Sólo tienes que ser paciente. Estoy segura de que lo arreglarán.

—No lo sé. Yo no lo sé.

Paula pensó todo el día si debía bajar a saludar a Pedro cuando fuera a buscar a Feli y al final decidió no hacerlo. Tenía un aspecto horrible, con el lado izquierdo de  la  frente,  debajo  de  la  venda,  negro  y  azul  y  el  ojo  grande  y  morado  como  una  ciruela madura, y no quería que él la viera así, pues sabía que le daría lástima.Y ella no necesitaba su lástima.

Pedro llegó  a  las  cinco  en  punto  y  sentó  a  su  hijo  en  el  asiento  de  atrás  de  un  gran Cadillac negro. Paula los vió alejarse desde su ventana.Cuatro horas más tarde, los esperaba en el mismo sitio con la ventana un poco abierta. El coche apareció a las nueve y dos minutos y Feli saltó fuera antes de que el chófer pudiera dar la vuelta para abrirle la puerta.

—No  hace  falta,  José  —le oyó  decir  Paula—.  Me  gusta  abrir  las  puertas  —se inclinó hacia el asiento de atrás—. Adiós, Pedro. Hasta el miércoles...

Al parecer, lo del miércoles era cosa hecha. Paula sabía  que  era  bueno  que  su  hijo  conociera  por  fin  a  su  padre.  Ella  se  alegraba de eso.Pero todo lo demás era un desastre espantoso.



El martes, Alejandra la llevó a ver al doctor Jover, quien le quitó la venda, examinó la herida  de  la  sien  y  le  dijo  que  tenía  buen  aspecto.  Le  puso  una  venda  mucho  más  pequeña  y  le  dijo  lo  que  ella  ya  sabía,  que  la  hinchazón  bajaría,  se  absorberían  los  puntos, la cicatriz curaría y los moratones desaparecerían.

—Dele  tiempo  y  si  dentro  de  seis  meses  no  le  gusta  esa  cicatriz,  una  sencilla  operación de estética la dejará tan guapa como antes.

Paula se dió cuenta de que estaba a punto de coquetear con ella y apartó la vista. Y  no  porque  pareciera  un  hombre  que  intentaba  ligar  a  menudo,  que  sí  lo  parecía.  No.  Apartó  la  vista  por  Pedro.  Cuando  quisiera  coquetear,  lo  haría  con  él,  lo  cual,  teniendo  en  cuenta  las  muchas  cosas  que  los  separaban,  no  era  probable  en  ese  momento.

En  el  camino  de  vuelta,  Alejandra  intentó  averiguar  lo  que  había  pasado  entre  Pedro y ella.

—Pau, querida, tu padre y yo nos preguntamos si... La joven la interrumpió de inmediato.

—¿La  pregunta  tiene  que  ver  con  Pedro?

Su  madre  apretó  el  volante  con  nerviosismo.

—Bueno, tesoro, te salvó la vida y parecía tan atento y luego...

—Ahora no, mamá. Ahora no puedo hablar de eso.

Alejandra no insistió. Y Paula se lo agradeció en su interior.

El  miércoles  decidió  que  ya  estaba  harta  de  esconderse  en  su  cuarto  y  cuando  llegó Pedro a buscar a Feli, abrió la puerta ella.Él, que había preparado una sonrisa, se puso serio al verla.

—Paula.

—Hola, Pedro.

—Ese ojo tiene mal aspecto.

Ella  enderezó los hombros.

—Está  mejor  que  estaba.  En  realidad  me  encuentro  bastante  bien.  Mañana  seguramente estaré preparada para esa larga conversación que decías.

—Veremos... ¿Está Feli?

—Sabes que sí —ella se apartó para dejarlo entrar.

Feli bajaba ya las escaleras.

—Hola, Pepe.El hombre suavizó su expresión en el acto.

—Hola. Vámonos enseguida —se volvió de nuevo a la puerta.

—¡Está bien! Feli lo siguió de inmediato. Ya en la calle, se volvió a mirar a su madre.

—Puedes venir con nosotros si quieres...

Pedro se detuvo en el acto y giró para mirarla con expresión inescrutable.

Paula sonrió a su hijo.

—No, hoy me quedaré en casa. Que se diviertan.

Feli corrió a darle un abrazo.

—Te quiero, mami...

—Yo también a tí.

El niño echó a correr de nuevo, abrió la puerta de atrás del coche grande negro y se deslizó dentro.

Paula entró  en  la  casa  y  cerró  la  puerta  con  rapidez.  En  ese  momento  no  podía  mirar cómo el Cadillac brillante se alejaba con su hijo.Al  volverse,  vió  a  sus  padres  juntos  al  pie  de  las  escaleras.  Los  dos  la  miraban  sorprendidos.En  sus  rostros  confusos  vió  reflejado  su  secreto.  Vió  lo  que  su  secreto  le  había  hecho a su familia, cómo había formado un agujero de malos entendidos y de dolor tan amplio como el que se interponía ahora entre el padre de su hijo y ella.Sus  padres  y  Valeria eran  su  familia.  Y  ella  los  había  abandonado,  los  había  dejado atrás. Se había construido una nueva vida sin ellos. Porque  era  una  cobarde  que  no  estaba  dispuesta  a  afrontar  las  consecuencias  del gran error que había cometido.Pero eso se había acabado. Levantó la cabeza.

—Mamá, prepara café. Tenemos que hablar los tres.

Trampa De Gemelas: Capítulo 29

—¿Paula? ¿Sigues ahí?

—Sí, estoy aquí.

—Está bien. Si él quiere venir mañana, le diré que te pida permiso y tú le dirás que sí.

Paula sintió una irritación repentina.

—Ya te he dicho que puede ir.

—Bien. Y si quiere que tú también vengas, le dices que todavía no te sientes con fuerzas.

Paula no se sentía con fuerzas, así que eso no sería mentira. Se apoyó en la cama y cerró los ojos.

—Sí, está bien.

—Si todo va bien mañana, le pediré que venga también el miércoles y tú le dirás que todavía sigues sin fuerzas.

—¿Y  si  tengo  fuerzas?  ¿Qué  le  digo  entonces?  —preguntó  ella,  a  pesar  de  que  sabía que no debía hacerlo.

—Seguro que se te ocurrirá algo.

—No pienso mentirle.

Pedro se echó a reír.

—Eso es muy bueno viniendo de tí.

Paula abrió la boca para protestar, pero optó por cerrarla. El comentario era cruel, pero también era la verdad. Había contado muchas mentiras y no tenía sentido fingir que no era así.

—¿Alguna objeción más? —preguntó él.

Paula  levantó  una  mano  y  la  apoyó  con  cuidado  en  la  venda  que  le  cubría  la  frente.

—Hablas como un abogado.

—Es lo que soy. Hablaremos el jueves.

—Espera, yo... —pero ya era demasiado tarde. Pedro había colgado.



El  lunes,  Valeria y  Julián se  marchaban  a  la  luna  de  miel  que  la  primera  había  insistido en posponer hasta que su hermana estuviera bien del todo. Cuando pasó  a  despedirse de su familia, Paula seguía en la cama con las cortinas corridas.

—Buenos  días  —Valeria asomó  la  cabeza  por  la  puerta—.  Despierta,  dormilona.  Son las diez y esto está muy oscuro —entró en el cuarto y descorrió las cortinas.  Paula lanzó un gruñido—. ¿No está mejor así?

—No  especialmente  —Paula se  sentó  en  la  cama  y  entrecerró  el  ojo  bueno  para  protegerlo de la luz; el otro estaba cerrado por la hinchazón, así que no le molestaba el brillo.Lena se dejó caer en la cama.

—¿Cómo te encuentras?

—No muy bien.

—Dentro de una hora salimos para el aeropuerto.Y tú tienes el ojo morado e hinchado. No estás muy atractiva que digamos.

—Muchas gracias.

—Ven aquí.

Valeria le abrió los brazos y Paula se echó en ellos.

—Diviértete mucho, ¿De acuerdo? —abrazó a su hermana con fuerza.

—Lo haré. Seguro que me encantan Las Bahamas. Estoy deseando que Julián vea el  bikini  enano  que  me  he  comprado.  Oh,  y  la  lencería...  hace  meses  que  tengo  un  baúl lleno esperando. Valeria  la apartó para mirarla a los ojos.

—Todos   estos   años   pensaba   que   te   pondrías   furiosa   conmigo   cuando   te   enteraras —musitó Paula.

Su hermana se encogió de hombros.

—Y  seguramente  me  habría  puesto  si  me  hubiera  enterado  entonces,  pero  ahora...  Hace  ya  tanto  tiempo  de  eso  que  cuando  miro  hacia  atrás  no  siento  nada.  Pero para  tí  debió  ser  terrible  estar  embarazada  y  guardar  ese  secreto,  tener  que  contar tantas mentiras...

Paula se sentó más recta.

—No tenía que contarlas. Las conté porque quise.

—Bueno, tenías diecisiete años y...

Paula levantó una mano.

—No me disculpes; eso ya lo hago yo muy bien sola.

Las hermanas intercambiaron una mirada de entendimiento.

—¿Y cómo te va con Pepe? Mamá dice que ayer no vino.

Paula se puso tensa.


—¿Qué le has dicho?


—Nada,  tranquila.  Por  una  vez  no  pienso  meterme.  Le  he  dicho  que  si  quiere  saber algo sobre ustedes, te pregunte a tí.

—Eres la mejor.

—Claro que sí.

Trampa De Gemelas: Capítulo 28

Alejandra cerró la puerta en silencio.

—Lo siento, no quiero despertarlo —susurró.

—Claro que no —contestó Pedro. Él ya había visto lo que necesitaba ver.


La  historia  del  tornado  que  había  derrumbado  el  club  de  campo  encima  de  trescientos  invitados  a  una  boda  salió  en  la  primera  página  del  Abilene  News  Reporter  y  apareció  también  en  el  Dallas  Morrting  News,  aunque  no  en  primera  página. Un periodista había hecho una foto de las ruinas del edificio derruido con un grupo  de  invitados  supervivientes  empapados  y  la  foto  pasó  a  las  agencias  de  noticias y a través de ellas a periódicos de todo el país. La historia llegó incluso a la CNN y la MSNBC.El  sábado  por  la  tarde,  el  doctor  Jover  dió  el  alta  a  Paula,  quien,  después  de  abrazar  a  su  hijo  y  dejarse  mimar  un  rato  por  su  madre,  se  retiró  a  su  habitación  y  llamó al Doble T. Contestó Miranda y le dijo que esperara un momento. Poco después le llegó la voz de Pedro.

—Hola, Paula —su voz sonaba distante, fría, peligrosamente educada—. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor. Cada vez estoy mejor.

—Me alegro.

—Pedro... humm... ¡Ah! No sé por dónde empezar.

—¿Sí, Paula?

—Tenemos que hablar —anunció ella con voz temblorosa.

—Hablar —repuso él—. Sí, supongo que sí.

—Estoy en casa de mis padres. Quizá quieras venir y...

—¿Tener ahora esa conversación? —terminó él en su lugar.

—Bueno, sí. Podemos...

—No —la interrumpió él de nuevo—. Ahora no. Es mejor esperar.

Paula se llevó una mano a la cabeza vendada, que de pronto le dolía con furia.

—¿Esperar a qué? —se atrevió a preguntar.

—¿Cómo está tu cabeza? ¿Seguro que duele mucho?

—Sí, todavía me duele.

—Estaba seguro. Es mejor esperar un poco.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta  que  te  encuentres  mejor.  De  hecho,  supongo  que  querrás  cancelar  la  cita que teníamos mañana. ¿Te acuerdas de esa cita?

—Claro que sí.


—Habla más alto. No te oigo.


—Sí me acuerdo —repitió ella.

—Una  cita  para  hablar  de  un  asunto  que  me  has  ocultado  durante  once  años, ¿Verdad? —la voz de Pedro subió de volumen—. ¿Verdad?

—Verdad —repuso ella, tensa—. Sí. Para hablar de...

—Espera. Ahora no. Más adelante.

—¿Más adelante? —repitió ella con tristeza.

—Sí.

—¿Cuándo?

—¡Oh,  vamos!  Tú  has  esperado  tanto  tiempo  que  no  creo  que  ahora  te  vaya  a  importar esperar unos días más.

Paula se sentía cada vez más miserable.

—Sé  que  ya  te  ha  contado  Vale lo  de  aquella  noche  y  creo  que  tienes  que  entender que...

—Quiero que estés fuerte cuando hable contigo.

—Pedro, por favor. Yo sólo...

—El jueves. Te llamaré el jueves y veremos cómo te va.

—Pero...

—Y entretanto, me gustaría ver a Feli. ¿Te importaría mucho?

—¿Ver  a  Feli?  —no  sabía  por  qué  le  sorprendía  aquello,  era  normal  que  quisiera verlo.

—¿Hay  algún  problema?  —el  tono  profundo  de  él  no  ocultaba  una  amenaza  sutil.

—No, ninguno —musitó ella.

—Entonces  de  acuerdo.  Iré  a  recogerlo  mañana  por  la  tarde  a  las  cinco  y  te  lo  devolveré a las nueve.

—¿Te parece bien?

—Sí... está bien —paula tenía mil preguntas, pero no sabía por dónde empezar y él no parecía deseoso precisamente de darle respuestas—. ¿Qué le vas a decir?

—De momento nada. Quiero ir despacio, dejar que me conozca mejor antes de darle una sorpresa así.

—Sí. Eso suena... inteligente.

—Gracias.  Lo  llamaré  más  tarde  y  le  preguntaré  si  quiere  venir  mañana  al  rancho  conmigo  a  montar  en  Amos,  nadar,  comer  perritos  calientes  y  jugar  con  Fargo...

 Su  voz  se  apagó  y  Paula pensó  con  tristeza  en  su  visita  al  rancho  de  la  semana  anterior y en lo bien que lo habían pasado los tres.

lunes, 29 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 27

—Sí —Valeria arrugó  la  cara  como  si  succionara  un  limón—.  Ha  salido  solo.  Yo  creía  que  tú  ya  se  lo  habías  contado  y  quena  que  supiera  que  me  sentía  mal  por  haberlo engañado así. Cuando me he dado cuenta de que tú no le habías dicho nada, ya había metido la pata hasta el fondo.

Paula tragó saliva y empezó a toser.

—Agua... —Valeria le pasó un vaso que había en la mesilla y ella bebió—. ¿Se lo ha tomado muy mal?

—Oh,  no  sé.  Creo  que  no  es  para  tanto.  Fue  una  estupidez  y  estuvo  mal,  pero  también fue hace mucho tiempo y él y yo ya habíamos terminado.

—¿Y cómo ha reaccionado él?

—Se  ha  quedado  muy  callado.  Raro,  ¿Verdad?  Y  luego  ha  llegado  el  médico  y  Pedro  ha dicho  que  no  podía  venir  aquí.  No  lo  entiendo.  Fue  un  engaño,  sí,  pero  tampoco le arruinamos la vida con eso.

Paula  miró  a  su  hermana.  Pensó  en  todas  las  ocasiones  que  había  tenido  de  decírselo  y  en cómo  las  había  desperdiciado.  Y  ahora  ya  era  tarde.  Él  ya  lo  sabía  y,  por lo que decía Valeria, no se lo había tomado bien.

Paula dejó escapar un sollozo.

—¡Oh, lo siento mucho! Parece que lo he estropeado todo. Te juro que no sé por qué me cuesta tanto tener la boca cerrada...

Paula no podía dejar que se echara la culpa.

—Tú no has estropeado nada, he sido yo.

Valeria tomó un pañuelo de papel de la caja que había en la mesilla.

—¿Eh? —se sonó en el pañuelo—. Vamos, fui yo la que tuvo la idea. Y la que lo ha estropeado todo esta noche, así que...

Paula le dió una palmadita en el brazo.

—Créeme. No es culpa tuya.

—No veo cómo puedes decir eso.

—Lo sé. Pero lo verás.

Valeria frunció el ceño.

—Genial. Eso quiere decir que no me vas a explicar lo que pasa, ¿Verdad?

—No  puedo.  Antes  tengo  que  hablar  con  Pedro.  Pero  en  cuanto  pueda,  te  lo  contaré todo, te lo prometo. Lo único que necesitas saber ahora es que no has hecho nada malo. Todo lo malo aquí es obra mía.

—Pero  yo  no...  —Valeria se  detuvo  en  mitad  de  la  frase.

Paula,  que  le  miraba  la  cara,  supo  el  momento  exacto  en  que  su  hermana  empezaba  a comprender—.  O  puede que sí —dijo con suavidad—. La noche del baile, Pepe  y tú...
Paula tragó saliva y asintió con la cabeza.

—No era verdad que fuisteis a desayunar, ¿Eh?

—No. Metí la pata —comentó Paula.

Y Valeria asintió.

—Sí, parece que sí.


Pedro llamó al timbre de la casa y esperó. Abrió Miguel, ataviado con una bata de cuadros y unos mocasines viejos. Su rostro se ensombreció al verlo.

—¿Pau? ¿Está...?

Pedro se apresuró a tranquilizarlo.

—Está  bien.  Vale se  ha  quedado  con  ella.  He  venido  a  decirless  que  se  pondrá  bien.

Sabía  que  la  excusa  sonaba  tonta.  Después  de  todo,  Miguel había  oído  ya  esa  noticia de boca del doctor Jover horas atrás, antes de irse del hospital. Alejandra apareció  en  la  escalera  con  una bata  larga  rosa  y  el  pelo  aplastado  en  un  lado.

—¿Quién es?

—Es Pepe —repuso su marido—. Ha venido a decirnos que Pau está bien.

—¡Pepe! —Alejandra bajó las escaleras deprisa—. Entra, entra, por favor.

Fueron a la cocina, donde Alejandra preparó café enseguida. Le sirvió una taza y le ofreció nuevos y tostadas, que él declinó. Ni  a  Miguel ni  a  Alejandra parecía  importarles  que  no  hubiera necesidad  de  que  estuviera  allí  ni  que  las  noticias  que  les  había  llevado  tuvieran  muy  poco de  novedoso. Y cuando pidió ver a Felipe, Alejandra se levantó enseguida.

—Se alegrará mucho. Ha preguntado por tí antes de acostarse.

—¿Sí?

—Claro que sí. Le has causado una gran impresión.

—¿De verdad?

Miguel soltó una risita.

—No  hay  mejor  modo  de  impresionar  a  un  chico  que  salvarles  la  vida  a  su  madre y a él.

Alejandra asintió con ojos húmedos.

—Y también a los abuelos del chico.

—Créetelo —dijo  Miguel—.  En  este  momento  eres  casi  tan  popular  con  Feli  como ese perro tuyo tan feo.

Alejandra sonrió.

—Ven por aquí.

Pedro dejó la taza de café en la mesa y la siguió hasta una habitación de arriba. Llamó suavemente con los nudillos pero no hubo respuesta. Alejandra se  llevó  un  dedo  a  los  labios  y  abrió  la puerta  con  lentitud.  La  luz  del  pasillo entró en la estancia y alumbró la cama individual situada al lado de la pared. Felipe dormía profundamente tumbado de espaldas.Llevaba un pijama azul de Bart Simpson y el remolino de la coronilla destacaba sobre la almohada. La luz acentuaba la sombra que definía el hoyuelo de su barbilla, un  hoyuelo  igual  al  que  veía  Pedro todas  las  mañanas  cuando se  afeitaba  delante  del espejo.Y no eran sólo el hoyuelo de la barbilla y el remolino, era también la forma del rostro y la curva de su boca cuando sonreía.No  había  duda.  Tenía  que  haberlo  visto antes.  Había  tenido  la  verdad  delante  de los ojos durante dos semanas y no la había visto. Sólo había visto lo que esperaba ver.Como aquella noche tantos años atrás... Esperaba  ver  a  Valeria  y por  eso  la  vió a  ella.  Aun  así,  notó  que  parecía  distinta;  sus  ojos  eran  más suaves  y  su  voz también.  Era  más  gentil,  más  callada.  Aquella  noche no era la Valeria que él conocía. Porque no era Valeria.

Trampa De Gemelas: Capítulo 26

—Eres la novia más hermosa que he visto nunca —susurró.

A Valeria se le humedecieron los ojos.

—Sí, estaba bastante guapa, ¿Eh?

—Todavía lo estás. Guapísima...

Valeria le dió un pellizco suave en el hombro.

—¡Oh, cállate!

—Tengo suerte de tener una hermana como tú.

—Lo digo en serio. Me voy a echar a llorar.

—No  siempre  te  he  apreciado  en  lo  que  vales  y  lo  sé.  Pero  te  prometo  que  eso  va  a  cambiar.  A  partir  de  ahora  me  voy  a  esforzar  tanto  como  tú  por  mantener  este  vínculo especial que tenemos.

—Estupendo —musitó Valeria—. Vuelve a casa.

—Eso no lo sé... todavía.

—¡Vaya!  Deberías  darte  un  golpe  en  la  cabeza  más  a  menudo.  No,  yo  no  he  dicho eso —Valeria la miró con remordimientos—. No puedo creer que haya dicho eso. Ha sido horrible y yo no quiero que se repita nunca.

—Ya  conoces  el  dicho.  Mala  suerte  en  tu  boda  es  buena  suerte  el  resto  de  tu  vida de casada.

Valeria miró a Julián, que se había sentado en la silla del rincón.

—Entonces el nuestro va a ser el matrimonio más afortunado de la historia.

—De eso no hay duda —Paula miró de nuevo la puerta y suspiró.

—¿Qué? —preguntó su hermana.

—Me gustaría que Pedro hubiera venido aquí antes de marcharse.

—Oh. Bueno... —Valeria se mordió el labio inferior.

Y Paula empezó a captar al fin que algo no iba bien.

—¿Vale?

—¿Sí?

—Creo que es mejor que me cuentes lo que pasa.



Un  granjero  anciano  recogió  a  Pedro  cuando  sólo  había  andado  poco  más  de  un kilómetro.

—¿Se  ha  enterado  de  lo  del  tornado?  —le  preguntó—.  Ha  destruido  el  club  de  campo —movió la cabeza—. Y en mitad de una boda. ¿Se ha enterado?

Pedro hizo un ruido con la garganta y mantuvo la vista fija al frente.—Aunque   creo   que   todos   han   salido   con   vida   —continuó   el   granjero—. Alabado sea Dios.

—Amén —repuso Pedro.

—Hijo, me parece que usted estaba allí.

Pedro gruñó y se miró los pantalones y la camisa manchados con la sangre de Paula.

—Sí.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el anciano.

Pedro lo miró.

—No. Pero estoy en ello.

—¿Quiere hablar?

—Lo siento. Me parece que no.

—Está bien. Pues guarde silencio y deje que lo lleve a su destino.

Diez minutos más tarde, el granjero lo dejaba delante de la casa de ladrillo rojo en la que se había criado Paula. Pedro le dió las gracias y se quedó mirando cómo se alejaba la camioneta. Cuando  las  luces  desaparecieron  al  doblar  una  esquina,  parpadeó,  movió  la  cabeza y echó a andar hacia la puerta de la casa.




Julián se levantó de la silla.

—Vale, cariño —dijo con expresión de incomodidad—, te espero en la sala.

Su mujer se acercó y le dio un beso rápido.

Paula le dió las gracias.

—Eres el mejor cuñado que he tenido nunca.

Él sonrió y salió de la estancia.

Paula miró a su hermana.

—Sé que ha pasado algo con Pedro. ¿Qué ha sido?

—Oh, bueno, yo...

—Dímelo, por favor.

—Bueno, no estoy segura; puede que me equivoque...

—¿Pero...?

Valeria respiró con fuerza.

—Bueno, creo que se ha molestado cuando le he dicho que te habías hecho pasar por mí la noche del baile de graduación.

A Paula se le paró el corazón... y después empezó a latirle con fuerza.

—¿Se lo has dicho?

Trampa De Gemelas: Capítulo 25

Menos  de  un  minuto  después  de  que  Valeria le  contara  la  verdad  sobre  aquella  noche  de  once  años  atrás,  el  doctor  Jover,  que  se  había  hecho  cargo  de  Paula a  su  llegada al hospital, apareció en la puerta de la sala de espera. Valeria se puso en pie.

—¿Podemos verla? Sólo unos minutos, por favor.El médico le sonrió.

—Ahora descansa tranquila. Y en cuanto a la visita, ¿Cómo podría negarle nada a una novia tan hermosa?

Julián  se  levantó  enseguida  y  apretó  a  Valeria contra  su  costado  para  dejar  claro  que aquella novia ya tenía dueño.

—Gracias. ¿En qué habitación está?

Valeria miró a Pedro, que seguía sentado.

—Vamos. Ya podemos entrar...

Él se levantó despacio; se sentía mareado. Se acercó al médico.

—¿Seguro que está bien?

El guapo doctor sonrió.

—Muy bien. Creo que ya podemos decir que está fuera de peligro.

Valeria se estremecía de impaciencia.

—Vamos, Pepe...

Pero él no quería ir. No podía verla en ese momento porque no podía fiarse de no...

—Creo que será mejor que vaya a ver a tus padres y les dé la buena noticia. Y también a Feli, si está despierto todavía.

A Feli... a su hijo... Pero un momento...  Todavía había otro hombre de la noche siguiente a la que Paula había pasado con él.¿O  no  lo  había?  ¿Quién  podía  saberlo?  Sólo  Paula,  quien  hasta  ese momento  le  había  contado  una  mentira  tras  otra.  Tenía  muchas  cosas  que  decirle  y  ninguna bonita...  y  por  eso  no  se  atrevía  a  verla  tumbada  en  una  cama  y  con  puntos  en  la  cabeza.

—Pero  Pepe,  no  hace  falta  que  vayas  a  casa.  Podemos  llamar  a  mis  padres  y  seguro que Pau quiere verte y...

—No —él retrocedió un paso y levantó una mano—. Tengo que irme. Dile que la veré... muy pronto. Dile que se mejore rápidamente.

Se volvió y salió al pasillo sin dar tiempo a Valeria a contestar.Un minuto después salía a la oscuridad de la noche. Había dejado de llover; el viento  había  empujado  las  nubes  y  el  cielo  se  había quedado  raso  y  cuajado  de  estrellas. Se metió la mano al bolsillo para buscar las llaves y se dió cuenta de que su coche   estaba   en   el   aparcamiento   del   club   de   campo,   tal   vez   enterrado entre   escombros o aplastado por un roble. No lo sabía y en ese momento no le importaba.Le importaba  llegar  a  casa  de  los  Chaves y  ver  a  Feli.  Pero  el  hospital  estaba  a  quince kilómetros  de  Tate's  Junction  y  en  la  zona  no  había  taxis.  Se  quedó  mirando  las  estrellas  y pensó  un  momento.  Podía  llamar  a  su  hermano,  pero  no  quería sacarlo de la cama a esa hora. Guardó las manos en los bolsillos  y echó a andar aunque pensaba que era una estupidez. Tardaría horas en llegar a casa de los Chaves. Pero  en  ese  momento  no  le  importaba  lo  que  tardara,  sólo sabía  que  iba  allí  y  que cuando llegara vería a Feli y... ¿Y qué? No lo sabía.No sabía nada; pero, por otra parte, había viajado por todo el mundo sin saber nunca adónde iba. Por lo menos esa noche su destino estaba claro.Sentía  el  viento  en  la  cara,  cálido  y  oloroso  a  lluvia.  Se  quitó  la chaqueta,  se  la  echó al hombro y siguió andando.


Valeria le dió una palmadita a Paula en el hombro.

—El  doctor  Zastrow  dice  que  te  pondrás  bien.  No  te  imaginas  lo  aliviada  que  me siento. Nos has dado un buen susto.

Paula miraba  el  umbral  vacío  por  el  que  esperaba  que  entrara  Pedro.  Se  llevó  una mano a la venda que tenía en la cabeza. Eso no era lo único que le dolía, sentía el cuerpo entero rígido y dolorido y tenía además una sensación extraña de irrealidad. ¿Y por qué no iba Pedro a verla? Se tocó la boca, donde sentía todavía el recuerdo de sus besos. No lo entendía.

—¿Pedro ha dicho que iba a casa de papá y mamá?

Valeria sonrió.

—Así es. Ha dicho que te vería muy pronto y que te mejores rápidamente.

Paula  cerró  los  ojos.  Cuando  volvió  a  abrirlos,  Valeria seguía  allí,  mirándola  sonriente, a pesar de que tenía el pelo revuelto, una mancha de barro en la mejilla y de que su vestido estaba roto en la manga y sucio de lodo. Paula pensó que era afortunada de tener una hermana así. Una  hermana  que la  llamaba  aunque  ella  no  le  devolviera  las  llamadas,  que  nunca  dejaba  de  intentar  mantener el  contacto  familiar,  que  no  dudaba  en  pasar  su  noche de bodas en el hospital con su vestido de novia roto para darle una palmadita en el hombro y decirle que se pondría bien.

Trampa De Gemelas: Capítulo 24

Después  de  despertarse  en  la  ambulancia,  se  había  mantenido  consciente,  lo  cual  era  buena señal  según  los  médicos.  Desde  su  llegada  allí  le  habían  hecho  una  ecografía  y  no  habían encontrado  señales  de  fractura  de  cráneo  ni  de  hematomas  subdurales;  no  había  sangre  en  el cerebro  que  pudiera  causar  hinchazón  y  daños  cerebrales.Le  habían  dado  puntos  en  la  herida, pero  el  médico  había  dicho  que  se  mostraba  muy  optimista.  La  retendrían  veinticuatro  horas en  observación  y,  si  no  había complicaciones, la dejarían marchar al día siguiente por la mañana.

Mientras  Pedro se  miraba  los  zapatos  allí  sentado,  el  personal  del  hospital  trasladaba  a  Paula a  una  habitación  de  planta.  Cuando  estuviera  instalada,  Pedro pensaba entrar a verla con Valeria una vez más. Si tenía suerte, quizá incluso le dejaran pasar la noche en una silla en su cuarto. Tomó un trago del café amargo y se miró de nuevo los zapatos.Estaba  más  seguro  que  nunca  de  que  ella era  la  mujer  indicada  para  él  y  esa  certeza lo maravillaba, pues hasta Paula, no había estado seguro de casi nada.

Vaaleria se  desperezó  y  bostezó  enfrente  de  él.  Se  inclinó  a  Julián y  se  susurró  al  oído. Éste lanzó un gruñido y Valeria miró a Pedro y asintió con la cabeza.

—Sí, sé que tengo razón...

Pedro se enderezó en su sillón y tomó otro sorbo de café.

—¿Qué?

Valeria apoyó  los  codos  en  las  rodillas  y  se  echó  hacia  delante.  Lo  miró  con  aquellos ojos azules idénticos a los de Paula y que, sin embargo, resultaban a la vez tan distintos.

—Ya sé que es una pregunta tonta teniendo en cuenta las circunstancias, pero ¿Estás enamorado de mi hermana?

Así era Valeria; le gustaba ir al grano de las cosas.

Pedro abrió la boca para decir que sí, pero lo pensó mejor. Le parecía erróneo hablar con Valeria de lo que sentía. Era a Paula a la que debía decírselo.Y lo haría en cuanto ella se encontrara mejor.

—Bueno, ¿Lo estás? —insistió ella.

Julián se movió en su silla.

—Cariño, déjalo en paz.

Valeria se alisó la falda del vestido y se volvió hacia su marido.

—Es  mi  hermana  y  quiero  saberlo.  Además,  si  Pau se  casara  con  Pedro,  volvería  al  pueblo  —miró  de  nuevo  al  frente—.  Por  si  te  interesa,  quiero  que  sepas  que yo estoy a favor.

—Cariño... —protesto Julián.

Valeria le dedico una de sus sonrisas más dulces.

—¿Qué pasa, amor mío?

Julián se inclino y le dió un beso en la naríz.

—Algunas cosas no son asunto tuyo.

Valeria suspiró y se hundió de nuevo en la silla.

—Supongo que tienes razón.

Aquello  sorprendió  a  Pedro.  La  Valeria  que  él  había  conocido  jamás  habría  permitido que un hombre le dijera que algo no era de su incumbencia. Al parecer, el verdadero amor la había cambiado de verdad. O quizá sólo había madurado.

—Pau  se  pondrá  bien  —dijo  ella—.  Y  eso  es  lo  que  importa,  aunque  vuelva  a  San Antonio y no la vea hasta que vaya a visitarla —apoyó de nuevo los brazos en las rodillas y miró a Tucker con la barbilla en las manos—. Y tú les has salvado la vida a Feli y  a  ella  y  mi  familia  tiene  una  gran  deuda  contigo.  Y  aunque  no  sea  asunto  mío, he visto que Pau y tú han estado juntos toda la tarde y que lo han pasado bien...

—Vale... —la interrumpió Julián.

Ella le dió una palmadita en el brazo.

—No te preocupes, no voy a insistir —miró a Pedro—. Pero después de todo lo que  has  hecho  hoy, quiero  que  sepas  que  lamento  lo  que  Pau y  yo  te  hicimos  la  noche  de  la  graduación  —vió que  él  la  miraba  sin  comprender—.  ¿No  te  lo  ha  contado Pau?

—¿Qué me hicieron? —preguntó Pedro con cautela.

—¡Oh! —parpadeó Valeria—. ¿No te lo ha dicho?

Julián lanzó un gruñido.

—¿De qué estás hablando ahora?

Valeria miró a Pedro y luego a su marido.

—¡Oh, Señor! Creo que he metido la pata.

—¿Por qué? —preguntó Julián.

Valeria se ruborizó. Se enderezó en la silla y agitó las manos en el aire.

—Oh,  bueno,  no  es  para  tanto.  Después  de  todo,  hace  muchos  años  de  eso  y  todos  éramos  muy  jóvenes  y  tontos.  Pero  Pedro,  tú  y  yo  habíamos  roto  y  yo  sentía  que  tenía  que  ir  a  la  fiesta.  Hasta  estaba  propuesta  como  reina  del  baile.  Así  que  sentía que tenía que ir pero no me apetecía nada. Y el acompañante de Paula se puso enfermo y ella sí quería ir y...

Pedro empezaba a entenderlo y no le gustaba. Miró a Valeria con incredulidad.

—Y  míralo  de  este  modo —siguió  diciendo  ella—.  Aunque  Pau no  te  lo  haya  dicho todavía, lo que hicimos no tiene nada de malo, ¿Verdad? Oh, no sé por qué le doy  tanta  importancia.  Fue una  travesura  de  adolescentes,  algo  de  lo  que  nos  arrepentimos tanto Pau como yo. Ah, y espero que nos perdones a las dos.

Pedro no habría podido contestar aunque hubiera querido.

—Vale, me he perdido. ¿Puedes ser más clara? —le pidió Julián.

La joven lo miró.

—Pau y  yo  nos  cambiamos  la  noche  del  baile  de  graduación.  Yo  me  quedé  en  casa y me hice pasar por ella y ella se puso mi vestido y fue al baile con Pedro en mi lugar.

—¡Vaya, que me condenen! —Julián miró a Pedro—. ¿Y tú no te diste cuenta?

—Me  temo  que  no  —consiguió  contestar  el  interpelado  con  una  voz  tranquila  que  no traicionaba  el  torbellino  emocional  que  tenía  lugar  en  su  interior.  Al  mismo  tiempo, la última pieza del puzzle empezó a dar vueltas en su mente antes de encajar limpiamente en su sitio. La última pieza tenía la cara de Felipe.

Trampa De Gemelas: Capítulo 23

Antes de subir al vehículo habló con Felipe.

—Tu madre se pondrá bien.

El niño parecía pequeño y perdido allí de pie en la oscuridad bajo la lluvia que caía delante del edificio derruido de lo que había sido el club.

—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó con aire de duda.

Pedro consiguió sonreírle.

—Confía en mí. No dejaré que le pase nada.

Feli se adelantó y se abrazó con fuerza a su cintura.

—¿Lo prometes? —preguntó.

Pedro  le  devolvió  el  abrazo  con  un  nudo  en  la  garganta  y  sorprendido  por  la  fuerza de los brazos que lo rodeaban. Tosió para vencer la emoción.

—Claro que sí. Te lo juro.

—Señor  Alfonso  —llamó  uno  de  los  técnicos  de  la  ambulancia  desde  la  puerta  abierta de ésta—. Tenemos que irnos.

Felipe se apartó y se limpió la naríz con el dorso de la mano. Miguel, que estaba a poca distancia con Alejandra, Valeria y Julián, se adelantó y pasó un brazo por los hombros del chico.

—Nos veremos en el hospital.

Pedro asintió con la cabeza, subió a la ambulancia y miró a la familia de Paula. Estaban empapados y el hermoso vestido blando de Valeria se arrastraba por el barro. Feli,  Miguel y  Julián  iban  sin chaqueta  y  llevaban  la  corbata  torcida  y  las  camisas  fuera  de  los  pantalones.  Alejandra era  la única  que  lloraba  en  silencio  y  las  lágrimas  se  mezclaban con la lluvia en sus mejillas.Cerraron las  puertas  y  la  ambulancia  se  puso  en  marcha.

Pedro procuró  no  molestar  en  el  espacio  cerrado.  Los  técnicos  atendían  a  la  paciente, limpiaban  la  herida y revisaban sus constantes vitales. Él  los miraba y se sentía algo más tranquilo.Uno de los hombres le dijo que el club, situado al sur del pueblo y rodeado por un campo de golf, pistas de tenis, piscina y hectáreas de terreno abierto, era la única estructura que había resultado afectada y, por lo que sabían, Paula era la única herida.A mitad del recorrido, el milagro por el que rezaba Pedro se produjo al fin.Paula soltó un gemido y abrió los ojos. Y él la recibió con una sonrisa.

—¿Pedro? —ella  parpadeó,  se  lamió  los  labios  e  intentó  levantar  la  mano  donde le habían puesto una vía. ¿Qué...?

—Tranquila, señora Chaves.
Pedro colocó una mano en la camilla.

—Te has dado un golpe en la cabeza, pero te pondrás bien.

—¿Feli? —preguntó ella débilmente.

—A  salvo  —dijo  él—.  Está  con  tu  familia.  Y  por  lo  que  sabemos,  no  hay  nadie  más herido.

—Bien —susurró ella—. Bien.

Tres  horas  más  tarde,  cerca  ya  de  medianoche,  Pedro,  Valeria  y  Julián estaban  sentados en la sala de espera del hospital. Miguel y Alejandra habían llevado a Feli a casa, pero Valeria, vestida todavía de novia, había insistido en no moverse de allí hasta que supiera que Paula estaba bien. Y Julián no se apartaba de ella.

Pedro estaba sentado enfrente de los recién casados con los codos apoyados en los brazos del sillón, un vaso de plástico de café malo en equilibrio sobre la panza y las piernas estiradas ante sí. Se miraba lo zapatos sucios sin verlos.No veía ni pensaba nada que no fuera Paula.

domingo, 28 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 22

Un  silencio  profundo  descendió  de  pronto  en  el  sótano  del  club,  iluminado  pobremente por velas y luces de linternas. Un silencio terrible. Completo.El monstruo se había alejado ya. Pedro  estaba  sentado  en  el  banco  que  unas  almas  caritativas  le  habían  dejado  cuando bajó las escaleras cargado con Paula.Ella  estaba  tumbada  a  su  lado,  muy  pálida  e  inmóvil,  con  la  cabeza  manchada  de  sangre  apoyada  en  el  regazo  de  él.  Alguien  le  había  pasado  un  paño  limpio  de  cocina y él lo apretaba en la herida de la sien de ella y lo veía mancharse lentamente de rojo.Se dijo que el flujo empezaba a hacerse más lento, pero no podía estar seguro de que fuera cierto.

Felipe, de pie al lado del banco, sostenía la mano floja de Paula con rostro serio. Los padres de Paula y Valeria y Julián se hallaban a poca distancia, todos silenciosos.

—Ya ha pasado —dijo alguien en medio del silencio.

Y de encima de ellos llegó un crujido lento y doloroso. Algo cayó con un golpe seco.

—¡Oh, santo cielo! —gritó una mujer.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó un hombre.

No le contestó nadie, porque nadie lo sabía.Federico sacó  un  teléfono  móvil  del  bolsillo  interior  de  su  chaqueta  y  probó  a  marcar.

—No  funciona  —dijo—.  Supongo  que  el  tornado  ha  tirado  algunas  torres  —miró al director del club—. ¿Tienen línea de tierra aquí abajo?

Una de las damas de honor habló cerca de una pared, donde empezaba a entrar agua procedente de las tuberías rotas de arriba.

—Aquí hay un teléfono —levantó el auricular y se lo acercó al oído. Negó con la cabeza—. No hay línea. Muchas personas probaban ya con sus móviles... pero sin resultado.

—Está bien —dijo Fede—. Vamos a ver cómo podemos salir de aquí.

Eligió  a  un  par  de  hombres  fuertes  y  subieron  los  tres  las  escaleras.  El  director  del  club  y  dos  de  los  empleados  fueron  en  dirección  contraria,  hacia  la  entrada  exterior, una puerta de acero montada en cemento y a la que se llegaba por un pasillo subterráneo que se alejaba unos diez metros del edificio del club. Pedro no  se  movió  del  sitio;  en  ese  momento  sólo  le  importaba  la  mujer  inmóvil que tenía en los brazos. Miró su rostro quieto y por primera vez se le ocurrió pensar en un médico. ¿Qué  demonios  le  pasaba?  Tenía  que  haber  pedido  un  médico  en  cuanto  llegó  allí con ella. Levantó la vista.

—¿Dónde está el doctor Flannigan?

El padre de Paula lo miró sorprendido.

—El  médico.  ¿Por  qué  narices  no  se  me  ha  ocurrido  antes?  —levantó  la  voz  todo lo que pudo—, ¡Doctor! Necesitamos al doctor Flannigan aquí.La voz se corrió por las habitaciones desnudas del sótano.

—Doctor Flannigan.

—¿Alguien ha visto al doctor Flannigan?

—Doctor Flannigan. Lo necesitan en la parte delantera.Un  par  de  minutos  más  tarde  llegaba  hasta  ellos  el  doctor,  un  hombre  alto  de  pelo gris. Miró a la enferma y entregó su chaqueta a Felipe.

—¿Puedes cuidármela y apartarte un poco?

Felipe dejó con cuidado la mano de su madre, tomó la chaqueta y se apartó de mala gana. Pedro lo miró y pensó que era un niño maravilloso. Con sólo diez años era  capaz  de  mantener  la  compostura  con  un  edificio  derruido  encima  de  ellos  y  su  madre inconsciente y cubierta de sangre.

—Gracias —el doctor le dedicó una sonrisa de aliento y se arremangó la camisa. Miró a Pedro—. ¿Respira con normalidad? Por lo que yo sé, sí.

—Hijo —dijo  el  doctor  con  paciencia—.  Con  la  cabeza  en  tus  rodillas  siempre  hay restricción de los conductos de aire...

Pedro  se  levantó  con  cuidado  y  colocó  la  cabeza  de  ella  en  el  banco,  sin  dejar  de aplicar una leve presión en la herida.

—¿Alguna herida más aparte de la de la cabeza? —preguntó el médico.

—Creo que no. Pero había muchos objetos volando; puede que tenga moratones y algún corte.

—¿Pero nada importante aparte de la brecha en la cabeza?

Pedro frunció el ceño.

—La cocina era un infierno. No puedo estar seguro.

—Vamos  a  echar  un  vistazo,  ¿de  acuerdo?  —el  doctor  miró  por  encima  del  hombro—. Acerquen esa linterna y tráiganme toallas limpias, por favor. Y algo para cubrirla.El  hombre  de  la  linterna  se  acercó  y  la  sujetó  en  alto.  Dos  mujeres  se  alejaron,  presumiblemente en busca de las toallas y la manta. El doctor Flannigan examinó la herida y Pedro vió que, efectivamente, el flujo de sangre había disminuido. El médico tomó el pulso a Paula y le levantó los párpados uno por uno.

Federico  y sus dos acompañantes volvieron en ese momento de la escalera.

—Esa salida está muy bloqueada —dijo con una mueca—. No va a ser fácil abrir un paso por ahí.

Melina,  que  estaba  cerca  de  la  pared,  se  acercó  a  su  marido  y  le  dió  la  mano.  Pedro  adivinó,  por  su  expresión,  que  pensaba  en  sus  bebés  y  confiaba  en  que  estuvieran  a  salvo  con  la  niñera  en  el  sótano  del  Doble  T.  Fede  levantó  sus  manos  unidas y besó los dedos entrelazados con los suyos.Volvieron  las  dos  mujeres  con  un  montón  de  toallas  de  bar,  unos  manteles  doblados y un tazón de agua.

—Agua —dijo el médico—. Maravilloso.

—Hay  una  lavandería  pasillo  abajo  —dijo  una  de  las  mujeres—.  El  grifo  del  fregadero funciona.

—Excelente —el doctor mojó una toalla—. Veamos si podemos examinar mejor esto... —limpió la sangre encima de los ojos de Paula.Entonces volvió el director del club desde la otra dirección.

—¿Y bien? —preguntó Fede.

El director se atrevió a sonreír.

—La salida exterior está despejada. Podemos salir sin problemas. Además, hay helicópteros en el aire y hemos oído sirenas. Viene ayuda.

El  personal  de  la  ambulancia  bajó  por  el  pasillo  de  la  salida  exterior  para  llevarse a Paula. La cargaron en una camilla, la sacaron y la metieron en la ambulancia para llevarla al Alfonso Memorial, un hospital al que el viejo Pedro había donado mucho dinero y que contaba con sala de Urgencias bien equipada y un cirujano con mucha experiencia en heridas en la cabeza.

Pedro  insistió  en  subir  a  la  ambulancia  y  nadie,  ni  Miguel ni  Alejandra ni  Valeria,  discutieron su derecho a ir con Paula.

Trampa De Gemelas: Capítulo 21

Ella  llegó  al  comedor,  desierto  ahora  salvo  por  las  mesas  desnudas  y  las  cajas  llenas de platos.

—¡Feli! —gritó—. ¿Dónde estás?

—Pau. Espera.

Ella  no  hizo  caso.  Se  recogió  la  falda  del  vestido  y  cruzó  el  arco  que  llevaba  al  vestíbulo.

—¡Feli! ¡Feli! Y esa vez obtuvo al fin respuesta.

—¡Mamá!

El niño salió corriendo de entre las sombras que llevaban al salón del fondo.

—¿Qué  pasa?  Está  todo  oscuro.  Estábamos  jugando  al  escondite  y  yo  he  esperado mucho tiempo escondido, pero...

Paula  se  convirtió  de  pronto  en  la  personificación  de  la  calma.  Levantó  una  mano.

—Tenemos que movernos —le tendió la mano y el niño corrió y se aferró a ella.Fuera hubo un ruido muy raro, como si un tren se acercara hacia ellos. Felipe abrió unos ojos como platos.

—¿Qué es eso?

—Por  aquí  —Pedro agarró  la  mano  libre  de  Paula  y  corrió  tirando  de  ella  de  regreso a la cocina. Abrió la puerta y empujó a la madre y al hijo delante de él.Para  entonces,  el  ruido  era  más  alto  que  ningún  tren.  Rugía  a  su  alrededor,  envolviéndolos.  Se  rompieron  muchos  cristales  en  una  serie  de  explosiones  que  parecían llegar de todas partes a la vez, en el comedor, el salón de baile... por todo el club.El rugido se hizo aún más alto. Federico estaba solo en la puerta abierta que daba al sótano.

—¡Vamos, dense prisa!

Y entonces el tornado cayó sobre ellos.Las puertas cerradas que daban al comedor se abrieron y saltaron de sus goznes a  la  otra  habitación.  Al  mismo  tiempo,  las  puertas  del  salón  de  baile  se abrían  y  cerraban dos veces antes de saltar también de sus goznes.Los  rodeó  un  infierno.  Cazos, sartenes  y  un  número  indeterminado  de  objetos  punzantes volaban por los aires. Pedro empujaba a Paula y a Felipe delante de él y se abría  paso  como  podía  mientras  el  mundo  entero  se  soltaba de  sus  amarres  y  el  rugido se convertía en un monstruo que los engullía vivos.Después de eso todo fue muy lento. Un minuto, dos tal vez, convertidos en una eternidad de terror, de explosiones súbitas y ruido.

El  monstruo  salvaje  del  viento  aullador  levantó  a  Felipe del  suelo  y  lo  lanzó  directo hacia Federico, quien lo atrapó milagrosamente en el aire.

—¡Vete! —gritó Paula —. ¡Bájalo ya!

Federico  se  volvió  y  empezó  a  bajar  mientras  Felipe llamaba  a  su  madre  a  gritos  y  tendía las manos por encima del hombro de Fede como si pudiera salvarla con sólo la voluntad de sus diez años.

Pedro  sujetaba  a  Paula con  fuerza  por  la  cintura  y  la  empujaba  hacia  delante. Los objetos lo golpeaban... el mango de un cuchillo, un bol de madera, un plato que se rompió en su hombro. Pero no le dolían. Sentía los golpes como si fueran dirigidos con  intención.  El  monstruo  salvaje  luchaba con  él  y  él  se  defendía.  El  monstruo  no  podía ganar.La  puerta  que  llevaba  al  sótano  saltó  de sus  goznes,  se  elevó  por  el  aire,  pasó  por  encima  de  sus  cabezas  y  salió  volando  por  el agujero  donde  habían  estado  las  puertas del salón de baile.

Paula gritó.Él la empujó hacia delante.

—Vamos, vamos, podemos lograrlo.

Ella  siguió  avanzando  valientemente,  con  el  vestido  pegado  a  las  piernas  dificultando su avance, hasta que lo agarró y se lo envolvió en torno a la cintura. El vestido cayó hacia atrás y se enrolló alrededor de Pedro, agarrándose con la fuerza de un ser vivo desesperado.Arriba,  en  el segundo  piso,  se  oyó  un  ruido  atronador.  La  mente  de  Pedro  consiguió identificar el sonido: había cedido el tejado. Siguió empujando a Paula desde atrás y cada centímetro que avanzaban hacia la puerta  del  sótano  era  un  triunfo,  una  victoria  sobre  el  monstruo  que  rugía,  los  golpeaba y amenazaba con separarlos. Llegaron  a  la  puerta  y  Paula se  disponía  a  meterse  en  la  escalera cuando  las  paredes  empezaron  a  ceder.  Entre  el  rugido  surgió  otro  ruido  de  gemidos  y  gritos horribles.

Pedro se tambaleó en el suelo movible.Paula gritó  su  nombre  y  se  volvió  a  agarrarlo.  Antes  de que  él  pudiera  decirle  que  siguiera  adelante,  que  bajara  la  maldita  escalera,  un  tazón  blanco gigante  de  amasar  apareció  volando  directamente  hacia  ella.  La  golpeó  en  la  sien  y  se  partió limpiamente en dos, con ambas piezas parándose un instante en el aire antes de salir volando en direcciones opuestas. De su frente salió un chorro de sangre que saltó en todas direcciones.Las paredes  caían  sobre  ellos.  Sartenes  y  bandejas  volaban  a  su  alrededor,  y  Paula tenía una expresión triste y rara.

—Perdona —dijo,  mientras  la  sangre  le  entraba  en  la  boca  y  manchaba  su  vestido rosa y el traje de él—. Lo siento mucho. Lo he estropeado todo...

Cerró los ojos bajo la cortina de sangre, cayó hacia él y Pedro la recogió en sus brazos, la levantó contra el pecho y se lanzó hacia las escaleras. Cuando empezaba a bajarlas, cedió el techo y se estrelló contra el suelo.

Trampa De Gemelas: Capítulo 20

—Escucha.— Paula se acercó más a Pedro—. ¿Lo oyes? En la distancia, al norte, más  allá  de  los  robles  azotados  por  el  viento,  sonaba  la  sirena  de  tormentas  del  pueblo.

Paula palideció.

—¡Oh, Dios mío! Feli...

—Tranquila —le aconsejó Federico—. De momento es sólo un aviso. Entren de una vez —les sostuvo la puerta abierta. En el salón sólo quedaba una hilera de personas que cruzaban ordenadamente en dirección a la cocina.El director del club estaba al final de la cola. En el extremo opuesto, encima del escenario,  esperaba  la  tarta  de  boda  de  Valeria,  rodeada  del  equipo  del  grupo  de  música.

—Fede, por favor, ¿Has visto a Feli? —preguntó Paula.

Federico iba delante de ellos y la miró por encima del hombro.

—Lo  siento,  no  lo  he  visto.  Pero  hemos  intentado  hacer  bajar  a  los  niños  primero. Vamos. Ponte a la cola.

—Tenemos que encontrar a Feli—insistió ella—. ¡Feli! —se soltó de Pedro y corrió al escenario, como si el niño pudiera estar escondido allí entre el equipo de música.  Al  no  obtener  respuestas,  enterró  el  rostro  en  las  manos—.¡Oh,  Dios  mío!  ¡Oh, Dios mío!Pedro la alcanzó.

—Pau —la tomó de los hombros y la volvió hacia él.

—No, no... —ella lo empujó en el pecho—. Suéltame.

Él no la soltó.

—Vamos,  no  te  pongas  histérica.  Fede ha  dicho  que  seguramente  esté  ya  en  el  sótano —ella  lo  miraba  aterrorizada,  con  el  cuerpo  temblando.  Pedro  volvió  a  tomarla de la mano—. Ven. Lo encontraremos.

Ella se dejó llevar. Entraron en la cocina con Pedro disculpándose con la gente que esperaba, a los que aseguraba que no pretendían colarse. Detrás de las puertas, entre los mostradores de acero y los electrodomésticos de tamaño industrial. Melina, Julián y Miguel se hacían cargo de la multitud.

—Así  es,  amigo —decía  Melina  en  la  cabecera  de  la  cola,  cerca  de  la  pared  interior  donde  empezaban  los  escalones  que  llevaban  al  sótano—.  Sigan  con  calma  pero no paren.

—Tranquilos —añadió Julián—. Hay sitio para todos.

—De dos en dos —intervino Miguel—. No hay necesidad de empujar.Uno de los invitados gritó:

—¡Pero somos cientos de personas!

—¡Eso! —intervino otro—. ¿Cómo pueden decir que hay sitio?

—Lo  hay  —repuso  Federico,  que  se  había  colocado  entre  Melina  y  Julián—.  Yo  he  estado  abajo  y  les  aseguro  que  es  tan  grande  como  el  salón  de  baile.  Hay  varias  habitaciones y espacio de sobra para todos.

Pedro  calculó que  dos  tercios  de  los  invitados  estaban  ya  abajo.  La  cola  avanzaba con rapidez. Paula se soltó de él y corrió hasta su padre.

—¿Feli ha bajado ya? —preguntó.

Miguel frunció el ceño.

—Yo creía que estaba contigo.

—¿Mamá? ¿Vale?
Miguel miró adelante.

—Ya han bajado.

Paula se volvió a Melina.

—¿Has visto bajar a Feli?

Melina, que seguía dirigiendo la cola de gente, negó con la cabeza.

—No,  creo  que  no  lo  he  visto.  Puede  que  haya  bajado  sin  que  lo  vea,  pero  he  estado pendiente de los niños y no... En  ese  momento  se  apagaron  las  luces  y  un  respingo  colectivo  brotó  de  todas  las gargantas. Los envolvieron las sombras, aunque todavía entraba algo de luz gris por las puertas abiertas del salón. Alguien soltó un gemido aterrorizado.

—¡Ya está aquí!

—No  pasa  nada,  amigos  —dijo  Fede—.  Hay  luz  de  sobra  para  bajar.  Sigan  avanzando —la cola había despejado ya la puerta del salón y en poco tiempo estarían todos abajo.

—¡Oh, Dios mío! —Paula se volvió hacia las puertas que llevaban al comedor.

—¡Pau, espera! —gritó su padre—. Tienes que...

Ella no se detuvo.

—Tengo que buscar a Feli.

Miguel empezó a seguirla.

—¡Pau!

Pedro se colocó delante de él.

—Tú cuida de la cola, te necesitan. Yo me ocupo de ella.

—Mi nieto. ¡Santo cielo! Tenemos que...

—No te preocupes, lo encontraremos —repuso Pedro.

Corrió a alcanzar a Paula sin esperar la respuesta de Miguel.

Trampa De Gemelas: Capítulo 19

Paula no sabía qué decir. Lo miró y supo que iba a besarla y también que ella no lo iba a detener. Aun así, intentó hacer un esfuerzo.

—Creo que deberíamos.

—¡Chist! —susurró él.

Pedro ignoró la furia de la tormenta. Él le rozó la sien con los labios.

—Juro que pensaba ir despacio —susurró—. Pero ya no quiero hacerlo. Quiero besarte. Por favor. Dime que está bien.

—¿Bien?

Estaba  más  que  bien...  excepto  porque  ella  debería  decirle  antes  lo  de  Felipe.  Debería decírselo y después, si él todavía quería besarla, ella no se lo impediría.Pero había un problema.Se ahogaba  en  los  ojos  cálidos  de  él.  La  tormenta,  los  trescientos  invitados  del  otro  lado  de  la pared  todo  eso  dejó  de  existir.  El  mundo  se  volvió  silencioso  e  inmóvil.  Habían  entrado  en el  centro  de  su  tormenta  privada  y  allí  sólo  existía  Pedro, que quería besarla. Y ella, que ansiaba ese beso. Levantó el rostro hacia él.

—Dí que sí —susurró Pedro.Y ella lo dijo.

—Sí.

Y él bajó los labios.Más  allá  de  la  galería  llovía  a  cántaros,  granizaba  y  brillaban  los relámpagos,  seguidos de truenos. Pedro cubrió  la  boca  de  Paula con  la  suya  y  volvió  a  ocurrir. El  golpeteo  de  la  lluvia,  los  relámpagos,  el  ruido  del  trueno...  todo  lo  que  formaba  el  mundo real  desapareció.Era otra vez aquella noche de once años atrás. Era aquella noche... Y aquella mujer.Increíble.  El  calor  de  su  boca  bajo  la  de  él...  su  sabor  y  su  olor;  el  mismo. Exactamente el mismo. Aquella noche era Paula... Pedro pensó eso un segundo y después dejó de pensarlo.No importaban los trucos que se empeñaran en jugarle su mente y sus sentidos. Lo que importaba era aquello. Esa mujer. Ese momento.Ese beso perfecto...

Profundizó el beso y se apretó contra ella; deslizó las manos entre su espalda y la pared y la estrechó contra sí. Paula se  estremeció,  suspiró  y  se  abrazó  a  su  cuello.  Pedro  siguió  besándola mientras inhalaba su aroma y oía el rumor de su vestido de seda como una promesa susurrada de placeres futuros.¡Sí! Eso era lo que quería. Aquella mujer, aquel momento, el abrazo... No podía haber nada mejor. Quería seguir besándola eternamente.Pero entonces hubo un relámpago más intenso que los precedentes y el trueno subsiguiente  explotó  a  su  alrededor  como  un  aviso.

Paula  dejó  de  abrazarlo  y  le  empujó el pecho con las manos. Y Pedro comprendió que ella tenía razón. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar así. Levantó la cabeza, miró las mejillas arreboladas y tentadoras de ella y tuvo de nuevo la misma sensación de deja vu que había tenido ya antes.

—Pau... —susurró.Una ráfaga de viento lanzó una ola de lluvia y granizo que se estrelló a sus pies y manchó de rosa oscuro el dobladillo del vestido de ella. Pedro lanzó un juramento contra su propia idiotez y le tomó la mano.

—Ha sido una locura salir aquí. Tenemos que entrar.Ella tiró de él para retenerlo.

—No, escucha, tengo que...

—¡Pepe! —gritó la voz de Federico detrás de él.

Pedro se volvió y vió a su hermano en la puerta del salón de baile.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Acaban  de  avisar  de  que  viene  un  tornado.  Tiene  bastante  mal  aspecto;  hay  que bajar al sótano.

Trampa De Gemelas: Capítulo 18

Eran  poco  más  de  las  ocho,  aunque  fuera,  debido  a  las  nubes,  parecía  ya  de  noche. Llovía con fuerza y se veía todavía algún relámpago que otro. Paula bailaba en brazos  de  Pedro  y  tenía  la  sensación  de  haber  retrocedido  en  el  tiempo  y  de  que  volvía a revivir la noche del baile de graduación.Era otra vez aquella noche... Pero mejor.Porque  esa  vez  no  había  farsa.  Esa  vez  Pedro  no  la  llamaba  Valeria,  sino  que  sabía con quién bailaba. Esa vez la magia era real. Y  se  prometió  que,  cuando  terminara  la  canción,  lo  llevaría  a  un  rincón  tranquilo y le contaría el secreto que había guardado tanto tiempo. Seguramente   eso   lo   estropearía   todo,   pero ella   no   podía   mentirle   más.   Seguramente  se  pondría  furioso,  pero  no  lo  pagaría  con  Valeria y  Julián, no  les  estropearía la fiesta. Él no era ese tipo de hombre. Se acercó más a él.

—Me pregunto...

Él la abrazó por la cintura.

—¿Qué? —le susurró al oído—. Lo que tú digas.

—Unos minutos a solas... Él soltó una risita.

—Yo  pensaba  lo  mismo  —le  soltó  la  cintura  pero  no  la  mano,  y  echó  a  andar  con ella entre las parejas.

Primero probaron en el vestíbulo principal, pero allí estaban la mayor parte de los  niños,  jugando  en  las  escaleras  o  persiguiéndose  entre  los  sillones.  Paula vió  a  Felipe  jugando  con  un  par  de  chicos  cerca  del  mostrador  de  recepción.  Llevaba  la  corbata casi quitada y la chaqueta no estaba a la vista. Ella lo saludó con la mano y él le dedicó una sonrisa feliz y volvió a su juego.Pasaron  un  arco  y  entraron  en  un  pasillo,  pero  no  estaba  vacío.  La  gente  iba  y  venía de un salón situado al final.Probaron  en  el  comedor,  pero  los  camareros  seguían  ocupados  con  la  tarea  de  limpiar después del banquete.

—¿Desean algo, señor Alfonso? —preguntó uno de ellos.

—No, no —repuso Pedro.

Entonces  les  llegó  la  voz  de  Miguel desde  el  salón  de  baile,  amplificada  por  los  altavoces del club.

—Y ahora el gran momento. Vamos a cortar la tarta...

Pedro tiró de Paula de vuelta al salón. Con tantos invitados por todas partes, no era fácil encontrar un rincón tranquilo, así que ella se resignó y pensó que aquél no era el mejor momento.Pero se lo diría esa noche, más tarde. Enviaría a Feli a casa con sus padres y lo  acompañaría  al  rancho  o  donde fuera.  No  importaba.  Sólo  necesitaban  un  lugar  donde no los molestaran.Sí, eso sería mejor que intentar explicárselo todo en ese momento, en mitad de una  fiesta.  Mucho  mejor  si  estaban  los dos  solos  de  verdad  donde  no  podían  interrumpirlos. Eso sería preferible.Además,  si  esperaba  a después  de  la  fiesta,  tendría  unas  horas  más  de  magia  con él antes del momento de la verdad.En ese  momento  llegaron  al  salón  de  baile  y  Pedro siguió  andando  hacia  las  puertas  dobles  que daban  a  la  galería.  Lo  cual  era  una  locura,  ya  que  fuera  había  rayos y truenos y llovía sin cesar. Paula clavó los talones en el suelo.

—No podemos ir ahí. Él apenas la miró.

—Está bajo techo. Lo peor que puede ocurrir es que el viento te alborote el pelo.

Tiró  de  ella,  que  tuvo  la  sensación  de  que  todo  se  volvía  de  pronto  loco  y  salvaje, tan salvaje como el viento que podía oír aullar detrás de las paredes del club. Uno  de  los  camareros  se  acercó  a  su  padre,  que  estaba  en  el  escenario  al  lado  de  la  mesa de la tarta, y le susurró al oído.  Paula oyó a su padre decir:

—Amigos. Amigos, atención, por favor. Tenemos un problemita...  No  oyó  el  resto.

Pedro  había  empujado  la  barra  que  abría  la  puerta  y  los  dos  salían  por  ella.  La  puerta  se cerró  instantáneamente  y  estuvo  a  punto  de  pillarle  la  falda larga del vestido, pero Paula consiguió rescatarla en el último momento.Un  golpe  de  viento  le  levantó  primero  la  falda  y después  la  aplastó  contra  sus  piernas. El pelo se soltó de las horquillas y le voló sobre los ojos y la boca.Más allá del tejado del porche llovía con violencia y las gotas gruesas de lluvia se mezclabancon granizo. Seguían los relámpagos y los truenos.El  personal  del  club  había  retirado  los  cojines  de los  sillones  y  sofás  y  los  esqueletos de hierro de los muebles parecían formar un baile extraño sobre las tablas de madera. Paula se apartó unos mechones de pelo de la boca.

—No creo que...

—Por aquí —él la llevó al rincón donde la pared del salón se prolongaba hacia los  escalones  anchos  de  la  entrada  y  la  apoyó  en  la  pared  de  modo  que  quedara protegida del viento. Colocó una mano a cada lado de ella.

—¿Mejor?

Trampa De Gemelas: Capítulo 17

Pedro  la  miró  abiertamente,  ignorante  de  todo  lo  que  no  fuera  ella,  y  pensó  que  nunca  la había  visto  tan  hermosa  como  ese  día.  El  rosa  le  sentaba  bien.  Le recordaba a... Parpadeó.Y el tiempo pareció detenerse.

 Regresó a una noche de mayo de once años atrás. Valeria también llevaba un vestido rosa ese día y había destacado por encima de todas  las  chicas  de  la  graduación.  Habían  bailado  todas  las piezas  porque  él  no  permitía que se le acercara ningún otro chico.Aquella  noche  lo  había cambiado  todo...  o  eso  creía  él  mientras  sucedía.  Aquella  noche  había  decidido  que  no rompería  con  ella  después  de  todo,  aquella  noche no le importaba lo más mínimo el mundo ni los muchos lugares que tenía que explorar. Aquella noche sólo quería quedarse allí, con Valeria en sus brazos. Valeria... ¡Qué extraño! Podía verse todavía viéndola girar en sus brazos. Valeria... ¿O no era ella?Al  recordar  ahora  a  Valeria  sonriendo  con  suavidad  y  mirándolo  aquella  noche,  no era a ella a quien veía. Estaba seguro de eso. Bajaba la vista y... Veía a Paula en sus brazos. No podía ser. No lo era. Su mente le gastaba una mala pasada.Aun así, en el centro de su ser estaba seguro de que... Sintió un calor repentino. El aire lo oprimía y no podía respirar.Y entonces Paula levantó la vista de la mesa donde se sentaba con Felipe y lo vió.Y sonrió.¡Qué hermosa era!Y su sonrisa consiguió que todo volviera a la normalidad.El pasado no era el presente.Y Paula no era Valeria. Casi  estuvo  a  punto  de  echarse  a  reír  de  su  idiotez.  Seguramente  era  normal  que,  con  lo  que  sentía  ahora  por  Paula,  pensara  que  era  a  ella  y  no  a  Valeria a  la  que  había tenido en sus brazos aquella noche.Pero, en cualquier caso, no importaba. De eso hacía ya años. Lo que importaba ahora era la sonrisa esperanzada en la boca suave de Paula. Echó a andar hacia la mesa.

—¡Pepe! —el rostro de Felipe se iluminó al verlo. Sonrió al niño.

—Hola, Feli. ¿Qué tal?

—Bien —el niño se metió un dedo en el cuello de la camisa—. Excepto por este traje —hizo ruido de que se ahogaba.

—Feli—dijo  Paula  con  suavidad.  Y  el  pequeño  suspiró  y  se  sacó  el  dedo  del  cuello. Pedro le guiñó un ojo.

—Pero te queda bien.

—¿Tú crees? —Feli se enderezó el cuello y alisó la corbata.
—Sin ninguna duda —Pedro se atrevió a mirar a la mujer de rosa—. Y tú estás guapísima.

—Gracias —sonrió ella.

Él tomó la tarjeta colocada al lado de ella.

—¡Vaya! ¿Qué te parece? Este es mi sitio.

La expresión de ella indicaba que ya ha había leído la tarjeta.

—¡No me digas!

Pedro le mostró la tarjeta.

—Me temo que sí.

Se sentó y se puso la servilleta en las rodillas. Paula se inclinó hacia él.

—¿Dónde  has  puesto  a  Carlos  Bowline?  Antes  ha  estado  aquí;  parece  ser  que  alguien le había dicho que se sentaba en esta mesa.

Pedro se giró hacia ella y le sonrió.—El  señor  Carlos  Bowline  se  sentará  con  Fede y  Melina Alfonso.  Si  consigue  encontrar su asiento, estoy seguro de que lo pasará muy bien. Fede y Meli son muy divertidos.

—Carlos es el padrino —murmuró ella con tono burlón.

—Y  espero  que  encuentre  pronto  su  asiento  —repuso  Pedro.

Un  camarero  le  llenó la copa de champán. Pedro la levantó y brindó con Paula.

—¡Eh, yo también! —Feli levantó su refresco de Cola.

Pedro chocó su copa con el vaso del niño.

—Por el padrino, dondequiera que esté.

Empezó  a  llegar  la  comida... mariscos,  ensaladas  y  un  plato  de  solomillo  con  patatas asadas. Y todo estaba muy bueno, aunque lo que más valoraba Pedro era la compañía. Conversaron con los demás invitados de la mesa, dos parejas de Abilene amigas de la familia de Julián  y una anciana encantadora, tía abuela del novio. Más allá de las ventanas, el cielo se iba volviendo gris, pero no importaba. Estaban todos a cubierto y se lo pasaban bien.

Ni Pedro ni Paula mencionaron la cita misteriosa que tenían el lunes en el bufete ni   la   conversación   telefónica   del   domingo   anterior.   Ambos   mantuvieron   la   conversación a un nivel amable y superficial. Pedro no tenía nada que objetar. Ella estaba a su lado y no podía pedir nada más.De pronto todo le parecía factible. Más tarde habría baile y quizá tuviera suerte, el domingo la vería en la iglesia y en el restaurante y el lunes... bueno, ella iría a su despacho a consultarle algo.Y  él  tendría  una  ocasión  más  de  convencerla  de  que  debían  pasar  más  tiempo  juntos.Cuando retiraron el plato principal, Miguel Chaves  se puso en pie y golpeó su vaso de agua con el tenedor.

—Señoras y señores. Quiero decir cuánto significa este día especial para Alejandra y para mí...

Felipe escuchó  con  paciencia  varias  rondas  de  brindis,  pero  para  entonces  ya  otros niños empezaban a congregarse en el umbral de la puerta o a desaparecer en el vestíbulo principal. Feli se inclinó hacia su madre.

—¿Puedo ir a jugar con los niños?

Ella  le  dejó  ir  después  de  hacerle  prometer  que  se  quedaría  en  la  entrada  principal o en el salón de baile, donde ella pudiera encontrarlo.

—No salgas fuera; lo digo en serio.

—No saldré, mamá. Te lo prometo.

Media  hora  más  tarde,  cuando  todo  el  mundo  hubo  hecho  su  brindis,  Miguel se  levantó  y  anunció  que  el  grupo de  música  se  trasladaba  al  salón  de  baile.  Fuera  tronaba y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. Miguel soltó una carcajada.

—Estamos   en   Texas,   amigos.   Y   ninguna   tormenta   nos   va   a   estropear   la   diversión.

La multitud se echó a reír. Algunos aplaudieron.  Pedro apartó la silla y le ofreció la mano a Paula.

—El primer baile es para mí —dijo. Y ella aceptó su mano.

Trampa De Gemelas: Capítulo 16

El  día  de  la  boda  amaneció  brillante  y  soleado.  El  pronóstico  del  tiempo  amenazaba  con  tormentas  por  la  tarde,  pero  Valeria declaró  con  ojos  brillantes  que  el  mal tiempo no se atrevería a arruinar el día más hermoso e importante de su vida.La  ceremonia  tuvo  lugar  en  la  iglesia  de  la  familia  Chaves,  y  la  ofició  el  pastor Partridge.

 Los invitados soltaron exclamaciones de admiración al ver el lugar, donde  las  lilas  y  las  rosas  mezcladas  con  hiedra  y  cintas  de  raso  blanco  adornaban  casi  todas  las  superficies.  A  lo  largo  del  pasillo  y  en  el  altar  había  más  flores  en  floreros altos.La iglesia estaba a rebosar. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes de la marcha nupcial, no cabía ni un alma más.Tres niñas con vestidos de raso verde y el pelo adornado con cintas y capullos de  rosa  bajaron  por  la  alfombra  blanca  que  habían  extendido  dos  de  los  testigos  del  novio  antes  de  que  empezara  la  marcha  nupcial.  Las  tres  sonreían  con  timidez  y  transportaban cestas llenas de pétalos rosas y verdes que lanzaban por el pasillo a su paso.A  continuación  iban  las  damas  de  honor  de  Valeria,  ocho  mujeres  amigas  suyas  con vestidos de seda color verde apio, cada una con un ramo de rosas y lilas. Las seguía Paula, en su calidad de madrina. Su vestido era rosa y su ramo estaba formado por rosas blancas entrecruzadas de verde.

 Apenas había andado cinco pasos en dirección al grupo que esperaba en el altar cuando cometió el error de mirar a la derecha.Y allí estaba Pedro, en el sexto banco, con Federico y Melina. Él  le sostuvo la mirada y ella estuvo a punto de tropezar, pero se recuperó al instante. Echó atrás los hombros y siguió su marcha lenta hacia el altar.El padrino le tomó la mano y la acompañó a su puesto, al lado de él. La música sonó más alta y apareció Valeria con un vestido blanco como la nieve y un ramo hecho de lirios blancos, gardenias y rosas atado con perlas falsas. Un suspiro de admiración pareció brotar de todas las gargantas al verla. Era su momento y Lena sabía bien qué hacer con él. A través del velo, tenía ojos sólo para Julián y, cuando al fin llegó a su altura, tendió su ramo a Paula y su prometido y ella miraron al pastor.Empezó  la  ceremonia.  Julián vaciló  un  par  de  veces  al  pronunciar  los  votos.  Aunque  normalmente  hablaba  mucho,  parecía  acobardado  por  la  solemnidad  del  momento. La voz de Valeria, en cambio, sonó fuerte y clara, sin vacilaciones.

Paula, a pesar de su determinación de no mirar, no pudo evitar girarse de nuevo hacia  Pedro,  en  el  sexto  banco,  donde  la  esperaban  los  ojos  de  él  llenos  de  calor  y  esperanza. Y también promesas. La  miraba...  como  miraba  Julián a  Valeria y  como  Federico  miraba  a  Melina.  Como  si  ella fuera la única mujer en el mundo.Increíble.  Su  sueño  de  tantos  años  atrás  se  había  hecho  realidad.  Pedro Alfonso sólo la miraba a ella.Ahora la veía. Él mismo se lo había dicho así al lado de la piscina. La veía y se interesaba por ella. Y Paula tenía que reconocer que a ella también le interesaba él. Era como un cuento de hadas hecho realidad. O lo habría sido... de no ser por el secreto y por su telaraña de mentiras.

Cuando  los  novios  subieron  a  la  limusina  blanca  que  los  llevaría  al  Club  de  Campo,  se  veían  ya  muchas  nubes  por  el  suroeste.  La  lluvia  anunciada  estaba  en  camino.Pero a la gente no le preocupaba nada el clima. El banquete tendría lugar en el comedor principal del Club de Campo y después habría baile hasta tarde en el salón adyacente. Una pequeña tormenta no iba a alterar el programa. Pedro, que había salido de la iglesia el primero, llegó al club mucho antes que los  demás.  Entregó  las  llaves  del  coche  al  mozo  del  aparcamiento  y  fue  directo  al  comedor,  donde  había  al  menos  cuarenta  mesas  redondas  preparadas  con  manteles  blancos,  cristalería  de  bordes  dorados  y  porcelana  de  china.  En  un  extremo,  sobre  una plataforma, había una mesa rectangular montada para seis personas, los novios y los padres de ambos. Pedro supuso que Paula no se sentaría lejos de esa mesa. Y   acertó.   Encontró   su   tarjeta   y   la   de   Felipe  en   la   mesa   de   enfrente.   A   continuación empezó a buscar su lugar.Lo  encontró  diez  minutos  más  tarde,  justo  en  el  centro  del  mar  de  mesas,  con  Melina y Federico a su derecha. Tomó  su  tarjeta  con  el  mayor  descaro  y  la  cambió  por  la  de  la  persona  que  se  sentaba a la izquierda de Paula.Una vez terminada su misión, se marchó al bar del club, donde pidió un whisky con hielo mientras esperaba la llegada de los demás invitados.

Veinte minutos después regresaba al comedor, donde empezaban a llenarse ya las  mesas  y  los  camareros  circulaban  entre  ellas  poniendo  pan  y  mantequilla  o  sirviendo champán y refrescos. Un grupo tocaba música suave en un rincón. Paula y  Felipe estaban  ya  sentados.  Pedro se  detuvo  en  la  puerta  y  los  miró.  Mientras miraba, el niño desdobló su servilleta y se la puso en las rodillas.Pedro sonrió. Estaba muy apuesto con su traje y su remolino de pelo justo en la coronilla. Él entendía mucho de eso, pues tenía uno justo en el mismo lugar y se veía obligado a llevar el pelo largo o muy corto para controlarlo.Y Paula...