—¿Diga?
—Soy Paula.
—Te iba a llamar ahora —comentó él.
Ella tardó un momento en responder.
—Ya estoy bien —dijo—. Y tenemos que hablar. Tenemos que llegar a un acuerdo razonable sobre Feli y sobre el futuro y lo que queremos...
Pedro no necesitaba oír eso.
—Paula... Hubo un silencio.
—¿Qué? —preguntó ella al fin con voz tensa.
—Ven al rancho.
—¿Ahora?
—Sí. Llama a la puerta de mi lado. Yo vivo en el ala sur.
—Pero...
—¿Sí o no?
Otro silencio.
—Sí. Dame veinte minutos.
Paula colgó y Pedro se quedó mirando el auricular. Se sentía preparado para el combate; preparado e impaciente.Seguramente sería mala señal.
Una mujer a la que Paula no conocía le abrió la puerta y la acompañó a una sala de estar espaciosa, decorada en tonos marrones y dorados. La otra ocasión en la que Paula había visto la estancia, la había encontrando relajante. Ahora no. Pedro estaba sentado en un sofá color café y no se levantó.
—Gracias, señora Graciela —dijo a la mujer gruesa de cabello gris. Tomó el vaso de whisky que tenía en la mesita baja, pero cambió de idea y volvió a dejarlo en su sitio—. ¿Quieres tomar algo?
—No, gracias.
Pedro miró a la señora Graciela.
—Ya no la necesitaré esta noche.
La mujer asintió con la cabeza y se marchó. Pedro miró a Paula.
—Siéntate.
La joven se sentó enfrente, en un sofá idéntico al que ocupaba él.
—Ese ojo todavía tiene mal aspecto —dijo Pedro—. ¿Cómo va la herida?
Paula se encogió de hombros.
—A veces escuece y a veces quema, lo que significa que se cura bien, así que no me quejo. Cada día que pasa me siento mejor, pero no he venido a hablar de eso.
Guardó silencio. Tenía tanto que decir que no sabía por dónde empezar. Pedro no la ayudó. Se quedó mirándola y esperando.
—Sé que no hay disculpas para lo que he hecho —se lanzó al fin ella—. Sabía desde el principio que estaba mal. En alguna ocasión intenté localizarte. Cuando Feli era bebé, me enteré de que vivías en Austin y fui a buscarte, pero ya te habías ido. Te escribí cartas, pero tú te fuiste a Europa y no sabía dónde enviarlas. Probé la dirección de Austin con la esperanza de que te las remitieran, pero me las devolvieron. Te envié una aquí, al rancho, segura de que tu abuelo te la enviaría. Y supongo que hizo. Pero la carta volvió a mí sin abrir y llena de sellos franceses.
Pedro lanzó un gruñido de furia.
—¿Y por qué no viniste aquí y le dijiste a mi abuelo que habías tenido un hijo mío? ¿Eso no se te ocurrió?
—No, pero...
—Me basta con el «no». No viniste aquí, aunque sabías que si mi abuelo se hubiera enterado de que tenía un biznieto, me habría buscado sin descanso para hacerme volver aquí y obligarme a casarme contigo.
Paula sabía que él tenía razón. Su comportamiento era inexcusable; pero no podía evitar intentar hacerle entender cómo había vivido ella aquello.
miércoles, 31 de agosto de 2016
Trampa De Gemelas: Capítulo 31
Cuando Paula terminó de contar la verdad, hubo un silencio en la cocina. Su madre fue la primera en romperlo.
—¡Oh, querida, qué lío! Lo siento muchísimo...
Su padre bajó la cabeza.
—Pau, muchacha... siempre he querido decírtelo, pero nunca he sabido cómo...
Paula no podía creer lo liviana que se sentía, liberada al fin del peso de su secreto y de todas las mentiras y evasivas que lo habían acompañado.
—Dímelo ahora, papá. Te prometo que te escucho.
Miguel levantó la cabeza y la miró con ojos atormentados. Paula se compadeció de él. Por primera vez comprendió lo mucho que había sufrido él por su parte en lo que había ocurrido once años atrás.
—Siempre me preocupaba... cuando eran adolescentes, me preocupaba por Vale. Todos los chicos iban detrás de ella y estaba seguro de que acabaría en un lío. ¡Tú eras tan lista y callada! No parecías tener tiempo para ligues, sacabas buenas notas y todas las universidades te ofrecían becas.
Cruzó los brazos en la mesa y miró el Rolex que llevaba con tanto orgullo. Alejandra le puso una mano en el hombro.
—Díselo, querido. Ella quiere oírlo.
Miguel levantó la vista de nuevo y miró a Paula a los ojos.
—Supongo que me volví loco cuando te quedaste embarazada. No sabía qué hacer. No estaba preparado. ¡Quería tantas cosas para tí! Ahora comprendo que esperaba mucho más de tí que de tu hermana. Me puse furioso y te asusté con mis gritos y mis amenazas. Y luego te envié lejos. Te envié lejos... —se le quebró la voz. Bajó la vista de nuevo y esa vez era evidente que no miraba su reloj. Le temblaban los hombros—. Y no volviste nunca. Lo siento. No tenía que haberte enviado fuera.
Paula extendió la mano y le apretó el brazo.
—Papá, te perdono. Y sí he vuelto. Ahora estoy aquí, ¿No?
Él levantó entonces la cabeza. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas. Las secó con el dorso de la mano.
—¿Has visto esto? Llorando como un niño pequeño. No sé qué me ha pasado.
—Estoy aquí, papá —repitió ella con suavidad—. Estoy aquí de verdad.
Su padre la miró a los ojos. Sonreía entre las lágrimas.
Más tarde, durante la cena, Alejandra preguntó por Pedro.
—Sé tan poco como tú —confesó Paula—. Yo diría que está claro que tiene intención de ser un padre de verdad para Feli.
—Feli no ha dicho nada, así que supongo que no lo sabe.
Paula negó con la cabeza.
—Pedro quiere que antes lo conozca mejor. Quiere darle la noticia sin brusquedad. Yo voy a intentar respetar sus deseos en ese terreno, así que, a menos que Feli lo pregunte directamente, por favor, no le digan nada todavía.
—¿Pero y si pregunta? —quiso saber Alejandra.
—Entonces le decís que venga a hablar conmigo. No quiero que nadie le mienta.
—Entendido —asintió su padre.
—¿Y Pedro y tú? —preguntó su madre—. Hasta hace poco parecía que había algo.
—No lo sé, mamá. En este momento las cosas no van muy bien entre nosotros.
El jueves a las cuatro y media de la tarde, Pedro estaba sentado en su estudio del Doble T, con un whisky con hielo al lado del codo y Paula en la cabeza. Sonó el teléfono.
—¡Oh, querida, qué lío! Lo siento muchísimo...
Su padre bajó la cabeza.
—Pau, muchacha... siempre he querido decírtelo, pero nunca he sabido cómo...
Paula no podía creer lo liviana que se sentía, liberada al fin del peso de su secreto y de todas las mentiras y evasivas que lo habían acompañado.
—Dímelo ahora, papá. Te prometo que te escucho.
Miguel levantó la cabeza y la miró con ojos atormentados. Paula se compadeció de él. Por primera vez comprendió lo mucho que había sufrido él por su parte en lo que había ocurrido once años atrás.
—Siempre me preocupaba... cuando eran adolescentes, me preocupaba por Vale. Todos los chicos iban detrás de ella y estaba seguro de que acabaría en un lío. ¡Tú eras tan lista y callada! No parecías tener tiempo para ligues, sacabas buenas notas y todas las universidades te ofrecían becas.
Cruzó los brazos en la mesa y miró el Rolex que llevaba con tanto orgullo. Alejandra le puso una mano en el hombro.
—Díselo, querido. Ella quiere oírlo.
Miguel levantó la vista de nuevo y miró a Paula a los ojos.
—Supongo que me volví loco cuando te quedaste embarazada. No sabía qué hacer. No estaba preparado. ¡Quería tantas cosas para tí! Ahora comprendo que esperaba mucho más de tí que de tu hermana. Me puse furioso y te asusté con mis gritos y mis amenazas. Y luego te envié lejos. Te envié lejos... —se le quebró la voz. Bajó la vista de nuevo y esa vez era evidente que no miraba su reloj. Le temblaban los hombros—. Y no volviste nunca. Lo siento. No tenía que haberte enviado fuera.
Paula extendió la mano y le apretó el brazo.
—Papá, te perdono. Y sí he vuelto. Ahora estoy aquí, ¿No?
Él levantó entonces la cabeza. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas. Las secó con el dorso de la mano.
—¿Has visto esto? Llorando como un niño pequeño. No sé qué me ha pasado.
—Estoy aquí, papá —repitió ella con suavidad—. Estoy aquí de verdad.
Su padre la miró a los ojos. Sonreía entre las lágrimas.
Más tarde, durante la cena, Alejandra preguntó por Pedro.
—Sé tan poco como tú —confesó Paula—. Yo diría que está claro que tiene intención de ser un padre de verdad para Feli.
—Feli no ha dicho nada, así que supongo que no lo sabe.
Paula negó con la cabeza.
—Pedro quiere que antes lo conozca mejor. Quiere darle la noticia sin brusquedad. Yo voy a intentar respetar sus deseos en ese terreno, así que, a menos que Feli lo pregunte directamente, por favor, no le digan nada todavía.
—¿Pero y si pregunta? —quiso saber Alejandra.
—Entonces le decís que venga a hablar conmigo. No quiero que nadie le mienta.
—Entendido —asintió su padre.
—¿Y Pedro y tú? —preguntó su madre—. Hasta hace poco parecía que había algo.
—No lo sé, mamá. En este momento las cosas no van muy bien entre nosotros.
El jueves a las cuatro y media de la tarde, Pedro estaba sentado en su estudio del Doble T, con un whisky con hielo al lado del codo y Paula en la cabeza. Sonó el teléfono.
Trampa De Gemelas: Capítulo 30
Paula se dejó caer sobre la almohada.
—En cuanto a lo mío con Pedro, no sé...
—Llámalo hoy.
—Lo llamé ayer. Le dije que quería que habláramos y dice que quiere que me sienta mejor antes de hablar.
—Puede que eso sea buena idea.
—No sé. Está furioso y no quiere hablar conmigo. ¡Es horrible!
—Bueno, has de admitir que tiene derecho a enfadarse —repuso Valeria.
—Lo sé.
—Sólo tienes que ser paciente. Estoy segura de que lo arreglarán.
—No lo sé. Yo no lo sé.
Paula pensó todo el día si debía bajar a saludar a Pedro cuando fuera a buscar a Feli y al final decidió no hacerlo. Tenía un aspecto horrible, con el lado izquierdo de la frente, debajo de la venda, negro y azul y el ojo grande y morado como una ciruela madura, y no quería que él la viera así, pues sabía que le daría lástima.Y ella no necesitaba su lástima.
Pedro llegó a las cinco en punto y sentó a su hijo en el asiento de atrás de un gran Cadillac negro. Paula los vió alejarse desde su ventana.Cuatro horas más tarde, los esperaba en el mismo sitio con la ventana un poco abierta. El coche apareció a las nueve y dos minutos y Feli saltó fuera antes de que el chófer pudiera dar la vuelta para abrirle la puerta.
—No hace falta, José —le oyó decir Paula—. Me gusta abrir las puertas —se inclinó hacia el asiento de atrás—. Adiós, Pedro. Hasta el miércoles...
Al parecer, lo del miércoles era cosa hecha. Paula sabía que era bueno que su hijo conociera por fin a su padre. Ella se alegraba de eso.Pero todo lo demás era un desastre espantoso.
El martes, Alejandra la llevó a ver al doctor Jover, quien le quitó la venda, examinó la herida de la sien y le dijo que tenía buen aspecto. Le puso una venda mucho más pequeña y le dijo lo que ella ya sabía, que la hinchazón bajaría, se absorberían los puntos, la cicatriz curaría y los moratones desaparecerían.
—Dele tiempo y si dentro de seis meses no le gusta esa cicatriz, una sencilla operación de estética la dejará tan guapa como antes.
Paula se dió cuenta de que estaba a punto de coquetear con ella y apartó la vista. Y no porque pareciera un hombre que intentaba ligar a menudo, que sí lo parecía. No. Apartó la vista por Pedro. Cuando quisiera coquetear, lo haría con él, lo cual, teniendo en cuenta las muchas cosas que los separaban, no era probable en ese momento.
En el camino de vuelta, Alejandra intentó averiguar lo que había pasado entre Pedro y ella.
—Pau, querida, tu padre y yo nos preguntamos si... La joven la interrumpió de inmediato.
—¿La pregunta tiene que ver con Pedro?
Su madre apretó el volante con nerviosismo.
—Bueno, tesoro, te salvó la vida y parecía tan atento y luego...
—Ahora no, mamá. Ahora no puedo hablar de eso.
Alejandra no insistió. Y Paula se lo agradeció en su interior.
El miércoles decidió que ya estaba harta de esconderse en su cuarto y cuando llegó Pedro a buscar a Feli, abrió la puerta ella.Él, que había preparado una sonrisa, se puso serio al verla.
—Paula.
—Hola, Pedro.
—Ese ojo tiene mal aspecto.
Ella enderezó los hombros.
—Está mejor que estaba. En realidad me encuentro bastante bien. Mañana seguramente estaré preparada para esa larga conversación que decías.
—Veremos... ¿Está Feli?
—Sabes que sí —ella se apartó para dejarlo entrar.
Feli bajaba ya las escaleras.
—Hola, Pepe.El hombre suavizó su expresión en el acto.
—Hola. Vámonos enseguida —se volvió de nuevo a la puerta.
—¡Está bien! Feli lo siguió de inmediato. Ya en la calle, se volvió a mirar a su madre.
—Puedes venir con nosotros si quieres...
Pedro se detuvo en el acto y giró para mirarla con expresión inescrutable.
Paula sonrió a su hijo.
—No, hoy me quedaré en casa. Que se diviertan.
Feli corrió a darle un abrazo.
—Te quiero, mami...
—Yo también a tí.
El niño echó a correr de nuevo, abrió la puerta de atrás del coche grande negro y se deslizó dentro.
Paula entró en la casa y cerró la puerta con rapidez. En ese momento no podía mirar cómo el Cadillac brillante se alejaba con su hijo.Al volverse, vió a sus padres juntos al pie de las escaleras. Los dos la miraban sorprendidos.En sus rostros confusos vió reflejado su secreto. Vió lo que su secreto le había hecho a su familia, cómo había formado un agujero de malos entendidos y de dolor tan amplio como el que se interponía ahora entre el padre de su hijo y ella.Sus padres y Valeria eran su familia. Y ella los había abandonado, los había dejado atrás. Se había construido una nueva vida sin ellos. Porque era una cobarde que no estaba dispuesta a afrontar las consecuencias del gran error que había cometido.Pero eso se había acabado. Levantó la cabeza.
—Mamá, prepara café. Tenemos que hablar los tres.
—En cuanto a lo mío con Pedro, no sé...
—Llámalo hoy.
—Lo llamé ayer. Le dije que quería que habláramos y dice que quiere que me sienta mejor antes de hablar.
—Puede que eso sea buena idea.
—No sé. Está furioso y no quiere hablar conmigo. ¡Es horrible!
—Bueno, has de admitir que tiene derecho a enfadarse —repuso Valeria.
—Lo sé.
—Sólo tienes que ser paciente. Estoy segura de que lo arreglarán.
—No lo sé. Yo no lo sé.
Paula pensó todo el día si debía bajar a saludar a Pedro cuando fuera a buscar a Feli y al final decidió no hacerlo. Tenía un aspecto horrible, con el lado izquierdo de la frente, debajo de la venda, negro y azul y el ojo grande y morado como una ciruela madura, y no quería que él la viera así, pues sabía que le daría lástima.Y ella no necesitaba su lástima.
Pedro llegó a las cinco en punto y sentó a su hijo en el asiento de atrás de un gran Cadillac negro. Paula los vió alejarse desde su ventana.Cuatro horas más tarde, los esperaba en el mismo sitio con la ventana un poco abierta. El coche apareció a las nueve y dos minutos y Feli saltó fuera antes de que el chófer pudiera dar la vuelta para abrirle la puerta.
—No hace falta, José —le oyó decir Paula—. Me gusta abrir las puertas —se inclinó hacia el asiento de atrás—. Adiós, Pedro. Hasta el miércoles...
Al parecer, lo del miércoles era cosa hecha. Paula sabía que era bueno que su hijo conociera por fin a su padre. Ella se alegraba de eso.Pero todo lo demás era un desastre espantoso.
El martes, Alejandra la llevó a ver al doctor Jover, quien le quitó la venda, examinó la herida de la sien y le dijo que tenía buen aspecto. Le puso una venda mucho más pequeña y le dijo lo que ella ya sabía, que la hinchazón bajaría, se absorberían los puntos, la cicatriz curaría y los moratones desaparecerían.
—Dele tiempo y si dentro de seis meses no le gusta esa cicatriz, una sencilla operación de estética la dejará tan guapa como antes.
Paula se dió cuenta de que estaba a punto de coquetear con ella y apartó la vista. Y no porque pareciera un hombre que intentaba ligar a menudo, que sí lo parecía. No. Apartó la vista por Pedro. Cuando quisiera coquetear, lo haría con él, lo cual, teniendo en cuenta las muchas cosas que los separaban, no era probable en ese momento.
En el camino de vuelta, Alejandra intentó averiguar lo que había pasado entre Pedro y ella.
—Pau, querida, tu padre y yo nos preguntamos si... La joven la interrumpió de inmediato.
—¿La pregunta tiene que ver con Pedro?
Su madre apretó el volante con nerviosismo.
—Bueno, tesoro, te salvó la vida y parecía tan atento y luego...
—Ahora no, mamá. Ahora no puedo hablar de eso.
Alejandra no insistió. Y Paula se lo agradeció en su interior.
El miércoles decidió que ya estaba harta de esconderse en su cuarto y cuando llegó Pedro a buscar a Feli, abrió la puerta ella.Él, que había preparado una sonrisa, se puso serio al verla.
—Paula.
—Hola, Pedro.
—Ese ojo tiene mal aspecto.
Ella enderezó los hombros.
—Está mejor que estaba. En realidad me encuentro bastante bien. Mañana seguramente estaré preparada para esa larga conversación que decías.
—Veremos... ¿Está Feli?
—Sabes que sí —ella se apartó para dejarlo entrar.
Feli bajaba ya las escaleras.
—Hola, Pepe.El hombre suavizó su expresión en el acto.
—Hola. Vámonos enseguida —se volvió de nuevo a la puerta.
—¡Está bien! Feli lo siguió de inmediato. Ya en la calle, se volvió a mirar a su madre.
—Puedes venir con nosotros si quieres...
Pedro se detuvo en el acto y giró para mirarla con expresión inescrutable.
Paula sonrió a su hijo.
—No, hoy me quedaré en casa. Que se diviertan.
Feli corrió a darle un abrazo.
—Te quiero, mami...
—Yo también a tí.
El niño echó a correr de nuevo, abrió la puerta de atrás del coche grande negro y se deslizó dentro.
Paula entró en la casa y cerró la puerta con rapidez. En ese momento no podía mirar cómo el Cadillac brillante se alejaba con su hijo.Al volverse, vió a sus padres juntos al pie de las escaleras. Los dos la miraban sorprendidos.En sus rostros confusos vió reflejado su secreto. Vió lo que su secreto le había hecho a su familia, cómo había formado un agujero de malos entendidos y de dolor tan amplio como el que se interponía ahora entre el padre de su hijo y ella.Sus padres y Valeria eran su familia. Y ella los había abandonado, los había dejado atrás. Se había construido una nueva vida sin ellos. Porque era una cobarde que no estaba dispuesta a afrontar las consecuencias del gran error que había cometido.Pero eso se había acabado. Levantó la cabeza.
—Mamá, prepara café. Tenemos que hablar los tres.
Trampa De Gemelas: Capítulo 29
—¿Paula? ¿Sigues ahí?
—Sí, estoy aquí.
—Está bien. Si él quiere venir mañana, le diré que te pida permiso y tú le dirás que sí.
Paula sintió una irritación repentina.
—Ya te he dicho que puede ir.
—Bien. Y si quiere que tú también vengas, le dices que todavía no te sientes con fuerzas.
Paula no se sentía con fuerzas, así que eso no sería mentira. Se apoyó en la cama y cerró los ojos.
—Sí, está bien.
—Si todo va bien mañana, le pediré que venga también el miércoles y tú le dirás que todavía sigues sin fuerzas.
—¿Y si tengo fuerzas? ¿Qué le digo entonces? —preguntó ella, a pesar de que sabía que no debía hacerlo.
—Seguro que se te ocurrirá algo.
—No pienso mentirle.
Pedro se echó a reír.
—Eso es muy bueno viniendo de tí.
Paula abrió la boca para protestar, pero optó por cerrarla. El comentario era cruel, pero también era la verdad. Había contado muchas mentiras y no tenía sentido fingir que no era así.
—¿Alguna objeción más? —preguntó él.
Paula levantó una mano y la apoyó con cuidado en la venda que le cubría la frente.
—Hablas como un abogado.
—Es lo que soy. Hablaremos el jueves.
—Espera, yo... —pero ya era demasiado tarde. Pedro había colgado.
El lunes, Valeria y Julián se marchaban a la luna de miel que la primera había insistido en posponer hasta que su hermana estuviera bien del todo. Cuando pasó a despedirse de su familia, Paula seguía en la cama con las cortinas corridas.
—Buenos días —Valeria asomó la cabeza por la puerta—. Despierta, dormilona. Son las diez y esto está muy oscuro —entró en el cuarto y descorrió las cortinas. Paula lanzó un gruñido—. ¿No está mejor así?
—No especialmente —Paula se sentó en la cama y entrecerró el ojo bueno para protegerlo de la luz; el otro estaba cerrado por la hinchazón, así que no le molestaba el brillo.Lena se dejó caer en la cama.
—¿Cómo te encuentras?
—No muy bien.
—Dentro de una hora salimos para el aeropuerto.Y tú tienes el ojo morado e hinchado. No estás muy atractiva que digamos.
—Muchas gracias.
—Ven aquí.
Valeria le abrió los brazos y Paula se echó en ellos.
—Diviértete mucho, ¿De acuerdo? —abrazó a su hermana con fuerza.
—Lo haré. Seguro que me encantan Las Bahamas. Estoy deseando que Julián vea el bikini enano que me he comprado. Oh, y la lencería... hace meses que tengo un baúl lleno esperando. Valeria la apartó para mirarla a los ojos.
—Todos estos años pensaba que te pondrías furiosa conmigo cuando te enteraras —musitó Paula.
Su hermana se encogió de hombros.
—Y seguramente me habría puesto si me hubiera enterado entonces, pero ahora... Hace ya tanto tiempo de eso que cuando miro hacia atrás no siento nada. Pero para tí debió ser terrible estar embarazada y guardar ese secreto, tener que contar tantas mentiras...
Paula se sentó más recta.
—No tenía que contarlas. Las conté porque quise.
—Bueno, tenías diecisiete años y...
Paula levantó una mano.
—No me disculpes; eso ya lo hago yo muy bien sola.
Las hermanas intercambiaron una mirada de entendimiento.
—¿Y cómo te va con Pepe? Mamá dice que ayer no vino.
Paula se puso tensa.
—¿Qué le has dicho?
—Nada, tranquila. Por una vez no pienso meterme. Le he dicho que si quiere saber algo sobre ustedes, te pregunte a tí.
—Eres la mejor.
—Claro que sí.
—Sí, estoy aquí.
—Está bien. Si él quiere venir mañana, le diré que te pida permiso y tú le dirás que sí.
Paula sintió una irritación repentina.
—Ya te he dicho que puede ir.
—Bien. Y si quiere que tú también vengas, le dices que todavía no te sientes con fuerzas.
Paula no se sentía con fuerzas, así que eso no sería mentira. Se apoyó en la cama y cerró los ojos.
—Sí, está bien.
—Si todo va bien mañana, le pediré que venga también el miércoles y tú le dirás que todavía sigues sin fuerzas.
—¿Y si tengo fuerzas? ¿Qué le digo entonces? —preguntó ella, a pesar de que sabía que no debía hacerlo.
—Seguro que se te ocurrirá algo.
—No pienso mentirle.
Pedro se echó a reír.
—Eso es muy bueno viniendo de tí.
Paula abrió la boca para protestar, pero optó por cerrarla. El comentario era cruel, pero también era la verdad. Había contado muchas mentiras y no tenía sentido fingir que no era así.
—¿Alguna objeción más? —preguntó él.
Paula levantó una mano y la apoyó con cuidado en la venda que le cubría la frente.
—Hablas como un abogado.
—Es lo que soy. Hablaremos el jueves.
—Espera, yo... —pero ya era demasiado tarde. Pedro había colgado.
El lunes, Valeria y Julián se marchaban a la luna de miel que la primera había insistido en posponer hasta que su hermana estuviera bien del todo. Cuando pasó a despedirse de su familia, Paula seguía en la cama con las cortinas corridas.
—Buenos días —Valeria asomó la cabeza por la puerta—. Despierta, dormilona. Son las diez y esto está muy oscuro —entró en el cuarto y descorrió las cortinas. Paula lanzó un gruñido—. ¿No está mejor así?
—No especialmente —Paula se sentó en la cama y entrecerró el ojo bueno para protegerlo de la luz; el otro estaba cerrado por la hinchazón, así que no le molestaba el brillo.Lena se dejó caer en la cama.
—¿Cómo te encuentras?
—No muy bien.
—Dentro de una hora salimos para el aeropuerto.Y tú tienes el ojo morado e hinchado. No estás muy atractiva que digamos.
—Muchas gracias.
—Ven aquí.
Valeria le abrió los brazos y Paula se echó en ellos.
—Diviértete mucho, ¿De acuerdo? —abrazó a su hermana con fuerza.
—Lo haré. Seguro que me encantan Las Bahamas. Estoy deseando que Julián vea el bikini enano que me he comprado. Oh, y la lencería... hace meses que tengo un baúl lleno esperando. Valeria la apartó para mirarla a los ojos.
—Todos estos años pensaba que te pondrías furiosa conmigo cuando te enteraras —musitó Paula.
Su hermana se encogió de hombros.
—Y seguramente me habría puesto si me hubiera enterado entonces, pero ahora... Hace ya tanto tiempo de eso que cuando miro hacia atrás no siento nada. Pero para tí debió ser terrible estar embarazada y guardar ese secreto, tener que contar tantas mentiras...
Paula se sentó más recta.
—No tenía que contarlas. Las conté porque quise.
—Bueno, tenías diecisiete años y...
Paula levantó una mano.
—No me disculpes; eso ya lo hago yo muy bien sola.
Las hermanas intercambiaron una mirada de entendimiento.
—¿Y cómo te va con Pepe? Mamá dice que ayer no vino.
Paula se puso tensa.
—¿Qué le has dicho?
—Nada, tranquila. Por una vez no pienso meterme. Le he dicho que si quiere saber algo sobre ustedes, te pregunte a tí.
—Eres la mejor.
—Claro que sí.
Trampa De Gemelas: Capítulo 28
Alejandra cerró la puerta en silencio.
—Lo siento, no quiero despertarlo —susurró.
—Claro que no —contestó Pedro. Él ya había visto lo que necesitaba ver.
La historia del tornado que había derrumbado el club de campo encima de trescientos invitados a una boda salió en la primera página del Abilene News Reporter y apareció también en el Dallas Morrting News, aunque no en primera página. Un periodista había hecho una foto de las ruinas del edificio derruido con un grupo de invitados supervivientes empapados y la foto pasó a las agencias de noticias y a través de ellas a periódicos de todo el país. La historia llegó incluso a la CNN y la MSNBC.El sábado por la tarde, el doctor Jover dió el alta a Paula, quien, después de abrazar a su hijo y dejarse mimar un rato por su madre, se retiró a su habitación y llamó al Doble T. Contestó Miranda y le dijo que esperara un momento. Poco después le llegó la voz de Pedro.
—Hola, Paula —su voz sonaba distante, fría, peligrosamente educada—. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Cada vez estoy mejor.
—Me alegro.
—Pedro... humm... ¡Ah! No sé por dónde empezar.
—¿Sí, Paula?
—Tenemos que hablar —anunció ella con voz temblorosa.
—Hablar —repuso él—. Sí, supongo que sí.
—Estoy en casa de mis padres. Quizá quieras venir y...
—¿Tener ahora esa conversación? —terminó él en su lugar.
—Bueno, sí. Podemos...
—No —la interrumpió él de nuevo—. Ahora no. Es mejor esperar.
Paula se llevó una mano a la cabeza vendada, que de pronto le dolía con furia.
—¿Esperar a qué? —se atrevió a preguntar.
—¿Cómo está tu cabeza? ¿Seguro que duele mucho?
—Sí, todavía me duele.
—Estaba seguro. Es mejor esperar un poco.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que te encuentres mejor. De hecho, supongo que querrás cancelar la cita que teníamos mañana. ¿Te acuerdas de esa cita?
—Claro que sí.
—Habla más alto. No te oigo.
—Sí me acuerdo —repitió ella.
—Una cita para hablar de un asunto que me has ocultado durante once años, ¿Verdad? —la voz de Pedro subió de volumen—. ¿Verdad?
—Verdad —repuso ella, tensa—. Sí. Para hablar de...
—Espera. Ahora no. Más adelante.
—¿Más adelante? —repitió ella con tristeza.
—Sí.
—¿Cuándo?
—¡Oh, vamos! Tú has esperado tanto tiempo que no creo que ahora te vaya a importar esperar unos días más.
Paula se sentía cada vez más miserable.
—Sé que ya te ha contado Vale lo de aquella noche y creo que tienes que entender que...
—Quiero que estés fuerte cuando hable contigo.
—Pedro, por favor. Yo sólo...
—El jueves. Te llamaré el jueves y veremos cómo te va.
—Pero...
—Y entretanto, me gustaría ver a Feli. ¿Te importaría mucho?
—¿Ver a Feli? —no sabía por qué le sorprendía aquello, era normal que quisiera verlo.
—¿Hay algún problema? —el tono profundo de él no ocultaba una amenaza sutil.
—No, ninguno —musitó ella.
—Entonces de acuerdo. Iré a recogerlo mañana por la tarde a las cinco y te lo devolveré a las nueve.
—¿Te parece bien?
—Sí... está bien —paula tenía mil preguntas, pero no sabía por dónde empezar y él no parecía deseoso precisamente de darle respuestas—. ¿Qué le vas a decir?
—De momento nada. Quiero ir despacio, dejar que me conozca mejor antes de darle una sorpresa así.
—Sí. Eso suena... inteligente.
—Gracias. Lo llamaré más tarde y le preguntaré si quiere venir mañana al rancho conmigo a montar en Amos, nadar, comer perritos calientes y jugar con Fargo...
Su voz se apagó y Paula pensó con tristeza en su visita al rancho de la semana anterior y en lo bien que lo habían pasado los tres.
—Lo siento, no quiero despertarlo —susurró.
—Claro que no —contestó Pedro. Él ya había visto lo que necesitaba ver.
La historia del tornado que había derrumbado el club de campo encima de trescientos invitados a una boda salió en la primera página del Abilene News Reporter y apareció también en el Dallas Morrting News, aunque no en primera página. Un periodista había hecho una foto de las ruinas del edificio derruido con un grupo de invitados supervivientes empapados y la foto pasó a las agencias de noticias y a través de ellas a periódicos de todo el país. La historia llegó incluso a la CNN y la MSNBC.El sábado por la tarde, el doctor Jover dió el alta a Paula, quien, después de abrazar a su hijo y dejarse mimar un rato por su madre, se retiró a su habitación y llamó al Doble T. Contestó Miranda y le dijo que esperara un momento. Poco después le llegó la voz de Pedro.
—Hola, Paula —su voz sonaba distante, fría, peligrosamente educada—. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Cada vez estoy mejor.
—Me alegro.
—Pedro... humm... ¡Ah! No sé por dónde empezar.
—¿Sí, Paula?
—Tenemos que hablar —anunció ella con voz temblorosa.
—Hablar —repuso él—. Sí, supongo que sí.
—Estoy en casa de mis padres. Quizá quieras venir y...
—¿Tener ahora esa conversación? —terminó él en su lugar.
—Bueno, sí. Podemos...
—No —la interrumpió él de nuevo—. Ahora no. Es mejor esperar.
Paula se llevó una mano a la cabeza vendada, que de pronto le dolía con furia.
—¿Esperar a qué? —se atrevió a preguntar.
—¿Cómo está tu cabeza? ¿Seguro que duele mucho?
—Sí, todavía me duele.
—Estaba seguro. Es mejor esperar un poco.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que te encuentres mejor. De hecho, supongo que querrás cancelar la cita que teníamos mañana. ¿Te acuerdas de esa cita?
—Claro que sí.
—Habla más alto. No te oigo.
—Sí me acuerdo —repitió ella.
—Una cita para hablar de un asunto que me has ocultado durante once años, ¿Verdad? —la voz de Pedro subió de volumen—. ¿Verdad?
—Verdad —repuso ella, tensa—. Sí. Para hablar de...
—Espera. Ahora no. Más adelante.
—¿Más adelante? —repitió ella con tristeza.
—Sí.
—¿Cuándo?
—¡Oh, vamos! Tú has esperado tanto tiempo que no creo que ahora te vaya a importar esperar unos días más.
Paula se sentía cada vez más miserable.
—Sé que ya te ha contado Vale lo de aquella noche y creo que tienes que entender que...
—Quiero que estés fuerte cuando hable contigo.
—Pedro, por favor. Yo sólo...
—El jueves. Te llamaré el jueves y veremos cómo te va.
—Pero...
—Y entretanto, me gustaría ver a Feli. ¿Te importaría mucho?
—¿Ver a Feli? —no sabía por qué le sorprendía aquello, era normal que quisiera verlo.
—¿Hay algún problema? —el tono profundo de él no ocultaba una amenaza sutil.
—No, ninguno —musitó ella.
—Entonces de acuerdo. Iré a recogerlo mañana por la tarde a las cinco y te lo devolveré a las nueve.
—¿Te parece bien?
—Sí... está bien —paula tenía mil preguntas, pero no sabía por dónde empezar y él no parecía deseoso precisamente de darle respuestas—. ¿Qué le vas a decir?
—De momento nada. Quiero ir despacio, dejar que me conozca mejor antes de darle una sorpresa así.
—Sí. Eso suena... inteligente.
—Gracias. Lo llamaré más tarde y le preguntaré si quiere venir mañana al rancho conmigo a montar en Amos, nadar, comer perritos calientes y jugar con Fargo...
Su voz se apagó y Paula pensó con tristeza en su visita al rancho de la semana anterior y en lo bien que lo habían pasado los tres.
lunes, 29 de agosto de 2016
Trampa De Gemelas: Capítulo 27
—Sí —Valeria arrugó la cara como si succionara un limón—. Ha salido solo. Yo creía que tú ya se lo habías contado y quena que supiera que me sentía mal por haberlo engañado así. Cuando me he dado cuenta de que tú no le habías dicho nada, ya había metido la pata hasta el fondo.
Paula tragó saliva y empezó a toser.
—Agua... —Valeria le pasó un vaso que había en la mesilla y ella bebió—. ¿Se lo ha tomado muy mal?
—Oh, no sé. Creo que no es para tanto. Fue una estupidez y estuvo mal, pero también fue hace mucho tiempo y él y yo ya habíamos terminado.
—¿Y cómo ha reaccionado él?
—Se ha quedado muy callado. Raro, ¿Verdad? Y luego ha llegado el médico y Pedro ha dicho que no podía venir aquí. No lo entiendo. Fue un engaño, sí, pero tampoco le arruinamos la vida con eso.
Paula miró a su hermana. Pensó en todas las ocasiones que había tenido de decírselo y en cómo las había desperdiciado. Y ahora ya era tarde. Él ya lo sabía y, por lo que decía Valeria, no se lo había tomado bien.
Paula dejó escapar un sollozo.
—¡Oh, lo siento mucho! Parece que lo he estropeado todo. Te juro que no sé por qué me cuesta tanto tener la boca cerrada...
Paula no podía dejar que se echara la culpa.
—Tú no has estropeado nada, he sido yo.
Valeria tomó un pañuelo de papel de la caja que había en la mesilla.
—¿Eh? —se sonó en el pañuelo—. Vamos, fui yo la que tuvo la idea. Y la que lo ha estropeado todo esta noche, así que...
Paula le dió una palmadita en el brazo.
—Créeme. No es culpa tuya.
—No veo cómo puedes decir eso.
—Lo sé. Pero lo verás.
Valeria frunció el ceño.
—Genial. Eso quiere decir que no me vas a explicar lo que pasa, ¿Verdad?
—No puedo. Antes tengo que hablar con Pedro. Pero en cuanto pueda, te lo contaré todo, te lo prometo. Lo único que necesitas saber ahora es que no has hecho nada malo. Todo lo malo aquí es obra mía.
—Pero yo no... —Valeria se detuvo en mitad de la frase.
Paula, que le miraba la cara, supo el momento exacto en que su hermana empezaba a comprender—. O puede que sí —dijo con suavidad—. La noche del baile, Pepe y tú...
Paula tragó saliva y asintió con la cabeza.
—No era verdad que fuisteis a desayunar, ¿Eh?
—No. Metí la pata —comentó Paula.
Y Valeria asintió.
—Sí, parece que sí.
Pedro llamó al timbre de la casa y esperó. Abrió Miguel, ataviado con una bata de cuadros y unos mocasines viejos. Su rostro se ensombreció al verlo.
—¿Pau? ¿Está...?
Pedro se apresuró a tranquilizarlo.
—Está bien. Vale se ha quedado con ella. He venido a decirless que se pondrá bien.
Sabía que la excusa sonaba tonta. Después de todo, Miguel había oído ya esa noticia de boca del doctor Jover horas atrás, antes de irse del hospital. Alejandra apareció en la escalera con una bata larga rosa y el pelo aplastado en un lado.
—¿Quién es?
—Es Pepe —repuso su marido—. Ha venido a decirnos que Pau está bien.
—¡Pepe! —Alejandra bajó las escaleras deprisa—. Entra, entra, por favor.
Fueron a la cocina, donde Alejandra preparó café enseguida. Le sirvió una taza y le ofreció nuevos y tostadas, que él declinó. Ni a Miguel ni a Alejandra parecía importarles que no hubiera necesidad de que estuviera allí ni que las noticias que les había llevado tuvieran muy poco de novedoso. Y cuando pidió ver a Felipe, Alejandra se levantó enseguida.
—Se alegrará mucho. Ha preguntado por tí antes de acostarse.
—¿Sí?
—Claro que sí. Le has causado una gran impresión.
—¿De verdad?
Miguel soltó una risita.
—No hay mejor modo de impresionar a un chico que salvarles la vida a su madre y a él.
Alejandra asintió con ojos húmedos.
—Y también a los abuelos del chico.
—Créetelo —dijo Miguel—. En este momento eres casi tan popular con Feli como ese perro tuyo tan feo.
Alejandra sonrió.
—Ven por aquí.
Pedro dejó la taza de café en la mesa y la siguió hasta una habitación de arriba. Llamó suavemente con los nudillos pero no hubo respuesta. Alejandra se llevó un dedo a los labios y abrió la puerta con lentitud. La luz del pasillo entró en la estancia y alumbró la cama individual situada al lado de la pared. Felipe dormía profundamente tumbado de espaldas.Llevaba un pijama azul de Bart Simpson y el remolino de la coronilla destacaba sobre la almohada. La luz acentuaba la sombra que definía el hoyuelo de su barbilla, un hoyuelo igual al que veía Pedro todas las mañanas cuando se afeitaba delante del espejo.Y no eran sólo el hoyuelo de la barbilla y el remolino, era también la forma del rostro y la curva de su boca cuando sonreía.No había duda. Tenía que haberlo visto antes. Había tenido la verdad delante de los ojos durante dos semanas y no la había visto. Sólo había visto lo que esperaba ver.Como aquella noche tantos años atrás... Esperaba ver a Valeria y por eso la vió a ella. Aun así, notó que parecía distinta; sus ojos eran más suaves y su voz también. Era más gentil, más callada. Aquella noche no era la Valeria que él conocía. Porque no era Valeria.
Paula tragó saliva y empezó a toser.
—Agua... —Valeria le pasó un vaso que había en la mesilla y ella bebió—. ¿Se lo ha tomado muy mal?
—Oh, no sé. Creo que no es para tanto. Fue una estupidez y estuvo mal, pero también fue hace mucho tiempo y él y yo ya habíamos terminado.
—¿Y cómo ha reaccionado él?
—Se ha quedado muy callado. Raro, ¿Verdad? Y luego ha llegado el médico y Pedro ha dicho que no podía venir aquí. No lo entiendo. Fue un engaño, sí, pero tampoco le arruinamos la vida con eso.
Paula miró a su hermana. Pensó en todas las ocasiones que había tenido de decírselo y en cómo las había desperdiciado. Y ahora ya era tarde. Él ya lo sabía y, por lo que decía Valeria, no se lo había tomado bien.
Paula dejó escapar un sollozo.
—¡Oh, lo siento mucho! Parece que lo he estropeado todo. Te juro que no sé por qué me cuesta tanto tener la boca cerrada...
Paula no podía dejar que se echara la culpa.
—Tú no has estropeado nada, he sido yo.
Valeria tomó un pañuelo de papel de la caja que había en la mesilla.
—¿Eh? —se sonó en el pañuelo—. Vamos, fui yo la que tuvo la idea. Y la que lo ha estropeado todo esta noche, así que...
Paula le dió una palmadita en el brazo.
—Créeme. No es culpa tuya.
—No veo cómo puedes decir eso.
—Lo sé. Pero lo verás.
Valeria frunció el ceño.
—Genial. Eso quiere decir que no me vas a explicar lo que pasa, ¿Verdad?
—No puedo. Antes tengo que hablar con Pedro. Pero en cuanto pueda, te lo contaré todo, te lo prometo. Lo único que necesitas saber ahora es que no has hecho nada malo. Todo lo malo aquí es obra mía.
—Pero yo no... —Valeria se detuvo en mitad de la frase.
Paula, que le miraba la cara, supo el momento exacto en que su hermana empezaba a comprender—. O puede que sí —dijo con suavidad—. La noche del baile, Pepe y tú...
Paula tragó saliva y asintió con la cabeza.
—No era verdad que fuisteis a desayunar, ¿Eh?
—No. Metí la pata —comentó Paula.
Y Valeria asintió.
—Sí, parece que sí.
Pedro llamó al timbre de la casa y esperó. Abrió Miguel, ataviado con una bata de cuadros y unos mocasines viejos. Su rostro se ensombreció al verlo.
—¿Pau? ¿Está...?
Pedro se apresuró a tranquilizarlo.
—Está bien. Vale se ha quedado con ella. He venido a decirless que se pondrá bien.
Sabía que la excusa sonaba tonta. Después de todo, Miguel había oído ya esa noticia de boca del doctor Jover horas atrás, antes de irse del hospital. Alejandra apareció en la escalera con una bata larga rosa y el pelo aplastado en un lado.
—¿Quién es?
—Es Pepe —repuso su marido—. Ha venido a decirnos que Pau está bien.
—¡Pepe! —Alejandra bajó las escaleras deprisa—. Entra, entra, por favor.
Fueron a la cocina, donde Alejandra preparó café enseguida. Le sirvió una taza y le ofreció nuevos y tostadas, que él declinó. Ni a Miguel ni a Alejandra parecía importarles que no hubiera necesidad de que estuviera allí ni que las noticias que les había llevado tuvieran muy poco de novedoso. Y cuando pidió ver a Felipe, Alejandra se levantó enseguida.
—Se alegrará mucho. Ha preguntado por tí antes de acostarse.
—¿Sí?
—Claro que sí. Le has causado una gran impresión.
—¿De verdad?
Miguel soltó una risita.
—No hay mejor modo de impresionar a un chico que salvarles la vida a su madre y a él.
Alejandra asintió con ojos húmedos.
—Y también a los abuelos del chico.
—Créetelo —dijo Miguel—. En este momento eres casi tan popular con Feli como ese perro tuyo tan feo.
Alejandra sonrió.
—Ven por aquí.
Pedro dejó la taza de café en la mesa y la siguió hasta una habitación de arriba. Llamó suavemente con los nudillos pero no hubo respuesta. Alejandra se llevó un dedo a los labios y abrió la puerta con lentitud. La luz del pasillo entró en la estancia y alumbró la cama individual situada al lado de la pared. Felipe dormía profundamente tumbado de espaldas.Llevaba un pijama azul de Bart Simpson y el remolino de la coronilla destacaba sobre la almohada. La luz acentuaba la sombra que definía el hoyuelo de su barbilla, un hoyuelo igual al que veía Pedro todas las mañanas cuando se afeitaba delante del espejo.Y no eran sólo el hoyuelo de la barbilla y el remolino, era también la forma del rostro y la curva de su boca cuando sonreía.No había duda. Tenía que haberlo visto antes. Había tenido la verdad delante de los ojos durante dos semanas y no la había visto. Sólo había visto lo que esperaba ver.Como aquella noche tantos años atrás... Esperaba ver a Valeria y por eso la vió a ella. Aun así, notó que parecía distinta; sus ojos eran más suaves y su voz también. Era más gentil, más callada. Aquella noche no era la Valeria que él conocía. Porque no era Valeria.
Trampa De Gemelas: Capítulo 26
—Eres la novia más hermosa que he visto nunca —susurró.
A Valeria se le humedecieron los ojos.
—Sí, estaba bastante guapa, ¿Eh?
—Todavía lo estás. Guapísima...
Valeria le dió un pellizco suave en el hombro.
—¡Oh, cállate!
—Tengo suerte de tener una hermana como tú.
—Lo digo en serio. Me voy a echar a llorar.
—No siempre te he apreciado en lo que vales y lo sé. Pero te prometo que eso va a cambiar. A partir de ahora me voy a esforzar tanto como tú por mantener este vínculo especial que tenemos.
—Estupendo —musitó Valeria—. Vuelve a casa.
—Eso no lo sé... todavía.
—¡Vaya! Deberías darte un golpe en la cabeza más a menudo. No, yo no he dicho eso —Valeria la miró con remordimientos—. No puedo creer que haya dicho eso. Ha sido horrible y yo no quiero que se repita nunca.
—Ya conoces el dicho. Mala suerte en tu boda es buena suerte el resto de tu vida de casada.
Valeria miró a Julián, que se había sentado en la silla del rincón.
—Entonces el nuestro va a ser el matrimonio más afortunado de la historia.
—De eso no hay duda —Paula miró de nuevo la puerta y suspiró.
—¿Qué? —preguntó su hermana.
—Me gustaría que Pedro hubiera venido aquí antes de marcharse.
—Oh. Bueno... —Valeria se mordió el labio inferior.
Y Paula empezó a captar al fin que algo no iba bien.
—¿Vale?
—¿Sí?
—Creo que es mejor que me cuentes lo que pasa.
Un granjero anciano recogió a Pedro cuando sólo había andado poco más de un kilómetro.
—¿Se ha enterado de lo del tornado? —le preguntó—. Ha destruido el club de campo —movió la cabeza—. Y en mitad de una boda. ¿Se ha enterado?
Pedro hizo un ruido con la garganta y mantuvo la vista fija al frente.—Aunque creo que todos han salido con vida —continuó el granjero—. Alabado sea Dios.
—Amén —repuso Pedro.
—Hijo, me parece que usted estaba allí.
Pedro gruñó y se miró los pantalones y la camisa manchados con la sangre de Paula.
—Sí.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el anciano.
Pedro lo miró.
—No. Pero estoy en ello.
—¿Quiere hablar?
—Lo siento. Me parece que no.
—Está bien. Pues guarde silencio y deje que lo lleve a su destino.
Diez minutos más tarde, el granjero lo dejaba delante de la casa de ladrillo rojo en la que se había criado Paula. Pedro le dió las gracias y se quedó mirando cómo se alejaba la camioneta. Cuando las luces desaparecieron al doblar una esquina, parpadeó, movió la cabeza y echó a andar hacia la puerta de la casa.
Julián se levantó de la silla.
—Vale, cariño —dijo con expresión de incomodidad—, te espero en la sala.
Su mujer se acercó y le dio un beso rápido.
Paula le dió las gracias.
—Eres el mejor cuñado que he tenido nunca.
Él sonrió y salió de la estancia.
Paula miró a su hermana.
—Sé que ha pasado algo con Pedro. ¿Qué ha sido?
—Oh, bueno, yo...
—Dímelo, por favor.
—Bueno, no estoy segura; puede que me equivoque...
—¿Pero...?
Valeria respiró con fuerza.
—Bueno, creo que se ha molestado cuando le he dicho que te habías hecho pasar por mí la noche del baile de graduación.
A Paula se le paró el corazón... y después empezó a latirle con fuerza.
—¿Se lo has dicho?
A Valeria se le humedecieron los ojos.
—Sí, estaba bastante guapa, ¿Eh?
—Todavía lo estás. Guapísima...
Valeria le dió un pellizco suave en el hombro.
—¡Oh, cállate!
—Tengo suerte de tener una hermana como tú.
—Lo digo en serio. Me voy a echar a llorar.
—No siempre te he apreciado en lo que vales y lo sé. Pero te prometo que eso va a cambiar. A partir de ahora me voy a esforzar tanto como tú por mantener este vínculo especial que tenemos.
—Estupendo —musitó Valeria—. Vuelve a casa.
—Eso no lo sé... todavía.
—¡Vaya! Deberías darte un golpe en la cabeza más a menudo. No, yo no he dicho eso —Valeria la miró con remordimientos—. No puedo creer que haya dicho eso. Ha sido horrible y yo no quiero que se repita nunca.
—Ya conoces el dicho. Mala suerte en tu boda es buena suerte el resto de tu vida de casada.
Valeria miró a Julián, que se había sentado en la silla del rincón.
—Entonces el nuestro va a ser el matrimonio más afortunado de la historia.
—De eso no hay duda —Paula miró de nuevo la puerta y suspiró.
—¿Qué? —preguntó su hermana.
—Me gustaría que Pedro hubiera venido aquí antes de marcharse.
—Oh. Bueno... —Valeria se mordió el labio inferior.
Y Paula empezó a captar al fin que algo no iba bien.
—¿Vale?
—¿Sí?
—Creo que es mejor que me cuentes lo que pasa.
Un granjero anciano recogió a Pedro cuando sólo había andado poco más de un kilómetro.
—¿Se ha enterado de lo del tornado? —le preguntó—. Ha destruido el club de campo —movió la cabeza—. Y en mitad de una boda. ¿Se ha enterado?
Pedro hizo un ruido con la garganta y mantuvo la vista fija al frente.—Aunque creo que todos han salido con vida —continuó el granjero—. Alabado sea Dios.
—Amén —repuso Pedro.
—Hijo, me parece que usted estaba allí.
Pedro gruñó y se miró los pantalones y la camisa manchados con la sangre de Paula.
—Sí.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el anciano.
Pedro lo miró.
—No. Pero estoy en ello.
—¿Quiere hablar?
—Lo siento. Me parece que no.
—Está bien. Pues guarde silencio y deje que lo lleve a su destino.
Diez minutos más tarde, el granjero lo dejaba delante de la casa de ladrillo rojo en la que se había criado Paula. Pedro le dió las gracias y se quedó mirando cómo se alejaba la camioneta. Cuando las luces desaparecieron al doblar una esquina, parpadeó, movió la cabeza y echó a andar hacia la puerta de la casa.
Julián se levantó de la silla.
—Vale, cariño —dijo con expresión de incomodidad—, te espero en la sala.
Su mujer se acercó y le dio un beso rápido.
Paula le dió las gracias.
—Eres el mejor cuñado que he tenido nunca.
Él sonrió y salió de la estancia.
Paula miró a su hermana.
—Sé que ha pasado algo con Pedro. ¿Qué ha sido?
—Oh, bueno, yo...
—Dímelo, por favor.
—Bueno, no estoy segura; puede que me equivoque...
—¿Pero...?
Valeria respiró con fuerza.
—Bueno, creo que se ha molestado cuando le he dicho que te habías hecho pasar por mí la noche del baile de graduación.
A Paula se le paró el corazón... y después empezó a latirle con fuerza.
—¿Se lo has dicho?
Trampa De Gemelas: Capítulo 25
Menos de un minuto después de que Valeria le contara la verdad sobre aquella noche de once años atrás, el doctor Jover, que se había hecho cargo de Paula a su llegada al hospital, apareció en la puerta de la sala de espera. Valeria se puso en pie.
—¿Podemos verla? Sólo unos minutos, por favor.El médico le sonrió.
—Ahora descansa tranquila. Y en cuanto a la visita, ¿Cómo podría negarle nada a una novia tan hermosa?
Julián se levantó enseguida y apretó a Valeria contra su costado para dejar claro que aquella novia ya tenía dueño.
—Gracias. ¿En qué habitación está?
Valeria miró a Pedro, que seguía sentado.
—Vamos. Ya podemos entrar...
Él se levantó despacio; se sentía mareado. Se acercó al médico.
—¿Seguro que está bien?
El guapo doctor sonrió.
—Muy bien. Creo que ya podemos decir que está fuera de peligro.
Valeria se estremecía de impaciencia.
—Vamos, Pepe...
Pero él no quería ir. No podía verla en ese momento porque no podía fiarse de no...
—Creo que será mejor que vaya a ver a tus padres y les dé la buena noticia. Y también a Feli, si está despierto todavía.
A Feli... a su hijo... Pero un momento... Todavía había otro hombre de la noche siguiente a la que Paula había pasado con él.¿O no lo había? ¿Quién podía saberlo? Sólo Paula, quien hasta ese momento le había contado una mentira tras otra. Tenía muchas cosas que decirle y ninguna bonita... y por eso no se atrevía a verla tumbada en una cama y con puntos en la cabeza.
—Pero Pepe, no hace falta que vayas a casa. Podemos llamar a mis padres y seguro que Pau quiere verte y...
—No —él retrocedió un paso y levantó una mano—. Tengo que irme. Dile que la veré... muy pronto. Dile que se mejore rápidamente.
Se volvió y salió al pasillo sin dar tiempo a Valeria a contestar.Un minuto después salía a la oscuridad de la noche. Había dejado de llover; el viento había empujado las nubes y el cielo se había quedado raso y cuajado de estrellas. Se metió la mano al bolsillo para buscar las llaves y se dió cuenta de que su coche estaba en el aparcamiento del club de campo, tal vez enterrado entre escombros o aplastado por un roble. No lo sabía y en ese momento no le importaba.Le importaba llegar a casa de los Chaves y ver a Feli. Pero el hospital estaba a quince kilómetros de Tate's Junction y en la zona no había taxis. Se quedó mirando las estrellas y pensó un momento. Podía llamar a su hermano, pero no quería sacarlo de la cama a esa hora. Guardó las manos en los bolsillos y echó a andar aunque pensaba que era una estupidez. Tardaría horas en llegar a casa de los Chaves. Pero en ese momento no le importaba lo que tardara, sólo sabía que iba allí y que cuando llegara vería a Feli y... ¿Y qué? No lo sabía.No sabía nada; pero, por otra parte, había viajado por todo el mundo sin saber nunca adónde iba. Por lo menos esa noche su destino estaba claro.Sentía el viento en la cara, cálido y oloroso a lluvia. Se quitó la chaqueta, se la echó al hombro y siguió andando.
Valeria le dió una palmadita a Paula en el hombro.
—El doctor Zastrow dice que te pondrás bien. No te imaginas lo aliviada que me siento. Nos has dado un buen susto.
Paula miraba el umbral vacío por el que esperaba que entrara Pedro. Se llevó una mano a la venda que tenía en la cabeza. Eso no era lo único que le dolía, sentía el cuerpo entero rígido y dolorido y tenía además una sensación extraña de irrealidad. ¿Y por qué no iba Pedro a verla? Se tocó la boca, donde sentía todavía el recuerdo de sus besos. No lo entendía.
—¿Pedro ha dicho que iba a casa de papá y mamá?
Valeria sonrió.
—Así es. Ha dicho que te vería muy pronto y que te mejores rápidamente.
Paula cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Valeria seguía allí, mirándola sonriente, a pesar de que tenía el pelo revuelto, una mancha de barro en la mejilla y de que su vestido estaba roto en la manga y sucio de lodo. Paula pensó que era afortunada de tener una hermana así. Una hermana que la llamaba aunque ella no le devolviera las llamadas, que nunca dejaba de intentar mantener el contacto familiar, que no dudaba en pasar su noche de bodas en el hospital con su vestido de novia roto para darle una palmadita en el hombro y decirle que se pondría bien.
—¿Podemos verla? Sólo unos minutos, por favor.El médico le sonrió.
—Ahora descansa tranquila. Y en cuanto a la visita, ¿Cómo podría negarle nada a una novia tan hermosa?
Julián se levantó enseguida y apretó a Valeria contra su costado para dejar claro que aquella novia ya tenía dueño.
—Gracias. ¿En qué habitación está?
Valeria miró a Pedro, que seguía sentado.
—Vamos. Ya podemos entrar...
Él se levantó despacio; se sentía mareado. Se acercó al médico.
—¿Seguro que está bien?
El guapo doctor sonrió.
—Muy bien. Creo que ya podemos decir que está fuera de peligro.
Valeria se estremecía de impaciencia.
—Vamos, Pepe...
Pero él no quería ir. No podía verla en ese momento porque no podía fiarse de no...
—Creo que será mejor que vaya a ver a tus padres y les dé la buena noticia. Y también a Feli, si está despierto todavía.
A Feli... a su hijo... Pero un momento... Todavía había otro hombre de la noche siguiente a la que Paula había pasado con él.¿O no lo había? ¿Quién podía saberlo? Sólo Paula, quien hasta ese momento le había contado una mentira tras otra. Tenía muchas cosas que decirle y ninguna bonita... y por eso no se atrevía a verla tumbada en una cama y con puntos en la cabeza.
—Pero Pepe, no hace falta que vayas a casa. Podemos llamar a mis padres y seguro que Pau quiere verte y...
—No —él retrocedió un paso y levantó una mano—. Tengo que irme. Dile que la veré... muy pronto. Dile que se mejore rápidamente.
Se volvió y salió al pasillo sin dar tiempo a Valeria a contestar.Un minuto después salía a la oscuridad de la noche. Había dejado de llover; el viento había empujado las nubes y el cielo se había quedado raso y cuajado de estrellas. Se metió la mano al bolsillo para buscar las llaves y se dió cuenta de que su coche estaba en el aparcamiento del club de campo, tal vez enterrado entre escombros o aplastado por un roble. No lo sabía y en ese momento no le importaba.Le importaba llegar a casa de los Chaves y ver a Feli. Pero el hospital estaba a quince kilómetros de Tate's Junction y en la zona no había taxis. Se quedó mirando las estrellas y pensó un momento. Podía llamar a su hermano, pero no quería sacarlo de la cama a esa hora. Guardó las manos en los bolsillos y echó a andar aunque pensaba que era una estupidez. Tardaría horas en llegar a casa de los Chaves. Pero en ese momento no le importaba lo que tardara, sólo sabía que iba allí y que cuando llegara vería a Feli y... ¿Y qué? No lo sabía.No sabía nada; pero, por otra parte, había viajado por todo el mundo sin saber nunca adónde iba. Por lo menos esa noche su destino estaba claro.Sentía el viento en la cara, cálido y oloroso a lluvia. Se quitó la chaqueta, se la echó al hombro y siguió andando.
Valeria le dió una palmadita a Paula en el hombro.
—El doctor Zastrow dice que te pondrás bien. No te imaginas lo aliviada que me siento. Nos has dado un buen susto.
Paula miraba el umbral vacío por el que esperaba que entrara Pedro. Se llevó una mano a la venda que tenía en la cabeza. Eso no era lo único que le dolía, sentía el cuerpo entero rígido y dolorido y tenía además una sensación extraña de irrealidad. ¿Y por qué no iba Pedro a verla? Se tocó la boca, donde sentía todavía el recuerdo de sus besos. No lo entendía.
—¿Pedro ha dicho que iba a casa de papá y mamá?
Valeria sonrió.
—Así es. Ha dicho que te vería muy pronto y que te mejores rápidamente.
Paula cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Valeria seguía allí, mirándola sonriente, a pesar de que tenía el pelo revuelto, una mancha de barro en la mejilla y de que su vestido estaba roto en la manga y sucio de lodo. Paula pensó que era afortunada de tener una hermana así. Una hermana que la llamaba aunque ella no le devolviera las llamadas, que nunca dejaba de intentar mantener el contacto familiar, que no dudaba en pasar su noche de bodas en el hospital con su vestido de novia roto para darle una palmadita en el hombro y decirle que se pondría bien.
Trampa De Gemelas: Capítulo 24
Después de despertarse en la ambulancia, se había mantenido consciente, lo cual era buena señal según los médicos. Desde su llegada allí le habían hecho una ecografía y no habían encontrado señales de fractura de cráneo ni de hematomas subdurales; no había sangre en el cerebro que pudiera causar hinchazón y daños cerebrales.Le habían dado puntos en la herida, pero el médico había dicho que se mostraba muy optimista. La retendrían veinticuatro horas en observación y, si no había complicaciones, la dejarían marchar al día siguiente por la mañana.
Mientras Pedro se miraba los zapatos allí sentado, el personal del hospital trasladaba a Paula a una habitación de planta. Cuando estuviera instalada, Pedro pensaba entrar a verla con Valeria una vez más. Si tenía suerte, quizá incluso le dejaran pasar la noche en una silla en su cuarto. Tomó un trago del café amargo y se miró de nuevo los zapatos.Estaba más seguro que nunca de que ella era la mujer indicada para él y esa certeza lo maravillaba, pues hasta Paula, no había estado seguro de casi nada.
Vaaleria se desperezó y bostezó enfrente de él. Se inclinó a Julián y se susurró al oído. Éste lanzó un gruñido y Valeria miró a Pedro y asintió con la cabeza.
—Sí, sé que tengo razón...
Pedro se enderezó en su sillón y tomó otro sorbo de café.
—¿Qué?
Valeria apoyó los codos en las rodillas y se echó hacia delante. Lo miró con aquellos ojos azules idénticos a los de Paula y que, sin embargo, resultaban a la vez tan distintos.
—Ya sé que es una pregunta tonta teniendo en cuenta las circunstancias, pero ¿Estás enamorado de mi hermana?
Así era Valeria; le gustaba ir al grano de las cosas.
Pedro abrió la boca para decir que sí, pero lo pensó mejor. Le parecía erróneo hablar con Valeria de lo que sentía. Era a Paula a la que debía decírselo.Y lo haría en cuanto ella se encontrara mejor.
—Bueno, ¿Lo estás? —insistió ella.
Julián se movió en su silla.
—Cariño, déjalo en paz.
Valeria se alisó la falda del vestido y se volvió hacia su marido.
—Es mi hermana y quiero saberlo. Además, si Pau se casara con Pedro, volvería al pueblo —miró de nuevo al frente—. Por si te interesa, quiero que sepas que yo estoy a favor.
—Cariño... —protesto Julián.
Valeria le dedico una de sus sonrisas más dulces.
—¿Qué pasa, amor mío?
Julián se inclino y le dió un beso en la naríz.
—Algunas cosas no son asunto tuyo.
Valeria suspiró y se hundió de nuevo en la silla.
—Supongo que tienes razón.
Aquello sorprendió a Pedro. La Valeria que él había conocido jamás habría permitido que un hombre le dijera que algo no era de su incumbencia. Al parecer, el verdadero amor la había cambiado de verdad. O quizá sólo había madurado.
—Pau se pondrá bien —dijo ella—. Y eso es lo que importa, aunque vuelva a San Antonio y no la vea hasta que vaya a visitarla —apoyó de nuevo los brazos en las rodillas y miró a Tucker con la barbilla en las manos—. Y tú les has salvado la vida a Feli y a ella y mi familia tiene una gran deuda contigo. Y aunque no sea asunto mío, he visto que Pau y tú han estado juntos toda la tarde y que lo han pasado bien...
—Vale... —la interrumpió Julián.
Ella le dió una palmadita en el brazo.
—No te preocupes, no voy a insistir —miró a Pedro—. Pero después de todo lo que has hecho hoy, quiero que sepas que lamento lo que Pau y yo te hicimos la noche de la graduación —vió que él la miraba sin comprender—. ¿No te lo ha contado Pau?
—¿Qué me hicieron? —preguntó Pedro con cautela.
—¡Oh! —parpadeó Valeria—. ¿No te lo ha dicho?
Julián lanzó un gruñido.
—¿De qué estás hablando ahora?
Valeria miró a Pedro y luego a su marido.
—¡Oh, Señor! Creo que he metido la pata.
—¿Por qué? —preguntó Julián.
Valeria se ruborizó. Se enderezó en la silla y agitó las manos en el aire.
—Oh, bueno, no es para tanto. Después de todo, hace muchos años de eso y todos éramos muy jóvenes y tontos. Pero Pedro, tú y yo habíamos roto y yo sentía que tenía que ir a la fiesta. Hasta estaba propuesta como reina del baile. Así que sentía que tenía que ir pero no me apetecía nada. Y el acompañante de Paula se puso enfermo y ella sí quería ir y...
Pedro empezaba a entenderlo y no le gustaba. Miró a Valeria con incredulidad.
—Y míralo de este modo —siguió diciendo ella—. Aunque Pau no te lo haya dicho todavía, lo que hicimos no tiene nada de malo, ¿Verdad? Oh, no sé por qué le doy tanta importancia. Fue una travesura de adolescentes, algo de lo que nos arrepentimos tanto Pau como yo. Ah, y espero que nos perdones a las dos.
Pedro no habría podido contestar aunque hubiera querido.
—Vale, me he perdido. ¿Puedes ser más clara? —le pidió Julián.
La joven lo miró.
—Pau y yo nos cambiamos la noche del baile de graduación. Yo me quedé en casa y me hice pasar por ella y ella se puso mi vestido y fue al baile con Pedro en mi lugar.
—¡Vaya, que me condenen! —Julián miró a Pedro—. ¿Y tú no te diste cuenta?
—Me temo que no —consiguió contestar el interpelado con una voz tranquila que no traicionaba el torbellino emocional que tenía lugar en su interior. Al mismo tiempo, la última pieza del puzzle empezó a dar vueltas en su mente antes de encajar limpiamente en su sitio. La última pieza tenía la cara de Felipe.
Mientras Pedro se miraba los zapatos allí sentado, el personal del hospital trasladaba a Paula a una habitación de planta. Cuando estuviera instalada, Pedro pensaba entrar a verla con Valeria una vez más. Si tenía suerte, quizá incluso le dejaran pasar la noche en una silla en su cuarto. Tomó un trago del café amargo y se miró de nuevo los zapatos.Estaba más seguro que nunca de que ella era la mujer indicada para él y esa certeza lo maravillaba, pues hasta Paula, no había estado seguro de casi nada.
Vaaleria se desperezó y bostezó enfrente de él. Se inclinó a Julián y se susurró al oído. Éste lanzó un gruñido y Valeria miró a Pedro y asintió con la cabeza.
—Sí, sé que tengo razón...
Pedro se enderezó en su sillón y tomó otro sorbo de café.
—¿Qué?
Valeria apoyó los codos en las rodillas y se echó hacia delante. Lo miró con aquellos ojos azules idénticos a los de Paula y que, sin embargo, resultaban a la vez tan distintos.
—Ya sé que es una pregunta tonta teniendo en cuenta las circunstancias, pero ¿Estás enamorado de mi hermana?
Así era Valeria; le gustaba ir al grano de las cosas.
Pedro abrió la boca para decir que sí, pero lo pensó mejor. Le parecía erróneo hablar con Valeria de lo que sentía. Era a Paula a la que debía decírselo.Y lo haría en cuanto ella se encontrara mejor.
—Bueno, ¿Lo estás? —insistió ella.
Julián se movió en su silla.
—Cariño, déjalo en paz.
Valeria se alisó la falda del vestido y se volvió hacia su marido.
—Es mi hermana y quiero saberlo. Además, si Pau se casara con Pedro, volvería al pueblo —miró de nuevo al frente—. Por si te interesa, quiero que sepas que yo estoy a favor.
—Cariño... —protesto Julián.
Valeria le dedico una de sus sonrisas más dulces.
—¿Qué pasa, amor mío?
Julián se inclino y le dió un beso en la naríz.
—Algunas cosas no son asunto tuyo.
Valeria suspiró y se hundió de nuevo en la silla.
—Supongo que tienes razón.
Aquello sorprendió a Pedro. La Valeria que él había conocido jamás habría permitido que un hombre le dijera que algo no era de su incumbencia. Al parecer, el verdadero amor la había cambiado de verdad. O quizá sólo había madurado.
—Pau se pondrá bien —dijo ella—. Y eso es lo que importa, aunque vuelva a San Antonio y no la vea hasta que vaya a visitarla —apoyó de nuevo los brazos en las rodillas y miró a Tucker con la barbilla en las manos—. Y tú les has salvado la vida a Feli y a ella y mi familia tiene una gran deuda contigo. Y aunque no sea asunto mío, he visto que Pau y tú han estado juntos toda la tarde y que lo han pasado bien...
—Vale... —la interrumpió Julián.
Ella le dió una palmadita en el brazo.
—No te preocupes, no voy a insistir —miró a Pedro—. Pero después de todo lo que has hecho hoy, quiero que sepas que lamento lo que Pau y yo te hicimos la noche de la graduación —vió que él la miraba sin comprender—. ¿No te lo ha contado Pau?
—¿Qué me hicieron? —preguntó Pedro con cautela.
—¡Oh! —parpadeó Valeria—. ¿No te lo ha dicho?
Julián lanzó un gruñido.
—¿De qué estás hablando ahora?
Valeria miró a Pedro y luego a su marido.
—¡Oh, Señor! Creo que he metido la pata.
—¿Por qué? —preguntó Julián.
Valeria se ruborizó. Se enderezó en la silla y agitó las manos en el aire.
—Oh, bueno, no es para tanto. Después de todo, hace muchos años de eso y todos éramos muy jóvenes y tontos. Pero Pedro, tú y yo habíamos roto y yo sentía que tenía que ir a la fiesta. Hasta estaba propuesta como reina del baile. Así que sentía que tenía que ir pero no me apetecía nada. Y el acompañante de Paula se puso enfermo y ella sí quería ir y...
Pedro empezaba a entenderlo y no le gustaba. Miró a Valeria con incredulidad.
—Y míralo de este modo —siguió diciendo ella—. Aunque Pau no te lo haya dicho todavía, lo que hicimos no tiene nada de malo, ¿Verdad? Oh, no sé por qué le doy tanta importancia. Fue una travesura de adolescentes, algo de lo que nos arrepentimos tanto Pau como yo. Ah, y espero que nos perdones a las dos.
Pedro no habría podido contestar aunque hubiera querido.
—Vale, me he perdido. ¿Puedes ser más clara? —le pidió Julián.
La joven lo miró.
—Pau y yo nos cambiamos la noche del baile de graduación. Yo me quedé en casa y me hice pasar por ella y ella se puso mi vestido y fue al baile con Pedro en mi lugar.
—¡Vaya, que me condenen! —Julián miró a Pedro—. ¿Y tú no te diste cuenta?
—Me temo que no —consiguió contestar el interpelado con una voz tranquila que no traicionaba el torbellino emocional que tenía lugar en su interior. Al mismo tiempo, la última pieza del puzzle empezó a dar vueltas en su mente antes de encajar limpiamente en su sitio. La última pieza tenía la cara de Felipe.
Trampa De Gemelas: Capítulo 23
Antes de subir al vehículo habló con Felipe.
—Tu madre se pondrá bien.
El niño parecía pequeño y perdido allí de pie en la oscuridad bajo la lluvia que caía delante del edificio derruido de lo que había sido el club.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó con aire de duda.
Pedro consiguió sonreírle.
—Confía en mí. No dejaré que le pase nada.
Feli se adelantó y se abrazó con fuerza a su cintura.
—¿Lo prometes? —preguntó.
Pedro le devolvió el abrazo con un nudo en la garganta y sorprendido por la fuerza de los brazos que lo rodeaban. Tosió para vencer la emoción.
—Claro que sí. Te lo juro.
—Señor Alfonso —llamó uno de los técnicos de la ambulancia desde la puerta abierta de ésta—. Tenemos que irnos.
Felipe se apartó y se limpió la naríz con el dorso de la mano. Miguel, que estaba a poca distancia con Alejandra, Valeria y Julián, se adelantó y pasó un brazo por los hombros del chico.
—Nos veremos en el hospital.
Pedro asintió con la cabeza, subió a la ambulancia y miró a la familia de Paula. Estaban empapados y el hermoso vestido blando de Valeria se arrastraba por el barro. Feli, Miguel y Julián iban sin chaqueta y llevaban la corbata torcida y las camisas fuera de los pantalones. Alejandra era la única que lloraba en silencio y las lágrimas se mezclaban con la lluvia en sus mejillas.Cerraron las puertas y la ambulancia se puso en marcha.
Pedro procuró no molestar en el espacio cerrado. Los técnicos atendían a la paciente, limpiaban la herida y revisaban sus constantes vitales. Él los miraba y se sentía algo más tranquilo.Uno de los hombres le dijo que el club, situado al sur del pueblo y rodeado por un campo de golf, pistas de tenis, piscina y hectáreas de terreno abierto, era la única estructura que había resultado afectada y, por lo que sabían, Paula era la única herida.A mitad del recorrido, el milagro por el que rezaba Pedro se produjo al fin.Paula soltó un gemido y abrió los ojos. Y él la recibió con una sonrisa.
—¿Pedro? —ella parpadeó, se lamió los labios e intentó levantar la mano donde le habían puesto una vía. ¿Qué...?
—Tranquila, señora Chaves.
Pedro colocó una mano en la camilla.
—Te has dado un golpe en la cabeza, pero te pondrás bien.
—¿Feli? —preguntó ella débilmente.
—A salvo —dijo él—. Está con tu familia. Y por lo que sabemos, no hay nadie más herido.
—Bien —susurró ella—. Bien.
Tres horas más tarde, cerca ya de medianoche, Pedro, Valeria y Julián estaban sentados en la sala de espera del hospital. Miguel y Alejandra habían llevado a Feli a casa, pero Valeria, vestida todavía de novia, había insistido en no moverse de allí hasta que supiera que Paula estaba bien. Y Julián no se apartaba de ella.
Pedro estaba sentado enfrente de los recién casados con los codos apoyados en los brazos del sillón, un vaso de plástico de café malo en equilibrio sobre la panza y las piernas estiradas ante sí. Se miraba lo zapatos sucios sin verlos.No veía ni pensaba nada que no fuera Paula.
—Tu madre se pondrá bien.
El niño parecía pequeño y perdido allí de pie en la oscuridad bajo la lluvia que caía delante del edificio derruido de lo que había sido el club.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó con aire de duda.
Pedro consiguió sonreírle.
—Confía en mí. No dejaré que le pase nada.
Feli se adelantó y se abrazó con fuerza a su cintura.
—¿Lo prometes? —preguntó.
Pedro le devolvió el abrazo con un nudo en la garganta y sorprendido por la fuerza de los brazos que lo rodeaban. Tosió para vencer la emoción.
—Claro que sí. Te lo juro.
—Señor Alfonso —llamó uno de los técnicos de la ambulancia desde la puerta abierta de ésta—. Tenemos que irnos.
Felipe se apartó y se limpió la naríz con el dorso de la mano. Miguel, que estaba a poca distancia con Alejandra, Valeria y Julián, se adelantó y pasó un brazo por los hombros del chico.
—Nos veremos en el hospital.
Pedro asintió con la cabeza, subió a la ambulancia y miró a la familia de Paula. Estaban empapados y el hermoso vestido blando de Valeria se arrastraba por el barro. Feli, Miguel y Julián iban sin chaqueta y llevaban la corbata torcida y las camisas fuera de los pantalones. Alejandra era la única que lloraba en silencio y las lágrimas se mezclaban con la lluvia en sus mejillas.Cerraron las puertas y la ambulancia se puso en marcha.
Pedro procuró no molestar en el espacio cerrado. Los técnicos atendían a la paciente, limpiaban la herida y revisaban sus constantes vitales. Él los miraba y se sentía algo más tranquilo.Uno de los hombres le dijo que el club, situado al sur del pueblo y rodeado por un campo de golf, pistas de tenis, piscina y hectáreas de terreno abierto, era la única estructura que había resultado afectada y, por lo que sabían, Paula era la única herida.A mitad del recorrido, el milagro por el que rezaba Pedro se produjo al fin.Paula soltó un gemido y abrió los ojos. Y él la recibió con una sonrisa.
—¿Pedro? —ella parpadeó, se lamió los labios e intentó levantar la mano donde le habían puesto una vía. ¿Qué...?
—Tranquila, señora Chaves.
Pedro colocó una mano en la camilla.
—Te has dado un golpe en la cabeza, pero te pondrás bien.
—¿Feli? —preguntó ella débilmente.
—A salvo —dijo él—. Está con tu familia. Y por lo que sabemos, no hay nadie más herido.
—Bien —susurró ella—. Bien.
Tres horas más tarde, cerca ya de medianoche, Pedro, Valeria y Julián estaban sentados en la sala de espera del hospital. Miguel y Alejandra habían llevado a Feli a casa, pero Valeria, vestida todavía de novia, había insistido en no moverse de allí hasta que supiera que Paula estaba bien. Y Julián no se apartaba de ella.
Pedro estaba sentado enfrente de los recién casados con los codos apoyados en los brazos del sillón, un vaso de plástico de café malo en equilibrio sobre la panza y las piernas estiradas ante sí. Se miraba lo zapatos sucios sin verlos.No veía ni pensaba nada que no fuera Paula.
domingo, 28 de agosto de 2016
Trampa De Gemelas: Capítulo 22
Un silencio profundo descendió de pronto en el sótano del club, iluminado pobremente por velas y luces de linternas. Un silencio terrible. Completo.El monstruo se había alejado ya. Pedro estaba sentado en el banco que unas almas caritativas le habían dejado cuando bajó las escaleras cargado con Paula.Ella estaba tumbada a su lado, muy pálida e inmóvil, con la cabeza manchada de sangre apoyada en el regazo de él. Alguien le había pasado un paño limpio de cocina y él lo apretaba en la herida de la sien de ella y lo veía mancharse lentamente de rojo.Se dijo que el flujo empezaba a hacerse más lento, pero no podía estar seguro de que fuera cierto.
Felipe, de pie al lado del banco, sostenía la mano floja de Paula con rostro serio. Los padres de Paula y Valeria y Julián se hallaban a poca distancia, todos silenciosos.
—Ya ha pasado —dijo alguien en medio del silencio.
Y de encima de ellos llegó un crujido lento y doloroso. Algo cayó con un golpe seco.
—¡Oh, santo cielo! —gritó una mujer.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó un hombre.
No le contestó nadie, porque nadie lo sabía.Federico sacó un teléfono móvil del bolsillo interior de su chaqueta y probó a marcar.
—No funciona —dijo—. Supongo que el tornado ha tirado algunas torres —miró al director del club—. ¿Tienen línea de tierra aquí abajo?
Una de las damas de honor habló cerca de una pared, donde empezaba a entrar agua procedente de las tuberías rotas de arriba.
—Aquí hay un teléfono —levantó el auricular y se lo acercó al oído. Negó con la cabeza—. No hay línea. Muchas personas probaban ya con sus móviles... pero sin resultado.
—Está bien —dijo Fede—. Vamos a ver cómo podemos salir de aquí.
Eligió a un par de hombres fuertes y subieron los tres las escaleras. El director del club y dos de los empleados fueron en dirección contraria, hacia la entrada exterior, una puerta de acero montada en cemento y a la que se llegaba por un pasillo subterráneo que se alejaba unos diez metros del edificio del club. Pedro no se movió del sitio; en ese momento sólo le importaba la mujer inmóvil que tenía en los brazos. Miró su rostro quieto y por primera vez se le ocurrió pensar en un médico. ¿Qué demonios le pasaba? Tenía que haber pedido un médico en cuanto llegó allí con ella. Levantó la vista.
—¿Dónde está el doctor Flannigan?
El padre de Paula lo miró sorprendido.
—El médico. ¿Por qué narices no se me ha ocurrido antes? —levantó la voz todo lo que pudo—, ¡Doctor! Necesitamos al doctor Flannigan aquí.La voz se corrió por las habitaciones desnudas del sótano.
—Doctor Flannigan.
—¿Alguien ha visto al doctor Flannigan?
—Doctor Flannigan. Lo necesitan en la parte delantera.Un par de minutos más tarde llegaba hasta ellos el doctor, un hombre alto de pelo gris. Miró a la enferma y entregó su chaqueta a Felipe.
—¿Puedes cuidármela y apartarte un poco?
Felipe dejó con cuidado la mano de su madre, tomó la chaqueta y se apartó de mala gana. Pedro lo miró y pensó que era un niño maravilloso. Con sólo diez años era capaz de mantener la compostura con un edificio derruido encima de ellos y su madre inconsciente y cubierta de sangre.
—Gracias —el doctor le dedicó una sonrisa de aliento y se arremangó la camisa. Miró a Pedro—. ¿Respira con normalidad? Por lo que yo sé, sí.
—Hijo —dijo el doctor con paciencia—. Con la cabeza en tus rodillas siempre hay restricción de los conductos de aire...
Pedro se levantó con cuidado y colocó la cabeza de ella en el banco, sin dejar de aplicar una leve presión en la herida.
—¿Alguna herida más aparte de la de la cabeza? —preguntó el médico.
—Creo que no. Pero había muchos objetos volando; puede que tenga moratones y algún corte.
—¿Pero nada importante aparte de la brecha en la cabeza?
Pedro frunció el ceño.
—La cocina era un infierno. No puedo estar seguro.
—Vamos a echar un vistazo, ¿de acuerdo? —el doctor miró por encima del hombro—. Acerquen esa linterna y tráiganme toallas limpias, por favor. Y algo para cubrirla.El hombre de la linterna se acercó y la sujetó en alto. Dos mujeres se alejaron, presumiblemente en busca de las toallas y la manta. El doctor Flannigan examinó la herida y Pedro vió que, efectivamente, el flujo de sangre había disminuido. El médico tomó el pulso a Paula y le levantó los párpados uno por uno.
Federico y sus dos acompañantes volvieron en ese momento de la escalera.
—Esa salida está muy bloqueada —dijo con una mueca—. No va a ser fácil abrir un paso por ahí.
Melina, que estaba cerca de la pared, se acercó a su marido y le dió la mano. Pedro adivinó, por su expresión, que pensaba en sus bebés y confiaba en que estuvieran a salvo con la niñera en el sótano del Doble T. Fede levantó sus manos unidas y besó los dedos entrelazados con los suyos.Volvieron las dos mujeres con un montón de toallas de bar, unos manteles doblados y un tazón de agua.
—Agua —dijo el médico—. Maravilloso.
—Hay una lavandería pasillo abajo —dijo una de las mujeres—. El grifo del fregadero funciona.
—Excelente —el doctor mojó una toalla—. Veamos si podemos examinar mejor esto... —limpió la sangre encima de los ojos de Paula.Entonces volvió el director del club desde la otra dirección.
—¿Y bien? —preguntó Fede.
El director se atrevió a sonreír.
—La salida exterior está despejada. Podemos salir sin problemas. Además, hay helicópteros en el aire y hemos oído sirenas. Viene ayuda.
El personal de la ambulancia bajó por el pasillo de la salida exterior para llevarse a Paula. La cargaron en una camilla, la sacaron y la metieron en la ambulancia para llevarla al Alfonso Memorial, un hospital al que el viejo Pedro había donado mucho dinero y que contaba con sala de Urgencias bien equipada y un cirujano con mucha experiencia en heridas en la cabeza.
Pedro insistió en subir a la ambulancia y nadie, ni Miguel ni Alejandra ni Valeria, discutieron su derecho a ir con Paula.
Felipe, de pie al lado del banco, sostenía la mano floja de Paula con rostro serio. Los padres de Paula y Valeria y Julián se hallaban a poca distancia, todos silenciosos.
—Ya ha pasado —dijo alguien en medio del silencio.
Y de encima de ellos llegó un crujido lento y doloroso. Algo cayó con un golpe seco.
—¡Oh, santo cielo! —gritó una mujer.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó un hombre.
No le contestó nadie, porque nadie lo sabía.Federico sacó un teléfono móvil del bolsillo interior de su chaqueta y probó a marcar.
—No funciona —dijo—. Supongo que el tornado ha tirado algunas torres —miró al director del club—. ¿Tienen línea de tierra aquí abajo?
Una de las damas de honor habló cerca de una pared, donde empezaba a entrar agua procedente de las tuberías rotas de arriba.
—Aquí hay un teléfono —levantó el auricular y se lo acercó al oído. Negó con la cabeza—. No hay línea. Muchas personas probaban ya con sus móviles... pero sin resultado.
—Está bien —dijo Fede—. Vamos a ver cómo podemos salir de aquí.
Eligió a un par de hombres fuertes y subieron los tres las escaleras. El director del club y dos de los empleados fueron en dirección contraria, hacia la entrada exterior, una puerta de acero montada en cemento y a la que se llegaba por un pasillo subterráneo que se alejaba unos diez metros del edificio del club. Pedro no se movió del sitio; en ese momento sólo le importaba la mujer inmóvil que tenía en los brazos. Miró su rostro quieto y por primera vez se le ocurrió pensar en un médico. ¿Qué demonios le pasaba? Tenía que haber pedido un médico en cuanto llegó allí con ella. Levantó la vista.
—¿Dónde está el doctor Flannigan?
El padre de Paula lo miró sorprendido.
—El médico. ¿Por qué narices no se me ha ocurrido antes? —levantó la voz todo lo que pudo—, ¡Doctor! Necesitamos al doctor Flannigan aquí.La voz se corrió por las habitaciones desnudas del sótano.
—Doctor Flannigan.
—¿Alguien ha visto al doctor Flannigan?
—Doctor Flannigan. Lo necesitan en la parte delantera.Un par de minutos más tarde llegaba hasta ellos el doctor, un hombre alto de pelo gris. Miró a la enferma y entregó su chaqueta a Felipe.
—¿Puedes cuidármela y apartarte un poco?
Felipe dejó con cuidado la mano de su madre, tomó la chaqueta y se apartó de mala gana. Pedro lo miró y pensó que era un niño maravilloso. Con sólo diez años era capaz de mantener la compostura con un edificio derruido encima de ellos y su madre inconsciente y cubierta de sangre.
—Gracias —el doctor le dedicó una sonrisa de aliento y se arremangó la camisa. Miró a Pedro—. ¿Respira con normalidad? Por lo que yo sé, sí.
—Hijo —dijo el doctor con paciencia—. Con la cabeza en tus rodillas siempre hay restricción de los conductos de aire...
Pedro se levantó con cuidado y colocó la cabeza de ella en el banco, sin dejar de aplicar una leve presión en la herida.
—¿Alguna herida más aparte de la de la cabeza? —preguntó el médico.
—Creo que no. Pero había muchos objetos volando; puede que tenga moratones y algún corte.
—¿Pero nada importante aparte de la brecha en la cabeza?
Pedro frunció el ceño.
—La cocina era un infierno. No puedo estar seguro.
—Vamos a echar un vistazo, ¿de acuerdo? —el doctor miró por encima del hombro—. Acerquen esa linterna y tráiganme toallas limpias, por favor. Y algo para cubrirla.El hombre de la linterna se acercó y la sujetó en alto. Dos mujeres se alejaron, presumiblemente en busca de las toallas y la manta. El doctor Flannigan examinó la herida y Pedro vió que, efectivamente, el flujo de sangre había disminuido. El médico tomó el pulso a Paula y le levantó los párpados uno por uno.
Federico y sus dos acompañantes volvieron en ese momento de la escalera.
—Esa salida está muy bloqueada —dijo con una mueca—. No va a ser fácil abrir un paso por ahí.
Melina, que estaba cerca de la pared, se acercó a su marido y le dió la mano. Pedro adivinó, por su expresión, que pensaba en sus bebés y confiaba en que estuvieran a salvo con la niñera en el sótano del Doble T. Fede levantó sus manos unidas y besó los dedos entrelazados con los suyos.Volvieron las dos mujeres con un montón de toallas de bar, unos manteles doblados y un tazón de agua.
—Agua —dijo el médico—. Maravilloso.
—Hay una lavandería pasillo abajo —dijo una de las mujeres—. El grifo del fregadero funciona.
—Excelente —el doctor mojó una toalla—. Veamos si podemos examinar mejor esto... —limpió la sangre encima de los ojos de Paula.Entonces volvió el director del club desde la otra dirección.
—¿Y bien? —preguntó Fede.
El director se atrevió a sonreír.
—La salida exterior está despejada. Podemos salir sin problemas. Además, hay helicópteros en el aire y hemos oído sirenas. Viene ayuda.
El personal de la ambulancia bajó por el pasillo de la salida exterior para llevarse a Paula. La cargaron en una camilla, la sacaron y la metieron en la ambulancia para llevarla al Alfonso Memorial, un hospital al que el viejo Pedro había donado mucho dinero y que contaba con sala de Urgencias bien equipada y un cirujano con mucha experiencia en heridas en la cabeza.
Pedro insistió en subir a la ambulancia y nadie, ni Miguel ni Alejandra ni Valeria, discutieron su derecho a ir con Paula.
Trampa De Gemelas: Capítulo 21
Ella llegó al comedor, desierto ahora salvo por las mesas desnudas y las cajas llenas de platos.
—¡Feli! —gritó—. ¿Dónde estás?
—Pau. Espera.
Ella no hizo caso. Se recogió la falda del vestido y cruzó el arco que llevaba al vestíbulo.
—¡Feli! ¡Feli! Y esa vez obtuvo al fin respuesta.
—¡Mamá!
El niño salió corriendo de entre las sombras que llevaban al salón del fondo.
—¿Qué pasa? Está todo oscuro. Estábamos jugando al escondite y yo he esperado mucho tiempo escondido, pero...
Paula se convirtió de pronto en la personificación de la calma. Levantó una mano.
—Tenemos que movernos —le tendió la mano y el niño corrió y se aferró a ella.Fuera hubo un ruido muy raro, como si un tren se acercara hacia ellos. Felipe abrió unos ojos como platos.
—¿Qué es eso?
—Por aquí —Pedro agarró la mano libre de Paula y corrió tirando de ella de regreso a la cocina. Abrió la puerta y empujó a la madre y al hijo delante de él.Para entonces, el ruido era más alto que ningún tren. Rugía a su alrededor, envolviéndolos. Se rompieron muchos cristales en una serie de explosiones que parecían llegar de todas partes a la vez, en el comedor, el salón de baile... por todo el club.El rugido se hizo aún más alto. Federico estaba solo en la puerta abierta que daba al sótano.
—¡Vamos, dense prisa!
Y entonces el tornado cayó sobre ellos.Las puertas cerradas que daban al comedor se abrieron y saltaron de sus goznes a la otra habitación. Al mismo tiempo, las puertas del salón de baile se abrían y cerraban dos veces antes de saltar también de sus goznes.Los rodeó un infierno. Cazos, sartenes y un número indeterminado de objetos punzantes volaban por los aires. Pedro empujaba a Paula y a Felipe delante de él y se abría paso como podía mientras el mundo entero se soltaba de sus amarres y el rugido se convertía en un monstruo que los engullía vivos.Después de eso todo fue muy lento. Un minuto, dos tal vez, convertidos en una eternidad de terror, de explosiones súbitas y ruido.
El monstruo salvaje del viento aullador levantó a Felipe del suelo y lo lanzó directo hacia Federico, quien lo atrapó milagrosamente en el aire.
—¡Vete! —gritó Paula —. ¡Bájalo ya!
Federico se volvió y empezó a bajar mientras Felipe llamaba a su madre a gritos y tendía las manos por encima del hombro de Fede como si pudiera salvarla con sólo la voluntad de sus diez años.
Pedro sujetaba a Paula con fuerza por la cintura y la empujaba hacia delante. Los objetos lo golpeaban... el mango de un cuchillo, un bol de madera, un plato que se rompió en su hombro. Pero no le dolían. Sentía los golpes como si fueran dirigidos con intención. El monstruo salvaje luchaba con él y él se defendía. El monstruo no podía ganar.La puerta que llevaba al sótano saltó de sus goznes, se elevó por el aire, pasó por encima de sus cabezas y salió volando por el agujero donde habían estado las puertas del salón de baile.
Paula gritó.Él la empujó hacia delante.
—Vamos, vamos, podemos lograrlo.
Ella siguió avanzando valientemente, con el vestido pegado a las piernas dificultando su avance, hasta que lo agarró y se lo envolvió en torno a la cintura. El vestido cayó hacia atrás y se enrolló alrededor de Pedro, agarrándose con la fuerza de un ser vivo desesperado.Arriba, en el segundo piso, se oyó un ruido atronador. La mente de Pedro consiguió identificar el sonido: había cedido el tejado. Siguió empujando a Paula desde atrás y cada centímetro que avanzaban hacia la puerta del sótano era un triunfo, una victoria sobre el monstruo que rugía, los golpeaba y amenazaba con separarlos. Llegaron a la puerta y Paula se disponía a meterse en la escalera cuando las paredes empezaron a ceder. Entre el rugido surgió otro ruido de gemidos y gritos horribles.
Pedro se tambaleó en el suelo movible.Paula gritó su nombre y se volvió a agarrarlo. Antes de que él pudiera decirle que siguiera adelante, que bajara la maldita escalera, un tazón blanco gigante de amasar apareció volando directamente hacia ella. La golpeó en la sien y se partió limpiamente en dos, con ambas piezas parándose un instante en el aire antes de salir volando en direcciones opuestas. De su frente salió un chorro de sangre que saltó en todas direcciones.Las paredes caían sobre ellos. Sartenes y bandejas volaban a su alrededor, y Paula tenía una expresión triste y rara.
—Perdona —dijo, mientras la sangre le entraba en la boca y manchaba su vestido rosa y el traje de él—. Lo siento mucho. Lo he estropeado todo...
Cerró los ojos bajo la cortina de sangre, cayó hacia él y Pedro la recogió en sus brazos, la levantó contra el pecho y se lanzó hacia las escaleras. Cuando empezaba a bajarlas, cedió el techo y se estrelló contra el suelo.
—¡Feli! —gritó—. ¿Dónde estás?
—Pau. Espera.
Ella no hizo caso. Se recogió la falda del vestido y cruzó el arco que llevaba al vestíbulo.
—¡Feli! ¡Feli! Y esa vez obtuvo al fin respuesta.
—¡Mamá!
El niño salió corriendo de entre las sombras que llevaban al salón del fondo.
—¿Qué pasa? Está todo oscuro. Estábamos jugando al escondite y yo he esperado mucho tiempo escondido, pero...
Paula se convirtió de pronto en la personificación de la calma. Levantó una mano.
—Tenemos que movernos —le tendió la mano y el niño corrió y se aferró a ella.Fuera hubo un ruido muy raro, como si un tren se acercara hacia ellos. Felipe abrió unos ojos como platos.
—¿Qué es eso?
—Por aquí —Pedro agarró la mano libre de Paula y corrió tirando de ella de regreso a la cocina. Abrió la puerta y empujó a la madre y al hijo delante de él.Para entonces, el ruido era más alto que ningún tren. Rugía a su alrededor, envolviéndolos. Se rompieron muchos cristales en una serie de explosiones que parecían llegar de todas partes a la vez, en el comedor, el salón de baile... por todo el club.El rugido se hizo aún más alto. Federico estaba solo en la puerta abierta que daba al sótano.
—¡Vamos, dense prisa!
Y entonces el tornado cayó sobre ellos.Las puertas cerradas que daban al comedor se abrieron y saltaron de sus goznes a la otra habitación. Al mismo tiempo, las puertas del salón de baile se abrían y cerraban dos veces antes de saltar también de sus goznes.Los rodeó un infierno. Cazos, sartenes y un número indeterminado de objetos punzantes volaban por los aires. Pedro empujaba a Paula y a Felipe delante de él y se abría paso como podía mientras el mundo entero se soltaba de sus amarres y el rugido se convertía en un monstruo que los engullía vivos.Después de eso todo fue muy lento. Un minuto, dos tal vez, convertidos en una eternidad de terror, de explosiones súbitas y ruido.
El monstruo salvaje del viento aullador levantó a Felipe del suelo y lo lanzó directo hacia Federico, quien lo atrapó milagrosamente en el aire.
—¡Vete! —gritó Paula —. ¡Bájalo ya!
Federico se volvió y empezó a bajar mientras Felipe llamaba a su madre a gritos y tendía las manos por encima del hombro de Fede como si pudiera salvarla con sólo la voluntad de sus diez años.
Pedro sujetaba a Paula con fuerza por la cintura y la empujaba hacia delante. Los objetos lo golpeaban... el mango de un cuchillo, un bol de madera, un plato que se rompió en su hombro. Pero no le dolían. Sentía los golpes como si fueran dirigidos con intención. El monstruo salvaje luchaba con él y él se defendía. El monstruo no podía ganar.La puerta que llevaba al sótano saltó de sus goznes, se elevó por el aire, pasó por encima de sus cabezas y salió volando por el agujero donde habían estado las puertas del salón de baile.
Paula gritó.Él la empujó hacia delante.
—Vamos, vamos, podemos lograrlo.
Ella siguió avanzando valientemente, con el vestido pegado a las piernas dificultando su avance, hasta que lo agarró y se lo envolvió en torno a la cintura. El vestido cayó hacia atrás y se enrolló alrededor de Pedro, agarrándose con la fuerza de un ser vivo desesperado.Arriba, en el segundo piso, se oyó un ruido atronador. La mente de Pedro consiguió identificar el sonido: había cedido el tejado. Siguió empujando a Paula desde atrás y cada centímetro que avanzaban hacia la puerta del sótano era un triunfo, una victoria sobre el monstruo que rugía, los golpeaba y amenazaba con separarlos. Llegaron a la puerta y Paula se disponía a meterse en la escalera cuando las paredes empezaron a ceder. Entre el rugido surgió otro ruido de gemidos y gritos horribles.
Pedro se tambaleó en el suelo movible.Paula gritó su nombre y se volvió a agarrarlo. Antes de que él pudiera decirle que siguiera adelante, que bajara la maldita escalera, un tazón blanco gigante de amasar apareció volando directamente hacia ella. La golpeó en la sien y se partió limpiamente en dos, con ambas piezas parándose un instante en el aire antes de salir volando en direcciones opuestas. De su frente salió un chorro de sangre que saltó en todas direcciones.Las paredes caían sobre ellos. Sartenes y bandejas volaban a su alrededor, y Paula tenía una expresión triste y rara.
—Perdona —dijo, mientras la sangre le entraba en la boca y manchaba su vestido rosa y el traje de él—. Lo siento mucho. Lo he estropeado todo...
Cerró los ojos bajo la cortina de sangre, cayó hacia él y Pedro la recogió en sus brazos, la levantó contra el pecho y se lanzó hacia las escaleras. Cuando empezaba a bajarlas, cedió el techo y se estrelló contra el suelo.
Trampa De Gemelas: Capítulo 20
—Escucha.— Paula se acercó más a Pedro—. ¿Lo oyes? En la distancia, al norte, más allá de los robles azotados por el viento, sonaba la sirena de tormentas del pueblo.
Paula palideció.
—¡Oh, Dios mío! Feli...
—Tranquila —le aconsejó Federico—. De momento es sólo un aviso. Entren de una vez —les sostuvo la puerta abierta. En el salón sólo quedaba una hilera de personas que cruzaban ordenadamente en dirección a la cocina.El director del club estaba al final de la cola. En el extremo opuesto, encima del escenario, esperaba la tarta de boda de Valeria, rodeada del equipo del grupo de música.
—Fede, por favor, ¿Has visto a Feli? —preguntó Paula.
Federico iba delante de ellos y la miró por encima del hombro.
—Lo siento, no lo he visto. Pero hemos intentado hacer bajar a los niños primero. Vamos. Ponte a la cola.
—Tenemos que encontrar a Feli—insistió ella—. ¡Feli! —se soltó de Pedro y corrió al escenario, como si el niño pudiera estar escondido allí entre el equipo de música. Al no obtener respuestas, enterró el rostro en las manos—.¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!Pedro la alcanzó.
—Pau —la tomó de los hombros y la volvió hacia él.
—No, no... —ella lo empujó en el pecho—. Suéltame.
Él no la soltó.
—Vamos, no te pongas histérica. Fede ha dicho que seguramente esté ya en el sótano —ella lo miraba aterrorizada, con el cuerpo temblando. Pedro volvió a tomarla de la mano—. Ven. Lo encontraremos.
Ella se dejó llevar. Entraron en la cocina con Pedro disculpándose con la gente que esperaba, a los que aseguraba que no pretendían colarse. Detrás de las puertas, entre los mostradores de acero y los electrodomésticos de tamaño industrial. Melina, Julián y Miguel se hacían cargo de la multitud.
—Así es, amigo —decía Melina en la cabecera de la cola, cerca de la pared interior donde empezaban los escalones que llevaban al sótano—. Sigan con calma pero no paren.
—Tranquilos —añadió Julián—. Hay sitio para todos.
—De dos en dos —intervino Miguel—. No hay necesidad de empujar.Uno de los invitados gritó:
—¡Pero somos cientos de personas!
—¡Eso! —intervino otro—. ¿Cómo pueden decir que hay sitio?
—Lo hay —repuso Federico, que se había colocado entre Melina y Julián—. Yo he estado abajo y les aseguro que es tan grande como el salón de baile. Hay varias habitaciones y espacio de sobra para todos.
Pedro calculó que dos tercios de los invitados estaban ya abajo. La cola avanzaba con rapidez. Paula se soltó de él y corrió hasta su padre.
—¿Feli ha bajado ya? —preguntó.
Miguel frunció el ceño.
—Yo creía que estaba contigo.
—¿Mamá? ¿Vale?
Miguel miró adelante.
—Ya han bajado.
Paula se volvió a Melina.
—¿Has visto bajar a Feli?
Melina, que seguía dirigiendo la cola de gente, negó con la cabeza.
—No, creo que no lo he visto. Puede que haya bajado sin que lo vea, pero he estado pendiente de los niños y no... En ese momento se apagaron las luces y un respingo colectivo brotó de todas las gargantas. Los envolvieron las sombras, aunque todavía entraba algo de luz gris por las puertas abiertas del salón. Alguien soltó un gemido aterrorizado.
—¡Ya está aquí!
—No pasa nada, amigos —dijo Fede—. Hay luz de sobra para bajar. Sigan avanzando —la cola había despejado ya la puerta del salón y en poco tiempo estarían todos abajo.
—¡Oh, Dios mío! —Paula se volvió hacia las puertas que llevaban al comedor.
—¡Pau, espera! —gritó su padre—. Tienes que...
Ella no se detuvo.
—Tengo que buscar a Feli.
Miguel empezó a seguirla.
—¡Pau!
Pedro se colocó delante de él.
—Tú cuida de la cola, te necesitan. Yo me ocupo de ella.
—Mi nieto. ¡Santo cielo! Tenemos que...
—No te preocupes, lo encontraremos —repuso Pedro.
Corrió a alcanzar a Paula sin esperar la respuesta de Miguel.
Paula palideció.
—¡Oh, Dios mío! Feli...
—Tranquila —le aconsejó Federico—. De momento es sólo un aviso. Entren de una vez —les sostuvo la puerta abierta. En el salón sólo quedaba una hilera de personas que cruzaban ordenadamente en dirección a la cocina.El director del club estaba al final de la cola. En el extremo opuesto, encima del escenario, esperaba la tarta de boda de Valeria, rodeada del equipo del grupo de música.
—Fede, por favor, ¿Has visto a Feli? —preguntó Paula.
Federico iba delante de ellos y la miró por encima del hombro.
—Lo siento, no lo he visto. Pero hemos intentado hacer bajar a los niños primero. Vamos. Ponte a la cola.
—Tenemos que encontrar a Feli—insistió ella—. ¡Feli! —se soltó de Pedro y corrió al escenario, como si el niño pudiera estar escondido allí entre el equipo de música. Al no obtener respuestas, enterró el rostro en las manos—.¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!Pedro la alcanzó.
—Pau —la tomó de los hombros y la volvió hacia él.
—No, no... —ella lo empujó en el pecho—. Suéltame.
Él no la soltó.
—Vamos, no te pongas histérica. Fede ha dicho que seguramente esté ya en el sótano —ella lo miraba aterrorizada, con el cuerpo temblando. Pedro volvió a tomarla de la mano—. Ven. Lo encontraremos.
Ella se dejó llevar. Entraron en la cocina con Pedro disculpándose con la gente que esperaba, a los que aseguraba que no pretendían colarse. Detrás de las puertas, entre los mostradores de acero y los electrodomésticos de tamaño industrial. Melina, Julián y Miguel se hacían cargo de la multitud.
—Así es, amigo —decía Melina en la cabecera de la cola, cerca de la pared interior donde empezaban los escalones que llevaban al sótano—. Sigan con calma pero no paren.
—Tranquilos —añadió Julián—. Hay sitio para todos.
—De dos en dos —intervino Miguel—. No hay necesidad de empujar.Uno de los invitados gritó:
—¡Pero somos cientos de personas!
—¡Eso! —intervino otro—. ¿Cómo pueden decir que hay sitio?
—Lo hay —repuso Federico, que se había colocado entre Melina y Julián—. Yo he estado abajo y les aseguro que es tan grande como el salón de baile. Hay varias habitaciones y espacio de sobra para todos.
Pedro calculó que dos tercios de los invitados estaban ya abajo. La cola avanzaba con rapidez. Paula se soltó de él y corrió hasta su padre.
—¿Feli ha bajado ya? —preguntó.
Miguel frunció el ceño.
—Yo creía que estaba contigo.
—¿Mamá? ¿Vale?
Miguel miró adelante.
—Ya han bajado.
Paula se volvió a Melina.
—¿Has visto bajar a Feli?
Melina, que seguía dirigiendo la cola de gente, negó con la cabeza.
—No, creo que no lo he visto. Puede que haya bajado sin que lo vea, pero he estado pendiente de los niños y no... En ese momento se apagaron las luces y un respingo colectivo brotó de todas las gargantas. Los envolvieron las sombras, aunque todavía entraba algo de luz gris por las puertas abiertas del salón. Alguien soltó un gemido aterrorizado.
—¡Ya está aquí!
—No pasa nada, amigos —dijo Fede—. Hay luz de sobra para bajar. Sigan avanzando —la cola había despejado ya la puerta del salón y en poco tiempo estarían todos abajo.
—¡Oh, Dios mío! —Paula se volvió hacia las puertas que llevaban al comedor.
—¡Pau, espera! —gritó su padre—. Tienes que...
Ella no se detuvo.
—Tengo que buscar a Feli.
Miguel empezó a seguirla.
—¡Pau!
Pedro se colocó delante de él.
—Tú cuida de la cola, te necesitan. Yo me ocupo de ella.
—Mi nieto. ¡Santo cielo! Tenemos que...
—No te preocupes, lo encontraremos —repuso Pedro.
Corrió a alcanzar a Paula sin esperar la respuesta de Miguel.
Trampa De Gemelas: Capítulo 19
Paula no sabía qué decir. Lo miró y supo que iba a besarla y también que ella no lo iba a detener. Aun así, intentó hacer un esfuerzo.
—Creo que deberíamos.
—¡Chist! —susurró él.
Pedro ignoró la furia de la tormenta. Él le rozó la sien con los labios.
—Juro que pensaba ir despacio —susurró—. Pero ya no quiero hacerlo. Quiero besarte. Por favor. Dime que está bien.
—¿Bien?
Estaba más que bien... excepto porque ella debería decirle antes lo de Felipe. Debería decírselo y después, si él todavía quería besarla, ella no se lo impediría.Pero había un problema.Se ahogaba en los ojos cálidos de él. La tormenta, los trescientos invitados del otro lado de la pared todo eso dejó de existir. El mundo se volvió silencioso e inmóvil. Habían entrado en el centro de su tormenta privada y allí sólo existía Pedro, que quería besarla. Y ella, que ansiaba ese beso. Levantó el rostro hacia él.
—Dí que sí —susurró Pedro.Y ella lo dijo.
—Sí.
Y él bajó los labios.Más allá de la galería llovía a cántaros, granizaba y brillaban los relámpagos, seguidos de truenos. Pedro cubrió la boca de Paula con la suya y volvió a ocurrir. El golpeteo de la lluvia, los relámpagos, el ruido del trueno... todo lo que formaba el mundo real desapareció.Era otra vez aquella noche de once años atrás. Era aquella noche... Y aquella mujer.Increíble. El calor de su boca bajo la de él... su sabor y su olor; el mismo. Exactamente el mismo. Aquella noche era Paula... Pedro pensó eso un segundo y después dejó de pensarlo.No importaban los trucos que se empeñaran en jugarle su mente y sus sentidos. Lo que importaba era aquello. Esa mujer. Ese momento.Ese beso perfecto...
Profundizó el beso y se apretó contra ella; deslizó las manos entre su espalda y la pared y la estrechó contra sí. Paula se estremeció, suspiró y se abrazó a su cuello. Pedro siguió besándola mientras inhalaba su aroma y oía el rumor de su vestido de seda como una promesa susurrada de placeres futuros.¡Sí! Eso era lo que quería. Aquella mujer, aquel momento, el abrazo... No podía haber nada mejor. Quería seguir besándola eternamente.Pero entonces hubo un relámpago más intenso que los precedentes y el trueno subsiguiente explotó a su alrededor como un aviso.
Paula dejó de abrazarlo y le empujó el pecho con las manos. Y Pedro comprendió que ella tenía razón. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar así. Levantó la cabeza, miró las mejillas arreboladas y tentadoras de ella y tuvo de nuevo la misma sensación de deja vu que había tenido ya antes.
—Pau... —susurró.Una ráfaga de viento lanzó una ola de lluvia y granizo que se estrelló a sus pies y manchó de rosa oscuro el dobladillo del vestido de ella. Pedro lanzó un juramento contra su propia idiotez y le tomó la mano.
—Ha sido una locura salir aquí. Tenemos que entrar.Ella tiró de él para retenerlo.
—No, escucha, tengo que...
—¡Pepe! —gritó la voz de Federico detrás de él.
Pedro se volvió y vió a su hermano en la puerta del salón de baile.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Acaban de avisar de que viene un tornado. Tiene bastante mal aspecto; hay que bajar al sótano.
—Creo que deberíamos.
—¡Chist! —susurró él.
Pedro ignoró la furia de la tormenta. Él le rozó la sien con los labios.
—Juro que pensaba ir despacio —susurró—. Pero ya no quiero hacerlo. Quiero besarte. Por favor. Dime que está bien.
—¿Bien?
Estaba más que bien... excepto porque ella debería decirle antes lo de Felipe. Debería decírselo y después, si él todavía quería besarla, ella no se lo impediría.Pero había un problema.Se ahogaba en los ojos cálidos de él. La tormenta, los trescientos invitados del otro lado de la pared todo eso dejó de existir. El mundo se volvió silencioso e inmóvil. Habían entrado en el centro de su tormenta privada y allí sólo existía Pedro, que quería besarla. Y ella, que ansiaba ese beso. Levantó el rostro hacia él.
—Dí que sí —susurró Pedro.Y ella lo dijo.
—Sí.
Y él bajó los labios.Más allá de la galería llovía a cántaros, granizaba y brillaban los relámpagos, seguidos de truenos. Pedro cubrió la boca de Paula con la suya y volvió a ocurrir. El golpeteo de la lluvia, los relámpagos, el ruido del trueno... todo lo que formaba el mundo real desapareció.Era otra vez aquella noche de once años atrás. Era aquella noche... Y aquella mujer.Increíble. El calor de su boca bajo la de él... su sabor y su olor; el mismo. Exactamente el mismo. Aquella noche era Paula... Pedro pensó eso un segundo y después dejó de pensarlo.No importaban los trucos que se empeñaran en jugarle su mente y sus sentidos. Lo que importaba era aquello. Esa mujer. Ese momento.Ese beso perfecto...
Profundizó el beso y se apretó contra ella; deslizó las manos entre su espalda y la pared y la estrechó contra sí. Paula se estremeció, suspiró y se abrazó a su cuello. Pedro siguió besándola mientras inhalaba su aroma y oía el rumor de su vestido de seda como una promesa susurrada de placeres futuros.¡Sí! Eso era lo que quería. Aquella mujer, aquel momento, el abrazo... No podía haber nada mejor. Quería seguir besándola eternamente.Pero entonces hubo un relámpago más intenso que los precedentes y el trueno subsiguiente explotó a su alrededor como un aviso.
Paula dejó de abrazarlo y le empujó el pecho con las manos. Y Pedro comprendió que ella tenía razón. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar así. Levantó la cabeza, miró las mejillas arreboladas y tentadoras de ella y tuvo de nuevo la misma sensación de deja vu que había tenido ya antes.
—Pau... —susurró.Una ráfaga de viento lanzó una ola de lluvia y granizo que se estrelló a sus pies y manchó de rosa oscuro el dobladillo del vestido de ella. Pedro lanzó un juramento contra su propia idiotez y le tomó la mano.
—Ha sido una locura salir aquí. Tenemos que entrar.Ella tiró de él para retenerlo.
—No, escucha, tengo que...
—¡Pepe! —gritó la voz de Federico detrás de él.
Pedro se volvió y vió a su hermano en la puerta del salón de baile.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Acaban de avisar de que viene un tornado. Tiene bastante mal aspecto; hay que bajar al sótano.
Trampa De Gemelas: Capítulo 18
Eran poco más de las ocho, aunque fuera, debido a las nubes, parecía ya de noche. Llovía con fuerza y se veía todavía algún relámpago que otro. Paula bailaba en brazos de Pedro y tenía la sensación de haber retrocedido en el tiempo y de que volvía a revivir la noche del baile de graduación.Era otra vez aquella noche... Pero mejor.Porque esa vez no había farsa. Esa vez Pedro no la llamaba Valeria, sino que sabía con quién bailaba. Esa vez la magia era real. Y se prometió que, cuando terminara la canción, lo llevaría a un rincón tranquilo y le contaría el secreto que había guardado tanto tiempo. Seguramente eso lo estropearía todo, pero ella no podía mentirle más. Seguramente se pondría furioso, pero no lo pagaría con Valeria y Julián, no les estropearía la fiesta. Él no era ese tipo de hombre. Se acercó más a él.
—Me pregunto...
Él la abrazó por la cintura.
—¿Qué? —le susurró al oído—. Lo que tú digas.
—Unos minutos a solas... Él soltó una risita.
—Yo pensaba lo mismo —le soltó la cintura pero no la mano, y echó a andar con ella entre las parejas.
Primero probaron en el vestíbulo principal, pero allí estaban la mayor parte de los niños, jugando en las escaleras o persiguiéndose entre los sillones. Paula vió a Felipe jugando con un par de chicos cerca del mostrador de recepción. Llevaba la corbata casi quitada y la chaqueta no estaba a la vista. Ella lo saludó con la mano y él le dedicó una sonrisa feliz y volvió a su juego.Pasaron un arco y entraron en un pasillo, pero no estaba vacío. La gente iba y venía de un salón situado al final.Probaron en el comedor, pero los camareros seguían ocupados con la tarea de limpiar después del banquete.
—¿Desean algo, señor Alfonso? —preguntó uno de ellos.
—No, no —repuso Pedro.
Entonces les llegó la voz de Miguel desde el salón de baile, amplificada por los altavoces del club.
—Y ahora el gran momento. Vamos a cortar la tarta...
Pedro tiró de Paula de vuelta al salón. Con tantos invitados por todas partes, no era fácil encontrar un rincón tranquilo, así que ella se resignó y pensó que aquél no era el mejor momento.Pero se lo diría esa noche, más tarde. Enviaría a Feli a casa con sus padres y lo acompañaría al rancho o donde fuera. No importaba. Sólo necesitaban un lugar donde no los molestaran.Sí, eso sería mejor que intentar explicárselo todo en ese momento, en mitad de una fiesta. Mucho mejor si estaban los dos solos de verdad donde no podían interrumpirlos. Eso sería preferible.Además, si esperaba a después de la fiesta, tendría unas horas más de magia con él antes del momento de la verdad.En ese momento llegaron al salón de baile y Pedro siguió andando hacia las puertas dobles que daban a la galería. Lo cual era una locura, ya que fuera había rayos y truenos y llovía sin cesar. Paula clavó los talones en el suelo.
—No podemos ir ahí. Él apenas la miró.
—Está bajo techo. Lo peor que puede ocurrir es que el viento te alborote el pelo.
Tiró de ella, que tuvo la sensación de que todo se volvía de pronto loco y salvaje, tan salvaje como el viento que podía oír aullar detrás de las paredes del club. Uno de los camareros se acercó a su padre, que estaba en el escenario al lado de la mesa de la tarta, y le susurró al oído. Paula oyó a su padre decir:
—Amigos. Amigos, atención, por favor. Tenemos un problemita... No oyó el resto.
Pedro había empujado la barra que abría la puerta y los dos salían por ella. La puerta se cerró instantáneamente y estuvo a punto de pillarle la falda larga del vestido, pero Paula consiguió rescatarla en el último momento.Un golpe de viento le levantó primero la falda y después la aplastó contra sus piernas. El pelo se soltó de las horquillas y le voló sobre los ojos y la boca.Más allá del tejado del porche llovía con violencia y las gotas gruesas de lluvia se mezclabancon granizo. Seguían los relámpagos y los truenos.El personal del club había retirado los cojines de los sillones y sofás y los esqueletos de hierro de los muebles parecían formar un baile extraño sobre las tablas de madera. Paula se apartó unos mechones de pelo de la boca.
—No creo que...
—Por aquí —él la llevó al rincón donde la pared del salón se prolongaba hacia los escalones anchos de la entrada y la apoyó en la pared de modo que quedara protegida del viento. Colocó una mano a cada lado de ella.
—¿Mejor?
—Me pregunto...
Él la abrazó por la cintura.
—¿Qué? —le susurró al oído—. Lo que tú digas.
—Unos minutos a solas... Él soltó una risita.
—Yo pensaba lo mismo —le soltó la cintura pero no la mano, y echó a andar con ella entre las parejas.
Primero probaron en el vestíbulo principal, pero allí estaban la mayor parte de los niños, jugando en las escaleras o persiguiéndose entre los sillones. Paula vió a Felipe jugando con un par de chicos cerca del mostrador de recepción. Llevaba la corbata casi quitada y la chaqueta no estaba a la vista. Ella lo saludó con la mano y él le dedicó una sonrisa feliz y volvió a su juego.Pasaron un arco y entraron en un pasillo, pero no estaba vacío. La gente iba y venía de un salón situado al final.Probaron en el comedor, pero los camareros seguían ocupados con la tarea de limpiar después del banquete.
—¿Desean algo, señor Alfonso? —preguntó uno de ellos.
—No, no —repuso Pedro.
Entonces les llegó la voz de Miguel desde el salón de baile, amplificada por los altavoces del club.
—Y ahora el gran momento. Vamos a cortar la tarta...
Pedro tiró de Paula de vuelta al salón. Con tantos invitados por todas partes, no era fácil encontrar un rincón tranquilo, así que ella se resignó y pensó que aquél no era el mejor momento.Pero se lo diría esa noche, más tarde. Enviaría a Feli a casa con sus padres y lo acompañaría al rancho o donde fuera. No importaba. Sólo necesitaban un lugar donde no los molestaran.Sí, eso sería mejor que intentar explicárselo todo en ese momento, en mitad de una fiesta. Mucho mejor si estaban los dos solos de verdad donde no podían interrumpirlos. Eso sería preferible.Además, si esperaba a después de la fiesta, tendría unas horas más de magia con él antes del momento de la verdad.En ese momento llegaron al salón de baile y Pedro siguió andando hacia las puertas dobles que daban a la galería. Lo cual era una locura, ya que fuera había rayos y truenos y llovía sin cesar. Paula clavó los talones en el suelo.
—No podemos ir ahí. Él apenas la miró.
—Está bajo techo. Lo peor que puede ocurrir es que el viento te alborote el pelo.
Tiró de ella, que tuvo la sensación de que todo se volvía de pronto loco y salvaje, tan salvaje como el viento que podía oír aullar detrás de las paredes del club. Uno de los camareros se acercó a su padre, que estaba en el escenario al lado de la mesa de la tarta, y le susurró al oído. Paula oyó a su padre decir:
—Amigos. Amigos, atención, por favor. Tenemos un problemita... No oyó el resto.
Pedro había empujado la barra que abría la puerta y los dos salían por ella. La puerta se cerró instantáneamente y estuvo a punto de pillarle la falda larga del vestido, pero Paula consiguió rescatarla en el último momento.Un golpe de viento le levantó primero la falda y después la aplastó contra sus piernas. El pelo se soltó de las horquillas y le voló sobre los ojos y la boca.Más allá del tejado del porche llovía con violencia y las gotas gruesas de lluvia se mezclabancon granizo. Seguían los relámpagos y los truenos.El personal del club había retirado los cojines de los sillones y sofás y los esqueletos de hierro de los muebles parecían formar un baile extraño sobre las tablas de madera. Paula se apartó unos mechones de pelo de la boca.
—No creo que...
—Por aquí —él la llevó al rincón donde la pared del salón se prolongaba hacia los escalones anchos de la entrada y la apoyó en la pared de modo que quedara protegida del viento. Colocó una mano a cada lado de ella.
—¿Mejor?
Trampa De Gemelas: Capítulo 17
Pedro la miró abiertamente, ignorante de todo lo que no fuera ella, y pensó que nunca la había visto tan hermosa como ese día. El rosa le sentaba bien. Le recordaba a... Parpadeó.Y el tiempo pareció detenerse.
Regresó a una noche de mayo de once años atrás. Valeria también llevaba un vestido rosa ese día y había destacado por encima de todas las chicas de la graduación. Habían bailado todas las piezas porque él no permitía que se le acercara ningún otro chico.Aquella noche lo había cambiado todo... o eso creía él mientras sucedía. Aquella noche había decidido que no rompería con ella después de todo, aquella noche no le importaba lo más mínimo el mundo ni los muchos lugares que tenía que explorar. Aquella noche sólo quería quedarse allí, con Valeria en sus brazos. Valeria... ¡Qué extraño! Podía verse todavía viéndola girar en sus brazos. Valeria... ¿O no era ella?Al recordar ahora a Valeria sonriendo con suavidad y mirándolo aquella noche, no era a ella a quien veía. Estaba seguro de eso. Bajaba la vista y... Veía a Paula en sus brazos. No podía ser. No lo era. Su mente le gastaba una mala pasada.Aun así, en el centro de su ser estaba seguro de que... Sintió un calor repentino. El aire lo oprimía y no podía respirar.Y entonces Paula levantó la vista de la mesa donde se sentaba con Felipe y lo vió.Y sonrió.¡Qué hermosa era!Y su sonrisa consiguió que todo volviera a la normalidad.El pasado no era el presente.Y Paula no era Valeria. Casi estuvo a punto de echarse a reír de su idiotez. Seguramente era normal que, con lo que sentía ahora por Paula, pensara que era a ella y no a Valeria a la que había tenido en sus brazos aquella noche.Pero, en cualquier caso, no importaba. De eso hacía ya años. Lo que importaba ahora era la sonrisa esperanzada en la boca suave de Paula. Echó a andar hacia la mesa.
—¡Pepe! —el rostro de Felipe se iluminó al verlo. Sonrió al niño.
—Hola, Feli. ¿Qué tal?
—Bien —el niño se metió un dedo en el cuello de la camisa—. Excepto por este traje —hizo ruido de que se ahogaba.
—Feli—dijo Paula con suavidad. Y el pequeño suspiró y se sacó el dedo del cuello. Pedro le guiñó un ojo.
—Pero te queda bien.
—¿Tú crees? —Feli se enderezó el cuello y alisó la corbata.
—Sin ninguna duda —Pedro se atrevió a mirar a la mujer de rosa—. Y tú estás guapísima.
—Gracias —sonrió ella.
Él tomó la tarjeta colocada al lado de ella.
—¡Vaya! ¿Qué te parece? Este es mi sitio.
La expresión de ella indicaba que ya ha había leído la tarjeta.
—¡No me digas!
Pedro le mostró la tarjeta.
—Me temo que sí.
Se sentó y se puso la servilleta en las rodillas. Paula se inclinó hacia él.
—¿Dónde has puesto a Carlos Bowline? Antes ha estado aquí; parece ser que alguien le había dicho que se sentaba en esta mesa.
Pedro se giró hacia ella y le sonrió.—El señor Carlos Bowline se sentará con Fede y Melina Alfonso. Si consigue encontrar su asiento, estoy seguro de que lo pasará muy bien. Fede y Meli son muy divertidos.
—Carlos es el padrino —murmuró ella con tono burlón.
—Y espero que encuentre pronto su asiento —repuso Pedro.
Un camarero le llenó la copa de champán. Pedro la levantó y brindó con Paula.
—¡Eh, yo también! —Feli levantó su refresco de Cola.
Pedro chocó su copa con el vaso del niño.
—Por el padrino, dondequiera que esté.
Empezó a llegar la comida... mariscos, ensaladas y un plato de solomillo con patatas asadas. Y todo estaba muy bueno, aunque lo que más valoraba Pedro era la compañía. Conversaron con los demás invitados de la mesa, dos parejas de Abilene amigas de la familia de Julián y una anciana encantadora, tía abuela del novio. Más allá de las ventanas, el cielo se iba volviendo gris, pero no importaba. Estaban todos a cubierto y se lo pasaban bien.
Ni Pedro ni Paula mencionaron la cita misteriosa que tenían el lunes en el bufete ni la conversación telefónica del domingo anterior. Ambos mantuvieron la conversación a un nivel amable y superficial. Pedro no tenía nada que objetar. Ella estaba a su lado y no podía pedir nada más.De pronto todo le parecía factible. Más tarde habría baile y quizá tuviera suerte, el domingo la vería en la iglesia y en el restaurante y el lunes... bueno, ella iría a su despacho a consultarle algo.Y él tendría una ocasión más de convencerla de que debían pasar más tiempo juntos.Cuando retiraron el plato principal, Miguel Chaves se puso en pie y golpeó su vaso de agua con el tenedor.
—Señoras y señores. Quiero decir cuánto significa este día especial para Alejandra y para mí...
Felipe escuchó con paciencia varias rondas de brindis, pero para entonces ya otros niños empezaban a congregarse en el umbral de la puerta o a desaparecer en el vestíbulo principal. Feli se inclinó hacia su madre.
—¿Puedo ir a jugar con los niños?
Ella le dejó ir después de hacerle prometer que se quedaría en la entrada principal o en el salón de baile, donde ella pudiera encontrarlo.
—No salgas fuera; lo digo en serio.
—No saldré, mamá. Te lo prometo.
Media hora más tarde, cuando todo el mundo hubo hecho su brindis, Miguel se levantó y anunció que el grupo de música se trasladaba al salón de baile. Fuera tronaba y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. Miguel soltó una carcajada.
—Estamos en Texas, amigos. Y ninguna tormenta nos va a estropear la diversión.
La multitud se echó a reír. Algunos aplaudieron. Pedro apartó la silla y le ofreció la mano a Paula.
—El primer baile es para mí —dijo. Y ella aceptó su mano.
Regresó a una noche de mayo de once años atrás. Valeria también llevaba un vestido rosa ese día y había destacado por encima de todas las chicas de la graduación. Habían bailado todas las piezas porque él no permitía que se le acercara ningún otro chico.Aquella noche lo había cambiado todo... o eso creía él mientras sucedía. Aquella noche había decidido que no rompería con ella después de todo, aquella noche no le importaba lo más mínimo el mundo ni los muchos lugares que tenía que explorar. Aquella noche sólo quería quedarse allí, con Valeria en sus brazos. Valeria... ¡Qué extraño! Podía verse todavía viéndola girar en sus brazos. Valeria... ¿O no era ella?Al recordar ahora a Valeria sonriendo con suavidad y mirándolo aquella noche, no era a ella a quien veía. Estaba seguro de eso. Bajaba la vista y... Veía a Paula en sus brazos. No podía ser. No lo era. Su mente le gastaba una mala pasada.Aun así, en el centro de su ser estaba seguro de que... Sintió un calor repentino. El aire lo oprimía y no podía respirar.Y entonces Paula levantó la vista de la mesa donde se sentaba con Felipe y lo vió.Y sonrió.¡Qué hermosa era!Y su sonrisa consiguió que todo volviera a la normalidad.El pasado no era el presente.Y Paula no era Valeria. Casi estuvo a punto de echarse a reír de su idiotez. Seguramente era normal que, con lo que sentía ahora por Paula, pensara que era a ella y no a Valeria a la que había tenido en sus brazos aquella noche.Pero, en cualquier caso, no importaba. De eso hacía ya años. Lo que importaba ahora era la sonrisa esperanzada en la boca suave de Paula. Echó a andar hacia la mesa.
—¡Pepe! —el rostro de Felipe se iluminó al verlo. Sonrió al niño.
—Hola, Feli. ¿Qué tal?
—Bien —el niño se metió un dedo en el cuello de la camisa—. Excepto por este traje —hizo ruido de que se ahogaba.
—Feli—dijo Paula con suavidad. Y el pequeño suspiró y se sacó el dedo del cuello. Pedro le guiñó un ojo.
—Pero te queda bien.
—¿Tú crees? —Feli se enderezó el cuello y alisó la corbata.
—Sin ninguna duda —Pedro se atrevió a mirar a la mujer de rosa—. Y tú estás guapísima.
—Gracias —sonrió ella.
Él tomó la tarjeta colocada al lado de ella.
—¡Vaya! ¿Qué te parece? Este es mi sitio.
La expresión de ella indicaba que ya ha había leído la tarjeta.
—¡No me digas!
Pedro le mostró la tarjeta.
—Me temo que sí.
Se sentó y se puso la servilleta en las rodillas. Paula se inclinó hacia él.
—¿Dónde has puesto a Carlos Bowline? Antes ha estado aquí; parece ser que alguien le había dicho que se sentaba en esta mesa.
Pedro se giró hacia ella y le sonrió.—El señor Carlos Bowline se sentará con Fede y Melina Alfonso. Si consigue encontrar su asiento, estoy seguro de que lo pasará muy bien. Fede y Meli son muy divertidos.
—Carlos es el padrino —murmuró ella con tono burlón.
—Y espero que encuentre pronto su asiento —repuso Pedro.
Un camarero le llenó la copa de champán. Pedro la levantó y brindó con Paula.
—¡Eh, yo también! —Feli levantó su refresco de Cola.
Pedro chocó su copa con el vaso del niño.
—Por el padrino, dondequiera que esté.
Empezó a llegar la comida... mariscos, ensaladas y un plato de solomillo con patatas asadas. Y todo estaba muy bueno, aunque lo que más valoraba Pedro era la compañía. Conversaron con los demás invitados de la mesa, dos parejas de Abilene amigas de la familia de Julián y una anciana encantadora, tía abuela del novio. Más allá de las ventanas, el cielo se iba volviendo gris, pero no importaba. Estaban todos a cubierto y se lo pasaban bien.
Ni Pedro ni Paula mencionaron la cita misteriosa que tenían el lunes en el bufete ni la conversación telefónica del domingo anterior. Ambos mantuvieron la conversación a un nivel amable y superficial. Pedro no tenía nada que objetar. Ella estaba a su lado y no podía pedir nada más.De pronto todo le parecía factible. Más tarde habría baile y quizá tuviera suerte, el domingo la vería en la iglesia y en el restaurante y el lunes... bueno, ella iría a su despacho a consultarle algo.Y él tendría una ocasión más de convencerla de que debían pasar más tiempo juntos.Cuando retiraron el plato principal, Miguel Chaves se puso en pie y golpeó su vaso de agua con el tenedor.
—Señoras y señores. Quiero decir cuánto significa este día especial para Alejandra y para mí...
Felipe escuchó con paciencia varias rondas de brindis, pero para entonces ya otros niños empezaban a congregarse en el umbral de la puerta o a desaparecer en el vestíbulo principal. Feli se inclinó hacia su madre.
—¿Puedo ir a jugar con los niños?
Ella le dejó ir después de hacerle prometer que se quedaría en la entrada principal o en el salón de baile, donde ella pudiera encontrarlo.
—No salgas fuera; lo digo en serio.
—No saldré, mamá. Te lo prometo.
Media hora más tarde, cuando todo el mundo hubo hecho su brindis, Miguel se levantó y anunció que el grupo de música se trasladaba al salón de baile. Fuera tronaba y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. Miguel soltó una carcajada.
—Estamos en Texas, amigos. Y ninguna tormenta nos va a estropear la diversión.
La multitud se echó a reír. Algunos aplaudieron. Pedro apartó la silla y le ofreció la mano a Paula.
—El primer baile es para mí —dijo. Y ella aceptó su mano.
Trampa De Gemelas: Capítulo 16
El día de la boda amaneció brillante y soleado. El pronóstico del tiempo amenazaba con tormentas por la tarde, pero Valeria declaró con ojos brillantes que el mal tiempo no se atrevería a arruinar el día más hermoso e importante de su vida.La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de la familia Chaves, y la ofició el pastor Partridge.
Los invitados soltaron exclamaciones de admiración al ver el lugar, donde las lilas y las rosas mezcladas con hiedra y cintas de raso blanco adornaban casi todas las superficies. A lo largo del pasillo y en el altar había más flores en floreros altos.La iglesia estaba a rebosar. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes de la marcha nupcial, no cabía ni un alma más.Tres niñas con vestidos de raso verde y el pelo adornado con cintas y capullos de rosa bajaron por la alfombra blanca que habían extendido dos de los testigos del novio antes de que empezara la marcha nupcial. Las tres sonreían con timidez y transportaban cestas llenas de pétalos rosas y verdes que lanzaban por el pasillo a su paso.A continuación iban las damas de honor de Valeria, ocho mujeres amigas suyas con vestidos de seda color verde apio, cada una con un ramo de rosas y lilas. Las seguía Paula, en su calidad de madrina. Su vestido era rosa y su ramo estaba formado por rosas blancas entrecruzadas de verde.
Apenas había andado cinco pasos en dirección al grupo que esperaba en el altar cuando cometió el error de mirar a la derecha.Y allí estaba Pedro, en el sexto banco, con Federico y Melina. Él le sostuvo la mirada y ella estuvo a punto de tropezar, pero se recuperó al instante. Echó atrás los hombros y siguió su marcha lenta hacia el altar.El padrino le tomó la mano y la acompañó a su puesto, al lado de él. La música sonó más alta y apareció Valeria con un vestido blanco como la nieve y un ramo hecho de lirios blancos, gardenias y rosas atado con perlas falsas. Un suspiro de admiración pareció brotar de todas las gargantas al verla. Era su momento y Lena sabía bien qué hacer con él. A través del velo, tenía ojos sólo para Julián y, cuando al fin llegó a su altura, tendió su ramo a Paula y su prometido y ella miraron al pastor.Empezó la ceremonia. Julián vaciló un par de veces al pronunciar los votos. Aunque normalmente hablaba mucho, parecía acobardado por la solemnidad del momento. La voz de Valeria, en cambio, sonó fuerte y clara, sin vacilaciones.
Paula, a pesar de su determinación de no mirar, no pudo evitar girarse de nuevo hacia Pedro, en el sexto banco, donde la esperaban los ojos de él llenos de calor y esperanza. Y también promesas. La miraba... como miraba Julián a Valeria y como Federico miraba a Melina. Como si ella fuera la única mujer en el mundo.Increíble. Su sueño de tantos años atrás se había hecho realidad. Pedro Alfonso sólo la miraba a ella.Ahora la veía. Él mismo se lo había dicho así al lado de la piscina. La veía y se interesaba por ella. Y Paula tenía que reconocer que a ella también le interesaba él. Era como un cuento de hadas hecho realidad. O lo habría sido... de no ser por el secreto y por su telaraña de mentiras.
Cuando los novios subieron a la limusina blanca que los llevaría al Club de Campo, se veían ya muchas nubes por el suroeste. La lluvia anunciada estaba en camino.Pero a la gente no le preocupaba nada el clima. El banquete tendría lugar en el comedor principal del Club de Campo y después habría baile hasta tarde en el salón adyacente. Una pequeña tormenta no iba a alterar el programa. Pedro, que había salido de la iglesia el primero, llegó al club mucho antes que los demás. Entregó las llaves del coche al mozo del aparcamiento y fue directo al comedor, donde había al menos cuarenta mesas redondas preparadas con manteles blancos, cristalería de bordes dorados y porcelana de china. En un extremo, sobre una plataforma, había una mesa rectangular montada para seis personas, los novios y los padres de ambos. Pedro supuso que Paula no se sentaría lejos de esa mesa. Y acertó. Encontró su tarjeta y la de Felipe en la mesa de enfrente. A continuación empezó a buscar su lugar.Lo encontró diez minutos más tarde, justo en el centro del mar de mesas, con Melina y Federico a su derecha. Tomó su tarjeta con el mayor descaro y la cambió por la de la persona que se sentaba a la izquierda de Paula.Una vez terminada su misión, se marchó al bar del club, donde pidió un whisky con hielo mientras esperaba la llegada de los demás invitados.
Veinte minutos después regresaba al comedor, donde empezaban a llenarse ya las mesas y los camareros circulaban entre ellas poniendo pan y mantequilla o sirviendo champán y refrescos. Un grupo tocaba música suave en un rincón. Paula y Felipe estaban ya sentados. Pedro se detuvo en la puerta y los miró. Mientras miraba, el niño desdobló su servilleta y se la puso en las rodillas.Pedro sonrió. Estaba muy apuesto con su traje y su remolino de pelo justo en la coronilla. Él entendía mucho de eso, pues tenía uno justo en el mismo lugar y se veía obligado a llevar el pelo largo o muy corto para controlarlo.Y Paula...
Los invitados soltaron exclamaciones de admiración al ver el lugar, donde las lilas y las rosas mezcladas con hiedra y cintas de raso blanco adornaban casi todas las superficies. A lo largo del pasillo y en el altar había más flores en floreros altos.La iglesia estaba a rebosar. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes de la marcha nupcial, no cabía ni un alma más.Tres niñas con vestidos de raso verde y el pelo adornado con cintas y capullos de rosa bajaron por la alfombra blanca que habían extendido dos de los testigos del novio antes de que empezara la marcha nupcial. Las tres sonreían con timidez y transportaban cestas llenas de pétalos rosas y verdes que lanzaban por el pasillo a su paso.A continuación iban las damas de honor de Valeria, ocho mujeres amigas suyas con vestidos de seda color verde apio, cada una con un ramo de rosas y lilas. Las seguía Paula, en su calidad de madrina. Su vestido era rosa y su ramo estaba formado por rosas blancas entrecruzadas de verde.
Apenas había andado cinco pasos en dirección al grupo que esperaba en el altar cuando cometió el error de mirar a la derecha.Y allí estaba Pedro, en el sexto banco, con Federico y Melina. Él le sostuvo la mirada y ella estuvo a punto de tropezar, pero se recuperó al instante. Echó atrás los hombros y siguió su marcha lenta hacia el altar.El padrino le tomó la mano y la acompañó a su puesto, al lado de él. La música sonó más alta y apareció Valeria con un vestido blanco como la nieve y un ramo hecho de lirios blancos, gardenias y rosas atado con perlas falsas. Un suspiro de admiración pareció brotar de todas las gargantas al verla. Era su momento y Lena sabía bien qué hacer con él. A través del velo, tenía ojos sólo para Julián y, cuando al fin llegó a su altura, tendió su ramo a Paula y su prometido y ella miraron al pastor.Empezó la ceremonia. Julián vaciló un par de veces al pronunciar los votos. Aunque normalmente hablaba mucho, parecía acobardado por la solemnidad del momento. La voz de Valeria, en cambio, sonó fuerte y clara, sin vacilaciones.
Paula, a pesar de su determinación de no mirar, no pudo evitar girarse de nuevo hacia Pedro, en el sexto banco, donde la esperaban los ojos de él llenos de calor y esperanza. Y también promesas. La miraba... como miraba Julián a Valeria y como Federico miraba a Melina. Como si ella fuera la única mujer en el mundo.Increíble. Su sueño de tantos años atrás se había hecho realidad. Pedro Alfonso sólo la miraba a ella.Ahora la veía. Él mismo se lo había dicho así al lado de la piscina. La veía y se interesaba por ella. Y Paula tenía que reconocer que a ella también le interesaba él. Era como un cuento de hadas hecho realidad. O lo habría sido... de no ser por el secreto y por su telaraña de mentiras.
Cuando los novios subieron a la limusina blanca que los llevaría al Club de Campo, se veían ya muchas nubes por el suroeste. La lluvia anunciada estaba en camino.Pero a la gente no le preocupaba nada el clima. El banquete tendría lugar en el comedor principal del Club de Campo y después habría baile hasta tarde en el salón adyacente. Una pequeña tormenta no iba a alterar el programa. Pedro, que había salido de la iglesia el primero, llegó al club mucho antes que los demás. Entregó las llaves del coche al mozo del aparcamiento y fue directo al comedor, donde había al menos cuarenta mesas redondas preparadas con manteles blancos, cristalería de bordes dorados y porcelana de china. En un extremo, sobre una plataforma, había una mesa rectangular montada para seis personas, los novios y los padres de ambos. Pedro supuso que Paula no se sentaría lejos de esa mesa. Y acertó. Encontró su tarjeta y la de Felipe en la mesa de enfrente. A continuación empezó a buscar su lugar.Lo encontró diez minutos más tarde, justo en el centro del mar de mesas, con Melina y Federico a su derecha. Tomó su tarjeta con el mayor descaro y la cambió por la de la persona que se sentaba a la izquierda de Paula.Una vez terminada su misión, se marchó al bar del club, donde pidió un whisky con hielo mientras esperaba la llegada de los demás invitados.
Veinte minutos después regresaba al comedor, donde empezaban a llenarse ya las mesas y los camareros circulaban entre ellas poniendo pan y mantequilla o sirviendo champán y refrescos. Un grupo tocaba música suave en un rincón. Paula y Felipe estaban ya sentados. Pedro se detuvo en la puerta y los miró. Mientras miraba, el niño desdobló su servilleta y se la puso en las rodillas.Pedro sonrió. Estaba muy apuesto con su traje y su remolino de pelo justo en la coronilla. Él entendía mucho de eso, pues tenía uno justo en el mismo lugar y se veía obligado a llevar el pelo largo o muy corto para controlarlo.Y Paula...
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