domingo, 7 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 16

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el ruido de un motor de bote. Pronto el pequeño bote estuvo cerca, se trataba del. "Susan Jane" que pertenecía a David Robert. Ella lo saludó con una mano y él grito un amistoso "buenos días". Pedro se despertó sobresaltado.

—¿Es que acaso no hay aquí un poco de paz y tranquilidad?

—Deja de quejarte —reprochó ella y mirándole la espalda pregunto—: ¿Qué son esas cicatrices que tienes en la espalda, Pedro?

—Heridas de bala.

—¿Quién te las hizo?—siguió preguntando curiosa.

—Dos soldados, cuando trataba de escapar.

 —No comprendo, ¿De dónde tratabas de escapar? —la chica estaba asustada.

—No te asustes, Pau. Después de todo fui afortunado al salir con vida.

La chica recordó la conversación que habían tenido en Halifax.

—Debe haber sido cuando estabas en uno de tus viajes, trabajando de periodista, ¿no es así?

—Así es. En varias ocasiones estuve en el África, particularmente en los nuevos países que iban logrando su independencia de las potencias europeas. En mi último viaje, hace más de un año y medio, en busca de una historia, me enrolé con un grupo militar, pero hubo un conflicto y quedé atrapado. Fui apresado y estuve once meses en la cárcel hasta que, por fortuna, hubo un cambio de gobierno y fui liberado.

—Aún no me has dicho cómo fue que te dispararon.

—Trataba de escapar. Supongo que todo fue culpa mía.

—¿Era tan mala la cárcel? —preguntó ella insinuándole a continuar.

—Bastante mala, pero eso no era lo peor —hizo una pausa—. Todo fue debido a mí preocupación por Mateo. Ese debía de haber sido mi último viaje y esperaba volver a casa en sólo un mes. La enfermedad de Mateo aún no se había diagnosticado, sólo sabíamos que no se encontraba bien del todo. Fui a ese viaje con la intención de terminar mis reportajes, para poder dedicar todo mi tiempo a mi hijo. Entonces sucedió lo que te conté y quedé preso, sin saber cuándo saldría, si es que alguna vez salía yo vivo de allí. Sabía con certeza que Mateo me necesitaba, y que él estaba algo enfermo… ¡Dios! Creía volverme loco de desesperación en aquella apestosa cárcel.


—Entonces fue cuando trataste de escapar.

—Sí. Fue lo peor que pude hacer, porque cuando me sorprendieron, me encerraron en una celda solitaria.

—¡Oh, Pedro! —en un gesto instintivo de solidaridad, Paula se acercó y puso una de sus manos sobre la muñeca de él, apretándola con suavidad—. Y después, cuando volviste, ¿Qué pasó?

—La enfermedad había sido localizada y diagnosticada. El mal estaba en el corazón, eran tan urgente, que la operación ya estaba programada y Camila se encontraba al borde del colapso. Ella había arreglado los documentos referentes a pasarme la custodia del niño desde seis meses antes.

Así que ella había abandonado a su hijo a pesar de haber estado enfermo.

—Ella… la madre de Mateo. ¿Cómo es?

—Muy rica y hermosa. Consentida. Cuando la conocí, me interesó porque supe que ella no andaba atrás de mi dinero. ¿Sabes?, mi padre me dejó una gran herencia, hizo una gran fortuna a base de negocios no del todo legales. Cuando nos casamos descubrí que era una mujer totalmente incapaz de hacer nada por sí misma, el encanto se desvaneció al comprobar su total dependencia de mi persona. Tuve que viajar al extranjero por mi trabajo y a mi regreso, ella había encontrado otra compañía. Después de eso, traté de permanecer en casa con ella. Sin embargo, para Camila era muy importante la compañía de otros hombres. Así que nos separamos. Tan pronto como se vio libre, se casó con Mauricio.

—¿Aún la amas?

—¡Por Dios!, no. Creo que nunca la amé en realidad.

—¿Mateo la ama?

—Lo ignoro. Siempre que trato de averiguarlo se muestra evasivo. Pau, tú eres una excelente oyente —le impresionó escuchar las mismas palabras que Lucas  le había dicho en otra ocasión—. Yo no acostumbro hablar tanto acerca de mí.

Pareció muy natural cuando él se acercó a ella y la besó muy gentil en los labios. Para Paula, el tiempo se detuvo. La imagen de su rostro, tan cerca del suyo, la estremeció.

—No me mires así, no estoy tratando de seducirte —expresó áspero.

—Lo sé. Yo no quería… —su voz quebró.

 —Yo sé que no soy Lucas, ¿Es eso lo que te molesta? —preguntó Pedro.

—¿Lucas?—repitió enfadada. —

Sí, no pretendas hacerme creer que no sabes a qué me refiero.

—Lo siento, pero no lo sé.

—Vamos, vamos, Pau. Estoy seguro de que Lucas hace algo más que besarte cuando están a solas tanto tiempo en tu casa.

—¿Y qué es lo que tú crees que Lucas y yo hacemos?

—¿Tengo que decírtelo?

—Obviamente.

—Se acuestan juntos.

—Para que lo sepas, eso es falso —levantó la voz, enfadada—. ¿Acaso quieres saber lo que hacemos? Hablamos acerca de su novia.

—¿Me vas a decir que nunca te ha besado?

—Sí, lo hizo —reconoció honesta—, pero sólo fue para despertar los celos de Karen.

—¿A quién estás tratando de engañar? ¡Si ella ni siquiera estaba allí!

—Ni tú tampoco, o ¿Es que estás celoso?

 Él le dió la espalda y con voz pausada dijo:

—Desearía saber la respuesta, pero como la ignoro, creo que será mejor cambiar el tema —la miró notando sus mejillas sonrojadas y añadió—: Me pregunto si tienes una idea de lo hermosa que estás ahora, Pau.

Ella bajó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada.

—Mírame, Pau.

Sin querer, ella obedeció, de nuevo se sentía asustada, sabiendo en lo más profundo de su corazón que este hombre era muy diferente de cuantos había conocido. Él pareció adivinar alguno de sus pensamientos porque de pronto le dijo:

—Pau, quiero besarte otra vez.

—No, Pedro —respondió sintiendo que el aliento le faltaba.

—¿Por qué no?

—Tal vez porque no lo deseo —dijo desafiante.

—No te creo, lo deseas, pero tienes miedo.

—Bien, es cierto, tengo miedo —aceptó sin rodeos—. He construido una nueva vida para mí, Pedro, y te aseguro que no ha sido fácil. No deseo que alguien como tú llegue aquí a poner todo de cabeza.

—Así que piensas que puedo hacerlo, ¿No es eso?

—Hablaba en forma figurativa —replicó enfadada. —Pues yo creo que has sido muy específica. Pero lo que en realidad quieres decir, es que estas muy decidida a esconderte de la vida y no deseas arriesgarte con ninguna relación sentimental.

—Tengo todo el derecho de decidir lo que haré con mi propia vida.

—Yo no creo que tengas el derecho para volver la espalda al mundo.

—No cabe duda que tu filosofía es muy convincente, sólo que te olvidas de que estoy atada a una silla de ruedas. No soy una mujer normal, Pedro Alfonso, y deja de hablarme como si lo fuera.

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