Ella llegó al comedor, desierto ahora salvo por las mesas desnudas y las cajas llenas de platos.
—¡Feli! —gritó—. ¿Dónde estás?
—Pau. Espera.
Ella no hizo caso. Se recogió la falda del vestido y cruzó el arco que llevaba al vestíbulo.
—¡Feli! ¡Feli! Y esa vez obtuvo al fin respuesta.
—¡Mamá!
El niño salió corriendo de entre las sombras que llevaban al salón del fondo.
—¿Qué pasa? Está todo oscuro. Estábamos jugando al escondite y yo he esperado mucho tiempo escondido, pero...
Paula se convirtió de pronto en la personificación de la calma. Levantó una mano.
—Tenemos que movernos —le tendió la mano y el niño corrió y se aferró a ella.Fuera hubo un ruido muy raro, como si un tren se acercara hacia ellos. Felipe abrió unos ojos como platos.
—¿Qué es eso?
—Por aquí —Pedro agarró la mano libre de Paula y corrió tirando de ella de regreso a la cocina. Abrió la puerta y empujó a la madre y al hijo delante de él.Para entonces, el ruido era más alto que ningún tren. Rugía a su alrededor, envolviéndolos. Se rompieron muchos cristales en una serie de explosiones que parecían llegar de todas partes a la vez, en el comedor, el salón de baile... por todo el club.El rugido se hizo aún más alto. Federico estaba solo en la puerta abierta que daba al sótano.
—¡Vamos, dense prisa!
Y entonces el tornado cayó sobre ellos.Las puertas cerradas que daban al comedor se abrieron y saltaron de sus goznes a la otra habitación. Al mismo tiempo, las puertas del salón de baile se abrían y cerraban dos veces antes de saltar también de sus goznes.Los rodeó un infierno. Cazos, sartenes y un número indeterminado de objetos punzantes volaban por los aires. Pedro empujaba a Paula y a Felipe delante de él y se abría paso como podía mientras el mundo entero se soltaba de sus amarres y el rugido se convertía en un monstruo que los engullía vivos.Después de eso todo fue muy lento. Un minuto, dos tal vez, convertidos en una eternidad de terror, de explosiones súbitas y ruido.
El monstruo salvaje del viento aullador levantó a Felipe del suelo y lo lanzó directo hacia Federico, quien lo atrapó milagrosamente en el aire.
—¡Vete! —gritó Paula —. ¡Bájalo ya!
Federico se volvió y empezó a bajar mientras Felipe llamaba a su madre a gritos y tendía las manos por encima del hombro de Fede como si pudiera salvarla con sólo la voluntad de sus diez años.
Pedro sujetaba a Paula con fuerza por la cintura y la empujaba hacia delante. Los objetos lo golpeaban... el mango de un cuchillo, un bol de madera, un plato que se rompió en su hombro. Pero no le dolían. Sentía los golpes como si fueran dirigidos con intención. El monstruo salvaje luchaba con él y él se defendía. El monstruo no podía ganar.La puerta que llevaba al sótano saltó de sus goznes, se elevó por el aire, pasó por encima de sus cabezas y salió volando por el agujero donde habían estado las puertas del salón de baile.
Paula gritó.Él la empujó hacia delante.
—Vamos, vamos, podemos lograrlo.
Ella siguió avanzando valientemente, con el vestido pegado a las piernas dificultando su avance, hasta que lo agarró y se lo envolvió en torno a la cintura. El vestido cayó hacia atrás y se enrolló alrededor de Pedro, agarrándose con la fuerza de un ser vivo desesperado.Arriba, en el segundo piso, se oyó un ruido atronador. La mente de Pedro consiguió identificar el sonido: había cedido el tejado. Siguió empujando a Paula desde atrás y cada centímetro que avanzaban hacia la puerta del sótano era un triunfo, una victoria sobre el monstruo que rugía, los golpeaba y amenazaba con separarlos. Llegaron a la puerta y Paula se disponía a meterse en la escalera cuando las paredes empezaron a ceder. Entre el rugido surgió otro ruido de gemidos y gritos horribles.
Pedro se tambaleó en el suelo movible.Paula gritó su nombre y se volvió a agarrarlo. Antes de que él pudiera decirle que siguiera adelante, que bajara la maldita escalera, un tazón blanco gigante de amasar apareció volando directamente hacia ella. La golpeó en la sien y se partió limpiamente en dos, con ambas piezas parándose un instante en el aire antes de salir volando en direcciones opuestas. De su frente salió un chorro de sangre que saltó en todas direcciones.Las paredes caían sobre ellos. Sartenes y bandejas volaban a su alrededor, y Paula tenía una expresión triste y rara.
—Perdona —dijo, mientras la sangre le entraba en la boca y manchaba su vestido rosa y el traje de él—. Lo siento mucho. Lo he estropeado todo...
Cerró los ojos bajo la cortina de sangre, cayó hacia él y Pedro la recogió en sus brazos, la levantó contra el pecho y se lanzó hacia las escaleras. Cuando empezaba a bajarlas, cedió el techo y se estrelló contra el suelo.
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