domingo, 28 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 21

Ella  llegó  al  comedor,  desierto  ahora  salvo  por  las  mesas  desnudas  y  las  cajas  llenas de platos.

—¡Feli! —gritó—. ¿Dónde estás?

—Pau. Espera.

Ella  no  hizo  caso.  Se  recogió  la  falda  del  vestido  y  cruzó  el  arco  que  llevaba  al  vestíbulo.

—¡Feli! ¡Feli! Y esa vez obtuvo al fin respuesta.

—¡Mamá!

El niño salió corriendo de entre las sombras que llevaban al salón del fondo.

—¿Qué  pasa?  Está  todo  oscuro.  Estábamos  jugando  al  escondite  y  yo  he  esperado mucho tiempo escondido, pero...

Paula  se  convirtió  de  pronto  en  la  personificación  de  la  calma.  Levantó  una  mano.

—Tenemos que movernos —le tendió la mano y el niño corrió y se aferró a ella.Fuera hubo un ruido muy raro, como si un tren se acercara hacia ellos. Felipe abrió unos ojos como platos.

—¿Qué es eso?

—Por  aquí  —Pedro agarró  la  mano  libre  de  Paula  y  corrió  tirando  de  ella  de  regreso a la cocina. Abrió la puerta y empujó a la madre y al hijo delante de él.Para  entonces,  el  ruido  era  más  alto  que  ningún  tren.  Rugía  a  su  alrededor,  envolviéndolos.  Se  rompieron  muchos  cristales  en  una  serie  de  explosiones  que  parecían llegar de todas partes a la vez, en el comedor, el salón de baile... por todo el club.El rugido se hizo aún más alto. Federico estaba solo en la puerta abierta que daba al sótano.

—¡Vamos, dense prisa!

Y entonces el tornado cayó sobre ellos.Las puertas cerradas que daban al comedor se abrieron y saltaron de sus goznes a  la  otra  habitación.  Al  mismo  tiempo,  las  puertas  del  salón  de  baile  se abrían  y  cerraban dos veces antes de saltar también de sus goznes.Los  rodeó  un  infierno.  Cazos, sartenes  y  un  número  indeterminado  de  objetos  punzantes volaban por los aires. Pedro empujaba a Paula y a Felipe delante de él y se abría  paso  como  podía  mientras  el  mundo  entero  se  soltaba de  sus  amarres  y  el  rugido se convertía en un monstruo que los engullía vivos.Después de eso todo fue muy lento. Un minuto, dos tal vez, convertidos en una eternidad de terror, de explosiones súbitas y ruido.

El  monstruo  salvaje  del  viento  aullador  levantó  a  Felipe del  suelo  y  lo  lanzó  directo hacia Federico, quien lo atrapó milagrosamente en el aire.

—¡Vete! —gritó Paula —. ¡Bájalo ya!

Federico  se  volvió  y  empezó  a  bajar  mientras  Felipe llamaba  a  su  madre  a  gritos  y  tendía las manos por encima del hombro de Fede como si pudiera salvarla con sólo la voluntad de sus diez años.

Pedro  sujetaba  a  Paula con  fuerza  por  la  cintura  y  la  empujaba  hacia  delante. Los objetos lo golpeaban... el mango de un cuchillo, un bol de madera, un plato que se rompió en su hombro. Pero no le dolían. Sentía los golpes como si fueran dirigidos con  intención.  El  monstruo  salvaje  luchaba con  él  y  él  se  defendía.  El  monstruo  no  podía ganar.La  puerta  que  llevaba  al  sótano  saltó  de sus  goznes,  se  elevó  por  el  aire,  pasó  por  encima  de  sus  cabezas  y  salió  volando  por  el agujero  donde  habían  estado  las  puertas del salón de baile.

Paula gritó.Él la empujó hacia delante.

—Vamos, vamos, podemos lograrlo.

Ella  siguió  avanzando  valientemente,  con  el  vestido  pegado  a  las  piernas  dificultando su avance, hasta que lo agarró y se lo envolvió en torno a la cintura. El vestido cayó hacia atrás y se enrolló alrededor de Pedro, agarrándose con la fuerza de un ser vivo desesperado.Arriba,  en  el segundo  piso,  se  oyó  un  ruido  atronador.  La  mente  de  Pedro  consiguió identificar el sonido: había cedido el tejado. Siguió empujando a Paula desde atrás y cada centímetro que avanzaban hacia la puerta  del  sótano  era  un  triunfo,  una  victoria  sobre  el  monstruo  que  rugía,  los  golpeaba y amenazaba con separarlos. Llegaron  a  la  puerta  y  Paula se  disponía  a  meterse  en  la  escalera cuando  las  paredes  empezaron  a  ceder.  Entre  el  rugido  surgió  otro  ruido  de  gemidos  y  gritos horribles.

Pedro se tambaleó en el suelo movible.Paula gritó  su  nombre  y  se  volvió  a  agarrarlo.  Antes  de que  él  pudiera  decirle  que  siguiera  adelante,  que  bajara  la  maldita  escalera,  un  tazón  blanco gigante  de  amasar  apareció  volando  directamente  hacia  ella.  La  golpeó  en  la  sien  y  se  partió limpiamente en dos, con ambas piezas parándose un instante en el aire antes de salir volando en direcciones opuestas. De su frente salió un chorro de sangre que saltó en todas direcciones.Las paredes  caían  sobre  ellos.  Sartenes  y  bandejas  volaban  a  su  alrededor,  y  Paula tenía una expresión triste y rara.

—Perdona —dijo,  mientras  la  sangre  le  entraba  en  la  boca  y  manchaba  su  vestido rosa y el traje de él—. Lo siento mucho. Lo he estropeado todo...

Cerró los ojos bajo la cortina de sangre, cayó hacia él y Pedro la recogió en sus brazos, la levantó contra el pecho y se lanzó hacia las escaleras. Cuando empezaba a bajarlas, cedió el techo y se estrelló contra el suelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario