miércoles, 17 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 53

Una hora después, llegaron. Todo estaba en paz, pero ella sintió que era aparente. Pedro salió de pronto de la casa de Alicia y se quedó allí parado, observándolos. Con las manos en los bolsillos comenzó a caminar, decidido, hacia ellos. Fernando tomó la muñeca de Paula y le dijo:

—Creo que he hecho lo mejor que se debía hacer. Estoy convencido de ello, Pau. Al casarte con Pedro podrías arrepentirte toda tu vida.

—¡Oh! Creo que te sientes muy altruista —y quitando su mano de la de él, añadió—: Perdóname, pero lo único que quisiera es no volverte a ver en los días de mi vida.

—Comprendo que sientas así ahora, pero pasado algún tiempo cambiarás de opinión. Partiré para el este en un par de días. Espero que vuelvas a Vancouver dentro de un mes o dos a lo más.

Cerró los ojos rogando porque la predicción de Fernando fuera errónea. Un instante después, descendió del auto sin volver la cabeza. Con una calma que se le antojó fatalística comenzó a caminar sobre el puente y detrás de ella escuchó el motor del auto de Fernando que se alejaba.

Pedro esperaba a Paula al otro lado del puente. Ella caminaba, sosteniéndose con una mano de la cuerda que hacía las veces de barandilla. Después de atravesar el puente, ella dió el primer paso sobre la hierba. Sin tener ni siquiera una idea de lo qué iba a decir comenzó a hablar en forma automática.

—Pepe, Fernando me detuvo toda la noche a propósito, para que tú pensaras que él y yo somos amantes. Él no quiere que me case contigo, ¿Sabes?

—¿Sí? Y esto sucede precisamente la noche en que Roberto no está aquí, en la isla.

—¿Mi abuelo? —preguntó Paula, atontada.

—¡Sí, Roberto! ¡Tu abuelo! —exclamó con fingida paciencia—. No querías que él se diera cuenta de que eras la amante de Fernando, ¿No es así? Él cree en tí como en la luz del día.

—Esto no tiene nada que ver con  mi abuelo . Te estoy diciendo que  Fernando escuchó que tú anoche me propusiste matrimonio y no desea que nosotros nos casemos, así que decidió retenerme por la fuerza con él, toda la noche.

—¡Qué inocencia!—exclamó sin creer en lo que la joven decía.

—No había teléfono; ni vecinos, y el lugar estaba muy distante de cualquier otro a donde yo hubiera podido caminar —hasta a ella misma le sonaba tan increíble—. ¿Qué podría hacer para convencerlo?

—Así qué él tenía ya preparado el escondite y además sabía que Roberto iba a ausentarse toda la noche. Por cierto, veo que le falta un botón a tu corpiño —le dijo mirándole el pecho.

—Fernando lo hizo.

—Esa es la primera cosa que te creo de todas las que has dicho. El sol le daba a Paula en plena cara. Sintió que podía desvanecerse; supo que estaba vencida aún antes de luchar: él nunca iba a creerle. Se volvió hacia otro lado, para evitar el deslumbramiento del sol y la mirada penetrante de Pedro. Con torpeza, casi tropezó entre la hierba.

—¿Adonde vas? —preguntó él con fiereza.

—A mi casa.

—No, no irás. Alicia quiere verte. Roberto llamó en la mañana; tuve que engañarlo, diciéndole que habías estado demasiado fatigada anoche y que te encontrabas aún dormida. Él me creyó.

—Tú me desprecias, ¿No es cierto?

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