domingo, 14 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 40

—¿Y por qué estás tú aquí, en calidad de emisario, Fernando?

—Tal vez sería conveniente que tú y yo hablásemos en privado, ¿No crees, Pau? —preguntó dirigiendo una mirada discreta a Pedro y Mateo.

—Ya nos íbamos—expresó Pedro con sequedad—. Encantado de conocerlo, Fernando. Nos veremos más tarde, Paula. Vamos Mati, llevaremos el cangrejo a la poza.

Tomados de la mano, partieron y Paula experimentó una sensación de soledad. Una vez que estuvieron a cierta distancia, la chica preguntó con aspereza.

—¿Cuál es la verdadera razón que te ha traído aquí, Fer?

—¿Hay algún lugar adonde podamos hablar? ¿Vives tú en aquella casa? — preguntó señalando la casa de Roberto.

—No —respondió señalando la pequeña cabaña entre las rocas—. Vivo en esa cabaña que fue depósito de pescado.

—¿Tú vives en eso? ¡Dios mío!

Sabiendo muy bien lo que él estaba pensando, Paula le dijo:

—Es algo muy diferente de la casa de mi padre, ¿Mo te parece? Y ¿sabes?, he sido muy feliz aquí, Fer. Fue lo mejor que pude hacer al salir de Vancouver.

—Te veo tan diferente; no lo entiendo, Paula—expresó perplejo.

—Ven conmigo, te prepararé algo de tomar —lo guió hacia la cabaña. La sencillez del interior de la cabaña redujo a Facundo a un silencio total.

—Ven, siéntate junto a la ventana —sugirió Paula, poniendo un plato con bizcochos en la mesita deja lámpara y dos vasos grandes con té helado. Él se sentó.

—Tus padres celebrarán sus veinticinco años de matrimonio dentro de diez días. Harán una gran fiesta. Desean que estés en casa para acompañarlos.

—¿Todo este viaje, Por una fiesta?

—Para que vuelvas a casa a quedarte, Paula.

—¡Oh, no, no podría hacer eso! —exclamó asombrada.

—Allá está tu hogar.

—¿Realmente lo crees?

—Por supuesto. Allá están todos tus amigos.

Ella pensó en su abuelo y en Alicia, en Lucas y, sobre todo, en Pedro y Mateo.

—No más, Fernando. Aquí tengo nuevos amigos, mejores de los que tuve en Vancouver.

—¿Es que me incluyes a mí en esto? —demandó mirándola a los ojos.

—Tengo que hacerlo, ¿No crees? —preguntó con voz queda—. Después del accidente tú fuiste uno de los muchos a quienes yo creía mis amigos y sin embargo huyeron de mí como si yo fuera una enfermedad contagiosa. Tú deseabas casarte conmigo antes del accidente, pero no después. ¿Cómo crees que sentí ese cambio?

—Es cierto lo que dices. Yo dejé de verte, y eso es todo lo que hice, pero cuando te marchaste de Vancouver me di cuenta de mi error. Y después de tu operación, aun cuando tu padre no lo hubiese sugerido, yo habría venido a verte. Tus padres quieren que vuelvas a casa. Yo también lo deseo. Podríamos regresar juntos.

—No Fer, no puedo.

—¿Y por qué no?

—Porque tengo un empleo aquí.

—¿Qué clase de empleo?—preguntó escéptico.

—El pequeño, Mateo, yo lo cuido durante el día.

—Vamos, vamos, Paula, no me digas que ahora te has convertido en una gloriosa ama de llaves.

—Quiero mucho a ese niño —levantó la barbilla desafiante.

—¿Y qué papel desempeña el padre del niño en todo esto?

Paula hizo un esfuerzo para que su voz pareciera casual.

—Él es mi empleador, por supuesto. Así que no puedo volver a Vancouver.

—¡Paula, tú eres la hija de Miguel Chaves; no hay la menor necesidad de que estés trabajando como ama de llaves! De hecho, esto es algo ridículo.

—Estás en un error, Fer. En esta isla no soy la hija de Miguel Chaves, sino la nieta de Roberto Chaves, algo muy diferente, porque por primera vez en mi vida, me basto a mi misma. He estado trabajando haciendo bordados para una tienda de artesanías y ahora tengo el trabajo con Pedro. Soy independiente, y tú no sabes cuánto me satisface eso.

—¿Y cuánto te están pagando?

—Bueno, aún no hemos discutido eso, pero, estoy segura de que…

—Yo estoy seguro de que será una miseria, Paula; una mínima cantidad comparada con lo que recibes de tu padre.

—No lo sé, pero…

—¿Acaso no te das cuenta de que él te está utilizando? Tú estás disponible y eso es muy conveniente para él.

—Y también es muy conveniente para mí —replicó Paula—, pero de cualquier manera, Fernando, has perdido el punto de vista, pues yo no quiero regresar ahora a Vancouver, prefiero estar aquí —se acercó hacia él enfatizando con sus manos la sinceridad de sus palabras, y añadió—: Verás, siento esta isla como mi propio hogar, algo que nunca sentí en la casa de mis padres; es como si se hubiese saltado toda una generación; mi padre ansiaba separarse de esta isla y en cambio yo la siento como mi propia tierra.

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