domingo, 21 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 63

—¡Oh, Pepe!

—Algo más, antes que me respondas, Pau. Cuando me trajeron a casa en la camilla, venía yo medio inconsciente. Escuché algunas voces durante un rato y después volví a perder el conocimiento, Pero algunas frases se quedaron muy claras en mi mente: tú expresaste que me amabas y Fernando dijo que tú nunca le habías permitido ninguna intimidad. Aún creo que estoy escuchando aquellas palabras. Pau, ¿Es cierto que tú me amas?

—Sí, Pepe, te amo mucho.

El beso que se dieron tuvo toda la fuerza de las olas del mar y todo el fulgor del sol que brillaba en el cielo. Después la soltó un poco y le dijo:

—Perdóname por no haberte creído aquella mañana cuando llegaste con Fernando. Dios sabe que quise hacerlo, pero en esos momentos no pude vencer mi desconfianza.

Paula tocó con sus dedos la boca de Pedro para acallar sus palabras.

—No importa mi amor, yo entiendo por qué lo hiciste y sé que nunca más volverá a suceder.

Se besaron de nuevo y la pasión los envolvió en sus alas.

—Tú eres mía, Pau. Te amo y te deseo como a nadie he deseado. Quiero que seas mía hasta el día en que yo muera.

Mateo había llegado hacia ellos con su cubeta llena de arena en la mano. Los miró muy seriamente. Pedro lo tomó de la mano.

—Ven aquí, hijo —pidió—. Queremos que tú seas el primero en saberlo, Pau ha aceptado casarse conmigo —de pronto se volvió hacia ella un poco consternado y añadió—: Creo que no has dicho todavía que aceptas, pero lo harás, ¿No es cierto?

Ella rió.

—No podría negarme después de cinco peticiones, ¿Verdad? ¡Claro! ¡Claro que me casaré contigo!

—¿Lo ves, Mati?, ella vivirá con nosotros toda la vida, ¿Qué te parece?

—¡Sí!… ¡Qué bueno! ¿Pau me permitirá tener mis caracoles en la casa?

—Eso lo tendremos que negociar —le sonrió revolviendo su cabellera. —Creo que esto merece una celebración. Todos nos vamos a almorzar fuera. Y después iremos a Halifax a buscar una licencia de matrimonio, ¿Tú no quieres esperar, verdad, Pau?

—No —dijo ella casi sin aliento.

Volvieron hacia la casa. Los rubios cabellos de Paula volaban, desordenadamente al viento. Él la miró por encima de su hombro y le dijo:

—Esto es lo que quiero para el resto de mi vida, Pau, verte aquí, caminando a mi lado.

Con toda la honestidad y el amor que inflamaba su corazón, ella le respondió, casi en secreto:

—No conozco nada que pueda hacerme más felíz.

—¿A qué hora vamos a ir a comer? —preguntó el pequeño Mateo.




FIN

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