miércoles, 10 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 28

Rezó, pidiendo a Dios que el niño estuviera a salvo. Llevaba también una linterna de mano. Las luces de las casas de Roberto y de Alicia, estaban todas encendidas. Ella comenzó a gritar el nombre de Mateo, balanceando la antorcha a manera de señal. Alicia salió de atrás de la casa de Roberto.

—¿Alguna novedad, Ali?

—Ninguna, él no regresó a la casa.

—Seguramente no ha salido de la isla. ¡Mati, Mati!

—Pedro dijo que si no lo encontraban en la isla sería necesario llamar a la policía. Será mejor que entres. No tiene caso que te quedes allí, ya estás empapada. Voy a preparar una cama junto a la chimenea y unas botellas con agua caliente.

—Me quedaré aquí un poco más. Le prometí a Pedro llamarlo a voces.

Alicia torció la boca en señal de desaprobación y entró en la casa. Paula continuó por un rato llamando a Mateo, impulsando su silla en círculos alrededor de las tres casas. Por fin vio la luz de una antorcha. Era Pedro quien se acercaba.

—¿Lo encontraron? —preguntó la chica.

—No, y no hay ninguna señal de que se encuentre por aquí. Roberto viene por la playa. Pau, será mejor que entres. Llamaré a la policía e iré en el auto a buscarlo.

Ella obedeció, era evidente que Mateo no estaba tan cerca como para que pudiera escucharla. Alicia tenía una estufa extra en la cocina y varias teteras con agua calentándose. La cama estaba preparada con sábanas limpias, en la sala. Miró a Paula y le dijo:

—Acércate a la estufa, te daré una toalla para que te seques.

Es cierto que ella se encontraba empapada, pero no tanto como Mateo lo estaría. Luchó contra los pensamientos pesimistas que se agolpaban en su mente. Pedro hablaba con la policía por teléfono. Cinco minutos más tarde, entró en la cocina.

—Les tomará una hora y media llegar hasta aquí. Traerán un perro de caza con ellos. No quieren que nosotros salgamos, pues eso podría confundir al perro, así que no podemos hacer nada por ahora, sino esperar —se quedó mirando las manos, como si nunca antes las hubiera visto, su mente estaba muy lejos de allí. Después de unos minutos dijo:

—Iré en el auto por aquí cerca y volveré antes que la policía llegue.

—Ve con cuidado, Pedro.

Sus movimientos eran lentos; buscaba en sus bolsillos las llaves del auto cuando de pronto su mirada se quedó fija en los zapatos de Mateo, junto a la estufa. Paula sintió que su corazón se llenaba de compasión por él y se acercó, agachándose a recoger los zapatos llenos de barro.

—Quédate aquí por favor, Pau. Quiero verte si es que… cuando vuelva con él.

—¡Claro que volverás con él! —tratando de poner en su voz toda la convicción posible—. Y por supuesto que estaré aquí.

—¡Buena niña! —palabras simples, tal vez, pero llenaron el corazón de Paula. Por fin encontró las llaves y salió.

La espera se hizo eterna. Roberto llegó primero. Se paró en el patio trasero, que daba a la cocina. Alicia se adelantó hacia él, quitándole las ropas mojadas y por primera vez, sin reclamar la suciedad que traía en las botas le dijo:

—Entra, Roberto, siéntate junto al fuego y quítate esas botas mojadas. Él se desplomó en una silla. Parecía exhausto.

—Ni una huella del niño. Pedro y yo hemos registrado cada centímetro de la isla —Alicia le ofreció una taza con humeante té—. Todo el tiempo le enseñé a Mateo un sano temor hacia el mar, así que espero que no haya intentado aventurarse por entre las rocas. ¿Han avisado a la policía?

Paula lo puso al corriente. Tres cuartos de hora más tarde, llegó Pedro.

—He buscado por los caminos en todo el área, llegué hasta South Point ¡No hay señal de él! Debe estar empapado. Una de las recomendaciones de los doctores fue que no tuviera enfriamientos. Llamaré al doctor de la localidad.
Por fin llegaron los policías. Pedro se puso la chaqueta.

—Voy a encontrarlos —dijo. En unos minutos regresó acompañado de dos hombres y a su lado un enorme y negro perro alsaciano. El más bajo de los dos policías parecía ser el dueño del perro. Sonrió a Paula.

—¿La señora Alfonso? Mucho gusto, yo soy Rolando Shaw.

—Soy amiga del señor Alfonso—replicó ruborizándose.

—La madre de Mateo no vive conmigo —intercedió Pedro.

—Ya veo, y ahora, ¿Pueden explicarme qué pasó y qué edad tiene Mateo?

—Cinco.

—Me dijo usted que el niño escapó. Pedro le relató brevemente lo sucedido.

—Hemos buscado por toda la isla —concluyó—. Creo que debe haber cruzado el puente.

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