viernes, 12 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 36

—No a pedirte que seas mi esposa. Quiero que trabajes para mí, Pau, como compañera de Mati.

—¿Quieres decir que quieres que yo viva contigo?

—No te preocupes. Contrataré un ama de llaves para que se haga cargo del cuidado de la casa y además no habrá ningún compromiso de tipo sentimental, Pau. Se trata de un simple asunto de negocios.

Si no fuera tan terrible, hasta podría resultar gracioso; era precisamente lo contrario de lo que ella deseaba y de una sola cosa estaba segura: Pedro Alfonso no la amaba.

—Quiero que lo pienses. Mañana volveré con Mati, después del almuerzo. Puedes darme entonces tu respuesta.

—¿Qué pasará si digo que no?

—No sé lo que haré si te niegas. Te aseguro que el salario será espléndido y además tendrás toda la independencia que desees.

¿Acaso creería que su motivación sería de tipo monetaria?, se preguntó Paula.

—Lo tomaré en cuenta —aceptó con sarcasmo.

—Bien, hasta mañana, Pau. Ahora me retiro.

Una última mirada de incertidumbre y se volvió hacia la puerta. Caminó unos pasos y salió. Por unos momentos se quedó paralizada, después, en forma impulsiva, rodó la silla hacia la puerta y cerró con llave. Al regresar hacia la mesa, el rítmico rechinar de la silla le recordó algo que había omitido decirle a Pedro: lo sucedido en su operación. Él ignoraba que ella ahora podía caminar… ¿Cómo había podido ser tan tonta? ¿Y qué sería lo que él iba a decir cuando se enterara? ¿Acaso volvería a proponerle matrimonio? Recordando la hostilidad con que acababa de hablarle, parecía poco probable. Se acostó con estos pensamientos y eso la hizo dormir muy inquieta.

A la mañana siguiente, parecía pálida y con la mirada cansada. Una ducha caliente, mejoró un poco su condición y salió para secar su cabello al sol. Sabía que hoy le sería imposible concentrarse para el trabajo, así que decidió ir a la tienda de Lucas a entregarle las prendas terminadas y a recoger algunas nuevas. Vió a Roberto bajar hacia donde ella estaba.

—Buenos días, Pau, hoy será un gran día, aunque tal vez por la tarde soplará fuerte el viento.

La chica señaló el pasto junto a ella y le dijo:

—Siéntate un momento, tengo algunas noticias para tí. El anciano obedeció.

—¿Qué pasa?

—Pedro ha regresado.

—¿Está él allí, ahora? —preguntó Roberto.

—No me digas que tú lo esperabas.

—Tenía cierta idea de que volvería. ¿Está Mateo con él?

 —Sí, ellos vendrán después del almuerzo. Abuelo, Pedro quiere que yo trabaje para él, como compañera de Mati —expresó con cierta aprensión.

—Bueno, creo que eso no sería una mala idea; te daría la oportunidad de ordenar tu vida y pensar qué va a ser de tu futuro, ahora que ya puedes caminar. Y además, estás encariñada con el chico, no veo cuál es el problema…

—¿Crees que debería aceptar? —preguntó ella.

—Seguro que sí —afirmó sonriente—. Mira, por ahora, voy a Camden a comprar algunas cosas, ¿Quieres venir conmigo?

—Eso iba a preguntarte, deseo ir a la tienda de Lucas a llevarle algunas cosas.

—¿Estarás lista en diez minutos?

—Claro que sí.

 Los dos se levantaron y Roberto apoyó una de sus callosas manos en el hombro de Paula.

—Muchachita, me parece un milagro cada vez que te veo de pie.

Ella sonrió. ¡Cómo no iba a parecerlo, era un milagro, algo que deseaba compartir con Pedro esta misma tarde! Respiró profundamente y se sintió un poco aliviada… volvería a ver a Pedro pronto y se le había ofrecido la oportunidad de verlo a él y a Mateo, durante mucho tiempo. Todas sus dudas desaparecieron y decidió aceptar el ofrecimiento.

—Voy a cambiarme. Estaré lista en cinco minutos.

Deseaba vestirse de alguna manera fuera de lo usual. En el fondo del armario encontró un elegante vestido de algodón color verde claro que no usaba desde el accidente; la falda era corta y muy ajustada, lo que dejaba ver una buena parte de sus esbeltas piernas. Sobre los párpados aplicó sombras del mismo tono y también colocó unos pendientes de oro en las orejas. Se miró al espejo complacida, antes de tomar la pila de trabajos que llevaba para entregar a Lucas. La tienda estaba situada en la planta baja de un antiguo edificio de madera. El abuelo la dejó allí y se fue a otras tiendas a buscar algunas cosas que necesitaba. Al entrar, una campanilla sonó anunciando su llegada. Lucas hablaba en ese momento con dos clientas. Pasaron algunos minutos antes que se volviera hacia ella.

—¡Estás espléndida!

—¡Gracias! Te he traído un par de manteles y varias toallas.

—Te daré un recibo, y déjame presentarte a estas señoras, quienes se interesan por ver algunos más de tus trabajos.

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