miércoles, 3 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 7

—Buenos días, hijo —saludó Pedro sentándose en una silla frente a la mesa. El niño no pareció escucharlo.

Pedro no demostró ninguna reacción; su mano estaba firme cuando sostuvo el plato para que Paula le sirviera el desayuno.

—Sírvete los huevos revueltos, Mati. Si piensas ir al barco, será mejor que te pongas un suéter extra, en el mar se siente más frío —aconsejó Paula.

—Muy bien —acordó mientras se llevaba una rebanada de pan tostado a la boca.

—¿Qué tu abuelo todavía acostumbra salir de pesca? —preguntó Pedro.

—Siempre que puede, lo hace —respondió ella y le comenzó a enumerar los diferentes tipos de pesca que se hacían en los alrededores.


Mateo escuchaba muy atento. De pronto pareció inquieto y dijo:

—¿Pueden ustedes dispensarme, por favor? —resultaba evidente que se trataba de un formulismo que había aprendido.

—Lávate los dientes —ordenó su padre—. ¿Ya tomaste la píldora?

—No —y una sombra de angustia pasó por los ojos del pequeño.

—En mi estuche de rasurar está la caja con las medicinas, ¿Quieres traérmelo, por favor?

Mateo salió rumbo al cuarto de baño, se lavó los dientes y volvió con una cajita. Pedro tomó de ella una pequeña píldora color verde y se la dió al niño que la tragó con un poco de leche.

—¿Puedo irme ahora? —preguntó Mateo.

—Recuerda lo que dijo el doctor acerca de no correr mucho. Anda ve y diviértete —Pedro estiró su mano tratando de alcanzar la cabeza del chico, pero de alguna manera él evadió el contacto y salió corriendo hacia la puerta.

—¿Por qué no puede correr mucho? —preguntó Paula.

—Ha sido operado del corazón y debe tener algunos cuidados.

—Y, ¿qué hay de su futuro? ¿Podrá después hacer lo que quiera?

—La operación fue un éxito, puede decirse que fuimos muy afortunados.

"Fuimos", pensó Paula. Esto significaba que aparte de padre e hijo existía la madre de Mateo, pero… ¿dónde estaría ella ahora? De pronto sintió ella que el placer de haber ofrecido hospitalidad a estos dos extraños, se evaporaba y sin embargo pensó que al menos el chico parecía muy contento. Tenía curiosidad por saber más de ellos; el porqué Mateo evadía a su padre y por qué habían venido a estas playas del sur. Paula luchó mucho durante los pasados dos meses para tratar de obtener cierta serenidad ante su vida y no deseaba ser perturbada por este par de extraños, pues sabía que muy pronto se marcharían y su vida volvería a la paz y la rutina de antes.

Pero aunque ella no lo sabía, los acontecimientos se iban a desenvolver de una manera muy distinta. Después que ella y Pedro lavaron los platos del desayuno,salieron de la casa. En la parte de atrás de la casa de Alicia, se escuchaban voces. Al acercarse, vieron que Roberto Chaves sostenía una canasta con ropa limpia, mientras una mujer de cabellos blancos iba colgándola de un lazo para que se secara. Mateo sostenía una pequeña bolsa con las pinzas de la ropa.

—Esa es Alicia con Roberto, mi abuelo —dijo Paula a manera de explicación—. Ven, vamos a saludarlos.

Cuando llegaron, Alicia terminaba de colgar la ropa y se volvió hacia ellos, sonriente. Lo que primero llamaba la atención de ella, era su cabello, tan blanco que se confundía con la blancura de las sábanas. Su rostro todavía denotaba que en su juventud había sido muy bella. Sus ojos eran azules y se podía percibir un cierto dejo de tristeza en ellos. A los sesenta y cinco años de edad ya había conocido la tragedia y la tristeza y, sin embargo, su anhelo de vivir era evidente. Su querido esposo, Juan, con quien estuvo casada más de treinta años, fue el mejor amigo de Roberto  y había muerto diez años atrás. Ella tenía seis hijos que vivían en las poblaciones cercanas y también era abuela de quince nietos.

—Buenos días. ¡Hola Pau! Usted debe de ser el padre de Mateo, ¿Verdad? Yo soy Alicia MacKinnon.

—Y yo soy Roberto Chaves—ofreció el abuelo. Se estrecharon las manos y charlaron durante unos minutos.  Después Pedro dijo:

—Señora Mackinnon, es posible que usted pueda ayudarme. Busco un sitio donde pasar el verano con mi hijo, de preferencia cerca del mar. Quisiera que fuera tranquilo y agradable al mismo tiempo. ¿Sabe usted de algún sitio así, que se encuentre en las cercanías?

—Bueno, sí, conozco un sitio —y después añadió, entusiasmada—: ¿Qué le parece este lugar? Me encantaría tenerlos como huéspedes. Después de todo, aún no me acostumbro a cocinar para una sola persona. Podría usted usar el estudio de atrás para escribir, y hay cuatro habitaciones allá arriba, cada uno podría tener su propio cuarto.

—Eso suena ideal —dijo Pedro con sospechosa prontitud y Paula tuvo la certeza de que había sido intencional su pregunta, esperanzado en que Alicia les ofreciera hospedaje—. ¿Le importaría si veo ahora mismo los dormitorios?

—Por supuesto que puede verlos —contestó Alicia  apresurada—. Y también tengo unas galletas de melaza para Mateo.

—¿Quieres decir que pasaremos aquí todo el verano? —preguntó el niño entusiasmado.

—¿Te gustaría?

—¿Y vivir junto a Pau y a Roberto? —Pedro asintió con la cabeza—. ¡Por supuesto que me gustaría!

—Vayamos entonces adentro y veamos si podemos arreglarnos. Deseo que elijas el dormitorio que más te guste.

Los tres desaparecieron atrás de la puerta y Roberto se quedó mirando a su nieta.

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