miércoles, 31 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 31

Cuando  Paula terminó  de  contar  la  verdad,  hubo  un  silencio  en  la  cocina.  Su  madre fue la primera en romperlo.

—¡Oh, querida, qué lío! Lo siento muchísimo...

Su padre bajó la cabeza.

—Pau,   muchacha... siempre   he   querido   decírtelo,   pero   nunca   he   sabido   cómo...

Paula no podía creer lo liviana que se sentía, liberada al fin del peso de su secreto y de todas las mentiras y evasivas que lo habían acompañado.

—Dímelo ahora, papá. Te prometo que te escucho.

Miguel levantó la cabeza y la miró con ojos atormentados. Paula se compadeció de él. Por primera vez comprendió lo mucho que había sufrido él por su parte en lo que había ocurrido once años atrás.

—Siempre  me  preocupaba... cuando  eran  adolescentes,  me  preocupaba  por  Vale. Todos los chicos iban detrás de ella y estaba seguro de que acabaría en un lío. ¡Tú  eras  tan  lista  y  callada!  No  parecías  tener  tiempo  para  ligues,  sacabas  buenas  notas y todas las universidades te ofrecían becas.

Cruzó los brazos en la mesa y miró el Rolex que llevaba con tanto orgullo. Alejandra le puso una mano en el hombro.

—Díselo, querido. Ella quiere oírlo.

Miguel levantó la vista de nuevo y miró a Paula a los ojos.

—Supongo  que  me  volví  loco  cuando  te  quedaste  embarazada.  No  sabía  qué  hacer.  No  estaba  preparado.  ¡Quería  tantas  cosas  para  tí!  Ahora  comprendo  que  esperaba  mucho  más  de  tí  que  de  tu  hermana.  Me  puse  furioso  y  te  asusté  con  mis  gritos y mis amenazas. Y luego te envié lejos. Te envié lejos... —se le quebró la voz. Bajó la vista de nuevo y esa vez era evidente que no miraba su reloj. Le temblaban los hombros—. Y no volviste nunca. Lo siento. No tenía que haberte enviado fuera.

Paula extendió la mano y le apretó el brazo.

—Papá, te perdono. Y sí he vuelto. Ahora estoy aquí, ¿No?

Él levantó entonces la cabeza. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas. Las secó con el dorso de la mano.

—¿Has visto esto? Llorando como un niño pequeño. No sé qué me ha pasado.

—Estoy aquí, papá —repitió ella con suavidad—. Estoy aquí de verdad.

Su padre la miró a los ojos. Sonreía entre las lágrimas.

Más tarde, durante la cena, Alejandra preguntó por Pedro.

—Sé  tan  poco  como  tú  —confesó  Paula—.  Yo  diría  que  está  claro  que  tiene  intención de ser un padre de verdad para Feli.

—Feli no ha dicho nada, así que supongo que no lo sabe.

Paula negó con la cabeza.

—Pedro quiere   que   antes   lo   conozca   mejor.   Quiere   darle   la   noticia   sin   brusquedad.  Yo  voy  a  intentar  respetar  sus  deseos  en  ese  terreno,  así  que,  a  menos  que Feli lo pregunte directamente, por favor, no le digan nada todavía.

—¿Pero y si pregunta? —quiso saber Alejandra.

—Entonces  le  decís  que  venga  a  hablar  conmigo.  No  quiero  que  nadie  le  mienta.

—Entendido —asintió su padre.

—¿Y  Pedro  y  tú?  —preguntó  su  madre—.  Hasta  hace  poco  parecía  que  había  algo.

—No lo sé, mamá. En este momento las cosas no van muy bien entre nosotros.


El jueves a las cuatro y media de la tarde, Pedro estaba sentado en su estudio del  Doble  T,  con  un  whisky  con  hielo  al  lado  del  codo  y  Paula en  la  cabeza.  Sonó  el  teléfono.

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