Cuando Paula terminó de contar la verdad, hubo un silencio en la cocina. Su madre fue la primera en romperlo.
—¡Oh, querida, qué lío! Lo siento muchísimo...
Su padre bajó la cabeza.
—Pau, muchacha... siempre he querido decírtelo, pero nunca he sabido cómo...
Paula no podía creer lo liviana que se sentía, liberada al fin del peso de su secreto y de todas las mentiras y evasivas que lo habían acompañado.
—Dímelo ahora, papá. Te prometo que te escucho.
Miguel levantó la cabeza y la miró con ojos atormentados. Paula se compadeció de él. Por primera vez comprendió lo mucho que había sufrido él por su parte en lo que había ocurrido once años atrás.
—Siempre me preocupaba... cuando eran adolescentes, me preocupaba por Vale. Todos los chicos iban detrás de ella y estaba seguro de que acabaría en un lío. ¡Tú eras tan lista y callada! No parecías tener tiempo para ligues, sacabas buenas notas y todas las universidades te ofrecían becas.
Cruzó los brazos en la mesa y miró el Rolex que llevaba con tanto orgullo. Alejandra le puso una mano en el hombro.
—Díselo, querido. Ella quiere oírlo.
Miguel levantó la vista de nuevo y miró a Paula a los ojos.
—Supongo que me volví loco cuando te quedaste embarazada. No sabía qué hacer. No estaba preparado. ¡Quería tantas cosas para tí! Ahora comprendo que esperaba mucho más de tí que de tu hermana. Me puse furioso y te asusté con mis gritos y mis amenazas. Y luego te envié lejos. Te envié lejos... —se le quebró la voz. Bajó la vista de nuevo y esa vez era evidente que no miraba su reloj. Le temblaban los hombros—. Y no volviste nunca. Lo siento. No tenía que haberte enviado fuera.
Paula extendió la mano y le apretó el brazo.
—Papá, te perdono. Y sí he vuelto. Ahora estoy aquí, ¿No?
Él levantó entonces la cabeza. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas. Las secó con el dorso de la mano.
—¿Has visto esto? Llorando como un niño pequeño. No sé qué me ha pasado.
—Estoy aquí, papá —repitió ella con suavidad—. Estoy aquí de verdad.
Su padre la miró a los ojos. Sonreía entre las lágrimas.
Más tarde, durante la cena, Alejandra preguntó por Pedro.
—Sé tan poco como tú —confesó Paula—. Yo diría que está claro que tiene intención de ser un padre de verdad para Feli.
—Feli no ha dicho nada, así que supongo que no lo sabe.
Paula negó con la cabeza.
—Pedro quiere que antes lo conozca mejor. Quiere darle la noticia sin brusquedad. Yo voy a intentar respetar sus deseos en ese terreno, así que, a menos que Feli lo pregunte directamente, por favor, no le digan nada todavía.
—¿Pero y si pregunta? —quiso saber Alejandra.
—Entonces le decís que venga a hablar conmigo. No quiero que nadie le mienta.
—Entendido —asintió su padre.
—¿Y Pedro y tú? —preguntó su madre—. Hasta hace poco parecía que había algo.
—No lo sé, mamá. En este momento las cosas no van muy bien entre nosotros.
El jueves a las cuatro y media de la tarde, Pedro estaba sentado en su estudio del Doble T, con un whisky con hielo al lado del codo y Paula en la cabeza. Sonó el teléfono.
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