miércoles, 17 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 51

La joven se apoyó en el respaldo del asiento,  resignada.  Se ajustó el cinturón de seguridad y se quedó mirando hacia afuera, a la oscuridad. "Todo lo que necesito es llegar a donde haya un teléfono, llamaré a Pedro y le explicaré todo" pensó, tratando de tranquilizarse. Siguieron más de una hora en silencio por carreteras desconocidas para ella. Quince minutos después, llegaron a un bosque hermoso. Abetos y pinos bordeaban el camino que aún estaba bastante iluminado por la luz de luna. Paula hubiese disfrutado el panorama, de no ser por el gran enfado que la inquietaba. De pronto, el bosque se abrió para dejar en descubierto un área espaciosa que daba a un lago. A la orilla de éste había una casa de campo, cómoda, moderna y amplia.

—¡Hemos llegado! —exclamó él con aire de triunfo. Antes de descender del auto Paula se percató de varias cosas: se trataba de una casa de fin de semana, pues había un jardín muy bien cuidado alrededor de ella.

Fernando  apagó el motor. Sacó las llaves del automóvil y las sostuvo en su mano.

—Antes que nada, quiero advertirte esto: las llaves del auto se quedan conmigo y no hay ningún duplicado; el teléfono más cercano está a unos veinticinco kilómetros de aquí, y estoy seguro de que tu médico no te permitiría caminar tal distancia, ¿Verdad?

Ella lo miró con furia e impotencia. Él tenía razón, después de todo, era imposible que caminara más de cinco kilómetros. Tampoco parecía factible tratar de luchar por las llaves del auto, pues aparte de que sería indigno, no tenía la menor probabilidad de quitárselas. Una vez examinada la situación se dio cuenta de que no tenía más remedio que pasar la noche aquí… maldito, maldito…

—No cabe duda que tuve mucha suerte al encontrar este lugar —le explicó—. Pertenece a un hombre con quien estuve la otra noche tratando los negocios de tu padre. Me ofreció la casa para que pasara el fin de semana y fue muy explícito para indicarme la forma en cómo debería de llegar. Nunca pensé que podría serme tan útil.

—¡Felicitaciones! Estás perdiendo el tiempo como ejecutivo. La mafia se daría gusto teniendo tu diabólica mente a su servicio.

—No te enfades, querida. Ven, entremos, creo que será mejor que tomemos un trago.

Se bajó del auto y cerró por fuera las cuatro puertas. Todo estaba silencioso y oscuro, ni siquiera las hojas de los árboles se movían. Sólo se escuchaba el sonido de pisadas sobre las losas que conducían a la puerta de entrada.

Fernando  abrió la puerta con una llave y encendió las luces. El lugar era bello y cómodo. Ella no estaba de humor como para admirar ni precisar el decorado. Abrió la primera puerta sobre un pasillo y se encontró con que era un dormitorio amueblado con muebles coloniales, alfombras de lana y bellas cortinas bordadas a mano. Accionó el botón de la luz y se encendieron dos lámparas de buró.

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