domingo, 7 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 19

Tuvo unos segundos de titubeo, pero al fin, decidida, le dijo:

—Podríamos probar, si nos damos cuenta de que no funciona, siempre se puede dar marcha atrás.

—¡Funcionará! —exclamó él confiado—. Mañana iremos en el auto por la carretera que costea la playa y… quién sabe, ¡Hasta podríamos encontrar Bayfield!

Ella rió, sintiendo animación por los planes que Pedro sugería, sería interesante explorar esas playas desconocidas, pensó, tratando de ignorar el hecho de que su entusiasmo estuviera ligado a la posibilidad de pasar más tiempo cerca de aquel hombre de oscuros cabellos. Cuando llegaron al muelle, vino Alicia  a invitarlos a todos a cenar. Un delicioso olor a pavo invadía el aire de la cocina.

—Y ahora, Roberto Chaves, quítate esas botas sucias —ordenó en cuanto llegaron—. Y cuelga el impermeable en el patio de atrás.

Obediente, Roberto hizo lo que pedía Alicia. Paula ya conocía la pasión de ésta por la limpieza. Roberto fue el encargado de partir el pavo y todos se sentaron a la mesa de la cocina. Al terminar, el abuelo se apoyó en el respaldo de su silla, satisfecho.

—Ali, éste ha sido el mejor pavo que he saboreado —él miraba a Alicia mientras ella le servía el té—: Te he estado diciendo durante años, que tú serías la esposa ideal para mí.

—¡Vamos, vamos!, Roberto, ya todos sabemos eso.

—Supongo que puedo seguir insistiendo —replicó el abuelo—. Uno de estos días podrías aceptar y entonces ya no voy a creerlo.

—Lo dudo —dijo pícara, mientras servía más leche en el vaso de Mateo—. Tú y yo vivimos muy cómodos como dos vecinos, ¿Por qué habíamos de cambiar eso?

—Porque me gusta como haces el pastel de manzanas —afirmó Roberto.

—¡Ah!, si es por eso, no es necesario, pues tú asomas la nariz en cuanto saco del horno cualquier cosa. ¿Más té, Pedro?

Con esto, Alicia daba por terminada la discusión y Roberto lo aceptó filosóficamente sirviéndose más postre. Después de cenar, todos se pusieron a jugar a las cartas, lo cual fue un gran placer para Mateo. Una vez que el pequeño se fue a la cama, ellos continuaron con diversos juegos. Al terminar, Roberto consultó el reloj de oro que pendía de una cadena dentro de su bolsillo y dijo:

—Mañana iré con tu hijo Rodrigo para ver cómo quedaron las trampas, por lo tanto, será mejor que vaya á acostarme, Ali. Se despidió de Paula y de Pedro.

—Yo me iré también a casa. Gracias Ali. Buenas noches abuelo, Pedro.

—Te veré mañana después de almorzar, llueve o truene —prometió Pedro.

Paula se sintió asaltada por una duda, pero no dijo nada.

—Ven conmigo, Pau, te acompañaré a tu cabaña.

En silencio, el anciano y la joven recorrieron el trayecto hasta la puerta de la casita, Paula levantó la vista para ver a Roberto en la oscuridad. Tomó entre las de ella, sus manos, y le dijo en forma impulsiva:

—Estoy segura de que un día se casará contigo, abuelo.

—Tal vez, o tal vez no. El problema es que posiblemente ella todavía esté enamorada de Juan, a pesar de que él murió hace tantos años…

—¿Cómo murió él? —preguntó Paula.

—Ahogado durante una tormenta, con uno de sus hijos. Creo que ella nunca se recuperará de eso —suspiró—. Es difícil de aceptar.

—Estoy segura de que tú le importas, abuelo.

—Supongo que sí.

—Por supuesto —acercó Paula una de las arrugadas y callosas manos a su propia mejilla—. Tú sigue insistiendo, ¿eh?

—No tengo más remedio que hacerlo —fue la respuesta.  Con afecto le acarició un hombro y añadió—: Me alegra que estés aquí, Pau, aparte de tu padre, a quien hace casi treinta años que no veo, tú eres mi única familia.

—Nunca le gustó este lugar, ¿no es así? —preguntó la chica.

—No pudo esperar ni a sacudirse la arena de las botas; en cierta forma él se parecía mucho a su madre. Pero, en fin, basta de eso por ahora.

Ella vió su delgada figura desaparecer en la oscuridad y poco después una luz se encendía en su casa. Él no fue muy feliz, pensó Paula, pues el desarraigo del hijo único, le había lastimado demasiado; y ahora se daba cuenta de que a su esposa, Marta, tampoco le agradó mucho.

Por lo menos, ella estaba aquí ahora y amaba la isla Chaves… La amó desde el primer momento. Sus enormes rocas y el murmullo del mar estaban ya en su sangre y sentía más su hogar aquí, que la fina y elegante mansión de Vancouver. Paula pertenecía aquí, y aquí pensaba permanecer… Arqueó las cejas, pensativa, tal vez era por eso que había reaccionado en contra de la estancia de Pedro en la isla… pues sentía que perturbaba ese mundo de paz y belleza que ella amaba. La brisa marina era más fría ahora. Era tiempo de irse a acostar.

Cuando Paula, tiempo después, recordaba aquellos días que siguieron, los visualizaba como soleados. En ocasiones había llovido, pero lo único que ella tenía en su memoria era la dorada luz del sol.

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