domingo, 14 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 44

Un segundo después, Pedro la empujó de su lado, con la cara descompuesta por el enfado y de un manotazo cubrió a la joven de nuevo con la sábana.

—Has estado con otro hombre y aún así no puedo evitar el deseo de tocarte… —se paró junto a la ventana y miró hacia afuera presionando con sus manos el marco de la misma.

Ella no debía llorar… Tenía que decir algo.

—Estoy segura de que no viniste aquí sólo para decirme eso.

Pedro pegó con el puño cerrado el marco de la ventana, en un impulso de frustración y cuando se volvió hacia ella, su rostro denotaba disgusto y furia contenida.

—Tienes razón. Había venido a decirte sobre Alicia. Cuando te miré me olvidé de todo.

—¿Qué pasa con Ali?

Él titubeó como queriendo encontrar las palabras adecuadas.

—Se puso muy mal anoche. Llamamos al doctor hace un par de horas. Él va a enviar una ambulancia, pues quiere vigilarla más de cerca.

—¡Oh, Pedro!—exclamó asustada.

—Sí, es delicado… pulmonía a su edad…

—¿Pulmonía? —repitió la joven horrorizada—.  Mi abuelo debe estar muriéndose del temor.

—Él va a ir al hospital con ella. Y ahora me voy para ver qué es lo que puedo hacer.

—Me vestiré e iré enseguida.

Pedro la miró por última vez y salió de prisa. Después de bañarse Paula se puso unos jeans y una blusa de lana. Salió de la cabaña y lo primero que vió fueron las brillantes luces rojas de la ambulancia estacionada junto al puente. Corrió hacia la casa de Alicia y allí se encontró con dos hombres vestidos de blanco que cargaban una camilla donde la llevaban. Roberto caminaba de un lado y del otro y Pedro tenía agarrado a su hijo de la mano. Alicia estaba en vuelta en sábanas y una gran frazada de lana color rojo la cubría dejando tan solo afuera parte de la naríz y los ojos. Su respiración era muy agitada y los ojos permanecían cerrados. Paula hizo un esfuerzo para no desmayarse.

—Abuelo, por favor, telefonéanos en cuanto tengas noticias.

—Por supuesto que lo haré, muchachita.

Ella los siguió, no encontró nada más que decirle a Roberto. Pedro la detuvo y le dijo:

—¿Por qué no vienes con nosotros y nos cocinas esos huevos revueltos que tanto gustan a Mati?

Ella lo miró desconcertada, pero al momento se dió cuenta de que él quería distraer su atención y la de Mateo para que no vieran subir la camilla a la ambulancia. Conteniendo las lágrimas y tratando de que su voz no saliera ahogada, dijo:

—Buena idea.

Pedro pasó un brazo sobre el hombro de ella, y los tres caminaron juntos hacia la casa de Alicia. Por supuesto que no había amor en aquel gesto, Paula lo comprendió y al entrar en la cocina se adelantó deshaciéndose del abrazo que le recordaba otros momentos de felicidad y de acercamiento entre Pedro y ella.

El día pasó con lentitud. Roberto llamó para avisarles que el estado de Alicia era estable y permanecería en vigilancia médica. Por la tarde Pedro fue al hospital a traer a Roberto de regreso. Cuando Paula lo vió, notó su pesadumbre, parecía que los años se le hubieran echado encima de pronto. Le sirvió de cenar y él se comió todo en forma mecánica, sin notar siquiera el sabor de los alimentos. Después, se fue a sentar a una mecedora y encendió la pipa. Decidió quedarse a dormir en casa de Alicia pues en su propia casa no había teléfono.

Paula estaba muy cansada. Dió a su abuelo las buenas noches y le sonrió a Pedro.

—Me avisarán si tienen noticias, ¿No es así?

—Lo haremos, Pau.

Eso fue todo. No pretendió Pedro acompañarla ni mucho menos darle un beso de buenas noches. Y de cualquier manera, ¿Cómo quería que él le hubiera hecho? Las únicas veces que la besó fueron cuando había pretendido hacerle el amor… Fernando, por su parte la besaba por interés. Después de todo no había mucha diferencia entre los dos; uno quería su dinero y el otro su cuerpo… ninguno la amaba por sí misma. Sintiéndose deprimida, se acostó y se durmió.

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