miércoles, 3 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 10

—De nada. Sólo que no me gusta que me toquen.

—Estás equivocada y tú lo sabes. Te gusta tanto que tienes temor.

—Si ya sabes la respuesta, entonces ¿para qué preguntas?

—Pienso que es mejor ser sinceros…

—Sí —mientras él se enfilaba hacia la autopista—, es cierto, pero hay cosas que no tiene caso decir… Me parece que estás jugando conmigo.

—Eso no es cierto. Sólo quiero que no pierdas la confianza en tí, y soy sincero cuando te digo que deseo ser tu amigo.

Paula estaba confundida, sus sentimientos eran tan contradictorios que no sabía qué decir. Guardó silencio.

—Paula, vamos a pasar todo el verano juntos, ¿No es así? Estoy seguro de que llegaremos a ser amigos. Mati y tú se entendieron muy bien, no hay razón para que tú y yo no hagamos lo mismo, ¿no te parece?

—¿No se te ha ocurrido pensar que yo pudiera ser una persona inadecuada para ser amiga tuya o de tu hijo? —preguntó tratando de evadirse.

—No, estoy seguro de que no eres una persona inadecuada.

—¿Es que nunca lees los chismes de sociedad? Yo era mencionada con frecuencia y hasta aparecí en varias revistas internacionales.

—¡Ah!, ¿y qué decían?

—Todo lo que te puedas imaginar… fiestas salvajes, desayunos con champaña, amoríos con muchos hombres, en fin, mucho de todo, exceso de dinero, bebidas, vestuario, hombres… tú dirás.

—¿Y cómo es posible que haya ignorado todo eso? —preguntó sonriente.

—¿Qué, acaso no me crees? —la voz femenina demostraba un reto.

—Mira, ahora que lo mencionas, creo que ví un retrato tuyo en algún lado. Te mencionaban  mucho, eras tú, ¿No es así? —ella asintió—. Pues sí, vestías un elegante traje de seda blanca largo, con un corpiño minúsculo y recuerdo que te acompañaba un hombre llamado Facundo, pero estaba borracho. Tú, bajo la gruesa capa de maquillaje y glamour artificial, parecías… cómo te diré… desdichada.

—Ahora veo que no acabas de recordar nada, sino que lo sabías todo desde antes —le reclamó la chica.

—¿Mmm? Pues sí, sólo quería saber si eras lo suficientemente sincera para revelarme los secretos de tu pasado de disipación y maldad —expresó él fingiendo una seriedad que a nadie engañaba.

—¡Oh!, deja de hablar como el villano de la película. Nunca he conocido a alguien más molesto que tú.

—Buenos, por lo menos eso ya es algo.

—De cualquier modo, estarás de acuerdo conmigo en que no soy la persona más adecuada para ser amiga de tu hijo, ¿no es así?

—Dejémonos de engañar, Paula. Por alguna razón desconocida, causaste una impresión muy favorable a mí hijo, tú lo sabes tan bien como yo. Él nunca ha hablado conmigo ni con nadie acerca de sus experiencias en el hospital y, sin embargo, contigo lo hizo al minuto de haberte conocido. Mati, como te habrás dado cuenta, necesita confiar en alguien y te estoy pidiendo, a nombre de él, que seas su amiga y mía también.

Paula estaba impresionada por la profunda emoción que encerraban aquellas palabras, se sintió conmovida y desarmada.

—Está bien, haré por él lo que pueda —prometió la chica felíz.

—Gracias, Paula. No fue un agradecimiento muy efusivo. Además, Paula no había prometido nada acerca de ser amiga de él, así que por lo pronto, sintió que estaba a salvo.

Como si decidiera que ese tema de conversación había llegado a su término, Pedro comenzó a relatarle de una exhibición artística que había presenciado en un teatro en Toronto y de ahí la conversación pasó a temas de música y libros. De pronto, Paula se dió cuenta de que estaban en plena ciudad. Pedro estacionaba el auto en la estación ferroviaria.

—Tardaré sólo un minuto —manifestó.

Cinco minutos más tarde apareció, acompañado de un maletero que llevaba en un carrito, un gran baúl. Lo acomodaron entre los dos en el asiento trasero y él dio una propina al hombre. Se acercó a la ventanilla del lado de ella y le dijo:

—Podríamos dejar aquí el auto, el hotel está muy cerca.

—Pedro, ¿no sería mejor volver y almorzar en casa?

—¿Porqué?

—No me gusta ir a los restaurantes, siento que la gente se fija mucho en mí.

—¿Qué la gente se fija en tí? Me parece muy bien, estoy seguro de que todas las mujeres envidiarán tu belleza.

—Dame un peine, entonces —pidió resignada mientras él la depositaba en la silla de ruedas—, ya que casi me sacaste a rastras de mi casa, no me diste oportunidad de sacar mi bolso —su boca se torció en una débil sonrisa—. Por lo menos, sabrás que tú tienes que pagar la cuenta.

—Bueno, para que puedas vengarte, podrás pedir lo más costoso.

—Chateaubriand y champaña.

—¡Qué pésima combinación! ¿No se te ocurre algo mejor?

Los dos reían cuando fueron recibidos por el portero en el lobby del hotel.
El restaurante era lujoso y muy concurrido, todos parecían charlar con animación. Al pasar ellos, nadie pareció notarlos. El camarero retiró una silla para dar cabida a la suya, poniendo en sus manos el menú. Pedro consultó la carta de bebidas y fue entonces cuando Paula se sintió relajada. Le parecía que hacía mucho tiempo que no iba a un lugar tan animado. Sintió cierta amargura al recordar que con frecuencia ella era quien pagaba las cuentas de sus amigos, excepto Fernando, quien era muy puntilloso y siempre pagaba su propio consumo. Por lo menos eso era algo que a ella le gustaba de él, pero los demás, sabían que la millonaria Paula Chaves pagaría siempre las cuentas de todos. Pensó que Pedro tenía razón cuando dijo que aquéllos no eran verdaderos amigos, sino unos parásitos…

2 comentarios: