Felipe, de pie al lado del banco, sostenía la mano floja de Paula con rostro serio. Los padres de Paula y Valeria y Julián se hallaban a poca distancia, todos silenciosos.
—Ya ha pasado —dijo alguien en medio del silencio.
Y de encima de ellos llegó un crujido lento y doloroso. Algo cayó con un golpe seco.
—¡Oh, santo cielo! —gritó una mujer.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó un hombre.
No le contestó nadie, porque nadie lo sabía.Federico sacó un teléfono móvil del bolsillo interior de su chaqueta y probó a marcar.
—No funciona —dijo—. Supongo que el tornado ha tirado algunas torres —miró al director del club—. ¿Tienen línea de tierra aquí abajo?
Una de las damas de honor habló cerca de una pared, donde empezaba a entrar agua procedente de las tuberías rotas de arriba.
—Aquí hay un teléfono —levantó el auricular y se lo acercó al oído. Negó con la cabeza—. No hay línea. Muchas personas probaban ya con sus móviles... pero sin resultado.
—Está bien —dijo Fede—. Vamos a ver cómo podemos salir de aquí.
Eligió a un par de hombres fuertes y subieron los tres las escaleras. El director del club y dos de los empleados fueron en dirección contraria, hacia la entrada exterior, una puerta de acero montada en cemento y a la que se llegaba por un pasillo subterráneo que se alejaba unos diez metros del edificio del club. Pedro no se movió del sitio; en ese momento sólo le importaba la mujer inmóvil que tenía en los brazos. Miró su rostro quieto y por primera vez se le ocurrió pensar en un médico. ¿Qué demonios le pasaba? Tenía que haber pedido un médico en cuanto llegó allí con ella. Levantó la vista.
—¿Dónde está el doctor Flannigan?
El padre de Paula lo miró sorprendido.
—El médico. ¿Por qué narices no se me ha ocurrido antes? —levantó la voz todo lo que pudo—, ¡Doctor! Necesitamos al doctor Flannigan aquí.La voz se corrió por las habitaciones desnudas del sótano.
—Doctor Flannigan.
—¿Alguien ha visto al doctor Flannigan?
—Doctor Flannigan. Lo necesitan en la parte delantera.Un par de minutos más tarde llegaba hasta ellos el doctor, un hombre alto de pelo gris. Miró a la enferma y entregó su chaqueta a Felipe.
—¿Puedes cuidármela y apartarte un poco?
Felipe dejó con cuidado la mano de su madre, tomó la chaqueta y se apartó de mala gana. Pedro lo miró y pensó que era un niño maravilloso. Con sólo diez años era capaz de mantener la compostura con un edificio derruido encima de ellos y su madre inconsciente y cubierta de sangre.
—Gracias —el doctor le dedicó una sonrisa de aliento y se arremangó la camisa. Miró a Pedro—. ¿Respira con normalidad? Por lo que yo sé, sí.
—Hijo —dijo el doctor con paciencia—. Con la cabeza en tus rodillas siempre hay restricción de los conductos de aire...
Pedro se levantó con cuidado y colocó la cabeza de ella en el banco, sin dejar de aplicar una leve presión en la herida.
—¿Alguna herida más aparte de la de la cabeza? —preguntó el médico.
—Creo que no. Pero había muchos objetos volando; puede que tenga moratones y algún corte.
—¿Pero nada importante aparte de la brecha en la cabeza?
Pedro frunció el ceño.
—La cocina era un infierno. No puedo estar seguro.
—Vamos a echar un vistazo, ¿de acuerdo? —el doctor miró por encima del hombro—. Acerquen esa linterna y tráiganme toallas limpias, por favor. Y algo para cubrirla.El hombre de la linterna se acercó y la sujetó en alto. Dos mujeres se alejaron, presumiblemente en busca de las toallas y la manta. El doctor Flannigan examinó la herida y Pedro vió que, efectivamente, el flujo de sangre había disminuido. El médico tomó el pulso a Paula y le levantó los párpados uno por uno.
Federico y sus dos acompañantes volvieron en ese momento de la escalera.
—Esa salida está muy bloqueada —dijo con una mueca—. No va a ser fácil abrir un paso por ahí.
Melina, que estaba cerca de la pared, se acercó a su marido y le dió la mano. Pedro adivinó, por su expresión, que pensaba en sus bebés y confiaba en que estuvieran a salvo con la niñera en el sótano del Doble T. Fede levantó sus manos unidas y besó los dedos entrelazados con los suyos.Volvieron las dos mujeres con un montón de toallas de bar, unos manteles doblados y un tazón de agua.
—Agua —dijo el médico—. Maravilloso.
—Hay una lavandería pasillo abajo —dijo una de las mujeres—. El grifo del fregadero funciona.
—Excelente —el doctor mojó una toalla—. Veamos si podemos examinar mejor esto... —limpió la sangre encima de los ojos de Paula.Entonces volvió el director del club desde la otra dirección.
—¿Y bien? —preguntó Fede.
El director se atrevió a sonreír.
—La salida exterior está despejada. Podemos salir sin problemas. Además, hay helicópteros en el aire y hemos oído sirenas. Viene ayuda.
El personal de la ambulancia bajó por el pasillo de la salida exterior para llevarse a Paula. La cargaron en una camilla, la sacaron y la metieron en la ambulancia para llevarla al Alfonso Memorial, un hospital al que el viejo Pedro había donado mucho dinero y que contaba con sala de Urgencias bien equipada y un cirujano con mucha experiencia en heridas en la cabeza.
Pedro insistió en subir a la ambulancia y nadie, ni Miguel ni Alejandra ni Valeria, discutieron su derecho a ir con Paula.
Que capítulos! Que desastre! Salió todo tan mal!
ResponderEliminarQue capítulos! Que desastre! Salió todo tan mal!
ResponderEliminarQué horror x favor, ojalá no sea nada grave lo de Pau!!!!!!!
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