domingo, 7 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 20

Ellos tres, Pedro, Mateo y ella, disfrutaron las salidas al campo descubriendo playas desiertas y pequeñas bahías donde se detenían a pescar. Construyeron exóticos castillos de arena con Mateo y cocinaron frescas langostas, comiéndolas a la orilla de una playa; recogieron cerezas silvestres e hicieron cadenas de margaritas. En los pueblecitos costeros, visitaron museos, tiendas de artesanía y galerías de arte. En la ciudad de Halifax, comieron comida china, griega e italiana; y algunas veces fueron a las salas de cine confundiéndose con la multitud de residentes y turistas por las calles de la ciudad.

Al pasar de los días, Paula perdió sus recelos e incertidumbre; su miedo a Pedro Alfonso se desvaneció. Él era el compañero perfecto, inteligente, sagaz y alegre. Al principio, se resistía a participar en todos los proyectos, acostumbrada como estaba a pensar que no podía hacer esto o aquello, pero inexorablemente él insistía; y al hacerlo, ampliaba horizontes que para ella antes estaban vedados. Comenzó a olvidarse un poco de su invalidez, algo que tanto le angustió en el pasado.

Y ya que había perdido el miedo hacia él, enterró en su subconsciente el recuerdo de aquel beso devastador. Aun cuando por necesidad tenía que tocarla, ya sea para sostenerla en brazos para ir adonde la silla de ruedas no cabía, o para sentarla en el auto, nunca intentó prolongar el abrazo más de lo necesario y sus manos eran impersonales, como las de un hermano. Sin necesidad, nunca la tocaba ni mucho menos intentó besarla, lo que indicaba que para él, ella no tenía ningún atractivo como mujer. Y como se encontraba ocupada en descubrir mucho acerca de sí misma, estaba contenta con eso.

Además el pequeño Mateo parecía que intentaba cierto acercamiento con su padre. Había sido muy notorio que nunca le llamaba "papá", pero al menos algunas veces, cuando caminaban por las calles, espontáneamente se tomaba de la mano de Pedro y a veces aceptaba que el padre lo montara sobre sus hombros cuando caminaban por las playas y gritaba entusiasmado cuando las olas rompían sobre ellos y él caía sobre el agua. Una tarde de julio, todo cambió. Mateo se quedó en casa porque Roberto y Rodrigo MacKinnon le prometieron enseñarle a preparar los anzuelos, y como acostumbraban salir todas las tardes, a Paula no le sorprendió cuando Pedro sugirió que ellos dos podrían ir a South Point. En otras ocasiones, ella se había interesado por estudiar algunas flores silvestres propias de ese poblado y deseaba hacer unos dibujos para sus próximos diseños. Cuando llegaron allí, Pedro estacionó el auto y la llevó en brazos hacia una colina. Ella miró complacida el paisaje y mientras lo hacía, él la contemplaba a ella. A la izquierda se veía un campo cubierto de heno; a la derecha, una alfombra de pasto entre el cual crecían profusamente flores silvestres de varios colores.

—¡Qué lugar más hermoso! —exclamó la chica.

—Sí, así es —aceptó Pedro mirándole el perfil.

Raramente estaban a solas. Cuando no era Mateo, eran Roberto o Alicia. Ahora le pareció a Paula  que podría hablarle de algo que deseaba desde hace algún tiempo. Se recostó sobre la hierba colocando los brazos bajo la nuca a manera de almohada, sin preocuparse de que la fina tela de su blusa se ajustaba demasiado a las líneas de los senos.

—Pedro, estoy muy contenta de que hayas llegado a la isla.

—¡Oh!, ¿Y por qué?

—Después del accidente, cuando volví a la casa de mis padres en Vancouver… —levantó la mirada hacia él admirándose del recio perfil—. ¿No te parece interesante? ahora ya no considero mi casa la de Vancouver. Bueno, cuando volví allí después del hospital, sentí que mi vida estaba terminada. Era cuestión de ver pasar los años como una espectadora. Y eso era terrible y angustioso —su rostro se ensombreció por un momento—. Entonces llegó la invitación de mi abuelo para que pasara una temporada en la isla. No tenía nada que perder; así que, en contra de los deseos de mis padres, vine aquí. Ya te dije en alguna ocasión que esa casita era un depósito de pescado que Roberto hizo arreglar para que pudiera sentirme independiente. Después, comencé a trabajar para Lucas y a ganar mi propio dinero. Y por último, tú y Mateo llegaron y todo volvió a cambiar. ¿Acaso sabes lo que has hecho por mí?

—Y, ¿Por qué no me lo dices tú?

—Me has vuelto a la vida nuevamente. Fíjate en todas las cosas que hemos hecho en las últimas semanas, cosas que nunca pensé que podría volver a hacer. Y mira cuánta diversión he tenido. Nunca en mi vida me había sentido tan alegre y optimista. Pero hay algo más. Debido a los diferentes lugares adonde hemos ido, restaurantes, teatros y tiendas, he podido superar el trauma que tenía de estar pensando siempre en mi silla de ruedas. Y eso es algo que debo agradecerte, Pedro. Con mucha tranquilidad, él le dijo:

—Muy bien… esperaba que alguna vez pudieras decirme eso.

—¿Es que acaso te has estado dando cuenta de lo que me sucedía?

—Claro que sí, además, deseaba que eso sucediera.

—¿Quieres decir que lo has hecho con propósito?—preguntó ella.

—Más o menos. Yo quería que salieras de la estrechez de tu pequeño mundo en la isla para que te dieras cuenta de cuántas cosas puedes hacer.

—Pues bien, has tenido éxito.

—En eso, sí. Ella se sintió inquieta pero deseó terminar con lo que se había propuesto decirle.

—Sabes, aún después de que ustedes se hayan marchado, seguiré sintiéndome mucho más libre que antes. Te agradezco lo que has hecho por mí.

—Yo nunca he hablado de marcharnos.

—Buenos, no, pero estoy segura de que no se quedarán en Chaves hasta el invierno.

—Dentro de unos días, llevaré a Mateo a Toronto para una revisión médica. Pienso vender mi casa. Cuando regrese, comenzaré a buscar un lugar para vivir dentro de este área. De hecho, ya tengo una o dos perspectivas. No dices nada… — musitó él.

—Me has tomado por sorpresa, No tenía idea de que pensaras quedarte a vivir por aquí —expresó asombrada.

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