viernes, 5 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 11

—Vayan todos al diablo —pensó en voz alta—. ¡Oh!, lo siento —y después de un momento de vacilación, continuó—: Creo que lo que dijiste antes es razonable. Aquellos que se llamaban mis amigos, no lo eran en realidad, eran conocidos, pero no amigos.

—Y claro que es muy diferente una cosa de la otra. Y ahora que recuerdo, prometiste ser amiga de mi hijo, pero no mía.

De pronto Paula tuvo el presentimiento de que en ese momento iba a suceder algo que cambiaría su vida. No había manera de evadir esa profunda mirada, ni tampoco podría correr y esconderse.

Tenía que decidir. Podría volver la espalda a este hombre y optar por la tranquilidad y rutinaria vida que construyó a raíz del accidente, o arriesgarse, permitiendo que Pedro formara parte de su vida, con todos los cambios que éstos pudiera implicar. Se decidió por esto último. Las bebidas fueron servidas y ella levantó su copa y simulando una alegría que en realidad estaba nublada de temores, dijo:

—Por nuestra amistad. Pedro chocó su copa con la de ella.

—Por nuestra amistad —repitió, y como para no darle demasiada importancia, añadió—: Yo voy a pedir la langosta, ¿Y tú?

—Tomaré unas creps de mariscos y una ensalada.

Mientras comían, hablaron de diferentes temas y anécdotas. De esta manera Paula se enteró de que él había sido una mezcla de viajero, comentador político y periodista. El retrato de su vida pasada, que ahora ella relataba a Pedro resultaba un tanto frívolo: la enorme residencia donde había vivido con sus padres, llena de comodidades y sirvientes, las comidas formales con gente "adecuada" y distinguida; las reuniones sociales de su madre y la agitada vida de negocios de su padre, las cuales eran más importantes para ellos, que su hija, que fue creciendo entre nanas e institutrices traídas especialmente desde Inglaterra para educarla.

Terminaron de almorzar y volvieron al auto. Paula continuó habiéndole del año que pasó en Francia en un exclusivo internado para señoritas y en donde nadie prestaba especial atención a nadie. Cuando terminó su historia, se sorprendió comentándole a Pedro:

—No se qué me ha pasado, no acostumbro hablar tanto acerca de mí.

—Debe ser por el vino —comentó Pedro.

Se sintió un poco turbada por haberle confiado tantas cosas y prefirió guardar silencio, volviéndose hacia la ventanilla para contemplar el paisaje. Un rato después, se apoyó sobre el respaldo del asiento y se quedó dormida.

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