miércoles, 3 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 6

Paula despertó a la mañana siguiente con un pensamiento de excitación que le hacía ver todo diferente. Ahora tenía unos visitantes. Pedro y Mateo. Supuso que ellos partirían esa misma mañana para continuar su viaje, y de hecho, ella no tenía idea de dónde provenían ni adonde se dirigían, y lo más seguro era que nunca lo sabría… pero, después de todo, ¿qué podría importarle? Aunque, pensándolo bien, le hubiera gustado poder ayudarlos.

Inquieta, no pudo permanecer en la cama y se pasó a la silla de ruedas. Después de bañarse, se vistió con sencillez y dirigió la silla hacia la puerta deslizándola por la rampa con dirección del área cubierta de pasto que estaba frente a la casa. El día despuntaba espléndido. El cielo era de un color azul pálido y estaba limpio de nubes.

Al parecer, Roberto se había despertado antes que ella, pues iba ya cargando los troncos de leña hacia su casa. Al verla, caminó hacia ella sacudiéndose las virutas de madera del suéter gris.

—Buenos días, Pau.

—¡Hola, abuelo!

El anciano le sonrió con calidez; sus ojos eran azules, como los de Paula y el rostro estaba curtido por el sol. Sus cabellos y barba eran casi blancos; él tenía alrededor de setenta años; pescaba langostas, y se ocupaba de cortar la leña y también de cuidar el jardín.

—Hay un coche allí estacionado, ¿De quién será?

—Llegaron visitas, anoche —explicó ella—. Un hombre y su pequeño hijo que estaban perdidos buscando llegar a Bayfield.

—No me extraña que se hayan perdido, pero ¿Quieres decir que se quedaron en tu casa?

—Eso mismo. Deseaban que yo les indicara el camino, pero no pude hacerlo.

—El sentido de la orientación no es precisamente una de nuestras cualidades, muchacha…

—¡Lo sé, abuelo! Mira, ahí viene Mateo.

Ella señaló al pequeño que caminaba hacia ellos por la rampa.

—¡Hola, Mateo!, ven a conocer a mi abuelo, el señor Chaves. Abuelo, él es Mateo Alfonso.

—Puedes decirme Roberto —comentó el viejo sonriendo mientras tendía una mano callosa al niño—, pues si me llamas señor Chaves, no me daré cuenta de que te diriges a mí. Y dime, ¿De dónde eres tú?

—Toronto —contestó Mateo con presteza—. Pero vamos a pasar el verano a Nueva Escocia.

—¿Ah, sí?, ¿Acaso no habías estado nunca cerca del mar?

—Una vez fuimos a España y allí conocí el mar, pero no era tan bello como éste. ¿Ha bajado ya la marea?

—Lo hará dentro de algunas horas, y cuando eso suceda podrás encontrar conchas y caracoles sobre las rocas.

El pequeño miró a Paula con ansiedad.

—¿Tú crees que mi padre me dejará quedarme hasta entonces?

—No lo sé, Mati. Pero por lo pronto ¿Qué te parece si vamos a casa a desayunar? ¿Está tu padre ya levantado?

—No estoy seguro de eso —ni parecía interesarle, pensó Paula, dándose cuenta una vez más del distanciamiento que existía entre hijo y padre.

—Mira Mati, ¿Qué te parece si mientras Pau prepara el desayuno, tú vienes a ayudarme a acomodar los leños y te platicaré lo que me sucedió una vez que mi bote encalló en las Gull Rocks? ¿Ves aquel arrecife bajo la casita del faro? —y señaló el mar.

—De acuerdo —aceptó el niño entusiasmado—. ¿Acaso eso fue un naufragio?

El anciano y el niño desaparecieron atrás de la casa de Roberto. Paula sonrió satisfecha, pues sabía que a los niños les encantaban las historias contadas por su abuelo.

Con cuidado se deslizó por el declive que conducía a su casa y empujó la puerta para entrar. Escuchó el sonido de agua en el cuarto de baño y un momento más tarde, Pedro salió de allí con una toalla alrededor del cuello.

—Buenos días, Paula —saludó cordial.

—¡Oh!, buenos días, ¿Dormiste bien?

—¡Maravillosamente bien!, ¿En dónde está Mateo?

—Arriba, con mi abuelo. Yo vine a preparar el desayuno.

—Entonces voy a rasurarme.

Volvió al cuarto de baño y ella pudo oír el ruido del agua al correr. Era natural, de acuerdo a las circunstancias y, sin embargo, pensó, que todo esto estaba lleno de una peculiar intimidad. No quiso ahondar más en sus pensamientos y se fue a la cocina a freír el tocino y preparar el café en el percolador, antes de arreglar la mesa.

Mateo llegó en el momento en que Paula comenzaba a servir el desayuno. Se asomó por la puerta y al no ver a su padre, le dijo a ella:

—¡Roberto me va a llevar en su bote de remos, después del desayuno, Pau! Él quiere sacar algunas cosas del barco y poner nuevas carnadas a los anzuelos, dijo que yo podría ayudarle. ¿Puedo desayunar rápido e irme luego con él?

—Claro que sí, ya está todo preparado —aseguró Paula.

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