domingo, 7 de agosto de 2016

Juntos A la Par: Capítulo 22

El tiempo se detuvo, pues no había en el mundo un placer mayor que el exquisito tormento de esta caricia.

—¿Me deseas, Pau? —su voz estaba inflamada de pasión.

—¡Oh!, sí.

—Podríamos hacernos el amor aquí en el pasto… ¿Te gustaría?

Ella asintió con la cabeza murmurando:

—Nunca pensé que sería así…

—Quiero casarme contigo, Pau.

Paula abrió los ojos y su cuerpo se puso tenso. Era la tercera vez que lo repetía y esta última vez, las palabras le causaron agonía. En una fracción de segundo se disipó de su cuerpo aquel despertar. De pronto estuvo consciente de que una piedra le molestaba la espalda y lo peor de todo, de sus senos desnudos. En forma apresurada, se cubrió con la blusa, sonrojada.

—No voy a hacerlo —dijo decidida, bajando los ojos—. ¿Crees que vas a hacerme cambiar de opinión? ¿Acaso fue por eso que me besaste?

—Te besé porque te deseo, pero lo que acaba de pasar entre nosotros te comprueba que no es cierto que no puedas ser una esposa conveniente para mí —lo dijo de una manera tan espontánea e inesperada que Paula casi ríe—. Apostaría todo a que harías la más deliciosa esposa para mí.

—Yo no voy a ser ninguna clase de esposa para tí, ¡Y eso es todo!

Él se sentó y la ayudó a hacer lo mismo.

—Escúchame, Pau, por alguna razón que no quiero analizar, tú y yo, según lo que sé de esto, coincidimos en lo sexual. Y entiendo que eso no es demasiado común como casi todos suponen, seríamos tontos si no nos aprovechásemos de ello.

—¡Ni siquiera puedo levantarme para besarte! —exclamó furiosa.

—¡Por Dios santo!, no me estás escuchando, Pau. He conocido a muchas mujeres desde que me separé de Camila, y ninguna de ellas, con o sin silla de ruedas, despertó en mí este deseo —volvió su mirada hacia la isleta—. No me digas que has reaccionado con otros hombres de la misma manera como lo has hecho conmigo. No te lo creería.

—Ya te dije que no, ni siquiera sabía como sería… cómo es —terminó confundida.

—Ahora que recuerdo, una revista publicó que estabas a punto de comprometerte con alguien que tiene que ver con una conocida firma de negocios, ¿No es cierto?

—Nunca se hizo oficial —indicó con suavidad—. Mi familia estaba deseosa de ello, mi padre en especial porque tenían relaciones de negocios. El padre de Fernando era dueño de una firma que mi padre estaba interesado en adquirir. Y a los ojos de Fernando yo sólo era la niña de un hombre millonario —no había rencor ni cinismo en sus palabras—. Pero después del accidente ninguna cantidad de dinero pudo persuadir a Fernando para cumplir su compromiso, aunque no se había formalizado nunca. Mi padre estaba furioso con él, por echarse para atrás, y conmigo, por haber sido lo suficientemente estúpida para caerme del caballo.

—¿Cómo es ese Fernando?

—Alto, moreno y apuesto —describió con simpleza.

—Ese hombre es un imbécil. Supongo que lo sabes —expresó enfadado.

—Tal vez —aceptó Paula sin convicción—. Él perdió la oportunidad de obtener una gran cantidad de dinero.

—No es eso a lo que me refiero.

—Antes que vuelvas a preguntar, la respuesta es no. Nunca sentí ni remotamente con él, lo que experimenté contigo hoy.

—Eso lo sé sin preguntártelo —y sin cambiar el tono de voz dijo de nuevo—: Paula, cásate conmigo.

—No, Pedro

—De alguna manera haré que cambies tu respuesta.

—No hay manera de que lo hagas.

—Ya veremos —se levantó y se estiró en forma perezosa, como si estuvieran terminando una insustancial y amigable charla.

Para descender, la tomó en sus brazos y Paula se dió cuenta, de que cualquier consideración que ella hubiera hecho acerca de las pasadas semanas respecto al abrazo de Pedro desapareció; sus manos parecían quemar las telas de sus ropas. Ella permaneció rígida, mientras bajaban, pero cierta sonrisa no disimulada en los labios masculinos le hicieron saber que él sabía lo que estaba pensando. El trayecto de regreso lo hicieron en silencio. Cuando Pedro la dejó a la puerta de su casa, le dijo:

—Adiós Pau, te veré mañana en la tarde.

Lo vió alejarse hacia la casa de Alicia y notó que iba silbando. Paula entró en la cabaña. Eran cerca de las siete. Se preparó algo de comida y comió. Después, tomó el bordado, pero al poco rato notó que no se concentraba en él. Se equivocó varias veces y tuvo que deshacer lo hecho; desesperada, se fue a la cama. Se tendió hacia arriba, sin tratar de ignorar todo lo sucedido esa tarde. Pedro le había pedido que se casara con él… Si lo hubiese conocido un año antes, sin duda habría aceptado. Pero el destino quiso que fuera ahora y ella no tenía más remedio que negarse a aceptar. No podía casarse con nadie y mucho menos con un hombre tan viril y sensual como Pedro Alfonso. Una lágrima rodó por su mejilla, después, otra y muchas más. Pasó un buen rato antes que la venciera el sueño.

2 comentarios:

  1. Muy buena la maratón! Ojalá Pedro le diga que se enamoró de ella, es la única manera que ella va a aceptar!

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  2. Qué linda la maratón, me encanta esta historia.

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