Valeria suspiró.
—¿Sabes una cosa? Yo nunca me disculpé con Pedro por lo del baile de graduación. ¿Tú sí?
Paula parpadeó y sintió un nudo en el estómago. Soltó la mano.
—¿Y cuándo podría haberlo hecho?
—Tranquila. Es sólo una pregunta. Pero piénsalo. El pobre sigue pensando que fue al baile conmigo. Ya sé que no tiene importancia, pero deberíamos decírselo uno de estos días. Cuando pienso en aquella noche, a veces me pregunto qué se me pudo pasar por la cabeza para hacerle eso.
Paula recordaba muy bien lo que pasaba por la cabeza de Valeria.
—Estabas furiosa. Rompiste con él y viniste a verme llorando porque decías que habías visto que se sentía aliviado con la ruptura. Dijiste que odiabas ser tan perfecta y que todo el mundo esperara verte feliz y que te gustaría ser yo para que la gente no esperara tanto de tí.
Valeria dió un respingo.
—¡Qué grosería! Yo no dije eso.
—Sí lo dijiste. Y después dijiste que no podrías ir al baile con una sonrisa cuando lo que querías era darle un puñetazo a Pedro por no quererte lo suficiente para casarse contigo y vivir aquí. Dijiste que querías quedarte en casa a ver películas antiguas y comer palomitas y llorar a gusto.
Valeria asintió con la cabeza.
—Y tú dijiste que te gustaría ir al baile...
El acompañante de Paula, un amigo estudiante de biología, se había puesto enfermo y a ella además le gustaba Pedro en secreto desde mucho antes de que empezara a salir con Valeria. Ésta sonrió.
—Sí. Y entonces se nos ocurrió, ¿Te acuerdas? —soltó una risita—. Todavía me admira lo bien que nos salió.
Paula estaba de acuerdo en ese punto.
—A mí también.Para ser dos gemelas tan distintas, resultaba sorprendente lo bien que se habían metido las dos en la piel de la otra.
—Engañamos incluso a papá y mamá —comentó Valeria—. Papá no dejaba de hacerte fotos con mi vestido y decirte lo hermosa que estabas.
Paula sonrió.
—Y tú te pasaste la noche con mi pijama. Valeria se echó a reír.
—Mamá no dejaba de venir a verme para decirme que perderme el baile de promoción no era el fin del mundo. Y yo lloraba un poquito y dejaba colgar la cabeza como hacías tú en esa época y le decía que prefería estar sola. Y a ti le hicieron reina del baile.
—No, te coronaron a tí. Valeria hizo una mueca.
—Debo admitir que me puse un poco celosa cuando me enteré de que había ganado y no estaba presente en la coronación.
—¿Tú celosa? Jamás.
—Y tú volviste casi al amanecer. Y no me gustó que salieras con mi novio y te lo pasaras tan bien que no quisieras volver a casa.
Paula sintió un vacío interior, causado por la suma de tantas mentiras. Aquella mañana le había dicho a Valeria que había ido a desayunar con Pedro y, como su hermana jamás habría podido imaginar que se hubiera ido a un motel con él, la mentira había funcionado. Pero Paula sabía que había traicionado a su hermana; aunque Pedro y ella se hubieran separado, aquélla era una raya que ella no tenía derecho a cruzar.Pero la había cruzado. Y a la mañana siguiente, todo empeoró aún más. Pedro volvió a la casa a suplicarle a Valeria que volviera con él... y Paula sabía que lo hacía por lo ocurrido la noche anterior. Valeria le dijo que no.
—Y a la noche siguiente tú te llevaste el coche de papá y desapareciste —Valeria la miró con reproche—. Nunca me contaste qué pasó aquella noche con el padre de Feli; cómo lo conociste, cómo... Paula levantó una mano.
—No puedo. Todavía no.
Ésa era otra promesa que se había hecho Paula. Le contaría también a Valeria la verdad, pero sólo después que a Pedro Y esperaría a después de la boda para ambas cosas.La boda significaba mucho para su hermana. Si se sabía antes que Pedro Alfonso era el padre de Felipe, habría muchos cotilleos. Y eso ensombrecería el día importante de Valeria. Paula no quería que ocurriera eso. Pedro había vivido muchos años sin saber que era padre y podía esperar dos semanas más.
—¿Todavía no? —rió Valeria—. Eso es un progreso. Antes te negabas en redondo.
—Bueno, estoy en ello. Valeria le dió un abrazo.
—Pues ya era hora.
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