—Y también tienes que pensar en el chico...
—Ya te lo he dicho. Me gusta Feli.
—Educar a un niño es un gran paso.
—Ya lo sé.
—Y luego está la persona que pasó por aquí hace once años y engendró a ese niño. ¿Has hablado de él con Paula?
—No —tuvo que confesar Pedro.
—Pues quizá deberías. No estaría de más que hablaras con ella de su difunto marido y del padre de Feli antes de pedirle matrimonio.
Pedro pensaba hacerlo... con el tiempo.
—No quiero apresurar las cosas.
Federico echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.
—¿Estás seguro de que te vas a casar con ella, pero no quieres apresurar las cosas?
Pedro negó con la cabeza.
—No sé por qué te hablo de esto.
—Yo sí. Porque necesitas un consejo y sabes que yo puedo dártelo.
—¿Eso es lo que estás haciendo?
—Sí. Y Paula volverá a... ¿Dónde vive ahora?
—San Antonio.
—Volverá a San Antonio dentro de... ¿Cuánto?
—No lo sé. Después de la boda, supongo. A menos que pueda conseguir que me dé un sí antes de entonces.
Fede sonrió.
—Pues ya puedes darte prisa.
Pedro lanzó un gruñido al darse cuenta de que su hermano no se oponía totalmente a sus planes.
—Eres un hijo de perra. Me tenías preocupado.
Fede lo miró con franqueza.
—Sólo quiero que lo pienses bien.
—Lo he hecho.
—Me alegro de oírlo. Y si quieres casarte con ella, adelante. Siempre, claro, que ella quiera casarse contigo.
—Querrá.
Fede lo saludó con su copa.
—Ahí puede estar tu problema. No te pongas demasiado chulo, ¿Me oyes? Cuando un hombre se siente más seguro es cuando más les gusta a ellas rechazarlo.
—Ahora hablas de Melina, no de Paula.
—Hablo de todas las mujeres. Les gusta que un hombre sepa lo que quiere e intente conseguirlo, pero no que esté muy seguro de sí mismo. Una mujer necesita un hombre que sepa mostrarse humilde cuando tiene que hacerlo.
Pedro levantó los ojos al techo.
—Tú no has tenido ni un día humilde en tu vida.
—Sí lo he tenido. Me he puesto de rodillas y no se te ocurra dudarlo. No fue fácil: sobre todo la primera vez. Pero un hombre se puede habituar a arrastrarse de vez en cuando. Si la mujer lo vale.
—No creo que sea necesario arrastrarse.
Federico movió la cabeza, tomó la botella de brandy y sirvió más cantidad en las copas.
El sábado por la noche, la madre de Paula sirvió un asado de ternera tan tierno y jugoso que cuando Miguel lo cortó, la carne se separaba sola del hueso. Miguel dió gracias con su estilo breve y conciso y empezaron a pasarse las patatas, las judías verdes y la salsa. Miguel miró a su nieto.
—Bueno, hijo, ¿Te gusta estar aquí?
Feli asintió con la cabeza y se sirvió más patatas. Siempre se mostraba cauteloso con Miguel. Paula no sabía si lo había aprendido de ella o si se debía a que su padre era un hombre que hablaba y reía en voz alta y hacía mucho ruido y el niño no había pasado el tiempo suficiente con él para acostumbrarse a su estilo.
—No te oigo con la boca cerrada —rió Miguel.
Paula dejó el bol de judías verdes en la mesa.
—Pues a tí sí te oímos, papá, puesto que siempre hablas a gritos.
Miguel se puso tenso. Miró a la madre de Paula, quien se encogió de hombros.
—Bueno, siento si te he ofendido... otra vez —musitó Miguel.
Feli, que lo miraba con los ojos muy abiertos, eligió aquel momento para intervenir.
—Fuimos al lago. Fue divertido.
Miguel sonrió.
—Me alegro, hijo.
—Y antes de ayer fuimos a casa de Pedro. Vive en un rancho y monté en un caballo que se llama Amos, nadé en la piscina y jugué con el perro de Pedro, que se llama Fargo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario