viernes, 26 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 13

—Y también tienes que pensar en el chico...

—Ya te lo he dicho. Me gusta Feli.

—Educar a un niño es un gran paso.

—Ya lo sé.

—Y  luego  está  la  persona  que  pasó  por  aquí  hace  once  años  y  engendró a  ese  niño. ¿Has hablado de él con Paula?

—No —tuvo que confesar Pedro.

—Pues  quizá  deberías.  No  estaría  de  más  que  hablaras  con  ella  de  su  difunto  marido y del padre de Feli antes de pedirle matrimonio.

Pedro pensaba hacerlo... con el tiempo.

—No quiero apresurar las cosas.

Federico echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.

—¿Estás  seguro  de  que  te  vas  a  casar  con  ella,  pero  no  quieres  apresurar  las  cosas?

Pedro negó con la cabeza.

—No sé por qué te hablo de esto.

—Yo sí. Porque necesitas un consejo y sabes que yo puedo dártelo.

—¿Eso es lo que estás haciendo?

—Sí. Y Paula volverá a... ¿Dónde vive ahora?

—San Antonio.

—Volverá a San Antonio dentro de... ¿Cuánto?

 —No  lo  sé.  Después  de  la  boda,  supongo.  A  menos  que  pueda  conseguir  que  me dé un sí antes de entonces.

Fede sonrió.

—Pues ya puedes darte prisa.

Pedro  lanzó  un  gruñido  al  darse  cuenta  de  que  su  hermano  no  se  oponía  totalmente a sus planes.

—Eres un hijo de perra. Me tenías preocupado.

Fede lo miró con franqueza.

—Sólo quiero que lo pienses bien.

—Lo he hecho.

—Me alegro de oírlo. Y si quieres casarte con ella, adelante. Siempre, claro, que ella quiera casarse contigo.

—Querrá.

Fede lo saludó con su copa.

—Ahí  puede  estar  tu  problema.  No  te  pongas  demasiado  chulo,  ¿Me  oyes?  Cuando un hombre se siente más seguro es cuando más les gusta a ellas rechazarlo.

—Ahora hablas de Melina, no de Paula.

—Hablo  de  todas  las  mujeres.  Les  gusta  que  un  hombre  sepa  lo  que  quiere  e  intente conseguirlo, pero no que esté muy seguro de sí mismo. Una mujer necesita un hombre que sepa mostrarse humilde cuando tiene que hacerlo.

Pedro levantó los ojos al techo.

—Tú no has tenido ni un día humilde en tu vida.

—Sí  lo  he  tenido.  Me  he  puesto  de  rodillas  y  no  se  te  ocurra  dudarlo.  No  fue  fácil:  sobre  todo  la  primera  vez.  Pero  un  hombre  se  puede  habituar  a  arrastrarse  de  vez en cuando. Si la mujer lo vale.

—No creo que sea necesario arrastrarse.

Federico  movió  la  cabeza,  tomó  la  botella  de  brandy  y  sirvió  más  cantidad  en  las  copas.



El sábado por la noche, la madre de Paula sirvió un asado de ternera tan tierno y jugoso  que  cuando  Miguel lo  cortó,  la  carne  se  separaba  sola  del  hueso.  Miguel dió  gracias  con  su  estilo  breve  y  conciso  y  empezaron  a  pasarse  las  patatas,  las  judías  verdes y la salsa. Miguel miró a su nieto.

—Bueno, hijo, ¿Te gusta estar aquí?

Feli  asintió  con  la  cabeza  y  se  sirvió  más  patatas.  Siempre  se  mostraba  cauteloso con Miguel. Paula no sabía si lo había aprendido de ella o si se debía a que su padre era un hombre que hablaba y reía en voz alta y hacía mucho ruido y el niño no había pasado el tiempo suficiente con él para acostumbrarse a su estilo.

—No te oigo con la boca cerrada —rió Miguel.

Paula dejó el bol de judías verdes en la mesa.

—Pues a tí sí te oímos, papá, puesto que siempre hablas a gritos.

Miguel se puso tenso. Miró a la madre de Paula, quien se encogió de hombros.

—Bueno, siento si te he ofendido... otra vez —musitó Miguel.

Feli,  que  lo  miraba  con  los  ojos  muy  abiertos,  eligió  aquel  momento  para  intervenir.

—Fuimos al lago. Fue divertido.

Miguel sonrió.

—Me alegro, hijo.

—Y  antes  de  ayer  fuimos  a  casa  de  Pedro.  Vive  en  un  rancho  y  monté  en  un  caballo que se llama Amos, nadé en la piscina y jugué con el perro de Pedro, que se llama Fargo.

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