domingo, 7 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 21

—¿Tienes alguna idea de por qué quiero hacerlo?

—Probablemente porque es un sitio bueno para Mateo. Su aspecto ha mejorado mucho desde que llegó.

—Es cierto. Y también porque me gusta el lugar y porque me gustas tú. Quiero casarme contigo, Pau.

—¿Qué es lo que dijiste? —preguntó azorada.

—Quiero que te cases conmigo, Pau.

—Si te has propuesto hacer una broma, ¡Te aseguro que no me gusta!

—No es ninguna broma, nunca he dicho nada más serio en mi vida.

—Entonces, ¡Estás loco!

—No hay mucha sensatez en ninguno de los dos.

—¡Oh!, calla —gritó—. Si es que me estás pidiendo que me case contigo, la respuesta es, ¡No! —apretó los labios y volvió su mirada hacia la isleta, sabiendo que el hermoso día se había arruinado para ella—. Volvamos a casa.

—Todavía no, hasta que hallamos terminado de discutir.

—No hay nada más que decir.

—Por supuesto que lo hay —se acercó y la tomó por un brazo—. No estoy bromeando. Quiero casarme contigo y deseo una respuesta más sólida. No puedes restarle importancia a esto.

Paula alisó los cabellos hacia atrás con un ligero temblor en las manos. Notaba enfado en la voz de Paul y aún más, parecía sentirse lastimado.

—Muy bien —comenzó con voz queda—, escuché lo que dijiste y te pido que me disculpes, pero eso no altera mi decisión. Tú sabes tan bien como yo que no puedo casarme contigo, Pedro.

—Si lo supiera, ¿Crees acaso que te lo hubiera pedido?

—¿Por qué me lo pides? —preguntó ella.

—Mati necesita una madre y tú me gustas y te respeto.

—La razón más común para casarse es el estar enamorados.

—Yo creía amar a Camila, y nuestro matrimonio fue un desastre. En estas últimas semanas he descubierto que tú y yo coincidimos en todo, y disfrutamos de la mutua compañía, nos llevamos muy bien. Tú eres muy inteligente, me gusta tu sentido del humor. Y cuando te ví por primera vez, me pareciste muy hermosa.

—¡Qué análisis tan frío de mis cualidades! —exclamó ella con aspereza—. ¿Acaso no recuerdas que también tengo un temperamento? —Pedro rió.

—Ya te he dicho que me gusta una mujer que sabe defenderse —y más seriamente añadió—: Tal vez el amor llegue después, no lo sé; pensé que lo mejor sería la sinceridad, después de todo, tú no estás enamorada de mí, ¿No es así?

—Por supuesto que no —respondió cortante.

—Pero amas a Mati…

—Sí, lo amo, pero no puedo casarme contigo sólo por eso —dijo ella. Guardó silencio unos minutos pensando cómo podría convencerlo de la autenticidad de su negativa.

—Y bien, ahora déjame a mí ser honesta contigo, Pedro. No me casaré contigo ni con ningún otro hombre en tanto esté yo atada a esta silla de ruedas. No sería ni una madre adecuada para Mateo, ni una esposa conveniente para tí. Además no puedo tener hijos, ¿Acaso no te das cuenta? ¡Es imposible!

—Hace cinco minutos me dijiste que te sentías libre e independiente desde que me conociste.

—Eso es diferente. Las salidas a la playa, al cine y los viajes; eso no es el matrimonio.

—Entonces, probemos otra cosa —y diciéndolo, Pedro se acercó a ella sobre la hierba. Paula adivinó el propósito en sus ojos.

—No, Pedro.

Lo mismo hubiera sido que no hubiese dicho nada. La boca de él estaba ya sobre la suya. Ella lo empujó para tratar de liberarse, pero las manos de él atraparon sus muñecas dejándola indefensa y el roce en los labios continuaba gentil.

Paula cesó de luchar y se quedó muy quieta, con los ojos cerrados mientras sus sentidos despertaban a sensaciones que no podía ignorar ni luchar en contra de ellas. Con suaves movimientos rítmicos, él continuaba besando esa boca como si estuviera esperando que la chica reaccionara. En forma tentativa, ella se vió impulsada a responder al beso.

Fue como si un fuego se encendiera al sentir Pedro la tímida respuesta, y entonces el beso se volvió más profundo y demandante. Soltó las muñecas y sus manos comenzaron a explorar el cuerpo femenino. Recorrió la línea de los hombros, continuando por la espalda y después, las redondeadas formas de las caderas. Los labios de la chica se entreabrieron y Paula sintió que un deseo doloroso cancelaba en forma instantánea todo remanente de precaución o razón. Ella paso las manos por el cuello de Pedro y ofreció su boca más abierta aún, diciendo con esta actitud, que deseaba recibir lo que le estaba ofreciendo.

Él rodó quedando a su lado, una ola de calor la invadió cuando las manos de él acariciaron sus senos. Muy dentro, ella experimentó un desconocido placer al sentir que Pedro comenzaba a desabotonar la blusa y el broche delantero del sostén, exponiendo la suave piel sonrosada a los rayos del sol y al toque de sus dedos.

Pedro dejó de besarla para continuar con la exploración manual a través de todo el cuerpo. En forma impulsiva, arqueó el cuerpo hacia él y Pedro como un resorte introdujo uno de sus muslos entre las piernas de Paula, acercándose aún más a su cuerpo. Los labios masculinos fueron descendiendo por la suave línea del cuello, hasta llegar a encontrar los ondulantes y firmes senos.

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