Mientras Pedro se miraba los zapatos allí sentado, el personal del hospital trasladaba a Paula a una habitación de planta. Cuando estuviera instalada, Pedro pensaba entrar a verla con Valeria una vez más. Si tenía suerte, quizá incluso le dejaran pasar la noche en una silla en su cuarto. Tomó un trago del café amargo y se miró de nuevo los zapatos.Estaba más seguro que nunca de que ella era la mujer indicada para él y esa certeza lo maravillaba, pues hasta Paula, no había estado seguro de casi nada.
Vaaleria se desperezó y bostezó enfrente de él. Se inclinó a Julián y se susurró al oído. Éste lanzó un gruñido y Valeria miró a Pedro y asintió con la cabeza.
—Sí, sé que tengo razón...
Pedro se enderezó en su sillón y tomó otro sorbo de café.
—¿Qué?
Valeria apoyó los codos en las rodillas y se echó hacia delante. Lo miró con aquellos ojos azules idénticos a los de Paula y que, sin embargo, resultaban a la vez tan distintos.
—Ya sé que es una pregunta tonta teniendo en cuenta las circunstancias, pero ¿Estás enamorado de mi hermana?
Así era Valeria; le gustaba ir al grano de las cosas.
Pedro abrió la boca para decir que sí, pero lo pensó mejor. Le parecía erróneo hablar con Valeria de lo que sentía. Era a Paula a la que debía decírselo.Y lo haría en cuanto ella se encontrara mejor.
—Bueno, ¿Lo estás? —insistió ella.
Julián se movió en su silla.
—Cariño, déjalo en paz.
Valeria se alisó la falda del vestido y se volvió hacia su marido.
—Es mi hermana y quiero saberlo. Además, si Pau se casara con Pedro, volvería al pueblo —miró de nuevo al frente—. Por si te interesa, quiero que sepas que yo estoy a favor.
—Cariño... —protesto Julián.
Valeria le dedico una de sus sonrisas más dulces.
—¿Qué pasa, amor mío?
Julián se inclino y le dió un beso en la naríz.
—Algunas cosas no son asunto tuyo.
Valeria suspiró y se hundió de nuevo en la silla.
—Supongo que tienes razón.
Aquello sorprendió a Pedro. La Valeria que él había conocido jamás habría permitido que un hombre le dijera que algo no era de su incumbencia. Al parecer, el verdadero amor la había cambiado de verdad. O quizá sólo había madurado.
—Pau se pondrá bien —dijo ella—. Y eso es lo que importa, aunque vuelva a San Antonio y no la vea hasta que vaya a visitarla —apoyó de nuevo los brazos en las rodillas y miró a Tucker con la barbilla en las manos—. Y tú les has salvado la vida a Feli y a ella y mi familia tiene una gran deuda contigo. Y aunque no sea asunto mío, he visto que Pau y tú han estado juntos toda la tarde y que lo han pasado bien...
—Vale... —la interrumpió Julián.
Ella le dió una palmadita en el brazo.
—No te preocupes, no voy a insistir —miró a Pedro—. Pero después de todo lo que has hecho hoy, quiero que sepas que lamento lo que Pau y yo te hicimos la noche de la graduación —vió que él la miraba sin comprender—. ¿No te lo ha contado Pau?
—¿Qué me hicieron? —preguntó Pedro con cautela.
—¡Oh! —parpadeó Valeria—. ¿No te lo ha dicho?
Julián lanzó un gruñido.
—¿De qué estás hablando ahora?
Valeria miró a Pedro y luego a su marido.
—¡Oh, Señor! Creo que he metido la pata.
—¿Por qué? —preguntó Julián.
Valeria se ruborizó. Se enderezó en la silla y agitó las manos en el aire.
—Oh, bueno, no es para tanto. Después de todo, hace muchos años de eso y todos éramos muy jóvenes y tontos. Pero Pedro, tú y yo habíamos roto y yo sentía que tenía que ir a la fiesta. Hasta estaba propuesta como reina del baile. Así que sentía que tenía que ir pero no me apetecía nada. Y el acompañante de Paula se puso enfermo y ella sí quería ir y...
Pedro empezaba a entenderlo y no le gustaba. Miró a Valeria con incredulidad.
—Y míralo de este modo —siguió diciendo ella—. Aunque Pau no te lo haya dicho todavía, lo que hicimos no tiene nada de malo, ¿Verdad? Oh, no sé por qué le doy tanta importancia. Fue una travesura de adolescentes, algo de lo que nos arrepentimos tanto Pau como yo. Ah, y espero que nos perdones a las dos.
Pedro no habría podido contestar aunque hubiera querido.
—Vale, me he perdido. ¿Puedes ser más clara? —le pidió Julián.
La joven lo miró.
—Pau y yo nos cambiamos la noche del baile de graduación. Yo me quedé en casa y me hice pasar por ella y ella se puso mi vestido y fue al baile con Pedro en mi lugar.
—¡Vaya, que me condenen! —Julián miró a Pedro—. ¿Y tú no te diste cuenta?
—Me temo que no —consiguió contestar el interpelado con una voz tranquila que no traicionaba el torbellino emocional que tenía lugar en su interior. Al mismo tiempo, la última pieza del puzzle empezó a dar vueltas en su mente antes de encajar limpiamente en su sitio. La última pieza tenía la cara de Felipe.
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