lunes, 8 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 25

—Él quiere una madre para su hijo, y cree que yo lleno los requisitos. No te estés haciendo ideas acerca de un apasionado romance entre nosotros.

—Parecía muy apasionado hace unos minutos.

—Estoy segura de que intenta salirse con la suya, pero esta vez no lo hará.

—¿No crees tú que funcionaría, quiero decir… el matrimonio? —insistió Lucas.

—Estoy segura de que no funcionaría, Lucas.

—No estoy tan seguro de eso, Pau, pienso que deberías darte una oportunidad.

—El matrimonio no es cuestión de oportunidad: o lo haces con todo el anhelo de tu corazón, o no lo haces. Y mi caso es el último.

—No me parece el tipo de persona que se dé por vencido.

—No le quedará otro remedio. Ojalá nunca me hubiese hablado de matrimonio; éramos buenos amigos y yo realmente disfrutaba salir con ellos, y ahora, todo está arruinado.

—Si disfrutabas de su compañía, ¿Por qué crees que no disfrutarías estando casada con él?

—Estoy creyendo que lo que quieres es deshacerte de mí.

—Pau, me gustaría que fueses felíz —deseo Lucas sincero.

—¡Qué bueno eres, Lucas! Pero yo ya era feliz antes que ellos llegaran — suspiró—. Hablemos de otra cosa, ¿Gustas tomar un poco de té?

Ni Pedro ni Mateo volvieron ese día. Lucas se quedó hasta después de cenar, terminaron sus cuentas y él tocó la guitarra. Paula se acostó enseguida que Lucas se retiró y se durmió escuchando el tamborilear de la lluvia y el murmullo de las olas. La isla era muy pequeña para que ellos pudieran evadirla por mucho tiempo, pero después de tres días en que Paula solo los veía a distancia, la chica concluyó que lo pasaban muy bien sin ella. Tampoco era posible que Roberto y Alicia desconocieran la situación.

Una mañana, Alicia llegó a la casita de Paula trayéndole algunos platos y le dijo con cierta intención:

—¡Qué pena que las personas no se lleven bien en un lugar tan pequeño como esta isla; ¿Qué es lo que le hiciste a Mateo, que lo lastimaste tanto?

Sin decir palabra, Paula le volvió la espalda, conteniendo la furia. Como si esa visita hubiera sido una señal, unos minutos más tarde vió a Roberto bajando de la colina. Él se reunió con ella en el patio.

—Mateo ha estado un poco desanimado estos días, ni siquiera quiso ir conmigo a atrapar mariposas esta mañana, ¿Tienes tú alguna idea de qué es lo que le sucede, muchacha?

—Tuvimos una discusión, pero no te preocupes, pronto se le olvidará.

—Y ¿por qué fue la discusión?

—¿Por qué no le preguntas a Pedro?

—Ya lo hice y él me dijo que te preguntara a tí.

—No tiene importancia, te digo que se olvidará.

—Así lo espero. Estaba yo contento de verte salir con ellos todos los días. ¿No te habrás enamorado de él?

—No abuelo —respondió con firmeza—, deja de ser el eterno romántico.

—Él sería un buen esposo para tí —comentó pensativo.

—Tal vez. ¿Qué tal estuvo la pesca, ayer, con Rodrigo?

—Más de doscientos kilos —buscaba algo en los bolsillos—, debo haber dejado los cerillos allá en casa, bueno me voy. Ya sabes dónde estoy si me necesitas, ¿eh?

—Gracias, abuelo. Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer sobre sus brazos desnudos.

Entró en la cabaña. Decidida a no dejarse vencer por la depresión y la soledad que trataban de hacer presa en ella, encendió la radio y tomó el bordado más laborioso para obligarse a concentrar su atención en él.

El siguiente visitante fue Pedro. Llamó a la puerta con suavidad y, sin esperar respuesta, entró. Se quedó parado en el marco de la puerta.

—¡Hola! —fue todo lo que ella pudo decir.

 Él ignoró el saludo y dijo cortante:

—Quiero que me hagas un favor, Mateo se ha portado como un oso estos últimos días y ahora, como está lloviendo, se queja de que no hay nada qué hacer. Presentarán una película de Walt Disney en el cine de Halifax, ¿Querrías ir con nosotros?

No había dicho la palabra "por favor" y sin embargo, pensó Paula, si ella se negara, él no haría otra cosa que dar la media vuelta e irse. Se dió cuenta de que sería casi imposible seguir evadiendo la presencia mutua durante todo lo que restaba del verano; además, esos días había extrañado tanto a Mateo, que casi le causaba dolor.

—Está bien —aceptó con mucha compostura.

—Pasaremos a buscarte en media hora.

En un consciente esfuerzo por levantarse la moral, Paula se cambió de ropa y cepilló sus cabellos hasta que logró sentirlos como una cortina de seda sobre sus hombros.

Cuando Pedro llegó a buscarla le dijo:

—Mati espera en el auto —e ignorando su encantadora apariencia, añadió—: ¿Nos vamos?

Molesta por la indiferencia de Pedro, ella asintió con la cabeza. Cruzaron el puente y él  la acomodó en el auto. Mateo esperaba sentado en medio del asiento delantero.

—Hola, Paula.

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