miércoles, 3 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 9

En un movimiento rápido deslizó sus brazos alrededor de ella y la levantó de la silla. La cara de Paula quedó a pocos centímetros de distancia de la de él porque, en forma automática, se había abrazado al cuello masculino para sostenerse. Luchando por recuperar el aliento, le dijo furiosa:

—Bájame, no creas que soy muy ligera.

—Así me gustas.

Horrorizada ante sus pensamientos, se dio cuenta de que a ella también le gustaba estar sostenida por él, pero aún así volvió a protestar, aunque esta vez ya sin enfado.

—Por favor, Pedro, bájame.

Por un momento sintió una extraña y dulce excitación y pensó que Pedro iba a besarla. Luego, él cambió su expresión y ella supo que también lo había hecho de idea. Con un pie, empujó la silla de ruedas del camino y acomodó a Paula en el asiento del auto. Una vez que él cerró la puerta, ella exhaló un suspiro hondo y profundo.

Él dobló la silla de ruedas y la guardó en la parte de atrás del auto, después dió la vuelta y se acomodó en el asiento del volante poniendo en marcha el coche.

—¿Hace cuánto tiempo no has ido a Halifax?

—Un mes.

—¿Quién te convenció aquella ocasión para que fueras?

—Tenía una cita con el doctor.

—¡Oh! —y puso una de sus manos en la rodilla de Paula—. Deja de enfurruñarte y comienza a decirme qué fue lo que pasó para que tú acabaras en esa silla de ruedas.

—¡No estoy enfurruñada! —pero su honestidad la hizo reconocer—: Bueno, tal vez sí lo estoy, un poco. ¿Alguien te ha dicho que eres rudo, desconsiderado y latoso?

—Sólo soy así con las personas que no saben obedecer.

—No hay ninguna razón en el mundo para que yo tenga que obedecerte.

—Sí, la hay. Porque desde este momento tú te estás divirtiendo, ¿No es así, Paula?

—Pedro, no hay ningún punto… Bueno, quiero decir que yo no puedo…

—¿Qué es lo que quieres decir, Paula? Dime ahora, ¿Tomo por la derecha o por la izquierda?

—Por la izquierda. Yo no sé… sólo que —se interrumpió con un suspiro.

—¿Quieres decir que no podemos ser amigos? ¿Es eso?

—Sí, tal vez es eso.

—¿Por qué no?

—Porque soy una inválida.

—Eso me estaba imaginando. Y ahora a la izquierda de nuevo, ¿No es así? — suavizando la voz continuó—: Tú sabes tan bien como yo que ésa no es la palabra correcta para describirte. Tu mente está sana. Eres sensible, bondadosa y encima de todo eso, hermosa. Cualquier hombre estaría orgulloso de ser tu amigo.

—Eso no es verdad. Yo tenía docenas de amigos antes del accidente. Hace dos meses, cuando me vine aquí, todos habían desaparecido. No les interesó más mi amistad desde el momento en que ya no pude bailar ni esquiar. Ya no fui una diversión para ellos—confesó adolorida.

—Entonces ellos no eran tus verdaderos amigos —expresó implacable—. De cualquier manera casi nadie tiene la fortuna de poseer tantos amigos.

—Incluso los que eran muy íntimos, desaparecieron —hasta ahora nunca había mencionado el dolor que le causó la deserción de Facundo.

—Dime cómo fue ese accidente. ¿Estabas esquiando?

—No. Un amigo —no dijo el nombre de Facundo— y yo montábamos a caballo, habíamos hecho una apuesta para ver quién llegaría primero a la cima. Yo estaba decidida a ganar así que tomé el camino más directo aunque era el más difícil. Me arriesgué saltando una cerca y mi caballo tropezó, yo caí y el animal pisoteó mis piernas —Paula tembló—. Por lo menos eso fue lo que me dijeron, por suerte quedé desmayada casi en el momento de caer y casi no recuerdo nada.

—¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital?

—Cerca de dos meses. Después estuve en mi casa otros tres, antes que mi abuelo me invitara a vivir en Chaves. Y le doy gracias a Dios, pues en mi casa estaba volviéndome loca.

—No puedo imaginarte a tí en ese estado, me pareces una mujer muy valerosa y dulce.

—¡Oh! No te creas, era muy diferente en ese tiempo. Esta experiencia me sirvió para madurar —sonrió con amargura.

—La vida nos ofrece muchas de esas experiencias —respondió él con sobriedad—. Parece ser que sólo depende de cómo tome uno las cosas, ¿No es a así Pau? Y dime, ¿no hay posibilidades de que pudieras aliviarte?

—No lo creo, los especialistas de Halifax hablaron de una operación cuando llegué aquí, hace tres meses, pero las posibilidades son muy remotas. Y luego ya no dijeron nada —negándose a sentir lástima por sí misma, añadió—: Después de todo ya no me importa, parece ser que me he acostumbrado a esto.

—Eres, sin duda, muy valiente, Paula.

Ella suspiró sintiendo un gran placer al oír esas simples palabras, pues sabía que Pedro no era la clase de hombre que hiciera un halago sin sentirlo. Mientras hablaban, él colocó una mano sobre la suya. Era fuerte y cálida. El calor que despedía quemaba su piel y sintió que el aliento le faltaba. Sabiendo que tenía que evitar ese contacto, deslizó la mano pretendiendo alisar los cabellos hacia atrás para dejar su rostro libre.

—Deja de huir, Paula —replicó despacio.

—¿Qué quieres decir?

—Te comportas como si yo pretendiera abusar de tí. ¿De qué tienes miedo?

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