lunes, 8 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 23

El día siguiente amaneció lluvioso, exactamente como a Paula le gustaba. Lucas iría esa tarde a su visita regular. De esta manera tendría una excusa perfecta para no acompañar a Pedro a ninguna parte. No quería que pudieran repetirse las caricias que le había hecho en la colina, la tarde anterior; todo aquello tan hermoso y tan normal, en el fondo, era pésimamente malo. No habría más salidas a solas con él, es más, las evitaría, pues sólo serviría para recordarle lo que había perdido en el accidente. A media mañana, hubo un ligero llamado a la puerta.

—¡Hola, Mati! ¿Cómo estás esta mañana?

—Mi padre está trabajando, Alicia barriendo y Roberto salió en el barco, así que vine a visitarte.

Paula notó un nuevo hueco en su dentadura. El pequeño sacó de su bolsa un par de libros y una caja de lápices y dijo:

—Voy a dibujar.

—¿Quieres un vaso con leche y unas galletitas?

—Sí, gracias. Se sentó cerca de ella, mientras Paula se ocupaba de corregir los errores en su bordado de la noche anterior.

—Ahora que recuerdo, Mati, cuando vuelvas a casa de Alicia, por favor dile a tu padre que no podré acompañarlos esta tarde, porque Lucas va a venir —al decirlo sintió la cobardía en sus palabras, valiéndose del niño como mensajero, pero no se encontraba con fuerzas para enfrentarse a Pedro este día.

—Lo siento mucho, Paula. Él había prometido llevarnos al cine, ya que está lloviendo.

—Estoy segura de que te llevará a tí, de cualquier modo —dijo en forma tentativa y añadió, sabiendo que era arriesgado—: Él es un buen padre para tí, ¿No es así, Mati?

—Mmm —murmuró el niño sin distraer su atención del dibujo.

—Yo sé que te ama —pero Mateo tachoneaba el dibujo con fuerza con el lápiz. Ella procuró cambiar de tema—. ¿Te gusta vivir aquí?

—¡Es un sitio maravilloso! Yo y Roberto nos divertimos mucho —sonrió.

—Se dice Roberto  y yo —le corrigió Paula.

—Tú también me gustas —expresó en forma tímida. La tomó por sorpresa esa tierna expresión de cariño y tuvo que dejar la labor, porque su vista se empañó de pronto.

—¡Oh, Mati! —exclamó dulcemente.

Tal vez fue el tono de su voz, o la ternura de su rostro lo que hizo que Mateo se levantara de su asiento y se acomodara en el regazo de Paula. Ella lo abrazó con fuerza apoyando la mejilla en la cabeza del pequeño. La vocecilla de él, un tanto apagada se escuchó de nuevo:

—Desearía que fueras mi madre.

—Tú tienes a tu madre, Mati—el corazón le dió un vuelco.

—Ella ama a Mauricio más que a mí. Mauricio, el marido de Camila.

—Pero a tí también te ama.

—Casi nunca se encontraba en casa. Estuve muy enfermo y a ella no le gustaba. Se ponía muy nerviosa.

—¿La extrañas, Mati? —preguntó abrazándolo con más fuerza.

—No, ya no. Tú me gustas más.

Paula sintió como si una flecha atravesara su corazón, pero todavía le faltaba algo por oír. —Si tú y mi padre se casaran, entonces ¿Sí serías mi mamá?

—Tu madrastra, pero… Mati, eso no va a suceder.

—¿Por qué no?—preguntó incorporándose como un resorte.

—Tu padre y yo no nos amamos.

—Él dice que tú eres buena, se lo oí decir a Alicia.

—Pero las personas no se casan sólo porque piensen que son buenas, Mati — aseguró Paula tratando de ser convincente.

—Él dijo que tú eres muy buena —expresó haciendo un gesto pícaro.

—Aparte de todo —continuó, ahora en voz alta— no podré casarme con nadie, ¿No ves estoy en esta silla de ruedas?

—¿Y eso qué? —preguntó con ojos llorosos. Deseando poder desaparecer como por arte de magia, ya sin saber qué decir,

Paula intentó suavizar la conversación.

—Mati, pasaremos juntos el verano y podremos vernos todos los días. Disfrutemos de lo que tenemos, ¿No te parece?

El pequeño se levantó del regazo de la joven, ahora las lágrimas corrían abundantes sobre sus mejillas.

—¡No! ¡Yo quiero que seas mi mamá! —y corrió hacia la puerta sin intención de detenerse.

—¡Mati, ven aquí!

La única respuesta fue dar un portazo tras él. Paula se acercó a la ventana y lo miró alejarse en medio de la lluvia, desapareciendo en la puerta de Alicia.

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