Antes de subir al vehículo habló con Felipe.
—Tu madre se pondrá bien.
El niño parecía pequeño y perdido allí de pie en la oscuridad bajo la lluvia que caía delante del edificio derruido de lo que había sido el club.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó con aire de duda.
Pedro consiguió sonreírle.
—Confía en mí. No dejaré que le pase nada.
Feli se adelantó y se abrazó con fuerza a su cintura.
—¿Lo prometes? —preguntó.
Pedro le devolvió el abrazo con un nudo en la garganta y sorprendido por la fuerza de los brazos que lo rodeaban. Tosió para vencer la emoción.
—Claro que sí. Te lo juro.
—Señor Alfonso —llamó uno de los técnicos de la ambulancia desde la puerta abierta de ésta—. Tenemos que irnos.
Felipe se apartó y se limpió la naríz con el dorso de la mano. Miguel, que estaba a poca distancia con Alejandra, Valeria y Julián, se adelantó y pasó un brazo por los hombros del chico.
—Nos veremos en el hospital.
Pedro asintió con la cabeza, subió a la ambulancia y miró a la familia de Paula. Estaban empapados y el hermoso vestido blando de Valeria se arrastraba por el barro. Feli, Miguel y Julián iban sin chaqueta y llevaban la corbata torcida y las camisas fuera de los pantalones. Alejandra era la única que lloraba en silencio y las lágrimas se mezclaban con la lluvia en sus mejillas.Cerraron las puertas y la ambulancia se puso en marcha.
Pedro procuró no molestar en el espacio cerrado. Los técnicos atendían a la paciente, limpiaban la herida y revisaban sus constantes vitales. Él los miraba y se sentía algo más tranquilo.Uno de los hombres le dijo que el club, situado al sur del pueblo y rodeado por un campo de golf, pistas de tenis, piscina y hectáreas de terreno abierto, era la única estructura que había resultado afectada y, por lo que sabían, Paula era la única herida.A mitad del recorrido, el milagro por el que rezaba Pedro se produjo al fin.Paula soltó un gemido y abrió los ojos. Y él la recibió con una sonrisa.
—¿Pedro? —ella parpadeó, se lamió los labios e intentó levantar la mano donde le habían puesto una vía. ¿Qué...?
—Tranquila, señora Chaves.
Pedro colocó una mano en la camilla.
—Te has dado un golpe en la cabeza, pero te pondrás bien.
—¿Feli? —preguntó ella débilmente.
—A salvo —dijo él—. Está con tu familia. Y por lo que sabemos, no hay nadie más herido.
—Bien —susurró ella—. Bien.
Tres horas más tarde, cerca ya de medianoche, Pedro, Valeria y Julián estaban sentados en la sala de espera del hospital. Miguel y Alejandra habían llevado a Feli a casa, pero Valeria, vestida todavía de novia, había insistido en no moverse de allí hasta que supiera que Paula estaba bien. Y Julián no se apartaba de ella.
Pedro estaba sentado enfrente de los recién casados con los codos apoyados en los brazos del sillón, un vaso de plástico de café malo en equilibrio sobre la panza y las piernas estiradas ante sí. Se miraba lo zapatos sucios sin verlos.No veía ni pensaba nada que no fuera Paula.
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