Paula se dejó caer sobre la almohada.
—En cuanto a lo mío con Pedro, no sé...
—Llámalo hoy.
—Lo llamé ayer. Le dije que quería que habláramos y dice que quiere que me sienta mejor antes de hablar.
—Puede que eso sea buena idea.
—No sé. Está furioso y no quiere hablar conmigo. ¡Es horrible!
—Bueno, has de admitir que tiene derecho a enfadarse —repuso Valeria.
—Lo sé.
—Sólo tienes que ser paciente. Estoy segura de que lo arreglarán.
—No lo sé. Yo no lo sé.
Paula pensó todo el día si debía bajar a saludar a Pedro cuando fuera a buscar a Feli y al final decidió no hacerlo. Tenía un aspecto horrible, con el lado izquierdo de la frente, debajo de la venda, negro y azul y el ojo grande y morado como una ciruela madura, y no quería que él la viera así, pues sabía que le daría lástima.Y ella no necesitaba su lástima.
Pedro llegó a las cinco en punto y sentó a su hijo en el asiento de atrás de un gran Cadillac negro. Paula los vió alejarse desde su ventana.Cuatro horas más tarde, los esperaba en el mismo sitio con la ventana un poco abierta. El coche apareció a las nueve y dos minutos y Feli saltó fuera antes de que el chófer pudiera dar la vuelta para abrirle la puerta.
—No hace falta, José —le oyó decir Paula—. Me gusta abrir las puertas —se inclinó hacia el asiento de atrás—. Adiós, Pedro. Hasta el miércoles...
Al parecer, lo del miércoles era cosa hecha. Paula sabía que era bueno que su hijo conociera por fin a su padre. Ella se alegraba de eso.Pero todo lo demás era un desastre espantoso.
El martes, Alejandra la llevó a ver al doctor Jover, quien le quitó la venda, examinó la herida de la sien y le dijo que tenía buen aspecto. Le puso una venda mucho más pequeña y le dijo lo que ella ya sabía, que la hinchazón bajaría, se absorberían los puntos, la cicatriz curaría y los moratones desaparecerían.
—Dele tiempo y si dentro de seis meses no le gusta esa cicatriz, una sencilla operación de estética la dejará tan guapa como antes.
Paula se dió cuenta de que estaba a punto de coquetear con ella y apartó la vista. Y no porque pareciera un hombre que intentaba ligar a menudo, que sí lo parecía. No. Apartó la vista por Pedro. Cuando quisiera coquetear, lo haría con él, lo cual, teniendo en cuenta las muchas cosas que los separaban, no era probable en ese momento.
En el camino de vuelta, Alejandra intentó averiguar lo que había pasado entre Pedro y ella.
—Pau, querida, tu padre y yo nos preguntamos si... La joven la interrumpió de inmediato.
—¿La pregunta tiene que ver con Pedro?
Su madre apretó el volante con nerviosismo.
—Bueno, tesoro, te salvó la vida y parecía tan atento y luego...
—Ahora no, mamá. Ahora no puedo hablar de eso.
Alejandra no insistió. Y Paula se lo agradeció en su interior.
El miércoles decidió que ya estaba harta de esconderse en su cuarto y cuando llegó Pedro a buscar a Feli, abrió la puerta ella.Él, que había preparado una sonrisa, se puso serio al verla.
—Paula.
—Hola, Pedro.
—Ese ojo tiene mal aspecto.
Ella enderezó los hombros.
—Está mejor que estaba. En realidad me encuentro bastante bien. Mañana seguramente estaré preparada para esa larga conversación que decías.
—Veremos... ¿Está Feli?
—Sabes que sí —ella se apartó para dejarlo entrar.
Feli bajaba ya las escaleras.
—Hola, Pepe.El hombre suavizó su expresión en el acto.
—Hola. Vámonos enseguida —se volvió de nuevo a la puerta.
—¡Está bien! Feli lo siguió de inmediato. Ya en la calle, se volvió a mirar a su madre.
—Puedes venir con nosotros si quieres...
Pedro se detuvo en el acto y giró para mirarla con expresión inescrutable.
Paula sonrió a su hijo.
—No, hoy me quedaré en casa. Que se diviertan.
Feli corrió a darle un abrazo.
—Te quiero, mami...
—Yo también a tí.
El niño echó a correr de nuevo, abrió la puerta de atrás del coche grande negro y se deslizó dentro.
Paula entró en la casa y cerró la puerta con rapidez. En ese momento no podía mirar cómo el Cadillac brillante se alejaba con su hijo.Al volverse, vió a sus padres juntos al pie de las escaleras. Los dos la miraban sorprendidos.En sus rostros confusos vió reflejado su secreto. Vió lo que su secreto le había hecho a su familia, cómo había formado un agujero de malos entendidos y de dolor tan amplio como el que se interponía ahora entre el padre de su hijo y ella.Sus padres y Valeria eran su familia. Y ella los había abandonado, los había dejado atrás. Se había construido una nueva vida sin ellos. Porque era una cobarde que no estaba dispuesta a afrontar las consecuencias del gran error que había cometido.Pero eso se había acabado. Levantó la cabeza.
—Mamá, prepara café. Tenemos que hablar los tres.
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