domingo, 21 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 60

La mañana pasó con rapidez, Mientras Mateo arreglaba sus colecciones, Paula horneó un pastel y también galletas. A media mañana escuchó la puerta del porche y pensando que era Pedro, dijo:

—¡Hola! Pasa, llegas a tiempo para probar el pastel de cereza.

Pero no fue Pedro quien entró en la cocina, sino Fernando. La sonrisa de Paula desapareció de su rostro.

—¿Qué es lo que estás haciendo aquí? —preguntó con voz ruda.

—Te dije que pasaría a verte antes de irme…

—¿Cuándo te vas?

—Mañana. Quería saber si cambiaste de opinión respecto a mi propuesta y si deseas enviar algún mensaje a tus padres.


—Por lo visto tienes bastante descaro… —replicó con amargura olvidando que Mateo estaba cerca y podría escucharla—. Pedro está por regresar de la pesca en cualquier momento y al verte aquí, va a pensar lo peor —se fue hacia el horno para sacar una bandeja con galletas—. No me voy contigo. Puedes decirles a mis padres que los amo, pero que no voy a ser una marioneta en manos de mi padre. Y ahora, ¿Quieres hacerme el favor de retirarte antes que Pedro regrese?

En ese momento escuchó unas fuertes pisadas y de inmediato temió que hubiera una confrontación entre los dos hombres. Sin embargo, fue un extraño el que apareció en el marco de la puerta, un hombre pequeño, con la cara enrojecida, con los cabellos grises pegados a la frente. Dijo de pronto:

—Ha habido un accidente, señora, ¿Podemos traerlos aquí mientras llega la ambulancia?

—Por supuesto, ¿Pero quién? —Paula no pudo continuar pues un nudo le cerró la garganta.

—El bote de Daniela Larrigan se estrelló contra las rocas y el hombre que iba con Rodrigo, fue a rescatarlo, ahora los traen a los dos para acá.

De esta confusión de relato, Paula sólo entendió que Pedro… Pedro estaba lastimado. Se quedó paralizada junto a la estufa y Mateo corrió hacia ella y se aferró de su mano. Entraron dos hombres cargando una camilla improvisada. En ella estaba acostado un hombre desconocido, era joven, rubio y su rostro estaba pálido, debía ser Diego Larrigan. Paula les indicó el paso hacia la habitación donde ella había dormido y lo depositaron con cuidado sobre la cama. Una segunda camilla apareció en la puerta. Rodrigo  la sostenía de un extremo y otro hombre desconocido, del otro. Rodrigo se dirigió a Paula y le dijo:

—Él se pondrá bien, sólo está desmayado, ¿Podemos ponerlo en el sofá?

 Mateo le apretaba la mano tan fuerte, que Paula sentía dolor.

—Sí, claro, por supuesto —afirmó con voz débil.

Pedro estaba cubierto con una manta del ejército, tenía un raspón en la mejilla y una ligera herida en la frente, sus ojos estaban cerrados.

—¿Qué pasó, Rodrigo?

—El bote de Diego se estrelló contra las rocas. Su chaqueta salvavidas se quedó en el bote y no podía nadar contra la corriente. Pedro y yo lo vimos. Yo dirigí nuestro bote lo más cerca posible y él se tiró al agua. Nos costó mucho trabajo rescatar la nave. Sufrió varias raspaduras, pero no es nada grave. Si no fuera por él, Diego no estaría aquí.

—Mi papá, ¿Se va a poner bien? —preguntó Mateo en un murmullo.

—Sí, querido —respondió Paula, tratando de convencerse de que lo que decía era verdad. Los dos se acercaron a la camilla. Las ropas de Pedro estaban empapadas. Con gentileza, ella le tocó la frente y sintió su piel fría y mojada. Él entreabrió los ojos, pero en seguida volvió a cerrarlos dejando caer su cabeza de un lado, en forma pesada.

Rodrigo y los otros hombres salieron a ver si llegaba la ambulancia. Paula se había olvidado por completo de la existencia de Fernando, se arrodilló y apoyó su cabeza en la sábana que cubría a Pedro, luchando por contener las lágrimas.

—Mati —le dijo al pequeño—, ¿No querrías ir por favor al dormitorio de tu papá y traerme unas mantas limpias? —más que nada quería distraerlo para que no se soltara llorando.

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