—Me pregunto...
Él la abrazó por la cintura.
—¿Qué? —le susurró al oído—. Lo que tú digas.
—Unos minutos a solas... Él soltó una risita.
—Yo pensaba lo mismo —le soltó la cintura pero no la mano, y echó a andar con ella entre las parejas.
Primero probaron en el vestíbulo principal, pero allí estaban la mayor parte de los niños, jugando en las escaleras o persiguiéndose entre los sillones. Paula vió a Felipe jugando con un par de chicos cerca del mostrador de recepción. Llevaba la corbata casi quitada y la chaqueta no estaba a la vista. Ella lo saludó con la mano y él le dedicó una sonrisa feliz y volvió a su juego.Pasaron un arco y entraron en un pasillo, pero no estaba vacío. La gente iba y venía de un salón situado al final.Probaron en el comedor, pero los camareros seguían ocupados con la tarea de limpiar después del banquete.
—¿Desean algo, señor Alfonso? —preguntó uno de ellos.
—No, no —repuso Pedro.
Entonces les llegó la voz de Miguel desde el salón de baile, amplificada por los altavoces del club.
—Y ahora el gran momento. Vamos a cortar la tarta...
Pedro tiró de Paula de vuelta al salón. Con tantos invitados por todas partes, no era fácil encontrar un rincón tranquilo, así que ella se resignó y pensó que aquél no era el mejor momento.Pero se lo diría esa noche, más tarde. Enviaría a Feli a casa con sus padres y lo acompañaría al rancho o donde fuera. No importaba. Sólo necesitaban un lugar donde no los molestaran.Sí, eso sería mejor que intentar explicárselo todo en ese momento, en mitad de una fiesta. Mucho mejor si estaban los dos solos de verdad donde no podían interrumpirlos. Eso sería preferible.Además, si esperaba a después de la fiesta, tendría unas horas más de magia con él antes del momento de la verdad.En ese momento llegaron al salón de baile y Pedro siguió andando hacia las puertas dobles que daban a la galería. Lo cual era una locura, ya que fuera había rayos y truenos y llovía sin cesar. Paula clavó los talones en el suelo.
—No podemos ir ahí. Él apenas la miró.
—Está bajo techo. Lo peor que puede ocurrir es que el viento te alborote el pelo.
Tiró de ella, que tuvo la sensación de que todo se volvía de pronto loco y salvaje, tan salvaje como el viento que podía oír aullar detrás de las paredes del club. Uno de los camareros se acercó a su padre, que estaba en el escenario al lado de la mesa de la tarta, y le susurró al oído. Paula oyó a su padre decir:
—Amigos. Amigos, atención, por favor. Tenemos un problemita... No oyó el resto.
Pedro había empujado la barra que abría la puerta y los dos salían por ella. La puerta se cerró instantáneamente y estuvo a punto de pillarle la falda larga del vestido, pero Paula consiguió rescatarla en el último momento.Un golpe de viento le levantó primero la falda y después la aplastó contra sus piernas. El pelo se soltó de las horquillas y le voló sobre los ojos y la boca.Más allá del tejado del porche llovía con violencia y las gotas gruesas de lluvia se mezclabancon granizo. Seguían los relámpagos y los truenos.El personal del club había retirado los cojines de los sillones y sofás y los esqueletos de hierro de los muebles parecían formar un baile extraño sobre las tablas de madera. Paula se apartó unos mechones de pelo de la boca.
—No creo que...
—Por aquí —él la llevó al rincón donde la pared del salón se prolongaba hacia los escalones anchos de la entrada y la apoyó en la pared de modo que quedara protegida del viento. Colocó una mano a cada lado de ella.
—¿Mejor?
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