miércoles, 17 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 52

—Dormiré aquí —dijo entrando en la habitación y al ver un pasador de seguridad, corrió el cerrojo sintiéndose, por lo menos, aislada y segura de cualquier cosa que Fernando pudiera intentar.

—Paula, sé una buena deportista y comprende que esta vez has perdido. Ven, tomemos un trago juntos.

—No, gracias, podrías poner píldoras para dormir dentro de la bebida —replicó áspera—. Buenas noches Paula.

Escuchó cómo él respiraba profundamente. Unos momentos después, sus pisadas se alejaron de su habitación. Ella no quiso analizar nada pues sabía que nada podría resolver ahora mismo, todo dependería de cómo se desarrollara la situación a la mañana siguiente. Apresurada, se despojó del vestido y se acostó. Aunque no tenía la menor intención de dormirse, sintió tanto consuelo entre las limpias y olorosas sábanas que, olvidándose de Fernando y de todo, cinco minutos más tarde estaba profundamente dormida.

Cuando despertó, lo primero que vio fue un edredón que no era el suyo. De pronto recordó todo lo pasado la noche anterior. Ahora tendría que volver a casa y dar la cara a Pedro. Se quedó un poco más en la cama; como no había corrido las cortinas, el cuarto tenía apenas una ligera luz y volvió a quedarse dormida. Poco después, otro ruido la despertó, el de la ducha en la que Fernando, con seguridad, estaba bañándose. Saltó de la cama y se puso su vestido. Con mucho cuidado, se dirigió a la habitación de él. Vió sus ropas y con sigilo se puso a registrarlas. No encontró las llaves del auto. El chorro del agua cesó de pronto. Demasiado enfadada como para apagar el sonido de sus pasos, caminó hacia la estancia. Fernando salió y le dijo:

—Buenos días, Paula, ¿Dormiste bien?

—Sí, gracias, ¿ Y tú? —preguntó irónica.

—No encontraste las llaves, ¿Verdad? Lógico, querida, las llaves estuvieron conmigo todo el tiempo. No te preocupes, pronto regresaremos.

—Espero que así sea.

—Pero antes debemos desayunar.

Fernando insistió en cocinar para ella. Encontró huevos, tocino y pan. Paula estaba demasiado nerviosa y salió a la terraza a esperarlo. Después de unos minutos, escuchó el sonido de un claxon; obviamente él estaba ya preparado para partir; fue hacia el auto. Se sentó en el asiento delantero, opuesto al del volante, pálida, silenciosa; consultó el reloj y vió que eran las diez. Pedro y Mateo pudieran no estar dormidos.

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