lunes, 29 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 26

—Eres la novia más hermosa que he visto nunca —susurró.

A Valeria se le humedecieron los ojos.

—Sí, estaba bastante guapa, ¿Eh?

—Todavía lo estás. Guapísima...

Valeria le dió un pellizco suave en el hombro.

—¡Oh, cállate!

—Tengo suerte de tener una hermana como tú.

—Lo digo en serio. Me voy a echar a llorar.

—No  siempre  te  he  apreciado  en  lo  que  vales  y  lo  sé.  Pero  te  prometo  que  eso  va  a  cambiar.  A  partir  de  ahora  me  voy  a  esforzar  tanto  como  tú  por  mantener  este  vínculo especial que tenemos.

—Estupendo —musitó Valeria—. Vuelve a casa.

—Eso no lo sé... todavía.

—¡Vaya!  Deberías  darte  un  golpe  en  la  cabeza  más  a  menudo.  No,  yo  no  he  dicho eso —Valeria la miró con remordimientos—. No puedo creer que haya dicho eso. Ha sido horrible y yo no quiero que se repita nunca.

—Ya  conoces  el  dicho.  Mala  suerte  en  tu  boda  es  buena  suerte  el  resto  de  tu  vida de casada.

Valeria miró a Julián, que se había sentado en la silla del rincón.

—Entonces el nuestro va a ser el matrimonio más afortunado de la historia.

—De eso no hay duda —Paula miró de nuevo la puerta y suspiró.

—¿Qué? —preguntó su hermana.

—Me gustaría que Pedro hubiera venido aquí antes de marcharse.

—Oh. Bueno... —Valeria se mordió el labio inferior.

Y Paula empezó a captar al fin que algo no iba bien.

—¿Vale?

—¿Sí?

—Creo que es mejor que me cuentes lo que pasa.



Un  granjero  anciano  recogió  a  Pedro  cuando  sólo  había  andado  poco  más  de  un kilómetro.

—¿Se  ha  enterado  de  lo  del  tornado?  —le  preguntó—.  Ha  destruido  el  club  de  campo —movió la cabeza—. Y en mitad de una boda. ¿Se ha enterado?

Pedro hizo un ruido con la garganta y mantuvo la vista fija al frente.—Aunque   creo   que   todos   han   salido   con   vida   —continuó   el   granjero—. Alabado sea Dios.

—Amén —repuso Pedro.

—Hijo, me parece que usted estaba allí.

Pedro gruñó y se miró los pantalones y la camisa manchados con la sangre de Paula.

—Sí.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el anciano.

Pedro lo miró.

—No. Pero estoy en ello.

—¿Quiere hablar?

—Lo siento. Me parece que no.

—Está bien. Pues guarde silencio y deje que lo lleve a su destino.

Diez minutos más tarde, el granjero lo dejaba delante de la casa de ladrillo rojo en la que se había criado Paula. Pedro le dió las gracias y se quedó mirando cómo se alejaba la camioneta. Cuando  las  luces  desaparecieron  al  doblar  una  esquina,  parpadeó,  movió  la  cabeza y echó a andar hacia la puerta de la casa.




Julián se levantó de la silla.

—Vale, cariño —dijo con expresión de incomodidad—, te espero en la sala.

Su mujer se acercó y le dio un beso rápido.

Paula le dió las gracias.

—Eres el mejor cuñado que he tenido nunca.

Él sonrió y salió de la estancia.

Paula miró a su hermana.

—Sé que ha pasado algo con Pedro. ¿Qué ha sido?

—Oh, bueno, yo...

—Dímelo, por favor.

—Bueno, no estoy segura; puede que me equivoque...

—¿Pero...?

Valeria respiró con fuerza.

—Bueno, creo que se ha molestado cuando le he dicho que te habías hecho pasar por mí la noche del baile de graduación.

A Paula se le paró el corazón... y después empezó a latirle con fuerza.

—¿Se lo has dicho?

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