—Eres la novia más hermosa que he visto nunca —susurró.
A Valeria se le humedecieron los ojos.
—Sí, estaba bastante guapa, ¿Eh?
—Todavía lo estás. Guapísima...
Valeria le dió un pellizco suave en el hombro.
—¡Oh, cállate!
—Tengo suerte de tener una hermana como tú.
—Lo digo en serio. Me voy a echar a llorar.
—No siempre te he apreciado en lo que vales y lo sé. Pero te prometo que eso va a cambiar. A partir de ahora me voy a esforzar tanto como tú por mantener este vínculo especial que tenemos.
—Estupendo —musitó Valeria—. Vuelve a casa.
—Eso no lo sé... todavía.
—¡Vaya! Deberías darte un golpe en la cabeza más a menudo. No, yo no he dicho eso —Valeria la miró con remordimientos—. No puedo creer que haya dicho eso. Ha sido horrible y yo no quiero que se repita nunca.
—Ya conoces el dicho. Mala suerte en tu boda es buena suerte el resto de tu vida de casada.
Valeria miró a Julián, que se había sentado en la silla del rincón.
—Entonces el nuestro va a ser el matrimonio más afortunado de la historia.
—De eso no hay duda —Paula miró de nuevo la puerta y suspiró.
—¿Qué? —preguntó su hermana.
—Me gustaría que Pedro hubiera venido aquí antes de marcharse.
—Oh. Bueno... —Valeria se mordió el labio inferior.
Y Paula empezó a captar al fin que algo no iba bien.
—¿Vale?
—¿Sí?
—Creo que es mejor que me cuentes lo que pasa.
Un granjero anciano recogió a Pedro cuando sólo había andado poco más de un kilómetro.
—¿Se ha enterado de lo del tornado? —le preguntó—. Ha destruido el club de campo —movió la cabeza—. Y en mitad de una boda. ¿Se ha enterado?
Pedro hizo un ruido con la garganta y mantuvo la vista fija al frente.—Aunque creo que todos han salido con vida —continuó el granjero—. Alabado sea Dios.
—Amén —repuso Pedro.
—Hijo, me parece que usted estaba allí.
Pedro gruñó y se miró los pantalones y la camisa manchados con la sangre de Paula.
—Sí.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el anciano.
Pedro lo miró.
—No. Pero estoy en ello.
—¿Quiere hablar?
—Lo siento. Me parece que no.
—Está bien. Pues guarde silencio y deje que lo lleve a su destino.
Diez minutos más tarde, el granjero lo dejaba delante de la casa de ladrillo rojo en la que se había criado Paula. Pedro le dió las gracias y se quedó mirando cómo se alejaba la camioneta. Cuando las luces desaparecieron al doblar una esquina, parpadeó, movió la cabeza y echó a andar hacia la puerta de la casa.
Julián se levantó de la silla.
—Vale, cariño —dijo con expresión de incomodidad—, te espero en la sala.
Su mujer se acercó y le dio un beso rápido.
Paula le dió las gracias.
—Eres el mejor cuñado que he tenido nunca.
Él sonrió y salió de la estancia.
Paula miró a su hermana.
—Sé que ha pasado algo con Pedro. ¿Qué ha sido?
—Oh, bueno, yo...
—Dímelo, por favor.
—Bueno, no estoy segura; puede que me equivoque...
—¿Pero...?
Valeria respiró con fuerza.
—Bueno, creo que se ha molestado cuando le he dicho que te habías hecho pasar por mí la noche del baile de graduación.
A Paula se le paró el corazón... y después empezó a latirle con fuerza.
—¿Se lo has dicho?
No hay comentarios:
Publicar un comentario