viernes, 12 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 33

Tuvo que hacer un esfuerzo para volver al presente, pues había estado pensando en el pasado durante mucho rato.

—Lo siento —se disculpó de pronto—. Recuérdenme, por favor, de que al llegar a casa telefonee al doctor Moriarty, para que me vea esta semana.

—¿Cómo fue todo, muchachita? ¿Te atendieron bien? —preguntó Alicia.

Paula les describió todo cuanto había sucedido.

—Te ves cansada, muchacha, déjame traer la silla de ruedas. No debes esforzarte demasiado —dijo Roberto después de haber estacionado el auto en la explanada antes del puente.

—Ahora va a cuidarte como una gallina empollando sus polluelos —dijo Alicia con ternura mientras su abuelo cruzaba el puente—; lloró como un niño cuando supimos el éxito de la operación.

—¿Por qué no te casas con él, Ali?

—Estamos muy cómodos así como vivimos —respondió Alicia con una nota defensiva en la voz.

—No dudo que lo estimas —persistió Paula.

—Sí, es cierto.

—Él está tan solo, su único hijo está al otro lado del país…

Con cierta aversión, Alicia dijo:

—Mejor para él. Marta nunca fue una buena esposa, siempre le decía que deberían irse a la ciudad para que él consiguiera lo que ella llamaba "un empleo respetable"; ¿Te imaginas a Roberto detrás de un escritorio todo el día? Y en cuanto a tu padre, era igual a ella, mirando con desprecio a tu abuelo y a la isla, como si no fueran lo suficientemente buenos para él. Por eso me dio tanto gusto cuando tú llegaste, queridita; has sido la felicidad de Ben este verano.

—Lo amo, y amo la isla, pero no es una nieta lo que él necesita, sino una esposa, Ali.

—Mira, Pau, en caso de que nosotros nos casáramos, ¿En cuál casa viviríamos? A él no le gustaría cerrar la suya, ni a mi tampoco la mía. ¿Y qué crees que pensarían mis hijos cuando yo les hablara de volverme a casar?

—Tú sabes que eso no son más que pretextos, Ali.

—Bueno, pero aparte está mi Juan, tú sabes… Todos estos años y aún lo extraño, pienso que no sería igual, si yo me casara con Roberto.

Roberto  venía a través del puente, empujando la silla de ruedas.

—No tienes por qué esperar que sea lo mismo —expresó Paula con prisa, antes que llegara su abuelo—. Él y Juan son dos personas diferentes; pero creo que sería para tí muy provechoso.

Alicia había preparado una comida deliciosa. A media tarde, Paula dijo:

—Será mejor que me retire a descansar.

—Sé que estás dolida por lo de Pedro y Mateo —manifestó Alicia  titubeante.

—Sí, lo estoy.

—Yo también. Creo que ellos estaban muy contentos aquí. Casi me desmayé cuando recibí la carta de Pedro. Bueno, estoy segura de que vendrán de visita alguna vez, tal vez a tí te diga algo en aquellas cartas.

Las cartas… Paula sintió un vuelco en el estómago. Llevó la silla adentro de la casa y encendió las luces. Un jarrón de flores había sido puesto en medio de la mesa y allí, estaban muy bien acomodadas, las tres cartas, junto con las dos notas que Paula había dejado para ellos, antes de partir para Boston y que obviamente, nunca leyeron puesto que no regresaron de Toronto. Tratando de evadir mirarlas, ella se distrajo sacando la ropa de su maleta. Después se preparó para acostarse. Se sentía muy cansada, la jornada había sido larga y además las tensiones emocionales fueron tan sorpresivas como deprimentes. Se fue hacia la cama con las cartas en la mano. Abrió primero la de Pedro. Estaba fechada dos días después de haber partido para Toronto; no había domicilio de remitente.

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