miércoles, 31 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 32

—¿Diga?

—Soy Paula.

—Te iba a llamar ahora —comentó él.

Ella tardó un momento en responder.

—Ya  estoy  bien  —dijo—.  Y  tenemos  que  hablar.  Tenemos  que  llegar  a  un  acuerdo razonable sobre Feli y sobre el futuro y lo que queremos...

Pedro no necesitaba oír eso.

—Paula...  Hubo un silencio.

—¿Qué? —preguntó ella al fin con voz tensa.

—Ven al rancho.

—¿Ahora?

—Sí. Llama a la puerta de mi lado. Yo vivo en el ala sur.

—Pero...

—¿Sí o no?

Otro silencio.

—Sí. Dame veinte minutos.

Paula colgó y Pedro se quedó mirando el auricular. Se sentía preparado para el combate; preparado e impaciente.Seguramente sería mala señal.

Una mujer a la que Paula no conocía le abrió la puerta y la acompañó a una sala de estar espaciosa, decorada en tonos marrones y dorados. La otra ocasión en la que Paula había visto la estancia, la había encontrando relajante. Ahora no. Pedro estaba sentado en un sofá color café y no se levantó.

—Gracias,  señora  Graciela  —dijo  a  la  mujer  gruesa  de  cabello  gris.  Tomó  el  vaso de whisky que tenía en la mesita baja, pero cambió de idea y volvió a dejarlo en su sitio—. ¿Quieres tomar algo?

—No, gracias.

Pedro miró a la señora Graciela.

—Ya no la necesitaré esta noche.

La mujer asintió con la cabeza y se marchó. Pedro miró a Paula.

—Siéntate.

La joven se sentó enfrente, en un sofá idéntico al que ocupaba él.

—Ese ojo todavía tiene mal aspecto —dijo Pedro—. ¿Cómo va la herida?

Paula se encogió de hombros.

—A veces escuece y a veces quema, lo que significa que se cura bien, así que no me quejo. Cada día que pasa me siento mejor, pero no he venido a hablar de eso.

Guardó silencio. Tenía tanto que decir que no sabía por dónde empezar. Pedro no la ayudó. Se quedó mirándola y esperando.

—Sé  que  no  hay  disculpas  para  lo  que  he  hecho  —se  lanzó  al  fin  ella—.  Sabía  desde  el  principio  que  estaba  mal.  En  alguna  ocasión  intenté  localizarte.  Cuando  Feli era bebé, me enteré de que vivías en Austin y fui a buscarte, pero ya te habías ido. Te escribí cartas, pero tú te fuiste a Europa y no sabía dónde enviarlas. Probé la dirección   de   Austin   con   la   esperanza   de   que   te   las   remitieran,   pero   me   las   devolvieron.  Te  envié  una  aquí,  al  rancho,  segura  de  que  tu  abuelo  te  la  enviaría.  Y  supongo que hizo. Pero la carta volvió a mí sin abrir y llena de sellos franceses.

Pedro lanzó un gruñido de furia.

—¿Y  por  qué  no  viniste  aquí  y  le  dijiste  a  mi  abuelo  que  habías  tenido  un  hijo  mío? ¿Eso no se te ocurrió?

—No, pero...

—Me  basta  con  el  «no».  No  viniste  aquí,  aunque  sabías  que  si  mi  abuelo  se  hubiera  enterado  de  que  tenía  un  biznieto,  me  habría  buscado  sin  descanso  para hacerme volver aquí y obligarme a casarme contigo.

Paula sabía que él tenía razón. Su comportamiento era inexcusable; pero no podía evitar intentar hacerle entender cómo había vivido ella aquello.

2 comentarios:

  1. Que difícil va a ser esto... Pedro esta en todo su derecho de enojarse

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  2. Uyyyyyyyyyy, qué enredo x favor. Qué buena charla tuvo Pau con sus padres. Pero me parece que Pedro la va a hacer remar en gelatina.

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