—¿Diga?
—Soy Paula.
—Te iba a llamar ahora —comentó él.
Ella tardó un momento en responder.
—Ya estoy bien —dijo—. Y tenemos que hablar. Tenemos que llegar a un acuerdo razonable sobre Feli y sobre el futuro y lo que queremos...
Pedro no necesitaba oír eso.
—Paula... Hubo un silencio.
—¿Qué? —preguntó ella al fin con voz tensa.
—Ven al rancho.
—¿Ahora?
—Sí. Llama a la puerta de mi lado. Yo vivo en el ala sur.
—Pero...
—¿Sí o no?
Otro silencio.
—Sí. Dame veinte minutos.
Paula colgó y Pedro se quedó mirando el auricular. Se sentía preparado para el combate; preparado e impaciente.Seguramente sería mala señal.
Una mujer a la que Paula no conocía le abrió la puerta y la acompañó a una sala de estar espaciosa, decorada en tonos marrones y dorados. La otra ocasión en la que Paula había visto la estancia, la había encontrando relajante. Ahora no. Pedro estaba sentado en un sofá color café y no se levantó.
—Gracias, señora Graciela —dijo a la mujer gruesa de cabello gris. Tomó el vaso de whisky que tenía en la mesita baja, pero cambió de idea y volvió a dejarlo en su sitio—. ¿Quieres tomar algo?
—No, gracias.
Pedro miró a la señora Graciela.
—Ya no la necesitaré esta noche.
La mujer asintió con la cabeza y se marchó. Pedro miró a Paula.
—Siéntate.
La joven se sentó enfrente, en un sofá idéntico al que ocupaba él.
—Ese ojo todavía tiene mal aspecto —dijo Pedro—. ¿Cómo va la herida?
Paula se encogió de hombros.
—A veces escuece y a veces quema, lo que significa que se cura bien, así que no me quejo. Cada día que pasa me siento mejor, pero no he venido a hablar de eso.
Guardó silencio. Tenía tanto que decir que no sabía por dónde empezar. Pedro no la ayudó. Se quedó mirándola y esperando.
—Sé que no hay disculpas para lo que he hecho —se lanzó al fin ella—. Sabía desde el principio que estaba mal. En alguna ocasión intenté localizarte. Cuando Feli era bebé, me enteré de que vivías en Austin y fui a buscarte, pero ya te habías ido. Te escribí cartas, pero tú te fuiste a Europa y no sabía dónde enviarlas. Probé la dirección de Austin con la esperanza de que te las remitieran, pero me las devolvieron. Te envié una aquí, al rancho, segura de que tu abuelo te la enviaría. Y supongo que hizo. Pero la carta volvió a mí sin abrir y llena de sellos franceses.
Pedro lanzó un gruñido de furia.
—¿Y por qué no viniste aquí y le dijiste a mi abuelo que habías tenido un hijo mío? ¿Eso no se te ocurrió?
—No, pero...
—Me basta con el «no». No viniste aquí, aunque sabías que si mi abuelo se hubiera enterado de que tenía un biznieto, me habría buscado sin descanso para hacerme volver aquí y obligarme a casarme contigo.
Paula sabía que él tenía razón. Su comportamiento era inexcusable; pero no podía evitar intentar hacerle entender cómo había vivido ella aquello.
Que difícil va a ser esto... Pedro esta en todo su derecho de enojarse
ResponderEliminarUyyyyyyyyyy, qué enredo x favor. Qué buena charla tuvo Pau con sus padres. Pero me parece que Pedro la va a hacer remar en gelatina.
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