Pedro la miró abiertamente, ignorante de todo lo que no fuera ella, y pensó que nunca la había visto tan hermosa como ese día. El rosa le sentaba bien. Le recordaba a... Parpadeó.Y el tiempo pareció detenerse.
Regresó a una noche de mayo de once años atrás. Valeria también llevaba un vestido rosa ese día y había destacado por encima de todas las chicas de la graduación. Habían bailado todas las piezas porque él no permitía que se le acercara ningún otro chico.Aquella noche lo había cambiado todo... o eso creía él mientras sucedía. Aquella noche había decidido que no rompería con ella después de todo, aquella noche no le importaba lo más mínimo el mundo ni los muchos lugares que tenía que explorar. Aquella noche sólo quería quedarse allí, con Valeria en sus brazos. Valeria... ¡Qué extraño! Podía verse todavía viéndola girar en sus brazos. Valeria... ¿O no era ella?Al recordar ahora a Valeria sonriendo con suavidad y mirándolo aquella noche, no era a ella a quien veía. Estaba seguro de eso. Bajaba la vista y... Veía a Paula en sus brazos. No podía ser. No lo era. Su mente le gastaba una mala pasada.Aun así, en el centro de su ser estaba seguro de que... Sintió un calor repentino. El aire lo oprimía y no podía respirar.Y entonces Paula levantó la vista de la mesa donde se sentaba con Felipe y lo vió.Y sonrió.¡Qué hermosa era!Y su sonrisa consiguió que todo volviera a la normalidad.El pasado no era el presente.Y Paula no era Valeria. Casi estuvo a punto de echarse a reír de su idiotez. Seguramente era normal que, con lo que sentía ahora por Paula, pensara que era a ella y no a Valeria a la que había tenido en sus brazos aquella noche.Pero, en cualquier caso, no importaba. De eso hacía ya años. Lo que importaba ahora era la sonrisa esperanzada en la boca suave de Paula. Echó a andar hacia la mesa.
—¡Pepe! —el rostro de Felipe se iluminó al verlo. Sonrió al niño.
—Hola, Feli. ¿Qué tal?
—Bien —el niño se metió un dedo en el cuello de la camisa—. Excepto por este traje —hizo ruido de que se ahogaba.
—Feli—dijo Paula con suavidad. Y el pequeño suspiró y se sacó el dedo del cuello. Pedro le guiñó un ojo.
—Pero te queda bien.
—¿Tú crees? —Feli se enderezó el cuello y alisó la corbata.
—Sin ninguna duda —Pedro se atrevió a mirar a la mujer de rosa—. Y tú estás guapísima.
—Gracias —sonrió ella.
Él tomó la tarjeta colocada al lado de ella.
—¡Vaya! ¿Qué te parece? Este es mi sitio.
La expresión de ella indicaba que ya ha había leído la tarjeta.
—¡No me digas!
Pedro le mostró la tarjeta.
—Me temo que sí.
Se sentó y se puso la servilleta en las rodillas. Paula se inclinó hacia él.
—¿Dónde has puesto a Carlos Bowline? Antes ha estado aquí; parece ser que alguien le había dicho que se sentaba en esta mesa.
Pedro se giró hacia ella y le sonrió.—El señor Carlos Bowline se sentará con Fede y Melina Alfonso. Si consigue encontrar su asiento, estoy seguro de que lo pasará muy bien. Fede y Meli son muy divertidos.
—Carlos es el padrino —murmuró ella con tono burlón.
—Y espero que encuentre pronto su asiento —repuso Pedro.
Un camarero le llenó la copa de champán. Pedro la levantó y brindó con Paula.
—¡Eh, yo también! —Feli levantó su refresco de Cola.
Pedro chocó su copa con el vaso del niño.
—Por el padrino, dondequiera que esté.
Empezó a llegar la comida... mariscos, ensaladas y un plato de solomillo con patatas asadas. Y todo estaba muy bueno, aunque lo que más valoraba Pedro era la compañía. Conversaron con los demás invitados de la mesa, dos parejas de Abilene amigas de la familia de Julián y una anciana encantadora, tía abuela del novio. Más allá de las ventanas, el cielo se iba volviendo gris, pero no importaba. Estaban todos a cubierto y se lo pasaban bien.
Ni Pedro ni Paula mencionaron la cita misteriosa que tenían el lunes en el bufete ni la conversación telefónica del domingo anterior. Ambos mantuvieron la conversación a un nivel amable y superficial. Pedro no tenía nada que objetar. Ella estaba a su lado y no podía pedir nada más.De pronto todo le parecía factible. Más tarde habría baile y quizá tuviera suerte, el domingo la vería en la iglesia y en el restaurante y el lunes... bueno, ella iría a su despacho a consultarle algo.Y él tendría una ocasión más de convencerla de que debían pasar más tiempo juntos.Cuando retiraron el plato principal, Miguel Chaves se puso en pie y golpeó su vaso de agua con el tenedor.
—Señoras y señores. Quiero decir cuánto significa este día especial para Alejandra y para mí...
Felipe escuchó con paciencia varias rondas de brindis, pero para entonces ya otros niños empezaban a congregarse en el umbral de la puerta o a desaparecer en el vestíbulo principal. Feli se inclinó hacia su madre.
—¿Puedo ir a jugar con los niños?
Ella le dejó ir después de hacerle prometer que se quedaría en la entrada principal o en el salón de baile, donde ella pudiera encontrarlo.
—No salgas fuera; lo digo en serio.
—No saldré, mamá. Te lo prometo.
Media hora más tarde, cuando todo el mundo hubo hecho su brindis, Miguel se levantó y anunció que el grupo de música se trasladaba al salón de baile. Fuera tronaba y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. Miguel soltó una carcajada.
—Estamos en Texas, amigos. Y ninguna tormenta nos va a estropear la diversión.
La multitud se echó a reír. Algunos aplaudieron. Pedro apartó la silla y le ofreció la mano a Paula.
—El primer baile es para mí —dijo. Y ella aceptó su mano.
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