domingo, 28 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 17

Pedro  la  miró  abiertamente,  ignorante  de  todo  lo  que  no  fuera  ella,  y  pensó  que  nunca  la había  visto  tan  hermosa  como  ese  día.  El  rosa  le  sentaba  bien.  Le recordaba a... Parpadeó.Y el tiempo pareció detenerse.

 Regresó a una noche de mayo de once años atrás. Valeria también llevaba un vestido rosa ese día y había destacado por encima de todas  las  chicas  de  la  graduación.  Habían  bailado  todas  las piezas  porque  él  no  permitía que se le acercara ningún otro chico.Aquella  noche  lo  había cambiado  todo...  o  eso  creía  él  mientras  sucedía.  Aquella  noche  había  decidido  que  no rompería  con  ella  después  de  todo,  aquella  noche no le importaba lo más mínimo el mundo ni los muchos lugares que tenía que explorar. Aquella noche sólo quería quedarse allí, con Valeria en sus brazos. Valeria... ¡Qué extraño! Podía verse todavía viéndola girar en sus brazos. Valeria... ¿O no era ella?Al  recordar  ahora  a  Valeria  sonriendo  con  suavidad  y  mirándolo  aquella  noche,  no era a ella a quien veía. Estaba seguro de eso. Bajaba la vista y... Veía a Paula en sus brazos. No podía ser. No lo era. Su mente le gastaba una mala pasada.Aun así, en el centro de su ser estaba seguro de que... Sintió un calor repentino. El aire lo oprimía y no podía respirar.Y entonces Paula levantó la vista de la mesa donde se sentaba con Felipe y lo vió.Y sonrió.¡Qué hermosa era!Y su sonrisa consiguió que todo volviera a la normalidad.El pasado no era el presente.Y Paula no era Valeria. Casi  estuvo  a  punto  de  echarse  a  reír  de  su  idiotez.  Seguramente  era  normal  que,  con  lo  que  sentía  ahora  por  Paula,  pensara  que  era  a  ella  y  no  a  Valeria a  la  que  había tenido en sus brazos aquella noche.Pero, en cualquier caso, no importaba. De eso hacía ya años. Lo que importaba ahora era la sonrisa esperanzada en la boca suave de Paula. Echó a andar hacia la mesa.

—¡Pepe! —el rostro de Felipe se iluminó al verlo. Sonrió al niño.

—Hola, Feli. ¿Qué tal?

—Bien —el niño se metió un dedo en el cuello de la camisa—. Excepto por este traje —hizo ruido de que se ahogaba.

—Feli—dijo  Paula  con  suavidad.  Y  el  pequeño  suspiró  y  se  sacó  el  dedo  del  cuello. Pedro le guiñó un ojo.

—Pero te queda bien.

—¿Tú crees? —Feli se enderezó el cuello y alisó la corbata.
—Sin ninguna duda —Pedro se atrevió a mirar a la mujer de rosa—. Y tú estás guapísima.

—Gracias —sonrió ella.

Él tomó la tarjeta colocada al lado de ella.

—¡Vaya! ¿Qué te parece? Este es mi sitio.

La expresión de ella indicaba que ya ha había leído la tarjeta.

—¡No me digas!

Pedro le mostró la tarjeta.

—Me temo que sí.

Se sentó y se puso la servilleta en las rodillas. Paula se inclinó hacia él.

—¿Dónde  has  puesto  a  Carlos  Bowline?  Antes  ha  estado  aquí;  parece  ser  que  alguien le había dicho que se sentaba en esta mesa.

Pedro se giró hacia ella y le sonrió.—El  señor  Carlos  Bowline  se  sentará  con  Fede y  Melina Alfonso.  Si  consigue  encontrar su asiento, estoy seguro de que lo pasará muy bien. Fede y Meli son muy divertidos.

—Carlos es el padrino —murmuró ella con tono burlón.

—Y  espero  que  encuentre  pronto  su  asiento  —repuso  Pedro.

Un  camarero  le  llenó la copa de champán. Pedro la levantó y brindó con Paula.

—¡Eh, yo también! —Feli levantó su refresco de Cola.

Pedro chocó su copa con el vaso del niño.

—Por el padrino, dondequiera que esté.

Empezó  a  llegar  la  comida... mariscos,  ensaladas  y  un  plato  de  solomillo  con  patatas asadas. Y todo estaba muy bueno, aunque lo que más valoraba Pedro era la compañía. Conversaron con los demás invitados de la mesa, dos parejas de Abilene amigas de la familia de Julián  y una anciana encantadora, tía abuela del novio. Más allá de las ventanas, el cielo se iba volviendo gris, pero no importaba. Estaban todos a cubierto y se lo pasaban bien.

Ni Pedro ni Paula mencionaron la cita misteriosa que tenían el lunes en el bufete ni   la   conversación   telefónica   del   domingo   anterior.   Ambos   mantuvieron   la   conversación a un nivel amable y superficial. Pedro no tenía nada que objetar. Ella estaba a su lado y no podía pedir nada más.De pronto todo le parecía factible. Más tarde habría baile y quizá tuviera suerte, el domingo la vería en la iglesia y en el restaurante y el lunes... bueno, ella iría a su despacho a consultarle algo.Y  él  tendría  una  ocasión  más  de  convencerla  de  que  debían  pasar  más  tiempo  juntos.Cuando retiraron el plato principal, Miguel Chaves  se puso en pie y golpeó su vaso de agua con el tenedor.

—Señoras y señores. Quiero decir cuánto significa este día especial para Alejandra y para mí...

Felipe escuchó  con  paciencia  varias  rondas  de  brindis,  pero  para  entonces  ya  otros niños empezaban a congregarse en el umbral de la puerta o a desaparecer en el vestíbulo principal. Feli se inclinó hacia su madre.

—¿Puedo ir a jugar con los niños?

Ella  le  dejó  ir  después  de  hacerle  prometer  que  se  quedaría  en  la  entrada  principal o en el salón de baile, donde ella pudiera encontrarlo.

—No salgas fuera; lo digo en serio.

—No saldré, mamá. Te lo prometo.

Media  hora  más  tarde,  cuando  todo  el  mundo  hubo  hecho  su  brindis,  Miguel se  levantó  y  anunció  que  el  grupo de  música  se  trasladaba  al  salón  de  baile.  Fuera  tronaba y los relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. Miguel soltó una carcajada.

—Estamos   en   Texas,   amigos.   Y   ninguna   tormenta   nos   va   a   estropear   la   diversión.

La multitud se echó a reír. Algunos aplaudieron.  Pedro apartó la silla y le ofreció la mano a Paula.

—El primer baile es para mí —dijo. Y ella aceptó su mano.

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