Miró a su cuñada.
—¿Qué sabes de Felipe? El marido de Paula no podía ser su padre, ¿Verdad?
Melina suspiró... y al fin empezó a hablar.
—No. El chico no es de su marido. Él era dentista y mayor que ella. Se casó con él hace seis o siete años, cuando Feli tenía dos o tres. Se rumorea que nadie excepto Paula sabe quién es el padre.
—Aparte del padre, claro.
Melina frunció el ceño.
—Puede que no.
—¿Crees que el padre del niño no sabe que es su padre?
—¿Cómo voy a saberlo? Yo sólo sé lo que dice la gente.
—Y eso es lo que quiero que me digas.
Melina miró su taza y después a él.
—Se rumorea que fue un forastero que pasó por el pueblo a finales del último curso de Paula. Ella desapareció una noche de mayo en uno de los coches de Miguel. No era propio de ella marcharse así. Ya sabes cómo era. Callada, tímida, salía poco con chicos. A Miguel le preocupaba que la hubieran secuestrado y llamó a la policía para que la buscaran. La encontraron en el arroyo Creek, con el coche aparcado al lado de la orilla, mirando el agua y llorando. Dijo que no había hecho nada malo y que no le había pasado nada, que sólo había conducido. Pero cuando un par de meses más tarde se supo que estaba embarazada, todos en el pueblo asumieron que tenía que haber sido la noche de su desaparición, que debió conocer a alguien que la dejó embarazada y se marchó para no volver.
—Y cuando Miguel se enteró de que estaba embarazada, la envió a San Antonio.
—Así es. Y tengo entendido que allí vive bien. Viene muy poco por aquí.
Pedro se levantó a servirse otra taza de café.
—¿Ahora te gusta la hermana de tu antigua novia?—le preguntó Melina—. ¿Quieres intentar convencerla de que venga por aquí más a menudo... o, mejor aún, de que se quede aquí?
Pedro no contestó. No había necesidad. En los ojos de Melina leía que ella sabía que sí quería. Y era cierto.
—Papá te pone histérica, ¿Verdad? Valeria se tumbó boca arriba en la cama de Paula, en la vieja habitación de ésta. Era después de cenar y los demás veían la tele abajo. Valeria se había quedado un rato antes de retirarse a su departamento en Oak Street porque quería hablar con Paula.Esta se sentó en el borde de la cama.
—Sí. A veces sí. Cuando intenta imponer su punto de vista con Felipe.
Valeria se quitó los zapatos, tomó un cojín y se lo puso debajo de la cabeza.
—Nunca los he entendido —suspiró y miró a su hermana—. No puedo creer que te hayas teñido de rojo, rojo. Paula se pasó una mano por el pelo.
—Sí, me gusta. Valeria asintió.
—A mí también. Te queda muy bien. Paula le lanzó una mirada amenazadora.
—No se te ocurra copiarme.
—Pero si a tí te queda bien, a mí tiene que quedarme de fábula.Las dos se echaron a reír.
—Hazlo si quieres —cedió Paula.
—Puede que lo haga —Valeria miró el techo—. Pedro te miraba hoy mucho en el restaurante. Y no se te ocurra decirme que no te has dado cuenta.
Paula no sabía qué decir.
—Es increíble las vueltas que da la vida —Valeria levantó la mano derecha y se observó la manicura—. A Pedro le interesas. Se nota. ¿Qué piensas tú?
Paula apartó la vista.
—No pienso nada. Hacía siglos que no lo veía. Ya no lo conozco.
—Vamos, Pau. He visto cómo lo mirabas tú y me ha parecido que también te gustaba. Y no me digas que no. Es verdad que fue novio mío, pero de eso hace siglos. Y te aseguro que no fue nada como lo que tengo con Julián, y nunca me acosté con él. No me gustaría imaginarte con un hombre con el que hubiera estado yo, pero así...
—Vale.
—¿Hum?
—No necesito tanta información. Valeria le dió una palmada en el muslo.
—Oh, vamos. Eres demasiado introvertida. Siempre lo has sido. Tienes que abrirte un poco.
—Gracias por el consejo.
—¡Eh!, no te pongas tonta. Sabes que lo que digo es cierto. Y te echo de menos, te vemos muy poco. Casi parece que no quieras venir por casa. A veces pienso que si no te llamáramos mamá y yo y te diéramos tanto la lata, no te veríamos jamás. Paula le tomó la mano a su hermana y entrelazó los dedos con ella.
—Sé que no vengo mucho —musitó. Y se prometió en silencio hacer un esfuerzo para mantener el vínculo con su familia.
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