miércoles, 10 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 29

—¿Y nadie ha mirado allí abajo?

—No, usted dijo que no lo hiciéramos.

—Bien, la mayoría de las personas son demasiado ansiosas y de esa manera entorpecen la labor del perro. Llevaré a Apolo, que así se llama, pues ya ha tenido suficiente tiempo de estirar las piernas, ahora. ¿Pueden darme alguna prenda de ropa que Mateo haya usado recientemente?

—Los zapatos están aquí, junto a la estufa; sus ropas se encuentran arriba.

Rolando eligió un suéter de Mateo y se lo dió a oler al perro.

—Le he dicho a Apolo que tiene que traer a Mateo de regreso. Bien, ahora nos vamos, tomará tal vez un poco de tiempo, a causa de la lluvia —y dirigiéndose al otro policía—: José, dame cinco minutos y después espera en el auto —metió el radio en su bolsillo y añadió—: Yo avisaré tan pronto encuentre a Mateo.

—Señor Alfonso —dijo Shaw—, es absolutamente indispensable que yo vaya solo con Apolo a buscar al niño. Usted se quedará en el auto de policía con José. El olor de otras personas puede confundir el olfato de Apolo. Les avisaré tan pronto encuentre a Mateo.

—Gracias —dijo Pedro tratando de sonreír—. Buena suerte.

Cinco minutos después, Pedro salió con José hacia el auto de policía, llevando en los brazos a Paula, quien había sido invitada por él a acompañarlos. Se sentaron los tres en el asiento delantero. Pasó casi una hora antes que escucharan la voz de Shaw.

—¡Lo he encontrado! Y está bien. Lo llevaré conmigo, voy a tardarme unos veinte minutos en salir. José, encuéntrame como a medio kilómetro por la carretera.

—¡Gracias, Dios mío! —exclamó Pedro con voz queda. Pasó su brazo por los hombros de Paula y la atrajo hacia él como queriendo compartir con ella su reposo. Paula sintió el impulso de besarlo en la mejilla y así lo hizo, sintiendo en sus labios lo rasposo de la barba de él. Él le sonrió y por un breve y fugaz instante los dos sintieron una cercanía tan profunda al compartir ese momento, que ella tembló de emoción.

Los dos volvieron a la realidad cuando José encendió el motor y al mismo tiempo la sirena comenzó a sonar.

—El sonido de la sirena ayudará a Rolando a guiarse para salir —explicó José. Unos minutos después, la enorme figura del perro apareció frente a las luces del auto que ahora estaba detenido. Junto a Apolo, Rolando Shaw llevaba en brazos a Mateo cubierto casi totalmente con su chaqueta.

Pedro abrió la puerta del auto y Shaw se introdujo, pasando a los brazos de Pedro a Mateo. El niño estaba un poco adormilado. De pronto, abrió sus ojos y lo primero que vió fue a su padre.

—¡Papá! Estaba perdido y tenía miedo, pero Apolo me encontró. Papá, ¿Podremos tener un perro como él?

—Tal vez, en cuanto encontremos un lugar para vivir.

—Se llama Apolo. Papá, siento haber escapado.

—Yo también, usualmente ésa no es la mejor manera para arreglar las cosas, pero ahora me alegro que te hayan encontrado.

—Si… ¿Sabes?, el perro me lamía la cara. Si tuviéramos uno, él podría dormir en mi habitación, ¿no es así?

—Ya veremos —dijo Pedro, pero el pequeño ya estaba dormido.

De regreso a la casa, todo era confusión. El doctor había llegado, así que los tres, Pedro, Mateo y el doctor permanecieron en la cocina, mientras Alicia y los demás pasaban al comedor donde les ofreció té y un delicioso pastel de chocolate. Pronto el doctor y Pedro se les reunieron, comunicando a todos que el niño se encontraba bien. Poco después, los policías y Apolo se retiraron. También lo hizo el doctor.

Pedro decidió quedarse abajo con Mateo y Alicia se ocupaba en bajar lo necesario para improvisar una nueva cama.

—Es hora de que yo me retire —indicó Paula—. Ali, gracias por el té.

—Bajaré contigo —expresó Roberto.

Mateo ya estaba dormido. Paula se despidió de Pedro.

—Buenas noches Pau, te veré mañana —le contestó simplemente y ella sintió cierta decepción ante tal sequedad. Roberto la acompañó hasta su cabaña.

—Buenas noches, muchacha.

—Buenas, abuelo.

Una vez adentro, puso dos leños más en la estufa y se acostó. Sus últimos pensamientos fueron de gratitud al cielo por el hecho de que Mateo estaba a salvo y además que, de alguna manera, su enfado y escapada parecían haber sido el camino para acercarse un poco a su padre. Esto último pareció reforzarse la tarde siguiente, cuando Mateo llegó a casa de Paula a visitarla. Aparecía ligeramente desmejorado.

—Dormí hasta la una —comunicó al entrar—. Alicia me preparó molletes con cerezas para desayunar, ella sabe que son mis favoritos. Mi papá estaba aún dormido cuando desperté, pero salté sobre él y jugamos un rato. Mañana me llevará a pescar. Roberto nos prestará los anzuelos.

—Eso suena divertido.

—Vamos a coleccionar gusanos del jardín de Roberto, esta noche, y los pondremos en una lata. Y mi papá me va a enseñar cómo atraparlos. "Papá esto y papá lo otro…"

—Me parece que te llevas muy bien con tu papá —comentó Paula.

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