lunes, 1 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 4

—Ha ganado usted el primer round —fue la seca respuesta—. No espere ganar también el segundo, ¿eh?

—Me imagino que usted no está acostumbrado a perder, ¿No es así? —preguntó Paula, con tono adivinando.

—No deja de ser interesante. Y ahora que hemos quedado de acuerdo, ¿Puedo preguntarle si tiene usted el hábito de invitar a todos los extraños a quedarse a pasar la noche con usted?

El rubor volvió a subir a sus mejillas.

—De ninguna manera. No es muy frecuente que personas desconocidas entren por la puerta de mi casa a estas horas de la noche.

—Es usted muy persuasiva —comentó Pedro burlón.

Antes que pudieran decir algo más, Mateo preguntó:

—¿Vamos a quedarnos?

—Sí —contestó el padre—. Y es hora de que usted, jovencito, vaya a dormirse.

Yo iré al auto por las maletas.

—Y yo haré chocolate para todos —manifestó Paula complacida—. Mateo, ¿Te gustan las galletas de coco?

Cuando Pedro volvió a la casa, unos minutos después, Paula estaba ya sirviendo el chocolate caliente en las tazas, y había un platón con galletitas sobre la mesa. Ella se movía con destreza sobre la silla de ruedas de un lado hacia otro, debido a la práctica de muchos meses, además, su abuelo había tenido la atención de acomodar todas las cosas que ella pudiera necesitar, a un nivel en el que pudiese alcanzarlas. Mientras bebían de la taza humeante, Mateo preguntó:

—¿Y cómo subiremos?

—Hay una escalera, tu padre tendrá que colocarla. Esta casita fue usada como depósito de pescado, Mateo, es por eso que está construida sobre las rocas. De la ventana de allá arriba podrás ver el mar. Hay una cama doble, espero que tu padre y tú estén cómodos.

Ella apretó el botón de un apagador en la pared cercana y una luz se encendió en el techo, iluminando la parte de arriba.

Pedro enganchó la escalera en las ranuras para que quedara fija. Con facilidad subió las dos maletas y desde arriba dijo:

—Me alegro que haya una barandilla rodeando todo esto. No me hubiera gustado que Mati pudiera caerse.

—Es muy seguro —replicó la chica.

Quince minutos más tarde ya Mateo estaba preparado para dormir. Había subido a ponerse el pijama y para darle a Paula las buenas noches.

—Me alegro que nos hayamos quedado aquí —añadió el niño.

—Yo también me alegro, duerme bien.

Mateo subió por la escalera y unos minutos después, Pedro dijo:

—Buenas noches, Mati.

Después de una pausa, el niño contestó:

—Buenas noches.

Y no "buenas noches, papá", como hubiera sido de esperarse. De hecho, pensó ella, durante la pasada media hora en que habían estado los tres juntos, el niño no llamó a su padre de ninguna manera, y sin embargo él era su padre, pues el parecido físico no dejaba lugar a dudas.

Pedro bajó por la escalera y la miró fijamente. Ella se quedó perpleja y sin detenerse a pensar le preguntó:

—Mateo sí es su hijo, ¿Verdad?

—!Oh!, claro, es mi hijo. Pero… lo mejor será que se ocupe de sus propios asuntos, ¿No le parece?

Paula se sintió enfadada por la abrupta respuesta.

—Lo siento, si he sido imprudente.

-Lo que pasa es que se trata de un asunto muy delicado —y como si quisiera disculparse añadió—: Mati la quiere, eso salta a la vista, le simpatizó desde que llegamos.

—En ese caso, me alegro que se queden aquí.

Él estaba sentado frente a ella. La luz le daba sobre el rostro, destacando la fuerte mandíbula y las clásicas líneas de su perfil; sus ojos de color café estaban fijos en la mesa. No era una cara felíz, pensó Paula, reflejaba dolor.

Él levantó la mirada para encontrarse con la de ella. Pedro recorrió el cuerpo con la mirada y después le preguntó:

—¿Cuántos años tienes?

—Veintidós, ¿Y tú?

Él hizo una mueca que casi fue una sonrisa.

—Tú dices exactamente lo que piensas, ¿No es así? ¡Bien hecho! Yo, tengo treinta y cinco. ¿Quién más vive en la isla, Paula?

—Mi abuelo, Roberto Chaves, vive en la casa que está pintada de color blanco. En la otra, está Alicia Mackinnon, ella es viuda.

—¿Tus padres murieron?

—¡Oh, no!, ellos viven en Vancouver.

—¿Y por qué estás tú aquí? ¿Acaso aquí creciste?

 —Sabes —dijo despacio—, ahora podría yo decirte que te ocupes de tus propios asuntos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario