—Adiós, Fargo —el niño los vió alejarse.
Paula respiró aliviada. Había sobrevivido a un encuentro con Pedro. Él incluso había visto a Feli y no había ocurrido nada terrible, aunque sentía las piernas de mantequilla y tuvo que apoyarse en el capó del coche.
—¿Estás bien, mamá?
—Sí.—Deberíamos tener un perro.
—Me parece que no —repuso ella, para cortar el tema cuanto antes—. ¿Me ayudas a echar la gasolina?
—Sí.
Feli desenroscó la tapa de la gasolina y Paula se dijo que no necesitaba volver a pensar en Pedro hasta después de la boda, cuando se viera obligada a llamar y pedirle una cita para decirle lo que debería haberle dicho años atrás.
Al día siguiente, domingo, volvió a ocurrir.Y precisamente en la iglesia, lo que hizo que Paula se sintiera más cobarde y culpable que nunca.En la iglesia, el último lugar donde esperaba encontrárselo. El Pedro Alfonso que ella recordaba nunca iba a la iglesia.Sonaba música de órgano y la gente se colocaba en los distintos bancos. A la derecha de Paula estaban Feli, su madre, Alejandra y su padre, Miguel, que saludaban a los amigos y vecinos que pasaban por allí camino de sus asientos.
Valeria estaba a la izquierda de Paula, con Julián al otro lado. Su cabello rojizo le caía en ondas suaves hasta los hombros y su rostro parecía resplandecer de felicidad. Julián y ella se daban la mano y se miraban continuamente con adoración. Paula no lo habría creído si no lo hubiera visto con sus propios ojos, pero era evidente que Lena, por primera vez en sus 28 años, estaba enamorada. Desde su capricho por Pedro en el instituto, no había dedicado tantas sonrisas brillantes y miradas encantadoras a un hombre. Y con Pedro había habido tantas muecas y enfurruñamientos como sonrisas.Con Julián, todo eran ojos brillantes y sonrisas felices. Julián Davison era, sin duda alguna, el hombre que llevaba toda su vida esperando.El prometido de Valeria era un hombre grande y fuerte de treinta y cinco años que curiosamente se parecía mucho a Miguel Chaves. Los dos tenían una sonrisa abierta y rápida de vendedor. Los dos reían a carcajadas y con fuerza y a veces hacían que uno se preguntara si oían algo de lo que decía.
—Es igual que papá —le había susurrado Paula a su hermana el día anterior, después de que le presentaran al jovial Julián .
—Igualito —repuso Valeria, que parecía encantada.
Paula no lo entendía. ¿Cómo era posible que su hermana se enamorara de un hombre que tanto se parecía a su padre?Pero, por otra parte, Valeria no tenía los problemas con su padre que tenía ella. Después de todo, su hermana no se había quedado embarazada a los diecisiete años de un amante misterioso cuyo nombre se negaba a revelar.Cuando Miguel se enteró de que estaba embarazada, le gritó, la amenazó y le dió todo tipo de ultimátums, pero Paula no le dijo quién era el padre. No podía soportar decírselo a nadie... por distintas razones.
Y cuando Miguel comprendió que no se lo diría nunca, la envió con su hermana Emma a San Antonio, como si vivieran todavía en la Edad Media y fuera una gran deshonra que su hija tuviera un niño sin estar casada.Con el tiempo, Paula encontró la felicidad en San Antonio. Entró a trabajar para Manuel, se casó con él y Manuel siempre trató a Feli como a un hijo. Y aunque Paula no había vuelto mucho por Tate's Junction, su padre y ella habían hecho más o menos las paces.Pero eso no quería decir que pudiera casarse con un hombre como él. Ni en un millón de años.Lena, sin embargo, iba a hacer precisamente eso y parecía feliz. A Paula, el amor de su hermana por el vendedor de coches le parecía una prueba más de lo muy distintas que eran. Miró de soslayo a los enamorados. Julián se llevó la mano de Valeria a los labios y Paula apartó la vista con pudor. Y en ese momento apareció Pedro en el pasillo, directamente en su línea de visión. El corazón le dió un vuelco. Parpadeó. Pedro la vió... y le guiñó un ojo.
—Mamá —Feli le dió con el codo—. Mira —susurró—. Es el hombre del perro, Pedro.
—Sí —contestó ella, con una calma que no sentía—. Es Pedro —lo saludó con la mano. Él le devolvió el saludo y se alejó.Paula lo siguió con la mirada, admirando a su pesar la amplitud de sus hombros y el modo orgulloso en que se movía. Se sentó en uno de los primeros bancos con su hermano Federico y Melina, la esposa de éste. La familia de ella también estaba allí: su madre, el marido de su madre, su abuela y un hombre alto y mayor al que Paula no reconoció.Después de la iglesia, los Chaves fueron a comer al restaurante Denny's y Pedro también apareció allí con Federico y Melina y se sentaron en la mesa de al lado. Melina se inclinó hacia Paula y le sonrió.
—Hola, me alegro de verte.
—Hola.
Melina había ido tres cursos por delante de ella en el instituto y uno por delante de Pedro. Sonrió a Feli.
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