domingo, 28 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 16

El  día  de  la  boda  amaneció  brillante  y  soleado.  El  pronóstico  del  tiempo  amenazaba  con  tormentas  por  la  tarde,  pero  Valeria declaró  con  ojos  brillantes  que  el  mal tiempo no se atrevería a arruinar el día más hermoso e importante de su vida.La  ceremonia  tuvo  lugar  en  la  iglesia  de  la  familia  Chaves,  y  la  ofició  el  pastor Partridge.

 Los invitados soltaron exclamaciones de admiración al ver el lugar, donde  las  lilas  y  las  rosas  mezcladas  con  hiedra  y  cintas  de  raso  blanco  adornaban  casi  todas  las  superficies.  A  lo  largo  del  pasillo  y  en  el  altar  había  más  flores  en  floreros altos.La iglesia estaba a rebosar. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes de la marcha nupcial, no cabía ni un alma más.Tres niñas con vestidos de raso verde y el pelo adornado con cintas y capullos de  rosa  bajaron  por  la  alfombra  blanca  que  habían  extendido  dos  de  los  testigos  del  novio  antes  de  que  empezara  la  marcha  nupcial.  Las  tres  sonreían  con  timidez  y  transportaban cestas llenas de pétalos rosas y verdes que lanzaban por el pasillo a su paso.A  continuación  iban  las  damas  de  honor  de  Valeria,  ocho  mujeres  amigas  suyas  con vestidos de seda color verde apio, cada una con un ramo de rosas y lilas. Las seguía Paula, en su calidad de madrina. Su vestido era rosa y su ramo estaba formado por rosas blancas entrecruzadas de verde.

 Apenas había andado cinco pasos en dirección al grupo que esperaba en el altar cuando cometió el error de mirar a la derecha.Y allí estaba Pedro, en el sexto banco, con Federico y Melina. Él  le sostuvo la mirada y ella estuvo a punto de tropezar, pero se recuperó al instante. Echó atrás los hombros y siguió su marcha lenta hacia el altar.El padrino le tomó la mano y la acompañó a su puesto, al lado de él. La música sonó más alta y apareció Valeria con un vestido blanco como la nieve y un ramo hecho de lirios blancos, gardenias y rosas atado con perlas falsas. Un suspiro de admiración pareció brotar de todas las gargantas al verla. Era su momento y Lena sabía bien qué hacer con él. A través del velo, tenía ojos sólo para Julián y, cuando al fin llegó a su altura, tendió su ramo a Paula y su prometido y ella miraron al pastor.Empezó  la  ceremonia.  Julián vaciló  un  par  de  veces  al  pronunciar  los  votos.  Aunque  normalmente  hablaba  mucho,  parecía  acobardado  por  la  solemnidad  del  momento. La voz de Valeria, en cambio, sonó fuerte y clara, sin vacilaciones.

Paula, a pesar de su determinación de no mirar, no pudo evitar girarse de nuevo hacia  Pedro,  en  el  sexto  banco,  donde  la  esperaban  los  ojos  de  él  llenos  de  calor  y  esperanza. Y también promesas. La  miraba...  como  miraba  Julián a  Valeria y  como  Federico  miraba  a  Melina.  Como  si  ella fuera la única mujer en el mundo.Increíble.  Su  sueño  de  tantos  años  atrás  se  había  hecho  realidad.  Pedro Alfonso sólo la miraba a ella.Ahora la veía. Él mismo se lo había dicho así al lado de la piscina. La veía y se interesaba por ella. Y Paula tenía que reconocer que a ella también le interesaba él. Era como un cuento de hadas hecho realidad. O lo habría sido... de no ser por el secreto y por su telaraña de mentiras.

Cuando  los  novios  subieron  a  la  limusina  blanca  que  los  llevaría  al  Club  de  Campo,  se  veían  ya  muchas  nubes  por  el  suroeste.  La  lluvia  anunciada  estaba  en  camino.Pero a la gente no le preocupaba nada el clima. El banquete tendría lugar en el comedor principal del Club de Campo y después habría baile hasta tarde en el salón adyacente. Una pequeña tormenta no iba a alterar el programa. Pedro, que había salido de la iglesia el primero, llegó al club mucho antes que los  demás.  Entregó  las  llaves  del  coche  al  mozo  del  aparcamiento  y  fue  directo  al  comedor,  donde  había  al  menos  cuarenta  mesas  redondas  preparadas  con  manteles  blancos,  cristalería  de  bordes  dorados  y  porcelana  de  china.  En  un  extremo,  sobre  una plataforma, había una mesa rectangular montada para seis personas, los novios y los padres de ambos. Pedro supuso que Paula no se sentaría lejos de esa mesa. Y   acertó.   Encontró   su   tarjeta   y   la   de   Felipe  en   la   mesa   de   enfrente.   A   continuación empezó a buscar su lugar.Lo  encontró  diez  minutos  más  tarde,  justo  en  el  centro  del  mar  de  mesas,  con  Melina y Federico a su derecha. Tomó  su  tarjeta  con  el  mayor  descaro  y  la  cambió  por  la  de  la  persona  que  se  sentaba a la izquierda de Paula.Una vez terminada su misión, se marchó al bar del club, donde pidió un whisky con hielo mientras esperaba la llegada de los demás invitados.

Veinte minutos después regresaba al comedor, donde empezaban a llenarse ya las  mesas  y  los  camareros  circulaban  entre  ellas  poniendo  pan  y  mantequilla  o  sirviendo champán y refrescos. Un grupo tocaba música suave en un rincón. Paula y  Felipe estaban  ya  sentados.  Pedro se  detuvo  en  la  puerta  y  los  miró.  Mientras miraba, el niño desdobló su servilleta y se la puso en las rodillas.Pedro sonrió. Estaba muy apuesto con su traje y su remolino de pelo justo en la coronilla. Él entendía mucho de eso, pues tenía uno justo en el mismo lugar y se veía obligado a llevar el pelo largo o muy corto para controlarlo.Y Paula...

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