miércoles, 30 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 25

–Espero que no pensaras que estaba extralimitándome – murmuró ella, algo apagada de repente–. Me gusta trabajar para tí; es solo que…

–Es natural que pienses en el futuro –la interrumpió él–. Y me alegra saber que tienes grandes aspiraciones. Tienes mucho que ofrecer –lo alivió verla sonreír de nuevo–. Ya hablaremos de tu futuro en la empresa cuando las cosas se hayan calmado un poco.

Ella asintió. Pedro se sintió mal por no querer posponer esa conversación, pero no quería hablar de cosas en las que no quería pensar en ese momento, y menos cuando se suponía que habían ido allí para relajarse. Charlaron de otros temas menos peliagudos, como su música favorita, o sus sitios preferidos de Charleston. Cuando terminaron de cenar la negra oscuridad de la noche ya los había envuelto por completo. Paula lo siguió al salón. Pedro encendió la cadena de música, puso un CD en la pletina y poco después la voz de Ella Fitgerald, suave y sensual, inundó el ambiente. Alzó la vista hacia ella con una sonrisa.

–He pensado que podríamos bailar.

Paula sintió un cosquilleo en el estómago.

–Claro, ¿Por qué no?

Al bailar estarían más cerca el uno del otro. Y esa proximidad haría que…

Pedro le rodeó la cintura con los brazos, y cuando la atrajo hacia sí Paula pudo sentir el calor de su cuerpo a través de la fina camisa que él llevaba. Los músculos de la espalda se movían bajo sus manos mientras bailaban al ritmo de la música. Cuando la canción terminó empezó otra, y siguieron girando lentamente por el salón, pegados el uno al otro. No se le hacía raro en absoluto estar bailando de esa manera con Pedro. De hecho se sentía cada vez más relajada, aunque al mismo tiempo el deseo estaba extendiéndose por todo su ser. Poco después de que empezara la tercera canción los labios de él rozaron los suyos, y pronto sus labios se fundieron y sus lenguas se encontraron e iniciaron su propia danza. Con el pecho pegado contra el de él, Paula sintió que se le endurecían los pezones, y sus caderas empezaron a contonearse rítmicamente mientras las manos de él le recorrían la espalda.

Al llegar a la quinta canción estaban los dos tan entregados al beso que sus pies se detuvieron y Paula notó los dedos de Pedro tirándole de la blusa para sacársela de los vaqueros, y a continuación se deslizaron por su piel. Se estremeció de placer, y sus manos buscaron la cinturilla de los pantalones de él. Pronto estaban los dos desabrochándose la camisa el uno al otro para volver a apretarse luego, piel contra piel. La música seguía sonando mientras Pedro la condujo hasta el sofá, y entre los dos se deshicieron de sus vaqueros. Todo su cuerpo palpitaba de deseo. La cremallera de los pantalones de él se atascó cuando estaba intentando bajarla, y sintió tal frustración que le habría resultado gracioso si no estuvieran tan… ¡Desesperada!

Por suerte Pedro consiguió acabar de bajar la cremallera rebelde y se quitó los pantalones. En cuestión de segundos estaban los dos hechos una amalgama de brazos y piernas en el sofá. Paula no podía creerse que estuviese semidesnuda en un sofá con Pedro Alfonso. Por un instante se preguntó si no estaría soñando, pero el aliento de Pedro en su cuello era demasiado real, igual que los dedos que se deslizaron dentro de sus braguitas y los labios que se cerraron sobre un pezón a través del encaje del sujetador. Paula aspiró por la boca cuando succionó, desencadenando un cosquilleo eléctrico que la recorrió de arriba abajo. Enredó los dedos en su corto cabello y se abandonó a las deliciosas sensaciones que estaba experimentando, arqueando la espalda y empujando su pelvis contra la de él. El también tenía aún puesta la ropa interior, pero podía sentir su erección a través de los boxers de algodón. Tiró de la cinturilla elástica, y cuando tomó su miembro erecto en la mano, la sorprendió lo duro que estaba ya.

Amor Complicado: Capítulo 24

–Iré a ver si ya están las costillas –dijo Paula, aparentemente aliviada de tener una excusa para dejarlo solo.

Cuando se hubo marchado, Pedro abrió el sobre y lo volcó para vaciarlo en la mesa: papeles, un par de gemelos, un anillo que nunca había visto llevar a su padre, y algunas fotografías viejas.

–¡Las costillas ya están! –llamó Paula desde la cocina–. ¡Voy a calentar también los tallarines!

–¡De acuerdo!

¿Sería aquel sobre con cosas a lo que se refería su padre en la carta? Tomó el anillo y lo miró detenidamente. Era de oro y en la parte de arriba tenía un círculo plano con un emblema grabado. Parecía un anillo de graduación, probablemente de cuando su padre estuvo en el Ejército. Sí, reconocía ese emblema del águila sosteniendo un rayo con las garras. Debía haberlo guardado como recuerdo de una época pasada, una época en la que Alicia era la mujer a la que había amado y que había sido la madre de su primer hijo.

–¡Está todo listo, Pedro!, ¡Vente a cenar! –volvió a llamarlo Paula desde la cocina.

Su voz lo devolvió al presente. Tenía a una mujer encantadora esperándolo; los recuerdos dolorosos podían esperar. Volvió a guardar las cosas en el sobre y lo metió de nuevo en el cajón.

–¡Ya voy!

Cuando entró en la cocina le pareció que Paula estaba más bonita que nunca con los últimos rayos de sol recortando su silueta contra la ventana que tenía detrás.

–¡Qué buena pinta! –comentó acercándose a la isleta donde Paula, que estaba removiendo la ensalada, lo había colocado todo.

Ella esbozó una sonrisa.

–¿Verdad? ¿Comemos en el comedor o…?

–No, fuera hace una temperatura muy agradable; comamos en el patio.

Cuando salieron los tenues rayos del ocaso teñían de un bonito dorado rojizo la brillante superficie de la mesa. Colocaron en ella todas las cosas y Pedro encendió un par de velas.

–Verdaderamente esto es el paraíso –comentó Paula mirando el maravilloso paisaje cuando se hubieron sentado–. Esta debe ser la única casa en kilómetros a la redonda.

–Bueno, hay otras por ahí, pero los árboles las ocultan – respondió él–. Mi padre siempre decía que venir a las montañas ayuda a recuperar la perspectiva. Los problemas se encogen y también el ego.

Paula se rió.

–No me imagino a tu padre diciendo eso.

–No te creas, a veces podía ponerse muy filósofo –dijo él.

Se sentía bien pudiendo hablar de su padre con esa tranquilidad después de todo lo que había pasado. Paula tenía ese efecto en la gente. En la oficina siempre era la voz de la razón; siempre lograba apaciguar los ánimos.

–¿Te dí las gracias por agarrarme el otro día por el pescuezo y evitar que empeorase las cosas con mi mal humor?

–¿Cuando te saqué de la sala de juntas, te llevé a tu despacho y te serví una copa de whisky tras otra? –dijo ella con ojos traviesos.

–Justamente. Fue una maniobra muy hábil; digna de un ejecutivo.

–Más bien un acto de desesperación. Aunque algún día sí que me gustaría llegar a ejercer de ejecutivo.

–Yo creo que se te daría bien –dijo él, y tomó un sorbo de vino–. La idea que tuviste de que el encargado de cada departamento entregara un informe semanal para que todos tengamos una idea de cómo marchan las cosas en conjunto fue muy buena. Has conseguido que lo hagan.

La gente de Recursos Humanos le había informado recientemente de que había presentado su candidatura para otro puesto, pero él les había dicho que no podía prescindir de ella en esos momentos. Con todo lo que estaba ocurriendo necesitaba una secretaria en la que pudiera confiar. Sin embargo, sabía que era egoísta por su parte retenerla porque la necesitaba.

Amor Complicado: Capítulo 23

–Tal vez. Pero era imposible que imaginaras que tu padre tenía a otra mujer y a otros hijos.

–Yo no, pero mi madre sí lo sabía y también lo mantuvo en secreto.

–Probablemente solo quería evitaros el dolor que os causaría.

–Pero en vez de eso lo que ha conseguido es, sin querer, acabar pareciendo sospechosa de un asesinato –Pedro sacudió la cabeza y tomó un sorbo de vino–. No hay justicia en este mundo.

A Paula se le encogió el estómago. Detestaba escuchar a Pedro hablar con semejante amargura cuando era la persona más positiva que conocía.

–Se hará justicia, aunque puede que tarde un poco.

–Ojalá pudiera creerlo, ¿pero cómo puede haber justicia cuando el cuarenta y cinco por ciento de la compañía a la que le he dedicado tantos años de mi vida ahora está en manos de un hermanastro del que no sabía nada hasta hace unos meses? –le espetó él alzando la vista con una mirada fría y dura–. Un hermanastro que además detesta a toda mi familia y la compañía que le ha sido puesta en bandeja.

Paula dejó su copa en la encimera.

–La verdad es que todo es muy extraño y difícil de comprender. ¿Cómo podía haber sido su padre tan cruel?

–¿Sabes qué? –dijo Pedro enfadado–. Sí que quiero ver lo que hay en ese tercer cajón que menciona la carta. Quiero comprender por qué de repente decidió apartarme a un lado y entregarle la compañía a su hijo ilegítimo –abrió el tercer cajón de uno de los muebles de la cocina–. Servilletas y manteles. ¿Crees que eso puede tener algún significado oculto? –inquirió con sarcasmo.

Paula se habría reído, pero era un asunto serio, y algo doloroso para Pedro.

–¿No tenía un escritorio en alguna parte de la casa?

–Sí, en el estudio.

Pedro salió de la cocina y Paula lo siguió hasta allí. El escritorio del padre de Pedro tenía cajones a ambos lados, y en los dos había tres cajones. Él  abrió el tercer cajón de la izquierda y revolvió en su interior.

–Casquillos de bala, bolígrafos, clips, una pelota de golf… –Pedro cerró el cajón y abrió el tercero de la derecha–. Papel de cartas y sobres… –levantó los papeles–. ¿Qué es esto? –inquirió sorprendido, sacando un sobre grande de color marrón–. Lleva el nombre de mi padre: Horacio Alfonso–el sobre estaba sellado y era grueso, como si contuviera un buen taco de papeles, o incluso algún objeto–. Pesa bastante.

–¿No vas a abrirlo?

Pedro vaciló, sopesándolo en su mano, y en ese momento se oyó el pitido del temporizador del horno.

Amor Complicado: Capítulo 22

–Estupendo, pues vamos a la cocina. Antes de venir llamé a los guardeses y les pedí que llenaran la nevera con comida preparada de mi delicatessen preferido, Franco Deleon. Así no tenemos que preocuparnos de cocinar.

La cocina también estaba amueblada con un estilo rústico, y cuando Pedro abrió la nevera, tal y como había dicho, había de todo.

–Veamos qué tenemos por aquí –murmuró echando un vistazo–. Arroz con marisco, salmón ahumado, tallarines con verduras, macarrones con queso, ensalada, costillas de cerdo, una tabla de quesos… ¿Por dónde quieres que empecemos?

A Paula se le estaba haciendo la boca agua.

–Suena todo delicioso. ¿Qué te apetece a tí?

La mirada en los ojos azules de Pedro no podía ser más elocuente. Paula notó que se le endurecían los pezones, y sonrió nerviosa.

–Decide tú –le dijo él.
–¡Ajá!, un desafío…

Paula sabía que a Pedro le gustaba la gente capaz de tomar decisiones.

–De acuerdo. Pues entonces… tallarines, costillas y ensalada.

–Me parece bien.

Pedro sacó los envases de la nevera, y mientras Paula ponía las costillas en el horno para calentarlas, él sacó platos del aparador y sacó también una botella de vino blanco de la nevera.

–¿Has mirado ya en los cajones? –le preguntó Paula.

Él, que estaba descorchando la botella, alzó la vista.

–¿Qué cajones?

–Me refiero a lo que mencionaste antes de la carta de tu padre.

Quizá era demasiado personal, pensó Paula. Probablemente quería buscar él solo aquello que su padre le había dejado en un cajón de la casa. Pedro volvió a bajar la vista a la botella.

–No sé si estoy preparado. Todavía no puedo creer que mi padre ya no esté.

–No puedo ni imaginar lo duro que debe haber sido para tí – murmuró Paula.

–Todavía sigo teniendo la sensación de que va a aparecer de repente al doblar una esquina y me va a decir riendo que no ha sido más que una broma pesada.

El fuerte ruido del corcho hizo que Paula diera un respingo.

–Estoy segura de que está orgulloso de tí por cómo estás llevando todo esto.

Pedro asintió.

–Imagino que ahora estará observándome desde donde quiera que esté –murmuró mientras les servía una copa a ambos–. Me alegra haber venido. Llevaba mucho tiempo queriendo venir, pero no sabía cómo me sentiría.

Paula tomó la copa que le tendió.

–¿Y cómo te sientes?

–Pues… la verdad es que bien. Este lugar sigue igual que siempre: tan tranquilo, tan perfecto para escapar de la realidad…

–¿Crees que uno puede escapar de verdad de la realidad? – inquirió ella pensativa.

–Claro que sí –respondió él con una sonrisa–. La metes en un cajón y te olvidas.

–Eso no suena al Pedro que conozco.

Él se rió.

–No, supongo que no. Bueno, a lo mejor es que estoy intentando cambiar.

–Pues yo no creo que tengas que cambiar –le dijo ella con sinceridad–. Eres honrado y siempre vas de frente. Afrontas las cosas sin andarte por las ramas, y tampoco intentas agradar a la gente.

–Pero precisamente por mi franqueza más de una vez he sido muy brusco contigo cuando no lo merecías.

–Prefiero que me digas lo que piensas a tener que adivinarlo.

–Supongo que es algo que heredé de mi padre –de pronto el rostro de Pedro se ensombreció–. O así era como lo veía yo. Era franco hasta el punto de resultar brusco, y nunca dudé de lo que me dijo –bajó la vista a su copa–. Solo ahora me doy cuenta de que debí recelar de lo que no me dijo. Tal vez nunca llegue uno a conocer a nadie de verdad.

Amor Complicado: Capítulo 21

–Eres preciosa –le susurró él–. Y la luz del atardecer te sienta maravillosamente.

–A lo mejor debería llevarla más a menudo –bromeó ella.

–Ya lo creo que sí. Y tengo el presentimiento de que la luz del amanecer te sentará igual de bien.

–Supongo que tendremos que levantarnos muy temprano para averiguarlo.

A pesar del tono despreocupado que empleó, Paula sintió una punzada de nervios en el estómago. Cuando llegase el alba habrían yacido juntos; habrían hecho el amor. ¿O tal vez no? Eso fue lo que se preguntó cuando Pedro la llevó a un dormitorio, le dijo que deshiciera la maleta y desapareció. Quizá no fueran a hacerlo después de todo. El armario estaba vacío a excepción de unas cuantas pechas y un sencillo albornoz blanco. La habitación tenía un baño con un set de artículos de aseo, como si estuvieran en un hotel. Guardó en el armario la poca ropa que había llevado consigo y se cambió el traje de chaqueta y falda que vestía por sus vaqueros favoritos y una camisa verde que hacía resaltar sus ojos. Salió al pasillo y al oír a Pedro silbando una canción se guió por el sonido hasta llegar a otro dormitorio con la puerta entreabierta.

–¿Ya has acabado de deshacer tu maleta? –le preguntó al verla entrar Pedro, que estaba colgando la chaqueta del traje en el armario.

También se había quitado la corbata y se había doblado las mangas de la camisa, dejando al descubierto sus varoniles antebrazos. Paula asintió y bajó la vista a la maleta de él, que estaba abierta en el suelo, a medio deshacer. De modo que sí iban a dormir en habitaciones separadas. Debería sentirse aliviada, pero en vez de eso sintió una punzada de decepción. Quizá, mientras que ella había estado esperando un romance apasionado, él solo tenía intención de pasar un fin de semana relajado, lejos de sus problemas.

–Nunca te había visto con vaqueros –los ojos de Pedro descendieron por sus piernas, haciéndola sentir acalorada–. ¡Lo que me estaba perdiendo!

–Yo tampoco te he visto a tí nunca con vaqueros –dijo Paula con una sonrisa, mirando su maleta abierta, donde había unos de color azul oscuro.

–Pero los míos no se abrazan a mí como a tí los tuyos – respondió él con una sonrisa lobuna.

–Pues es una lástima.

Aun con el pantalón del traje se le notaba lo musculoso que estaba. Jugaba mucho al tenis y al squash, y también participaba en competiciones de vela. Sin duda el resto de su cuerpo, igual que su rostro y sus brazos, debía estar bronceado de pasar tantas horas expuesto al sol, y Paula esperaba poder comprobarlo pronto para comparar con las imágenes de él desnudo que se habían forjado en la imaginación.

–¿Tienes hambre? –le preguntó Pedro.

Por el modo en que estaba mirándola no parecía que estuviese pensando en comida, sino más bien en otra cosa.

–La verdad es que sí. Los nervios del vuelo han debido abrirme el apetito.

viernes, 25 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 20

–Es inocente; estoy convencido de que ella no lo hizo.

–No, por supuesto que no –balbució ella, girando el rostro hacia la ventanilla.

–He traído la carta que me dejó mi padre porque menciona en ella algo acerca de la cabaña –le dijo Pedro, girando el volante para tomar un desvío–. Parece ser que hay algo más que quería que tuviese.

–¿Algún objeto?

–Pues no lo sé; es algo bastante misterioso: pone que mire en el tercer cajón, pero no dice de qué mueble.

–Sí que es extraño. Bueno, tendrás que abrir el tercer cajón de todos los muebles.

Pedro no mencionó qué más le decía su padre en la carta. Había cosas que eran solo entre ellos dos, y quizá fuese mejor que nadie más las supiese.

Paula se quedó sin palabras cuando llegaron a la cabaña. ¡Menuda cabaña! Claro que… ¿Qué esperaba?, ¿Encontrarse un chamizo con un retrete fuera? El impresionante caserón de estilo rústico y construido en madera se alzaba en medio de un bonito paisaje boscoso. Cuando entraron, los rayos del sol del atardecer que entraban por las ventanas teñían el vestíbulo con su cálida luz entre dorada y rojiza. Pedro dejó las maletas en el suelo.

–Mi padre le puso a esta casa el nombre de Great Oak Lodge. Ven a ver por qué escogió este lugar para construirla.

Entraron en el salón, decorado con estilo sobrio y rústico a la par que moderno, con sofás en color crema y una chimenea de piedra. Pedro tomó a Paula de la mano y la condujo hasta unas puertas acristaladas que abrió de par en par para que salieran a un patio que tenía como telón de fondo una vista interminable de colinas cubiertas de árboles. No se divisaba rastro alguno de civilización; solo colinas y valles poblados por decenas y decenas de árboles.

–Parece como si estuviéramos alejados del resto del mundo – murmuró Paula.

–En cierto modo lo estamos –Pedro se colocó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos.

Paula sintió un cosquilleo en el estómago. No se habían besado desde su cita de hacía dos noches, y durante el vuelo había estado demasiado nerviosa como para pensar en besos. Pedro se inclinó y la besó en el cuello.

–Hueles de maravilla.

Paula se estremeció de excitación cuando notó su cálido aliento cerca del oído.

–¿No deberíamos deshacer las maletas? –inquirió.

No podía creerse que estuviera interrumpiendo aquel momento tan sensual con una pregunta así. Pedro se rió suavemente.

–¿Intentando retrasar lo inevitable?

–Solo estoy siendo práctica. Por eso me contrataste, ¿no? ¿Por qué? ¿Por qué tenía que haberle recordado a Pedro, y haberse recordado a ella también, que eran jefe y empleada?

–Dejemos los asuntos de la oficina en la oficina –Pedro no la había soltado, y sus labios apenas se habían separado un milímetro de su cuello–. Inspira el aire fresco de las montañas, Paula.

–Ya lo estoy haciendo.

Si no fuera así ya se habría desmayado, y era más que posible por cómo la estaba tentando Pedro, mordisqueándole suavemente el lóbulo de la oreja.

–El aire de las montañas es un reconstituyente estupendo –le dijo–. Inspira hasta llenarte con él los pulmones.

Paula inspiró profundamente el aire fresco del atardecer, con olor a pino y a tierra, y espiró muy despacio.

–Sí que sienta bien.

–Aquí es como si el tiempo no existiera –dijo él–. El sol sale y se pone y todo sigue igual salvo por el lento paso de las estaciones.

–Estoy descubriendo que eres un hombre mucho más profundo de lo que creía –lo picó ella.

–¿Lo ves?, y eso que hace cinco años que me conoces. Eso nos demuestra lo importante que es dejar a un lado de vez en cuando los roles y las jerarquías. Y ahora, bésame.

Antes de que pudiera protestar, la hizo girarse y tomó sus labios. Paula cerró los ojos y subió las manos a sus hombros. Fue un beso delicioso, tan embriagador como el suave calor del sol del atardecer que les acariciaba la piel. Cuando Pedro hizo el beso más profundo se apretó contra él, dejando a un lado las preocupaciones y perdiéndose en la maravillosa sensación de esos labios acariciando los suyos y de esos fuertes brazos en torno a su cintura. Cuando finalmente se separaron, aunque apenas fue unos centímetros, los ojos de él brillaban, y Paula  estaba segura de que los suyos también. Se sentía feliz, y aquel momento no podía ser más perfecto.

Amor Complicado: Capítulo 19

Paula emitió un gemido ahogado cuando el avión despegó, pero se relajó cuando ascendieron, sobrevolando Charleston, y pusieron rumbo al horizonte, donde el ocaso teñía con sus cálidos colores las montañas.

–¿Cómo está tu madre? –le preguntó Paula.

–Lo sobrelleva con entereza. Es una mujer valiente y no quiere que nos preocupemos. Esta tarde he ido a visitarla y le he llevado unos libros que quería. Le he dicho que estamos haciendo todo lo posible para sacarla de allí. La policía no nos ha dicho mucho, así que hemos contratado a un detective privado que se dedica en exclusiva al caso y colabora con Diana Thomas, nuestra detective corporativa. Y nuestros abogados siguen intentando negociar una fianza, pero es complicado. Al parecer alguien vio a nuestra madre esa noche en las oficinas. Eh… ¿Estás bien?

Paula había palidecido de repente.

–Sí, es que tengo un poco revuelto el estómago. Seguro que se me pasará en cuanto aterricemos.

Minutos después, cuando descendían sobre el aeropuerto de Gatlinburg, Paula le apretó la mano con fuerza, y suspiró aliviada cuando el avión hubo tomado tierra y se detuvo en la pista.

–¿Lo ves? –le dijo él–. Has sobrevivido.

–Perdona que sea tan miedosa. Seguro que te he dejado marca, clavándote las uñas en la mano.

Siguiendo sus instrucciones, el guardés de la cabaña le había dejado en el aeropuerto el Chevrolet Suburban para que pudieran desplazarse hasta allí. También le había dicho que su esposa y él podían tomarse el fin de semana libre después de dejar preparada la cabaña. Sospechaba que la presencia de alguien más en la casa haría que Paula se sintiera incómoda. Una ola de tristeza lo invadió cuando se puso al volante del Chevrolet Suburban. Cuando habían ido a la cabaña siempre había sido su padre quien lo había conducido. Pedro suponía que le gustaba mantener los roles de padre e hijo aun cuando él hacía casi veinte años que conducía.

–Esto es precioso –dijo Paula–. Hasta la luz es distinta.

Sí que era distinta, pensó él, admirando los reflejos dorados que el sol arrancaba de su cabello rubio mientras miraba por la ventanilla. Introdujo la llave en el contacto y la giró para poner el vehículo en marcha.

–Mi padre me escribió una carta cuando hizo testamento –dijo. No le había hablado a nadie más de aquello –. En ella me dice que no estaba seguro de cuánto tiempo más iba a vivir, y quería asegurarse de que la cabaña fuese mía.

Paula se volvió hacia él sorprendida y se quedó mirándolo pensativa un momento.

–Casi parece como si hubiera sabido que iba a morir –murmuró.

–Sus abogados me han dicho que reescribía el testamento cada cierto número de años, así que no creen que signifique nada. Dejó escrita una carta a cada miembro de la familia excepto a mi madre.

–¿Tu madre sabía lo de la otra mujer y sus hijos?

Pedro tragó saliva.

–Parece ser que sí, y no nos dijo nada a ninguno. Un día encontró una copia del borrador del testamento en un cajón de su escritorio –le aliviaba poder hablar de aquello, y sabía que podía confiar en la discreción de Paula–. Mi madre no quería que ninguno de nosotros lo supiera.

–¿Y por eso la policía piensa que tenía motivos para cometer el asesinato?

–Supongo que piensa que quería vengarse.

Paula palideció y emitió un gemido ahogado. ¿Acaso creía posible que su madre empuñase una pistola para disparar contra el que había sido su marido durante casi cuarenta años?

Amor Complicado: Capítulo 18

–Pero que aún continuaba, a menos que me equivoque.

Vió a su madre tragar saliva.

–No, no te equivocas: tu padre amaba a Alicia –alzó la vista hacia él con esfuerzo–. Pero tu padre también me quería mí –una sonrisa irónica acudió a sus labios–. Era un hombre que tenía mucho amor que dar.

–Supongo que es un modo de verlo, aunque si hubiera podido me habría gustado decirle un par de cosas –Pedro se dió cuenta de que tenía apretados los puños y los relajó–. Sé que no fuiste tú quien lo mató.

Necesitaba decirlo en voz alta después de que se le hubiera pasado por la cabeza lo contrario durante una fracción de segundo, cuando ella le había dicho que tenía algo que confesarle. Y también necesitaba que ella disipara sus dudas.

–Por supuesto que no fui yo, pero la policía no lo sabe, y no tengo una coartada.

–Tenemos que encontrar a quien lo hizo. ¿Hay alguien de quien sospeches?

Ana sacudió la cabeza.

–Si tuviera la más mínima idea de quién pudo ser, yo misma se lo habría dicho a la policía.

Pedro paseó la mirada por la deprimente sala y recordó la bolsa que había llevado consigo.

–Te he traído algunos libros.

Su madre esbozó una sonrisa y tomó la bolsa de papel que él le tendía.

–Eres un encanto, hijo, aunque espero que no me dé tiempo a leerlos –dijo con un suspiro.

–No, si yo puedo evitarlo.



–Nunca había viajado en uno de estos aviones pequeños –las manos de Paula temblaban cuando se abrochó el cinturón de seguridad, a bordo del jet de los Alfonso–. ¿No podríamos ir en coche? –le imploró a Pedro mirándolo con esos enormes ojos verdes.

Un instinto protector hizo que Pedro la tomara de la mano.

–Está a casi doscientos cincuenta kilómetros, cerca de Gatlinburg, en Tennessee. No pasará nada, ya lo verás –se le hacía raro ver nerviosa a Paula, que siempre parecía tan segura de sí misma. Le apretó la mano para tranquilizarla–. Además contamos con un piloto profesional; cuando vivía mi padre algunas veces era él quien lo llevaba, y aunque decía que había pilotado aviones durante el tiempo que estuvo sirviendo en el Ejército, yo nunca ví que tuviera una licencia de vuelo.

–¿Y dejaban que pilotara? ¡Qué miedo!

–Dímelo a mí. Alguna vez incluso pensé en sacarme yo la licencia para poder tomar los mandos si había una emergencia. Claro que puede que me preocupara por nada. En una ocasión pillamos una fuerte racha de viento y mi padre la salvó como un auténtico profesional.

Sintió una punzada de tristeza al recordar aquello y pensar en que nunca volvería a ver a su padre. Nunca volvería a oír su risa, ni le contaría más historias de sus días en las Fuerzas de Operaciones Especiales.

–Eso no me tranquiliza –comentó Paula.

–No pasará nada –le reiteró él pasándole el brazo por los hombros.

Sus fosas nasales se llenaron con el suave aroma floral del perfume de Paula. Pronto estarían a solas en las montañas. Tenía intención de ofrecerle un dormitorio para ella sola y luego tentarla para llevarla al suyo. El solo imaginarla retozando desnuda con él bajo las sábanas hacía que se le acelerase el pulso. No había olvidado que era su secretaria, y de vez en cuando le asaltaban las dudas de si aquello sería correcto. Al fin y al cabo siempre era arriesgado mezclar trabajo y placer. Su padre más de una vez le había aconsejado que mantuviese los asuntos personales separados del trabajo, y nunca hasta entonces había tenido un romance con ninguna empleada, y no porque no se hubiera sentido tentado unas cuantas veces a lo largo de los años. Lo curioso era que nunca había pensado en Paula de ese modo hasta ese beso con sabor a whisky en su despacho. Hasta ese momento había sido su mano derecha, alguien de absoluta confianza, pero aquel beso había abierto las puertas a un nuevo mundo lleno de posibilidades. Ahora sabía que su secretaria era una mujer sensual. Había visto el fuego de la pasión en sus ojos de jade, y había visto bajar y subir su hermoso pecho, falto de aliento por el ardor de los besos que habían compartido. ¿Cómo podría resistirse a ella?

Amor Complicado: Capítulo 17

–Saben que estaba en las oficinas del Grupo Alfonso la noche que… la noche que asesinaron a tu padre –la voz se le quebró al pronunciar las últimas palabras, y Pedro vió dolor en sus ojos.

–¿Estabas allí esa noche? –inquirió él, haciendo un esfuerzo por no alzar la voz.

–Sí –su madre apretó los dientes–. Fui a llevarle algo de cenar porque había dicho que llegaría tarde.

Pedro frunció el ceño.

–La policía no ha dicho que encontraran comida.

Su madre sacudió la cabeza.

–No la quiso, así que me la llevé de vuelta conmigo –dejó escapar un suspiro y se estremeció–. Sé que parece raro: yo llevándole la cena a la oficina. Nunca antes lo había hecho, pero estaba preocupada por tu padre porque lo veía tan distante…, como si estuviera preocupado por algo. Además, la noche anterior había estado muy brusca con él y quería que supiera que lo quería.

–Papá sabía que lo querías –la ira sacudió a Pedro al pensar en el dolor que debía haberle causado a su madre el descubrir que durante años había habido otra mujer–. De hecho yo diría que no te merecía.

Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas, pero logró contenerlas.

–Lo echo de menos, a pesar de todo.

–Es normal –Pedro le tomó las manos. Estaban frías, y se las apretó para intentar calentárselas un poco–. Y sobre lo de esa noche… el que le llevaras la cena a la oficina no te convierte en una asesina.

–No, pero sí en sospechosa de asesinato.

Pedro frunció el ceño. Allí había algo que no encajaba.

–¿Pero cómo sabe la policía que estuviste allí?

Los guardas de seguridad no se molestaban siquiera en apuntar a los miembros de la familia que entraban y salían. El edificio era de ellos, al fin y al cabo.

–Alguien me vió.

–¿Quién?


¿Qué clase de persona sería capaz de señalar a su madre con el dedo por haber estado en la escena del crimen? Su madre vaciló y apartó la vista.

–¿Acaso importa? La verdad es que ni siquiera recuerdo haberme encontrado con nadie esa noche, pero sí es cierto que estuve allí.

–De todos modos es absurdo que te acusen. No tenías ningún motivo para matar a papá. Tú, igual que el resto de nosotros, ignorabas que tuviese otra mujer y otros hijos en otro lugar –aquellas palabras le dejaron a Pedro un regusto amargo en la boca.

Su madre apartó las manos y las bajó a su regazo.

–Tengo que confesarte algo, hijo.

Pedro abrió mucho los ojos.

–¿El qué?

El estómago le dio un vuelco. ¿Iba a admitir que había matado a su padre?

–Sí que sabía lo de la otra mujer, lo de Alicia –respondió su madre muy calmada–. Lo sabía desde hacía varios años. Un día, buscando una calculadora en el escritorio de tu padre, encontré un esbozo previo del testamento en un cajón.

Pedro tragó saliva.

–¿Y por qué no nos dijiste nada?

–Tu padre y yo tuvimos unas palabras, pero me convenció de que me quedara con él por el bien de la familia. Su reputación, la compañía… ya sabes lo importante que era todo eso para él. Y para mí también.

Pedro parpadeó, incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo.

–Cenábamos todos juntos, semana tras semana… ¿Y en todo ese tiempo no le dijiste una palabra a nadie?

Su madre bajó la cabeza.

–Tu padre y yo llevábamos muchos años casados; habíamos compartido mucho en todo ese tiempo. Quizá demasiado como para tirarlo por la borda por un romance que había empezado antes incluso de que tú nacieras.

Amor Complicado: Capítulo 16

Pedro dejó las llaves y la cartera en la bandeja y pasó el control de seguridad de la prisión. El ambiente de aquel lugar no podía ser más opresivo. ¡Que su pobre madre tuviese que sufrir aquello! Un guardia taciturno lo condujo a una sala privada. Por lo que le había dicho su abogado, no le había resultado fácil conseguir que pudiera hablar con su madre cara a cara en vez de a través de un micrófono y con un cristal de por medio en la sala común. Era una sala pequeña donde solo había una mesa de metal y un par de sillas. Su madre, que lo aguardaba sentada, estaba vestida con el mono de la prisión. Se acercó y cuando ella se levantó la abrazó con fuerza. Parecía tan frágil e impotente… nada que ver con la mujer fuerte de la que él siempre había presumido.

–No pueden tener contacto físico –les recordó la ruda voz del guardia detrás de ellos.

Pedro lo había olvidado. Dejó caer los brazos de mala gana.

–No volverá a ocurrir –dijo, volviéndose hacia el hombre–. ¿Podría dejarnos a solas unos minutos?

–Estaré fuera, observándoles –dijo el tipo señalando el ventanuco de la puerta; y salió.

El rostro de su madre estaba pálido y demacrado, y tenía ojeras.

–Estoy haciendo todo lo que puedo para intentar sacarte de aquí –le dijo.

–Lo sé –contestó ella esbozando una leve sonrisa–. Mi abogado dice que no le dejas ni dormir.

–Ya dormirá cuando estés fuera. Esta tarde voy otra vez a ver al fiscal del distrito, antes de marcharme de fin de semana.

Los ojos de su madre se iluminaron.

-¿Vas a la cabaña?

Pedro asintió.

–Me preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que volvieras a ir. Sé lo mucho que te gusta esa finca. ¿Quién va contigo?

–Paula.

¿Por qué no decirle la verdad? Estaba impaciente por que llegara el fin de semana para poder estar a solas con Paula en aquel tranquilo lugar. Ya se la estaba imaginando con el sol arrancando reflejos dorados de sus cabellos y sus hermosos ojos verdes admirando las majestuosas montañas. Estaba seguro de que le encantaría.

–¿Tu secretaria?

La sorprendida respuesta de su madre lo sacó de su ensoñación.

–Sí, ella y yo… Bueno, en estos últimos meses ha sido una gran ayuda para mí.

La verdad era que se moría por hablarle a su madre de ella. Paula era tan dulce y tan buena además de bonita… estaba seguro de que su madre la adoraría si la conociera. Sin embargo, era obvio que a su madre le resultaba chocante la idea de que fuese a pasar el fin de semana con su secretaria, y en realidad no había nada entre ellos, así que decidió no decir más.

Su madre asintió.

–Parece una chica inteligente, y es muy bonita. Espero que lo pasen bien. Te mereces un descanso.

–Gracias, mamá –se le hizo un nudo en la garganta. Era tan dulce por su parte desearle que se divirtiera cuando ella iba a estar allí encerrada… La ira y la frustración volvieron a revolverse en su interior–. ¿Por qué te tienen aquí retenida? Nadie nos dice nada, y no comprendo por qué se niegan a dejarte salir bajo fianza.

–¿Por qué no nos sentamos? –lo invitó su madre, señalando la mesa y las sillas con la palma de la mano.

Como si en vez de en la cárcel estuvieran en su casa. Los dos tomaron asiento y ella apoyó los brazos en la mesa y se inclinó hacia delante.

lunes, 21 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 15

–¿Vas a pasar el fin de semana en la montaña con tu jefe?

Sofía, la amiga de Paula, se había quedado sin habla durante unos segundos, y aunque al parecer ya había recobrado la capacidad de comunicarse, todavía no se había recobrado del shock que le había producido lo que acababa de decirle.

Paula se pasó el teléfono a la otra oreja.

–Es mucho más sensible de lo que pensaba.

–Me da igual lo sensible que sea –replicó su amiga–. ¿Qué pasará cuando se canse de tí?

–¿Tan aburrida soy? –se quejó Paula, paseándose por el salón de su departamento mientras hablaba.

–No me refiero a eso y lo sabes. La mayoría de los hombres, y sobre todo los hombres con dinero y puestos importantes como él, solo quieren a las mujeres para divertirse un poco, y luego, después de unas cuantas citas se buscan a otra –dijo Sofía–. Además, ¿No decías que era un donjuán?

–Bueno, sí, antes salía con un montón de mujeres, pero después de lo que ha pasado con su familia se ha vuelto más serio.

Bueno, al menos hasta donde ella sabía.

–Ya. Así que ahora se ha convertido en el hombre perfecto que busca a una chica agradable y tranquila para sentar la cabeza.

–Pues mira, a lo mejor sí.

–¿Y si te equivocas? Le has dado cinco años de tu vida a la empresa. ¿No decías que querías ascender?

–Sí, bueno, presenté mi candidatura incluso para ser coordinadora de eventos, pero nada.

Y lo cierto era que le dolía un poco, sobre todo teniendo en cuenta que la mujer a la que habían contratado no le parecía especialmente brillante.

–En fin, tendré que seguir intentándolo.

–¿Y crees que tener un romance con tu jefe te ayudará?

–No tenemos un romance… al menos todavía. Solo nos hemos besado.

–Pues después de ese fin de semana en la montaña ya será un romance en toda regla. ¿De verdad crees que de pronto decidirá que eres la mujer de sus sueños y que te pedirá que te cases con él?

Paula inspiró.

–Bueno, ¿Y qué? ¿Acaso es un crimen soñar? Tú te has casado, ¿No?

–Sí, pero me casé con un compañero de trabajo, no con uno de los jefazos. Me preocupo por ti porque eres mi amiga, Pau, y sé lo mucho que significa para tí tu trabajo. Creo que es una empresa en la que podrías ascender y tener un puesto de más responsabilidad, y no quiero que tires eso por la borda solo por un romance con un hombre por el que sientes lástima por lo mal que lo está pasando.

–Siempre puedo encontrar un trabajo en otro sitio.

–¿Tal y como están las cosas? Yo me estoy aferrando a mi empleo con uñas y dientes; ahora mismo no llueven precisamente las ofertas de trabajo.

–¡Hay que ver cómo me animas! –protestó Paula, sintiendo que sus ilusiones se desmoronaban igual que un castillo de naipes. Hacía un momento había estado fantaseando con convertirse en la esposa de Pedro Alfonso y de repente su amiga le había hecho poner los pies en la tierra–. ¿No crees que tengo derecho al menos a divertirme un poco?

Sofía suspiró.

–Escucha, yo también echo de menos nuestras salidas. Es que no paramos con las reformas que estamos haciendo y…

Paula se rió.

–No intentaba hacerte sentir culpable para que salgas conmigo – la tranquilizó–. Ya sé que todo esto te parece una locura, pero el caso es que desde que nos besamos supe que no había marcha atrás. Es un poco como estar subida en una montaña rusa. Ya está en marcha y no me puedo bajar, así que creo que lo mejor será que disfrute el momento y que cruce los dedos.

–Pues yo tengo un nudo en el estómago desde que me lo has dicho, y quiero que el lunes me cuentes con pelos y señales todo lo que pase.

Amor Complicado: Capítulo 14

–Creo que debería irme a casa ya –balbució.

–Ni hablar –replicó él, sujetándola con firmeza por la cintura–. Cinco años, cinco besos.

–En mi contrato no decía nada de besos.

–Pues claro que sí; estaba en la letra pequeña. No debiste leerlo bien –dijo él con ese brillo travieso en los ojos mientras inclinaba la cabeza de nuevo.

Los labios de Paula se entreabrieron por instinto, y la lengua de Pedro se entrelazó con la suya, haciéndola temblar como una hoja al viento. Las rodillas le flaquearon, y se aferró a él por temor a perder el equilibrio.

–¿Por qué hemos esperado tanto? –inquirió él en un susurro, despegando sus labios de los de ella.

Paula no contestó. No había lugar en ese momento electrizante para explicaciones aburridas sobre las expectativas que tenía a largo plazo para su carrera. El beso número cuatro los pilló desprevenidos, y ella volvió a cerrar los ojos, perdiéndose en las sensaciones maravillosas que estaba experimentando. Tan extasiada estaba que, cuando sus labios se separaron de nuevo, no sabía si había pasado un minuto o una hora.

–Seguro que estarás preguntándote si voy a pedirte que pases la noche conmigo –dijo Pedro mirándola a los ojos, con los brazos aún en torno a su cintura. Pero no voy a hacerlo.

Paula sintió una punzada de decepción. ¿Acaso había decidido que en realidad no estaba interesado en ella? Tal vez esos besos que a ella la habían hecho sentirse como si estuviera en llamas solo habían sido una serie de pruebas que no había pasado.

–No voy a hacerlo porque siento el más absoluto respeto hacia tí –añadió él muy serio.

A Paula se le cayó el alma a los pies. ¿Iba a darle la charla de «Te valoro demasiado como empleada y no quiero estropear las cosas»?

–Porque sé que eres una dama y te sentirías ofendida si te lo pidiera en nuestra primera cita –dijo Pedro poniendo sus manos sobre las de ella–. Y yo sigo siendo lo bastante caballeroso como para resistir la tentación.

Paula se sintió conmovida. Quería ir despacio porque la respetaba.

–Pero no voy a dejar que te marches sin un último beso –Pedro se inclinó hacia ella y el olor de su colonia la envolvió.

Un profundo alivio inundó a Paula cuando sus labios volvieron a fundirse. No estaba rechazándola, pensó, respondiendo al beso con pasión.

–Además –murmuró él cuando terminó el beso–, como vamos a pasar todo un fin de semana juntos, aunque estoy impaciente, me parece que sería codicia por mi parte pedirte también que pasaras la noche conmigo.

Paula seguía teniendo dudas a ese respecto. Un fin de semana entero era mucho tiempo, y si las cosas se le escapaban de las manos no habría vuelta atrás. Aunque probablemente a esas alturas ya nada volvería a ser como antes entre ellos.

–¿Y qué tendría que llevarme? –inquirió.

–Solo ropa para un par de días. La casa está equipada con todo lo necesario.

–¿Habrá alguien más aparte de nosotros?

Se moriría de vergüenza si sus hermanos estuvieran también allí, y se estremeció solo de imaginarlos cuchicheando y riéndose a sus espaldas.

–Por supuesto que no –contestó él, y la besó brevemente en los labios–. Tendremos las ochenta hectáreas de terreno para nosotros solos.

¡Ochenta hectáreas! Sí que debía estar en medio de ninguna parte para que la finca tuviera esa extensión… Desde luego tendrían la privacidad suficiente para hacer lo que quisieran.

–Debería irme ya. Mañana tenemos que trabajar, por si te has olvidado –le dijo a Pedro.

–Yo no tengo que preocuparme por nada. Tengo una secretaria muy eficiente que se ocupa de todos los detalles importantes por mí.

Paula lo miró boquiabierta, fingiéndose indignada.

–Pues tendré que fijar unas cuantas reuniones con inversores, de esas que te gustan tanto. Quizá a primera hora de la mañana.

–Me estás asustando. Yo que tenía pensado no ir a la oficina hasta las once o las doce, después de levantarme tarde y desayunar tranquilamente –dijo él.

Paula sonrió. Aunque estaba bromeando, se sentía orgullosa de que la considerase tan eficiente como para confiar en ella y no preocuparse. En ese momento parecía tan relajado que nadie diría que sus familia estaba envuelta en una maraña de problemas. Si las cosas salían bien ese fin de semana… ¿Quién sabía qué podría depararles el futuro?

Amor Complicado: Capítulo 13

Paula tragó saliva. ¿Acaso esperaba que se fuera a su casa con él esa noche? ¿Dónde se estaba metiendo? Que acabara de llamarla «la distracción perfecta» no tenía buenos visos con miras a una relación seria. Pero, por supuesto, él no había hablado en ningún momento de una relación seria. Y a pesar de todo… a pesar de todo ya sentía un cosquilleo en los labios de solo pensar en los cuatro besos que le había prometido.

–Bueno, supongo que un poco de aire fresco de la montaña no nos vendría mal a ninguno de los dos –dijo, y de inmediato se sintió estúpida.

Probablemente Pedro esperaría de ella comentarios picantes e inteligentes, y antes o después acabaría dándose cuenta de que se había equivocado con ella y que no había mujer más sosa que ella. O tal vez simplemente había decidido tirar de ella en un momento de desesperación. A lo mejor a un tipo como él hasta la sosa de su secretaria le resultaba atractiva cuando todo su mundo estaba derrumbándose.

Ya estaba oscuro cuando Pedro estacionó cerca de Waterfront Park y se pusieron a caminar por el paseo marítimo admirando las luces de la ciudad reflejándose en el agua. Estaban peligrosamente cerca del bloque de departamentos donde vivía Pedro, pero de momento no había dicho nada que indicara que quisiera llevarla allí. Ni siquiera había intentado besarla, y cada vez que pensaba que iba a hacerlo y no lo hacía, más ansiosa se sentía. El deseo reprimido durante cinco años se había desatado con un solo beso, y tenía la sensación de que si no volvía a besarla pronto estallaría en llamas.

–¿Y no tienes más familia que tu madre? –le preguntó Pedro deteniéndose.

–Sí, es la única familia que tengo desde que murió mi abuela hace unos años –contestó ella deteniéndose también.

Pedro llevaba toda la velada intentando sonsacarle más información sobre su vida personal, pero no de un modo entrometido, sino porque parecía tener un interés sincero.

–¿Alguna vez deseaste tener hermanos?

–Todo el tiempo –admitió ella–. Cuando era pequeña me moría por tener una hermana con la que compartir mis muñecas, y de adolescente habría dado cualquier cosa por tener un hermano mayor que trajera amigos guapos a casa.

Pedro se rió.

–Eso es justo lo que hacían mis hermanas. Pero seguro que a tí tampoco te hacía falta –dijo mirándola de ese modo que la hacía sentirse como una supermodelo.

Paula no estaba dispuesta a confesarle que hacía casi un año de la última vez que había tenido una cita. Desde que se casara su mejor amiga no había salido mucho de noche y nunca se le había pasado por la cabeza flirtear con alguien de la oficina… hasta entonces. Pedro dió un paso hacia ella y le rodeó la cintura con los brazos para atraerla hacia sí. Los pezones de Paula se endurecieron y subió las manos al pecho de él. Entreabrió los labios de un modo inconsciente, ansiosa por que volviera a besarla. Cuando finalmente los labios de él se posaron en los suyos un cosquilleo de placer se extendió por todo su cuerpo. Llevaba todo el día soñando con ese momento. Estar en los brazos de Pedro la hacía sentirse segura, protegida, adorada. Estaba besándola con una dulzura exquisita, rozando sus labios suavemente, dejando que la punta de su lengua acariciara la de ella, tentándola hasta que estaba tan excitada que ya no podía ni pensar.

–Sabía que esto era una buena idea –murmuró Pedro despegando sus labios de los de ella.

–¿El qué? –inquirió ella aturdida.

–Invitarte a cenar esta noche… Besarte…

Una sonrisa tonta se le formó en los labios a Paula.

–A mí también me lo parece.

Cuando volvió a besarla se sintió como si en vez de sangre le corriera lava por las venas. Nunca había experimentado una reacción física tan fuerte por un simple beso, y cuando sus labios se separaron ya estaba deseando que se unieran de nuevo. Pero si lo besaba cinco veces… ¿Sería como darle a entender que estaba de acuerdo con que hicieran más que eso?

Amor Complicado: Capítulo 12

–Iremos este fin de semana; solos tú y yo.

–Pero es que yo no he ido de caza en mi vida –replicó ella. La sola idea de matar a un ser vivo la hacía estremecer.

–Por eso no tienes que preocuparte; tampoco tenemos por qué cazar. Mi padre y yo la mayor parte del tiempo paseábamos por el bosque con las escopetas al hombro como excusa. Hay tanta paz que casi parece un crimen romper el silencio con un disparo.

Paula sonrió.

–Me hace gracia imaginarlos paseando con la escopeta al hombro sin dispararle a nada.

–A veces íbamos a pescar y sí que pescábamos y nos comíamos los peces. Esas fueron las únicas veces que ví a mi padre sentado más de veinte minutos.

–Yo fui de pesca unas cuantas veces hace años con la familia de una amiga. Se iban junto al lago con su caravana y pasaban allí una semana cada verano. Una vez pesqué una trucha enorme.

–Estupendo –Pedro se frotó las manos entusiasmado–. Es estupendo tener un plan de fin de semana. No sé cuánto hacía que no me tomaba un descanso.

Paula no sabía qué decir. Pedro había decidido ya por ella sin preguntarle siquiera. Sabía que debía estar furiosa por su arrogancia, pero la idea de pasar un fin de semana en la montaña con él… ¿Qué mujer en su sano juicio diría que no? Ella, por supuesto. El instinto le decía que tenía que parar aquello antes de que se les fuera de las manos.

–Creo que no es una buena idea; seguro que hay alguna otra persona a la que puedas invitar. Además, tengo… cosas que hacer en casa.

–¿Te da miedo que vaya a aprovecharme de tí cuando estemos a solas en ese lugar solitario en la montaña? –inquirió él ladeando la cabeza y enarcando una ceja.

Una ola de calor inundó a Brooke ante esa idea.

–Em… sí.

–Pues haces bien en preocuparte, porque estás en lo cierto – respondió él con una sonrisa.

–Me parece que sería algo prematuro.

–Tienes razón; al fin y al cabo solo nos conocemos desde hace cinco años –apuntó él con sorna, y una nueva sonrisa hizo que aparecieran sendos hoyuelos en sus mejillas.

–Ya sabes a qué me refiero.

–Sí, sé lo que estás pensando, que un beso increíble no es suficiente para pasar juntos un fin de semana.

Paula se encogió de hombros.

–Algo así.

–¿Cuántos besos entonces? ¿Dos, tres? –los ojos de Pedro brillaban traviesos.

–Más bien en torno a cinco –respondió ella, esforzándose por contener una sonrisa.

–Cinco besos por cinco años –murmuró él pensativo–. Veremos qué se puede hacer antes de que acabe la velada.

El camarero apareció con lo que habían pedido, y el sumiller les sirvió vino blanco. Paula apenas había probado el champán, y quizá ese era el problema, pensó. Tal vez necesitaba beber un poco más para liberarse de sus inhibiciones. Claro que sin mucho alcohol, ya solo con la perspectiva de otros cuatro besos de Pedro antes de que acabase la velada se sentía algo mareada. De hecho, podía ver el brillo de una inminente victoria en los ojos de Pedro. Había visto ese brillo en sus ojos muchas veces en las reuniones de trabajo, cuando estaba seguro de que estaba a punto de cerrar un trato importante. Pedro odiaba perder, y parecía que ella era su próxima conquista. El corazón le palpitó con fuerza. Cuando él se proponía algo, nada lo detenía.

–¿Y de verdad puedes tomarte el fin de semana libre con todo lo que está pasando? –le preguntó.

Pedro enarcó una ceja.

–Precisamente por eso necesito escaparme unos días –alargó el brazo y acarició suavemente los dedos de Paula, que descansaban en la base de su copa de vino. Un escalofrío de deseo le recorrió la espalda–. Y tú eres la distracción perfecta –le dijo con voz ronca.

Amor Complicado: Capítulo 11

–Estoy segura de que pronto la dejarán libre –dijo.

–Mi madre siempre ha sido el pilar que sostiene a nuestra familia. Estoy intentando que nos mantengamos unidos, pero la verdad es que todos estamos tensos y preocupados.

–No sabes cómo te envidio por tener hermanos. Debe ser estupendo poder contar con alguien cercano además de tus padres cuando necesitas comprensión o apoyo.

–O con quien reñir –apuntó él con una sonrisa divertida–. Aunque nos llevamos muy bien, también discutimos. Quizá no tanto ahora que todos somos mayores, pero cuando éramos niños…

–Yo nunca he tenido a un hermano con el que pelearme, y creo que me habría venido bien. Estoy segura de que las peleas entre hermanos te enseñan a negociar con la gente.

Pedro se rió.

–¿Estás diciendo que aprendí a hacer negocios peleándome con mi hermano por el coche teledirigido que compartíamos?

–Posiblemente –Paula tomó un sorbo de champán y una sonrisa se le dibujó en los labios. Parecía que el haber cambiado de tema lo había hecho relajarse un poco–. Cuanto menos creo que puede decirse que las vivencias que compartisteis de niños han hecho que sigan muy unidos ahora que son adultos. Igual que con tus hermanas.

Pedro suspiró.

–Creía que éramos la familia perfecta, pero ahora todo el mundo sabe que eso no era más que una ilusión.

–Ninguna familia es perfecta, pero a mí me parece que ustedes se quieren y que son como una piña, a pesar de lo que ha pasado. El camarero se acercó para dejarles en la mesa unos aperitivos –aceitunas y calamares a la romana con salsa de tomates verdes–, y se marchó.

–Estoy seguro de que superaremos esto –dijo Pedro–. Lo que tenemos que hacer es concentrarnos en lo que nos hace fuertes, no en lo que amenaza con destrozarnos. Y de algún modo has conseguido desviar la conversación de tí –añadió enarcando una ceja– . Para mí eres un misterio, Paula. Dime, ¿Qué sueles hacer en tu tiempo libre?

Ella se encogió de hombros. Le habría gustado decir que tomaba lecciones de flamenco o que la invitaban a fiestas, pero nunca se le había dado bien mentir. Una o dos veces al mes invitaba a sus amigos a casa, pero la verdad era que lo que más valoraba era la paz y tranquilidad de su «santuario» después de un largo día de trabajo.

–Leo mucho –pinchó una anilla de calamar con el tenedor y lo mojó en la salsa–. Supongo que no suena demasiado emocionante, ¿No?

–Bueno, depende de si los libros que lees son buenos o no. A veces pienso que yo también debería sacar tiempo para hacer cosas así, tranquilas, para relajarme.

Paula se rió.

–No te imagino sentado el tiempo suficiente como para leer un libro.

–Bueno, precisamente por eso quizá debería leer más a menudo –apuntó él–. Al menos una vez al mes solía ir con mi padre de caza a una cabaña de su propiedad en la montaña; nos servía a los dos para recargar las pilas. No he vuelto a ir por allí desde su muerte, aunque me la legó en su testamento y ahora es mía.

Su rostro se ensombreció de nuevo, y Paula supo lo que estaba pensando: el mismo testamento por el que su padre prácticamente le había legado la mitad de la compañía a Lucas Sosa, su hijo ilegítimo.

–¿Y por qué no has vuelto a ir? –inquirió.

Él se encogió de hombros.

–Nunca he ido sin mi padre. No me imagino yendo solo, y no se me ocurre nadie con quien ir –de pronto su expresión cambió y la miró abriendo mucho los ojos–. Tú. Tú podrías venir conmigo.

–¿Yo? No, no creo que sea buena idea.

Paula se movió incómoda en su asiento. Aún no había terminado su primera cita… ¿Y ya estaba invitándola a ir con él a una cabaña? Y seguramente querría acostarse con ella cuando solo se habían besado una vez. El corazón le latía como loco en el pecho, mezcla de temor y de excitación. El rostro de Pedro se iluminó.

viernes, 18 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 10

Después de que la arrestaran no estaba segura de que se lo fuera a tomar bien. Estaba convencida de que Ana Alfonso era inocente, pero se sentía culpable de no haberle dicho a Pedro lo que le había dicho a la policía.

–Mi padre habría querido que mantuviese la cabeza bien alta y que siguiese peleando.

El camarero llegó en ese momento con el champán, y lo observaron en silencio mientras lo servía en dos copas altas.

–Y eso es lo que pienso hacer –le dijo Pedro a Paula cuando el camarero se hubo retirado–. Me he pasado toda la tarde intentando convencer al fiscal para que accediera a que fijasen una fianza para mi madre, pero no ha habido manera. Y luego negociando con Apex International por teléfono.

–¿El importador de juguetes?

–Sí. He logrado convencerles de que sigan con nosotros. Les dije que el Grupo Alfonso es la compañía mercante más eficiente, con mejor gestión y mejor precio por servicio de toda la costa este y que pretendemos seguir siéndolo –levantó su copa y la chocó suavemente contra la de ella–. Gracias por alejar los nubarrones negros –le dijo.

La expresión cansada pero sincera y valiente en su mirada la conmovió.

–Si en algo puedo ayudar, aunque no sea gran cosa, no tienes más que…

–Ya me estás ayudando –la interrumpió Pedro, y la llama del deseo en sus ojos la hizo estremecer–. Tu lealtad significa muchísimo para mí. Me has demostrado que puedo contar contigo en una situación de crisis. No se cómo habría sobrevivido a las últimas semanas sin tí.

El corazón de Paula palpitó con fuerza. ¿De verdad significaba tanto para él?

–Gracias –murmuró.

Sin saber qué más decir, Paula tomó la carta y se puso a ojearla, fingiéndose muy interesada en los platos que se detallaban en ella.

Pedro se decantó por una paletilla asada de cerdo con salsa barbacoa y verduras salteadas. Ella escogió un plato de gambas acompañado de ensalada.

–Estoy pensando que no sé mucho de tí –dijo Pedro cuando el camarero se hubo retirado, tras tomarles nota–. Sé que vives aquí, en Charleston, pero aparte de eso eres un enigma para mí. No hablas mucho de tí.

Paula inspiró.

–No hay mucho que contar.

Dudaba que Pedro encontrase interesante el hecho de que su padre biológico, un jugador de rugby al que su madre había conocido siendo una adolescente, se hubiera negado a casarse con ella cuando la había dejado embarazada. Ni tampoco que había crecido con una sucesión de padrastros que habían entrado y salido de su vida.

–Me crie en Greenville y fui al instituto en Columbia. Mi madre y yo nos mudamos aquí después de que terminara la universidad. A las dos nos encanta Charleston.

–¿Vives con ella?

–No, mi madre vive en las afueras –con el último novio que se ha echado, añadió para sus adentros–. Me gusta tener mi propio departamento.

–Pues yo no sé qué decirte; echo de menos la comida de mi madre –comentó él con una sonrisa.

De inmediato, sin embargo, su rostro se ensombreció, y Paula sintió una punzada de culpa. ¿Habrían arrestado a su madre por lo que le había dicho a la policía?

Amor Complicado: Capítulo 9

–¿Dónde vamos a cenar?

–A un restaurante nuevo que han abierto en King Street donde sirven platos tradicionales con un toque de nouvelle cuisine. Un amigo que ha ido me dijo que hacía años que no comía tan bien.

–Suena muy tentador, pero… ¿Y si nos ven juntos?

Paula había dado por hecho que escogería un lugar discreto y poco concurrido.

–La gente nos ve juntos todos los días. Que piensen lo que quieran.

¿Estaba dándole a entender que aquella velada no significaba nada y que no tenía que preocuparse por que pudieran verlos juntos?, se preguntó Paula. Sin embargo, el fuego en su mirada parecía sugerir algo muy distinto.

–Preferiría ir a un sitio más privado –insistió. Sintió una punzada de nervios al pronunciar esas palabras. Al fin y al cabo era con su jefe con quien estaba hablando, y no estaba acostumbrado a que discrepara de sus decisiones–. Detestaría que la gente empezara a hablar.

–Que hablen. Todo Charleston está hablando de mi familia y no nos hemos muerto por ello.

El rostro de Pedro se ensombreció cuando dijo eso. Probablemente había acudido a su mente el asesinato de su padre. ¿Por qué estaba poniéndose puntillosa con un restaurante con la presión a la que sabía que Pedro estaba sometido con todo lo que estaba ocurriendo?

–De acuerdo, dejaré de preocuparme. Supongo que si nos encontramos con alguien podríamos decir que hemos ido a probar la comida porque estás pensando en hacer allí una fiesta para algún cliente.

–Siempre piensas en todo –dijo él con una sonrisa antes de tomar otro sorbo de su copa–. Este martini está delicioso, pero creo que deberíamos irnos yendo. He hecho la reserva para las ocho y ahora mismo es el restaurante de moda en la ciudad.

Paula tenía la esperanza de conseguir un ascenso, y si la gente la veía cenando con el jefe podrían pensar que estaba intentando ganarse ese ascenso acostándose con él. Tragó saliva. Ya era tarde para echarse atrás.

–Lista –le dijo.

Para bien o para mal iba a cenar con su jefe, pensó cuando se subieron al Porsche negro. Los asientos de cuero eran tan cómodos y deliciosamente pecaminosos como había imaginado, y una ola de excitación la invadió cuando Pedro puso en marcha el motor. No sería capaz de resistirse a contarle aquello a su madre. Seguro que la impresionaría. Frunció el ceño ligeramente. ¿Acaso estaba empezando a pensar como su madre? A ella no le gustaba Pedro porque tuviera un Porsche y un montón de dinero en su cuenta bancaria; le gustaba porque era un hombre bueno e inteligente. Bueno, y también por esos abdominales marcados y su trasero.

–¿Y esa sonrisilla? –le preguntó él, sacándola de sus pensamientos.

Paula  no se había dado cuenta de que estaba sonriendo.

–Debe ser por el martini –mintió.

Poco después llegaban a su destino, y apenas le dio tiempo a Paula  a desabrocharse el cinturón de seguridad cuando Pedro, que ya se había bajado del coche, estaba abriéndole la puerta. La tomó de la mano para ayudarla a salir, haciéndola sentirse como si fuera de la realeza. Había ido otras veces a restaurantes con él, por comidas de negocios, por supuesto, pero de pronto todo era distinto.

Cuando entraron el maître los condujo a su mesa, en una terracita que se asomaba a un pequeño pero encantador jardín en la parte trasera del edificio, con una tapia de ladrillo cubierta por una planta trepadora en flor y una fuentecilla con forma de cabeza de león. Pedro le retiró la silla para que se sentara, haciéndola sentirse de nuevo como una princesa.

–Tráiganos una botella de Moët, por favor –le dijo al camarero.

Paula parpadeó al oír el nombre de aquel champán tan caro.

–¿Qué celebramos?

–Que la vida sigue –contestó Pedro, sentándose también–. Y que vamos a disfrutarla pase lo que pase, ¡Qué demonios!

–Esa es un filosofía admirable –dijo ella.

Igual que todo el mundo en Charleston, Pedro debía estar preguntándose qué más podría pasarle a su familia. Su padre estaba muerto y su madre estaba bajo arresto en la cárcel del condado como sospechosa del asesinato. Le habían negado la fianza porque consideraban que con su dinero y sus contactos había riesgo de fuga. Y había algo que Pedro no sabía: que ella le había dicho a la policía, cuando la habían interrogado, que había visto a su madre en el edificio la noche del asesinato.

Amor Complicado: Capítulo 8

–¿Estás libre esta noche?

–Sí. Sí, estoy libre –balbució aturullada.

–Pues entonces haré una reserva y pasaré por tu casa para recogerte a las siete y media.

–Bien –contestó Paula, aunque ya estaba preocupándose por qué se iba a poner.

Los trajes de chaqueta y pantalón y de chaqueta y falda que llevaba cuando iba a la oficina serían demasiado serios para una cena, y no tenía demasiada ropa que..

–Me voy a la reunión con la gente del departamento comercial; te he dejado en tu mesa unas carpetas de documentos para que los revises y los archives.

–Bien –volvió a decir ella. Parecía que de pronto no hubiera otra palabra en su vocabulario–. Hasta luego –añadió, pero Pedro ya se alejaba hacia el ascensor.

Una cita con Pedro… Esa noche… ¡Y ella ni siquiera tenía que llamar al restaurante para hacer la reserva!

Como Pedro no le había dicho a qué restaurante iba a llevarla optó por vestirse de un modo elegante pero informal: un vestido con un estampado de pequeñas flores que nunca se había puesto para ir a trabajar, y un chal de cachemira. No estaba mal, pensó mirándose en el espejo, pero dió un respingo cuando sonó el timbre de la puerta. No le había dado su dirección a Pedro, pero como tampoco se la había pedido, había dado por hecho que la habría mirado en su ficha de personal. Inspiró profundamente, tratando de mantener la calma mientras cruzaba el salón en dirección al vestíbulo.

–Hola –lo saludó al abrir la puerta, y notó cómo se le formaba una sonrisa tonta de oreja a oreja–. ¿Quieres pasar?

Esperaba que sí; se había pasado casi una hora limpiando hasta el último rincón.

–Claro –contestó él con una sonrisa muy sexy antes de entrar.

–¿Te apetece un martini? –Paula sabía que le encantaban.

–Bueno, ¿Por qué no?

Pasaron al salón y Brooke preparó un par de martinis para los dos y los sirvió mientras él comentaba lo y acogedor que era el departamento.

–Ahora mismo estoy de alquiler, pero espero que el propietario acceda a vendérmelo cuando acabe el contrato de arrendamiento – contestó ella.

Llevaba cinco años viviendo en aquel pequeño departamento de dos habitaciones y se sentía orgullosa del toque personal que le había dado. Se acercó y le tendió su copa con una sonrisa.Pedro tomó un sorbo.

–Estás preciosa.

Su mirada se detuvo largo rato en su rostro antes de descender hacia el cuello, y Paula se sintió algo cohibida por lo que sin duda dejaba entrever el escote del vestido, aunque no fuera muy pronunciado.

–Gracias –murmuró rogando por que su sonrojo no fuera visible–. Tú tampoco estás mal.

Se había tomado la molestia de ir a casa a cambiarse después del trabajo, y eso la halagó, porque muchas veces, cuando tenía una cena, se iba directamente desde la oficina.

–Sé arreglarme bien –respondió él dirigiéndole una mirada abrasadora–. Creo que ha sido una buena idea invitarte a salir esta noche. Últimamente siento que cada vez que salgo de un problema surge otro, ya sea con mi familia o en el trabajo.

–Pues hoy no vamos a hablar de problemas. ¿Te apetece algo para picar? –Paula le ofreció un plato con bocaditos de hojaldre salados que había comprado de regreso a casa.

–Claro, ¿Por qué no?

La mirada de Pedro volvió a detenerse en su rostro unos instantes más de lo necesario, y un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo cuando le vio dar un mordisco al bocadito que había tomado del plato. ¡Lo que daría ella por que la mordisquease también en el cuello… y en algún que otro sitio! Giró la cabeza hacia la ventana para no pensar en eso y al ver el reluciente Porsche negro de Pedro estacionado fuera se imaginó a los vecinos espiando por entre las cortinas y cuchicheando.

Amor Complicado: Capítulo 7

Paula no pegó ojo esa noche. Por la mañana tenía el pelo hecho un desastre y tuvo que usar el rizador para darle un poco de vida a su melena castaña, que le caía sobre los hombros. Se maquilló con esmero, queriendo estar tan bonita como Pedro la había hecho sentirse la noche anterior. ¿Había cambiado en algo su aspecto ahora que la había besado? La verdad era que no. Pedro podría echarle al whisky la culpa de su comportamiento, pero ella se había dejado llevar por la fascinación que sentía por él desde hacía años. Había caído rendida en sus brazos sin protestar y lo había besado con auténtica pasión. Se había puesto su traje negro de chaqueta y pantalón más elegante. Lo había comprado en las rebajas de una boutique de moda. Dio un paso atrás para mirarse en el espejo de pie, preguntándose si tenía el aspecto de una mujer con la que saldría alguien como Pedro Alfonso. Sabía lo que su madre le diría: «Tienes buena figura; deberías ponerte ropa que la enseñase un poco más». Pero aquel no era su estilo. Además, lo último que quería era un hombre al que le importasen más sus pechos que su cerebro.

Se puso su gabardina de Burberry’s, clásica, pero elegante. Prefería un estilo conservador y recatado, un estilo que dejara claro que era profesional. Quería que la gente la tomara en serio. Nunca había flirteado con su jefe, y una vez más sintió miedo de que pudiera haber puesto en peligro su empleo. ¿Y si Pedro estaba tan avergonzado por lo ocurrido la noche anterior que decidía prescindir de ella? El corazón le golpeaba violentamente las costillas cuando entró en el edificio de oficinas del Grupo Alfonso una media hora más tarde. ¿Cómo se suponía que debía saludar a su jefe después de lo de la noche pasada? ¿Estaría furioso por que lo hubiese emborrachado y los hubiese puesto a los dos con ello en una situación comprometedora? O quizá ni siquiera recordase que la había besado.

La puerta de su despacho estaba cerrada. Colgó en el perchero su gabardina con manos temblorosas y se secó las palmas húmedas en la falda antes de acercarse. Levantó la mano para llamar, vaciló, y justo cuando iba a darse media vuelta se abrió la puerta. El saludo educado que había estado ensayando mentalmente huyó de sus labios al ver a Pedro frente a sí. Había esperado encontrárselo con aspecto desaliñado y cansado, pero en vez de eso estaba bien arreglado y llevaba un traje perfectamente planchado. Los ojos de Pedro brillaron divertidos.

–Buenos días, Paula.

–Buenos días –contestó ella de sopetón, hecha un manojo de nervios.

¿Por qué de repente le parecía aún más guapo que de costumbre? Tal vez fuera porque ahora sabía cómo eran sus besos. Hizo un esfuerzo por no pensar en eso y centrarse.

–¿Has descansado?

–Dadas las circunstancias he dormido muy bien –respondió él apoyándose en el marco de la puerta sin apartar sus ojos de los de ella–. Me costó conciliar el sueño después de ese beso.

Sus ojos azules ardían, y su voz había adquirido un tono sugerente al pronunciar esas palabras. Paula se mordió el labio para reprimir una sonrisa.

–A mí también –dijo. Se sentía aliviada de que Pedro no estuviera intentando hacer como que lo de la noche anterior no había pasado–. Me alegra verte mejor esta mañana.

–He seguido tu consejo: no tiene sentido dejarme vencer por la presión cuando necesito todas mis energías para ganar la batalla.

–Así se habla –contestó ella con una sonrisa. Ese era el Pedro al que admiraba–. Bueno, ¿Y qué hay en el orden del día para esta mañana?

Pedro ladeó la cabeza ligeramente y le dijo en un tono más bajo:

–Lo primero que tengo yo marcado en mi agenda es conseguir una cita para esta noche.

A Paula casi se le paró el corazón.

Amor Complicado: Capítulo 6

–¿Y no vas a cenar nada?

–No tengo hambre –murmuró él.

–En la nevera de la cocina hay una bandeja con sándwiches que sobraron de una reunión esta mañana. Si quieres puedo traértelos.

–Deja de tratarme como si fueras mi madre y vete a casa –le contestó él en un tono casi abrupto, entrelazando las manos debajo dela nuca y cerrando los ojos.

Paula tragó saliva y se iba a girar hacia la puerta cuando lo oyó decir en un tono quedo:

–No puedo creer que mi madre esté en la cárcel. No me había sentido tan impotente en toda mi vida.

Paula volvió junto a él.

–Es una mujer fuerte y saldrá de esto. Tú estás haciendo todo lo que puedes, y no la ayudará en nada si acabas cayendo enfermo por el estrés y la preocupación. Duerme un poco; mañana la compañía te necesita a pleno rendimiento.

Pedro, que había abierto los ojos y estaba mirándola, exhaló un pesado suspiro.

–Tienes razón, Paula, como siempre. Gracias por todo.

Apenas había dicho eso cuando volvió a cerrar los ojos. Paula sintió una punzada de ternura en el pecho al mirarlo. Tan orgulloso y tan fuerte, y a la vez tan impotente y desesperado por no poder evitar a su madre el mal trago por el que estaba pasando… Salió de su despacho, cerrando la puerta tras de sí, y tomó de su mesa su abrigo y su bolso.

–¡Hasta luego, Paula!

Al oír su nombre dio un respingo. Se había olvidado por completo de que podía quedar algún otro empleado en su planta. Normalmente a esa hora ya se había ido todo el mundo, pero allí estaba Laura, otra secretaria, poniéndose el abrigo un par de puestos más allá. Paula se preguntó si tenía las mejillas rojas o los labios hinchados. Sin duda algo en ella delataría que había estado besándose con su jefe.

–¡Adiós, Laura! –respondió.

Se apresuró hacia el ascensor con la esperanza de no encontrarse con nadie más, pero cuando las puertas se abrieron se encontró dentro a Bruno, del departamento de márketing.

–¡Vaya día!, ¿Eh? –comentó este con un suspiro cuando entró–. Dentro de poco esto va a acabar reventando por alguna parte.

–No es verdad –replicó ella indignada–. Estamos pasando por un momento difícil, pero se olvidará lo que ha pasado y la compañía volverá a estar donde siempre ha estado: entre las mejores.

Bruno enarcó una ceja.

–¿Eso crees? Si es verdad que la vieja señora Alfonso lo hizo dudo que se recupere la reputación de la familia de este golpe.

–Ella no lo mató –replicó ella con firmeza.–. Y no vayas por ahí difundiendo el rumor de que fue ella quien lo hizo. No harás sino empeorar las cosas.

–¿Y si lo hago qué?, ¿Vas a chivarte a tu jefe? –le espetó Bruno con retintín.

–No. Bastantes problemas tiene ya. Lo que necesita en estos momentos es nuestro apoyo.

–Pareces su esposa: tan atenta a sus necesidades, dándole siempre tu apoyo incondicional… –observó él con una sonrisa burlona–. ¡Quién fuera él!

Paula se puso rígida. ¿Acaso intuía que había pasado algo entre ellos? Las puertas se abrieron en ese momento y respiró aliviada.

–No soy su esposa –le respondió antes de salir del ascensor.

Aunque tal vez algún día lo fuera, pensó mientras se dirigía a la salida. Su mente ya estaba urdiendo fantasías peligrosas, sueños que podían explotarle en la cara y destruir su carrera y reputación. ¡Pero qué difícil era no dejar volar la imaginación!

miércoles, 16 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 5

De pronto los labios de Pedro tomaron los suyos con un beso ardiente con olor a whisky que hizo que todo pensamiento abandonara su mente al instante. Paula se derritió contra él y dejó que sus manos subieran y bajaran por la camisa de Pedro, deleitándose en la firmeza de los músculos que se ocultaban debajo de ella. Las manos de él a su vez estaban acariciando la espalda de ella, provocando un cosquilleo delicioso en su piel. Los pezones se le endurecieron y una intensa ola de calor afloró en su vientre. Sintiendo el ansia de Pedro, respondió al beso con idéntica intensidad. Quería aliviar su dolor, hacer que se sintiera mejor. Los segundos pasaban, y el beso se volvió tan ardiente que Paula estaba empezando a pensar que iban a fundirse en uno cuando Pedro despegó suavemente sus labios de los de ella y se echó hacia atrás.

–Eres una mujer increíble –le dijo con un suspiro.

El corazón de Paula palpitó con fuerza y se preguntó si aquel podría ser el comienzo de una nueva fase en su relación. O tal vez estaba dejando volar demasiado su imaginación, y en adelante recordaría aquel momento como el momento en el que había destruido la carrera que con tanto esfuerzo se había labrado en el Grupo Alfonso por emborrachar a su jefe y poner en peligro su relación profesional. Una sensación de pánico se apoderó de ella. Cuando Pedro le acarició la mejilla, tuvo que luchar contra un repentino impulso de frotar su cara contra la mano de él, como un gato mimoso. Pero la cosa no terminó ahí; la mano de  Pedro descendió por su cuello, rozó la curva de un seno y bajó lentamente hasta el muslo. Volvió a atrapar sus labios de nuevo. Su ropa olía a tabaco, y junto con el olor a whisky y el olor de su colonia la mezcla resultaba embriagadora. Si hubiera podido habría permanecido así durante horas, con los brazos en torno a su cuello mientras se rendía al asalto de sus labios, pero al cabo Pedro volvió a apartarse, dejándola insatisfecha, y frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello, como preguntándose qué estaba haciendo. De nuevo las dudas la  invadieron, como un dedo helado deslizándose por su espalda. Quizá el olor a humo no era de tabaco, sino de su carrera y su reputación chamuscándose por un momento de debilidad. El instinto la empujó a ponerse de pie, lo cual no resultó sencillo, con lo que le temblaban las rodillas.

–Quizá deberíamos irnos ya. Son más de las siete –dijo.

Pedro echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá, y cerró los ojos.

–Estoy hecho polvo; dudo que pueda dar un solo paso.

–Te pediré un taxi –propuso Paula, que no quería que condujera con lo que había bebido.

Pedro no vivía lejos, pero no le parecía que fuese una buena idea acompañarlo andando ni llevarlo en su coche. Porque, si la invitara a pasar, no estaba segura de que fuese a ser capaz de decir no, y sabía que si eso pasaba se arrepentiría después de haber quedado como una mujer fácil.

–No te preocupes por mí, Paula. Dormiré aquí, en el sofá. Lo he hecho un montón de veces. Y si me despierto en mitad de la noche y no puedo volver a dormirme siempre puedo ponerme con todo el trabajo que tengo pendiente.

–Pero ese sofá es incomodísimo; mañana te dolerá todo.

–Estaré bien, no te preocupes –reiteró él, que ya estaba tumbándose–. Vete a casa y descansa; nos veremos mañana por la mañana.

Paula se mordió el labio. En cierto modo le dolía que la despachase de aquella manera después de los ardientes besos que habían compartido. ¿Pero qué se esperaba?, ¿que le pidiese matrimonio? Probablemente con tanto whisky hasta se había olvidado de que la había besado.

Amor Complicado: Capítulo 4

–Todos estamos muy tensos y ahora más que nunca tenemos que mantenernos unidos y trabajar juntos para salir del bache – respondió pasándose una mano por el cabello–. Pensé que lo último que querrías sería que uno de tus principales empleados dimitiera, porque eso no haría sino empeorar las cosas.

–Tienes razón, como siempre, mi preciosa Paula.

Ella lo miró con unos ojos como platos. Era obvio que el whisky se le estaba subiendo a la cabeza, pero no pudo evitar que una ráfaga de calor le aflorara en el vientre al oír esas palabras.

–Lo más importante en este momento es que encuentren al asesino de tu padre –dijo intentando distraerse de la ardiente mirada de Pedro–. Así tu madre dejará de estar bajo sospecha.

–He contratado a un detective privado –comentó Pedro bajando la vista al vaso–. Le he dicho que le pagaré las veinticuatro horas del día y que no ceje hasta dar con la verdad –alzó de nuevo la vista hacia ella–. Y, lógicamente, le he pedido que empiece por investigar a los hermanos Sosa.

Paula asintió. Lucas Sosa parecía la clase de hombre ansioso por tomarse la revancha por haber sido el hijo bastardo y no reconocido todos esos años. Claro que tal vez su opinión de él estuviese influenciada por la injusticia que Horacio Alfonso había cometido con su hijo Pedro en el testamento. No conocía a Lucas ni tampoco a Andrés, su hermanastro.

–Debe enfadarles que tu padre los mantuviera en secreto todos estos años.

–Sí, sin duda estarán resentidos –Pedro volvió a sentarse en el sofá–. Estoy empezando a sentirlo en mis propias carnes. Y sospecho que mi madre también, aunque a veces me pregunto si no lo sabría ya –añadió sacudiendo la cabeza–. No pareció chocarle tanto como alresto de nosotros el descubrir que mi padre había tenido otra familia.

Paula tragó saliva. Si había tenido conocimiento de la infidelidad de su marido, desde luego Ana Alfonso habría tenido motivos para el asesinato. Y la había visto allí, en el edificio de oficinas del Grupo Alfonso, la noche del asesinato. Apartó aquel pensamiento de su mente. Era imposible que una mujer tan encantadora como aquella pudiera disparar a otro ser humano, aunque fuera un marido que la engañaba.

–Deja que te sirva otro poco –dijo inclinándose para rellenarle el vaso.

El líquido se agitó con violencia en el interior de la botella cuando de pronto el fuerte brazo de él la asió por la cintura y la hizo sentarse a su lado en el sofá. Brooke dejó escapar un gritito.

–Gracias, Paula. Supongo que necesitaba desahogarme y hablar de todo esto con alguien.

El brazo de Pedro le rodeó de pronto los hombros. Brooke apenas podía respirar, y cada vez que inspiraba el olor de su colonia la hacía sentirse mareada y los latidos de su corazón se aceleraban.

Pedro le arrebató la botella y la puso en el suelo junto con su vaso. Luego le posó la mano en el muslo, y Paula notó su calidez a través incluso del tejido de la falda. El corazón parecía que fuera a salírsele del pecho cuando él  se giró hacia ella y se quedó mirándola fijamente.

–Nunca me había dado cuenta de lo verdes que son tus ojos.

Paula se contuvo para no ponerlos en blanco. ¿Con cuántas mujeres habría utilizado esa frase?

–Hay quien piensa que son pardos.

–Pues se equivocan –respondió él muy serio–. Claro que últimamente estoy empezando a darme cuenta de que la gente se equivoca con frecuencia –bajó la vista a los labios de Paula, que se entreabrieron de forma inconsciente antes de que volviera a cerrarlos– . Y yo mismo estoy empezando a cuestionarme muchas de mis convicciones.

–A veces eso es bueno –contestó ella en un tono quedo. Estar sentada tan cerca de R. J. era un peligro, pensó, sintiendo cómo un cosquilleo le recorría el cuerpo.

–Supongo –Pedro frunció el ceño–, pero eso no hace que la vida sea más fácil.

–A veces los desafíos nos hacen más fuertes –murmuró ella.

Resultaba difícil articular pensamientos coherentes con un brazo de Pedro rodeándole los hombros y la mano del otro en la rodilla. Una parte de ella quería huir, pero la otra se moría por echarle los brazos al cuello y…

Amor Complicado: Capítulo 3

–Lo siento muchísimo –fue lo que le salió. ¿Qué otra cosa podría decir?–. Estoy segura de que te quería. Se le notaba en cómo te miraba –tragó saliva–. Seguro que habría querido que las cosas hubiesen sido distintas, o al menos poder habértelo dicho antes de morir.

–Tuvo tiempo más que de sobra. ¡Tengo treinta y seis años, por amor de Dios! ¿A qué estaba esperando?, ¿A que cumpliera los cincuenta? –Pedro se levantó con la copa en la mano y se puso a andar arriba y abajo mientras seguía hablando–. Eso es lo que más me duele, que no fuera capaz de hablar con confianza conmigo. Después de todo el tiempo que pasamos juntos de pesca, de caza, paseando por el bosque… Hablábamos de todo, pero nunca fue capaz de sincerarse conmigo y decirme que estaba viviendo envuelto en mentiras –se aflojó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa.

–Pues a mí me parece que estás haciendo una gran labor manteniendo unida a tu familia y la compañía a flote.

Pedro soltó una carcajada áspera.

–¡A flote! Sería irónico que una compañía mercante no pudiese mantenerse a flote y acabase hundiéndose, ¿No? Aunque con todos los clientes que estamos perdiendo acabaremos hundiéndonos si no conseguimos darle la vuelta a la situación antes de que acabe el año. Por cada cliente nuevo que Federico nos consigue perdemos a dos antiguos. Y lo peor es que ni siquiera tengo libertad para cambiar el rumbo porque mi padre, en su infinita sabiduría, tuvo la genial idea de darle a su hijo ilegítimo un cuarenta y cinco por ciento de las acciones de la compañía, y a mis hermanos y a mí solo nos dejó un mísero nueve por ciento a cada uno.

Paula contrajo el rostro. Aquello parecía en efecto lo más cruel de todo. Pedro había dedicado su vida entera al servicio del Grupo Alfonso. Se había convertido en el vicedirector ejecutivo de la compañía apenas había terminado sus estudios en la universidad, y todos, incluido él, habían dado por hecho que un día sería director general y presidente. Y entonces, de repente, cuando se había celebrado la lectura del testamento de su padre, habían descubierto que prácticamente le había dejado la compañía a un hijo del que nadie había sabido nada hasta entonces.

–Supongo que lo haría porque se sentía culpable por haber mantenido en secreto la existencia de Lucas todos estos años –apuntó.

–Razones no le faltaban para sentirse culpable –masculló Pedro, deteniéndose para tomar otro trago de whisky–. El problema es que parece que no se paró a pensar en el daño que nos haría al resto con esa decisión. Ni los cinco hermanos con nuestras acciones juntas podemos conseguir un voto mayoritario. El diez por ciento restante de las acciones se lo legó a una persona misteriosa a la que no logramos encontrar. Si Lucas Sosa consigue comprarle las acciones o que vote a su favor en las juntas, será él quien tome las decisiones sobre el rumbo de la compañía, y los demás tendremos que tragar con ello o largarnos.

–¿Dejarías la compañía? –Paula no podía creer lo que estaba oyendo, y no pudo evitar preocuparse en ese momento más por la posibilidad de perder su empleo que por Pedro.

–¿Y por qué iba a querer quedarme si me convierto en una rueda más del engranaje? Mi padre no me preparó para eso, ni es lo que yo quiero –puso airado el vaso vacío sobre su escritorio–. Quizá me vaya de Charleston y no vuelva nunca.

–Cálmate, Pedro –Paula fue a servirle otro vaso de whisky–. Aún no ha pasado nada. Queda tiempo hasta la junta de accionistas, y hasta entonces todo el mundo cuenta contigo para atravesar estas aguas turbulentas.

–Me encanta tu jerga náutica –le dijo Pedro con una sonrisa socarrona mientras tomaba el vaso de su mano–. Por algo te contraté.

–Por eso y por lo rápido que tecleo.

–Por lo rápido que tecleas… ¡Anda ya! Si te lo propusieras podrías dirigir esta compañía. No solo eres organizada y eficiente; también tienes mano con las personas. Hoy, sin ir más lejos, has conseguido detenerme antes de que perdiera los estribos por completo, y te lo agradezco –añadió antes de tomar otro sorbo del vaso.

Parecía que el whisky estaba haciéndole efecto: ya no estaba furioso, y también parecía haberse atemperado su desesperación, pensó Paula. Probablemente no era un buen momento para mencionarle que se había presentado como candidata a un puesto de gerente en la compañía y había sido rechazada. Claro que no sabía si él había estado detrás de aquello o si estaba al tanto siquiera.

Amor Complicado: Capítulo 2

Pedro llegó a la puerta antes que ella y se la sostuvo para que saliera. A Paula le invadió una ola de calor cuando pasó junto a él y su brazo casi rozó el de Pedro, que cerró tras de sí al salir detrás de ella. En medio del silencio que reinaba en el pasillo Paula casi perdió el valor.

–¿Podemos hablar en tu despacho?

–Mira, Paula, no estoy ahora para que nos andemos con remilgos, y más vale que no sea una tontería, porque mi madre está en la prisión del condado, por si aún no lo sabías.

Paula le quitó hierro a su actitud grosera, achacándolo al estrés al que estaba sometido desde el asesinato de su padre.

–Es importante, te lo aseguro –su tono firme la sorprendió a ella misma.

Cuando llegaron al despacho de Pedro fue ella quien abrió la puerta y entró primero. El sol del atardecer arrojaba un cálido brillo ambarino sobre las aguas del puerto de Charleston, que se divisaba a través del ventanal.

Pedro entró detrás de ella y se cruzó de brazos.

–¿Y bien?

–Siéntate –Paula cerró la puerta y echó el pestillo.

A Paula le flaqueó la firme determinación cuando Pedro la miró furibundo.

–¿Cómo?

–En el sofá –añadió. Casi se sonrojó por cómo había sonado eso. Aquella era la fantasía de cualquier secretaría perdidamente enamorada como ella, pero la situación era seria–. Voy a servirte un whisky y te lo vas a tomar.

Pedro no se movió.

–¿Es que te has vuelto loca?

–No, pero tengo la impresión de que estás a punto de perder los nervios y creo que necesitas distanciarte un poco y respirar profundamente antes de que hagas o digas algo de lo que luego acabes arrepintiéndote. No puedes hablar a tus empleados de ese modo, sean cuales sean las circunstancias. Y ahora, siéntate –dijo Paula señalando el sofá.

Atónito, Pedro se sentó. Paula le sirvió tres dedos de whisky en un vaso y se lo tendió.

–Toma, esto te calmará los nervios.

–Mis nervios están perfectamente –Pedro tomó un sorbo–. Es todo lo demás lo que está perdido. ¡No puedo creer que la policía piense que mi madre mató a mi padre!

–Los dos sabemos que eso es imposible y que se darán cuenta de que es un error.

–¿Eso crees? –Pedro enarcó una ceja y se quedó mirándola–. ¿Y si no es así? ¿Y si esta es solo la primera de muchas largas noches en prisión? –se estremeció y tomó un largo trago de whisky–. Me está matando no poder hacer nada.

–Lo sé. Y además imagino que aún duele demasiado la muerte de tu padre.

–No solo su muerte –Pedro bajó la vista al suelo–. Ha sido también el descubrir que nos mintió y nos ocultó cosas durante toda su vida.

Pedro y ella nunca habían hablado de las escandalosas revelaciones que los medios habían aireado tras el asesinato de su padre, el treinta de diciembre. Ya estaban en marzo, pero el caso aún no se había resuelto.

–Otra familia… –masculló Pedro entre dientes–. Otro hijo, nacido antes que yo… –sacudió la cabeza–. Toda mi vida me había sentido orgulloso de ser su hijo, su heredero. Mi máxima aspiración era seguir sus pasos. Poco imaginaba que sus pasos se habían desviado hacia la casa de otra mujer, con la que yacía, y con la que formó otra familia.

En ese momento Pedro la miró, y Paula sintió una punzada en el pecho al ver el dolor que se reflejaba en su mirada. No podía soportar verlo sufrir así. ¡Si al menos pudiera hacer algo para aliviar su ira y su pena...!

Amor Complicado: Capítulo 1

–Al menos hay algo bueno en todo esto –vociferó Pedro Alfonso, estampando el móvil sobre la mesa de juntas.

Paula Chaves se quedó mirando a su jefe con incredulidad. No alcanzaba a imaginar cómo aquella situación pudiera tener un lado positivo.

–¿El qué? –inquirió.

Los ojos de Pedro relampaguearon cuando contestó:

–Que ahora sabemos que las cosas no pueden ir peor –se inclinó hacia delante en su asiento. Los empleados presentes en la reunión permanecían inmóviles como estatuas–. He intentado razonar con el fiscal, con la policía, con el senador del estado… y no ha servido de nada –se levantó y se puso a caminar alrededor de la larga mesa–. Mi familia está sufriendo un auténtico asedio y nos disparan por todos los flancos –alto, de facciones marcadas, pelo negro y ojos grises, Pedro imponía tanto como un general arengando a sus tropas antes de entrar en combate–. Y mi madre, Ana Zolezzi Alfonso, una mujer sin tacha, va a pasar la noche entre rejas como una vulgar ladrona.

Soltó una ristra de improperios que hizo a Paula encogerse en su asiento. Llevaba cinco años trabajando para Pedro y nunca lo había visto así. Era un hombre muy tranquilo, que no se alteraba jamás, que siempre tenía tiempo para todo el mundo, y que veía la vida de un modo despreocupado. Claro que eso había sido antes del asesinato de su padre y de descubrir que este había llevado una doble vida.

Pedro se acercó a su hermano Federico.

–Fede, tú te ocupas de buscar nuevos clientes para la compañía; ¿Has conseguido alguno en las últimas semanas?

Federico inspiró. Los dos sabían la respuesta a esa pregunta. Hasta algunos de sus clientes más fieles los habían abandonado cuando se había desatado el escándalo.

–Bueno, tenemos a Larrimore.

–Cierto. Supongo que podemos aferrarnos a esa esperanza. Marcos, ¿Cómo van las cuentas? –Pedro fue hasta el director financiero y por un momento Paula creyó que iba a agarrarlo por el cuello de la camisa.

Marcos se encogió en su asiento.

–Bueno, como sabes nos enfrentamos a ciertos retos que…

–¡Retos! –lo cortó Pedro arrojando los brazos al aire en un gesto dramático–. Un reto es una oportunidad para crecer, es aprovechar las oportunidades cuando se presentan, abrazar el cambio… –se alejó unos pasos y se volvió hacia la mesa. Todos estaban rígidos en sus asientos, probablemente rogando por que no se dirigiera a ellos–. Pero lo que yo veo es una compañía que se va a pique –se pasó una mano por el oscuro cabello. La ira le endureció sus apuestas facciones–. Y todos ustedes están aquí tomando notas como si estuvieran en una clase en el instituto. ¡Lo que hace falta es quese esfuercen, maldita sea! ¡No están haciendo lo suficiente!

Nadie se movió un milímetro. Paula, incapaz de contenerse, se levantó. Tenía que sacarlo de allí cuanto antes; estaba perdiendo los estribos.

–Em… Pedro…

–¿Qué? –inquirió él bruscamente, girándose hacia ella.

–Es que necesito hablar contigo un momento; fuera, si no te importa.

Paula tomó su portátil y se dirigió a la puerta con el corazón martilleándole en el pecho. Con ese humor de perros su jefe sería capaz de despedirla en el acto, pero no podía dejar que insultara y acosara al resto de empleados, que ya estaban soportando bastante presión sin haber hecho nada para merecerlo.

–Estoy seguro de que puede esperar –Pedro frunció el ceño y señaló la mesa de reuniones con un ademán.

Paula se detuvo.

–Solo será un momento; por favor –le dijo, y echó a andar de nuevo hacia la puerta con la esperanza de que la siguiera.

–En fin, parece que lo que mi secretaria quiere consultar conmigo es más urgente que el inminente colapso del Grupo Alfonso y el que mi madre esté en prisión –dijo Pedro a sus espaldas–. Y como ya ha acabado la jornada estoy seguro de que todos tenéis cosas mejores que hacer que seguir aquí, así que hemos terminado la reunión.

Amor Complicado: Sinopsis

El beso que desarmó al jefe


Paula Chaves nunca había visto a su jefe, Pedro Alfonso, actuar así. Cierto que su madre estaba en la cárcel, acusada del asesinato de su padre, y que el hijo ilegítimo de su progenitor prácticamente le había arrebatado la empresa familiar, por la que tanto había luchado, pero eso no excusaba su mal comportamiento. Como haría cualquier secretaria que se preciase de serlo, cuando estuvieron a solas, le sirvió una copa, y después otra… y aquello acabó en un beso… y dos. Si no fuese porque ocultaba un secreto que podía destrozar a los Alfonso, tal vez aquella fantasía no tendría que acabar.

lunes, 14 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 70

–No estás pensando con claridad. No puedo aprovecharme de tí en un momento como este. Considera mi proposición. Hablaremos por la mañana.

–Estoy triste –reconoció ella, levantando la barbilla–. Y estaré triste durante un tiempo. Pero, cuando estás conmigo, tengo esperanza y me siento viva. No quiero dormir sola.

Cuando una mujer se desnudaba, un hombre tenía dos opciones, pensó Pedro. Podía huir de la tentación o podía tomar lo que le ofrecían. Él estaba cansado de huir. Tras desvestirse a toda prisa, la tomó en sus brazos y la llevó al baño que había en el dormitorio. Ajustó el grifo del agua y la dejó en el suelo con cuidado. Con docilidad, ella se dejó enjabonar.

–Aprecio tu delicadeza, doctor –dijo ella, riendo, tras unos momentos–. Pero no voy a romperme. Hazme el amor.

–Lo que desees –repuso él con una gran erección y la sacó de la ducha. La secó y ella apoyó la cabeza en su pecho.

–Te amo, Pedro Alfonso.

Sus palabras le calaron muy hondo a Pedro.

–Y sí, me quiero casar contigo.

Exultante de alegría, la llevó en brazos a la cama y se tumbó con ella.

–Ahora eres mío, doctor –dijo ella, colocándose encima y sujetándole las muñecas.

Ambos gritaron de placer cuando Paula descendió sobre su erección. Comenzaron a moverse al unísono y, al fin, el clímax los hizo explotar en una interminable oleada de gozo. Ella lo besó con dulzura.

–Quiero vivir contigo en tu montaña. Puedo hacer una película al año, pero también me gustaría estudiar. ¿Qué te parece?

–No quiero entrometerme en tu profesión –repuso él, recuperando poco a poco la conciencia después de su orgasmo–. No sería justo para tí ni para el mundo.

–Puedo hacer muchas cosas a la vez, ya lo verás. ¿Y qué me dices de tener bebés?

–¿Bebés? –repitió él, invadido por una profunda alegría–. Podría dejarme convencer.

–Será la película de mi vida –dijo ella con un suspiro–. Hacer de esposa de Pedro Alfonso.




Dieciocho meses después…


Pedro Alfonsoestaba parado en la alfombra roja, rodeado de fotógrafos. A su lado, estaba su radiante esposa con un vestido largo de princesa, color rosa.

–¿Estás nerviosa? –le susurró él al oído.

Ella le dió un beso en la boca, sin preocuparse por los mirones. La habían nominado como mejor actriz, lo que no había sorprendido a nadie.

–¿Por el premio? –preguntó ella.

–Sí –afirmó Pedro, contemplándola.

Nunca se cansaba de admirar su belleza. Paula Chaves era la estrella de la fiesta. Y era suya.

–Es un honor haber sido nominada –añadió con tono profesional, y los dos intercambiaron sonrisas delante de los fotógrafos.

Al día siguiente, por una vez, las revistas del corazón publicaronla verdad: La princesa de Hollywood encuentra su final feliz.



FIN