—¿Entonces vas a darme el trabajo?
—Por supuesto… Cuando quieras —respondió Pedro, haciendo que otro pedazo de su corazón se rompiese. Estaba deseando decirle adiós.
—Me gustaría volver a Atenas hoy mismo.
—Malena se encargará de todo —asintió él, sin mirarla.
Tan amable, tan seco.
—Gracias.
Estaba en la puerta del despacho cuando él la llamó.
—Paula…
Con el corazón acelerado, intentando no albergar esperanzas, se dió la vuelta. Luca la miraba con gesto torturado, pero se limitó a decir:
—Lo siento.
Su corazón se hundió como una piedra. Sabía que no la quería, pero el espíritu humano era tan optimista… Incluso sabiendo que no había ninguna posibilidad. Tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír.
—No lo sientas. Gracias a tí he descubierto lo fuerte que soy. Es un regalo precioso.
«Gracias a tí he descubierto lo fuerte que soy. Es un regalo precioso». Pedro estaba paralizado y tuvo que parpadear para volver al presente cuando notó que Malena, su secretaria, había entrado en el despacho y lo miraba con gesto preocupado.
—¿Señor Alfonso? ¿Se encuentra bien?
Algo dentro de él se rompió entonces; algo asombroso y de dolorosa intensidad, como un fuerte calor penetrando unos miembros congelados.
—No —respondió con sequedad, dirigiéndose al bar para servirse un whisky.
Cuando se dió la vuelta, su secretaria lo miraba con cara de sorpresa.
—¿Qué ocurre?
Malena titubeó.
—Es… La señorita Chaves. Pensé que querría saber que va de camino al aeropuerto. Tomará un vuelo a Atenas esta misma tarde.
—Gracias —dijo Pedro, con los dientes apretados—. No estaré disponible durante el resto del día. Cancela todas mis reuniones y vete a casa si quieres.
Malena parpadeó.
—Sí, señor Alfonso —murmuró, sorprendida. Y luego salió del despacho a toda prisa, como si fuese a morderla.
Pedro esperó hasta que cerró la puerta y, unos segundos después, salió de la oficina. Tenía que salir de allí porque se sentía como un animal herido que podría hacerle daño a alguien. Vió a un par de personas intentando acercarse mientras salía del edificio, pero su salvaje expresión debió decirles que no sería buena idea. Caminó sin rumbo hasta que se dió cuenta de que estaba en la playa de Ipanema, donde había llevado a Paula unos días antes. La escena era la misma incluso en un día laborable: Los preciosos cuerpos, las parejas, las olas. Pero parecía reírse de él por haberse sentido tan feliz aquel día, por creer por un momento que podía ser como esa gente. Que podía sentir lo mismo que ellos.