miércoles, 3 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 25

Pedro empezó a limpiar el campamento y a guardar las cosas, dispuesto a moverse cuanto antes. Paula suspiró. Cuando despertó había tardado unos segundos en recordar dónde estaba y con quién. Pero experimentó una sensación exultante al saber que seguían en la selva y que había sobrevivido al primer día sin mostrar debilidad. Entonces recordó la suavidad de sus manos y lo que había sentido mientras examinaba sus pies. Solo el cansancio extremo había hecho que pudiese dormir compartiendo tan estrecho espacio con él. Antes de que Pedro pudiera ver esa tensión en sus ojos, ella se ocupó en guardar el saco de dormir y desmontar eficazmente la tienda.


—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —le preguntó él con tono de incredulidad.


Paula apenas lo miró.


—Solíamos ir de acampada cuando estaba en rehabilitación. Era parte del programa.


Esperaba que hiciese algún comentario sarcástico, pero no fue así. Paula no había compartido sus experiencias en la clínica de rehabilitación con nadie, ni siquiera con su hermana. Aunque había sido Delfina quien lo sacrificó casi todo para cuidar de ella, trabajando sin parar y poniéndose a merced de un hombre al que había traicionado años antes y que quería vengarse de ella. Contra todo pronóstico, Delfina y Adrián se habían enamorado y eran un matrimonio feliz con dos hijos. A veces su felicidad hacía que anhelase encontrar un amor así y se odiaba a sí misma por esa debilidad. Pero era igual con su hermanastro, Rafael, su mujer y sus hijos. Nunca había creído en el amor o en la felicidad conyugal, pero cada vez que los veía empezaba a dudar. Enseguida terminaron de desmontar la tienda y cuando el campamento estuvo limpio Pedro le ofreció su mochila.


—¿Estás lista?


Paula asintió con la cabeza, sin mirarlo. No quería que viese la emoción que sentía al pensar en su familia. 


—¿Qué tal tus pies?


—La verdad es que ya no me duelen —respondió ella, sorprendida.


Pedro siguió adelante sin decir nada más y Paula intentó no engañarse a sí misma pensando que lo había preguntado porque de verdad estaba preocupado. A medida que caminaban el calor se volvía sofocante. Cuando se detuvieron frente a un arroyuelo por la tarde, Paula estuvo a punto de llorar de alivio al poder echarse agua fresca en la cara y la cabeza. Mojó un pañuelo y se lo ató alrededor del cuello. Pero solo fue un breve respiro. Pedro aumentó el ritmo de nuevo, sin molestarse en mirar atrás, enfadándola cada vez más. ¿Se daría cuenta si algún animal la arrastraba entre los árboles? Seguramente se encogería de hombros y seguiría adelante. Después de otra hora caminando el arroyuelo era un recuerdo distante y el sudor corría por su cara, cuello y espalda. Le dolía todo el cuerpo y tenía los pies dormidos. Él seguía adelante, como una especie de robot, y de repente ella sintió el deseo de provocarlo, de obligarlo a pararse y mirarla. Quería que reconociese que lo estaba haciendo bien y que estaba diciendo la verdad sobre las drogas.


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