viernes, 5 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 29

Paula estaba sentada sobre un tronco, frente a la hoguera, terminando de cenar. Miraba la tienda de campaña y no podía dejar de sentirse orgullosa por haberla montado ella sola. Pedro había esperado que saliese corriendo de vuelta a la civilización ante la primera señal de peligro, pero allí estaba; el segundo día y había sobrevivido. Era una sensación emocionante y hacía que disfrutase aún más de su recién descubierta independencia. Pero nada de eso podía hacerle olvidar su mortificación al pensar en lo cerca que había estado de traicionar su deseo por él.


—¿Y ese tatuaje que tienes en la espalda? —le preguntó Pedro.


Paula se quedó muy quieta. Debía haber visto el pequeño tatuaje en el hombro izquierdo cuando estaba cambiándose de ropa. Era algo muy personal para ella y no quería contárselo, pero tampoco podía mentir.


—Es una golondrina. 


—¿Y significa algo?


Paula estuvo a punto de soltar una carcajada. Como si fuera a contárselo a él. Seguramente se caería al suelo, muerto de risa.


—Es mi ave favorita. Me lo hice hace años.


El día que salió de la clínica de rehabilitación, para ser exactos. Las golondrinas representaban la resurrección y el renacimiento… Pedro no entendería el significado, pero tenía la sensación de que podría hacerlo y no le gustaba. De verdad quería evitar más preguntas sobre su vida, de modo que se levantó abruptamente, dejándolo sorprendido.


—Me voy a dormir —anunció con voz ronca.


Pedro removió los troncos en la hoguera, sin mirarla.


—Muy bien.


Paula entró en la tienda y se quitó las botas, pero vaciló antes de quitarse la ropa. Era una tontería. Pedro no había mostrado ningún deseo por ella y no había nada que temer, de modo que se metió en el saco de dormir en ropa interior, rezando para que llegase el sueño. Así no tendría que lidiar con la realidad de que él dormiría a su lado, probablemente indignado por tener que hacerlo.


Pedro intentaba calmarse. No le gustaba que Paula lo sacase de sus casillas. Hacía que la desease, que se hiciera preguntas sobre ella, sorprendiéndolo a cada paso. Había tenido que sufrir el egoísmo de su madre desde pequeño y no quería pensar que podría haberla juzgado mal. Sus amantes le aportaban alivio físico y una acompañante cuando la necesitaba, pero en su vida no había sitio para el amor y nunca había pensado en sentar la cabeza. Solo pensaba en trabajar para deshacer el daño que habían hecho su padre y su abuelo. Se había impuesto una monumental tarea cuando su padre murió diez años antes: revertir el impacto negativo del apellido Alfonso en Brasil, que hasta entonces era sinónimo de corrupción, avaricia y destrucción.  Las acusaciones habían llegado en el peor momento posible, justo cuando la gente había empezado a confiar en que quizá él fuese diferente y de verdad quisiera un cambio. Había tardado años en recuperar su confianza y la persona que podría destruir todo su trabajo estaba solo a unos metros de él. Tenía que recordar eso. Recordar quién era y lo que podía hacerle. Aunque fuese inocente, cualquier asociación con ella despertaría especulaciones de nuevo. 

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