lunes, 8 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 35

 Al día siguiente, mientras se abrían paso por la selva, Paula iba rumiando la humillación y el odio que sentía por Pedro. Fulminaba su espalda con los ojos y visualizaba mentalmente a un jaguar saltando de entre la vegetación para devorarlo. No podía dejar de recordar cómo había capitulado ante él la noche anterior. Cómo había jugado con su cuerpo como si fuera un virtuoso del violín, cómo la había hecho perder la cabeza mientras él mantenía el control. Sus palabras se burlaban de ella. «A pesar de esa actuación eres mía y lo sabes». Le daban ganas de ponerse a gritar. Desgraciadamente, no había sido una actuación; una ironía considerando que durante casi toda su vida había perfeccionado el papel de heredera rica y mimada por deseo y orden de su padre. Pero lo que había pasado la noche anterior la aterrorizaba. Siempre había habido una separación entre ella y el mundo que la rodeaba y seguía intentando acostumbrarse a perder esa protección. Su primer momento de libertad, cuando su padre desapareció y se quedaron sin nada, la envió a una espiral de frenesí hedonista del que podría no haber salido con vida. Por suerte, su hermana la salvó llevándola a la clínica de rehabilitación en Inglaterra. Desde entonces había aprendido a lidiar con la libertad, a no soportar el constante peso de la presencia de su padre. Su trabajo, ser independiente, era todo parte del proceso. Aunque siguiera teniendo profundos secretos y un gran sentimiento de culpa.


Pero cuando Pedro la había tocado por la noche, haciéndola responder a sus caricias, la sensación de libertad le había parecido muy frágil. Porque también había tocado una parte a la que ella aún no había dado espacio: sus emociones. Su anhelo por lo que tenía su hermana, una vida familiar, feliz. Y el hecho de que Pedro hubiera sacado eso a la superficie la desquiciaba. Solo era una nueva conquista para él, una mujer que lo había traicionado y con la que solo quería saciar su deseo. Una mujer que no le gustaba, aunque tal vez pudiese reconocer que era inocente. Había sabido eso la noche que se conocieron. Había un brillo de desdén en sus ojos que Pedro no intentó disimular, aunque también veía un brillo de deseo. Y, sin embargo, maldito fuera, desde que entró en su despacho dos días antes, era como si todo fuera más intenso. Perdida en sus pensamientos, Paula chocó contra la espalda de Pedro cuando él se detuvo de golpe. Dió un paso atrás, molesta, y entonces notó que estaban en un risco, frente a un enorme claro en la vegetación. Salir del opresivo follaje fue un  alivio. 

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