miércoles, 10 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 37

Apenas notaba que Pedro estaba inspeccionando sus brazos, sus manos, y luego bajando el pantalón para inspeccionar sus piernas mientras murmuraba palabrotas. Paula bajó la mirada. Hormigas. Solo eran hormigas. No era una serpiente o una tarántula.


—Estoy bien… No ha sido nada.


Pero sentía náuseas y el dolor era tan insoportable que la hacía temblar. Pedro había vuelto a subirle el pantalón, pero cuando intentó dar un paso se le doblaron las piernas. De repente, sintió que la tomaba en brazos. Quería ordenarle que la dejase en el suelo, pero no era capaz de pronunciar una palabra. Y entonces todo se volvió negro.


—¿Paula?


Una voz penetró la gruesa manta de oscuridad en la que parecía estar envuelta. Y había algo en esa voz que la irritaba.


—¿Me oyes?


-¿Qué? —Paula intentó abrir los ojos y tuvo que volver a cerrarlos un momento, cegada por la luz. Luego comprobó que estaba en una rudimentaria cabaña, tumbada sobre algo muy suave. Y el terrible dolor había desaparecido.


—Bienvenida.


Esa voz. Profunda e infinitamente memorable. Y no en el buen sentido. Entonces lo recordó todo. Giró la cabeza para ver a Pedro sentado en la cama, mirándola con una sonrisa en los labios.


—¿Qué ha pasado? —le preguntó.


La sonrisa de Pedro desapareció. Debió ser un truco de la luz, pero Paula podría haber jurado que palidecía ligeramente.


—Has sufrido una picadura.


Paula recordó que el suelo se había movido bajo sus manos y sintió un escalofrío.


—Pero solo eran hormigas. ¿Cómo han podido hacerme esto?


—Eran hormigas bala.


—¿Y qué significa eso?


—Su picadura es más dolorosa que la de cualquier otro insecto, como el dolor de una bala. A mí me han picado un par de veces y sé lo que es.


Paula hizo una mueca. 


—Pero me desmayé como una tonta.


—Que quisieras caminar deja claro que eres capaz de soportar el dolor mejor que mucha gente.


Ella levantó un brazo. Tenía una manchita roja, nada más. ¿Tanto dolor y solo tenía una manchita roja? Casi le parecía un engaño.


—Espera un momento, ¿Tú me has traído hasta aquí?


—Sí, claro. ¿Quién si no? 


En ese momento oyó un ruido y cuando levantó la mirada vió un grupo de caritas curiosas asomadas a la puerta. Él les dijo algo en portugués y los niños desaparecieron, riendo y charloteando.


—Están fascinados por la gringa de pelo rubio que llegó inconsciente al poblado hace unas horas.


Sintiéndose un poco avergonzada, Paula intentó sentarse en la cama. 

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