lunes, 22 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 61

 —Cuando tenía cinco años oí a mis padres discutiendo… No era nada nuevo porque discutían todo el tiempo. Bajé al estudio y cuando miré por la rendija de la puerta pude ver a mi madre llorando. No sabía sobre qué discutían, pero algo me decía que era sobre las aventuras de mi padre.


—¿Y qué pasó? —repitió Pedro.


—Mi padre golpeó a mi madre en la cara y cuando cayó al suelo… Se golpeó la cabeza contra la esquina del escritorio — Paula cerró los ojos—. Lo único que recuerdo es un charco de sangre bajo su cabeza y lo pálida que estaba. Debí hacer algún ruido porque lo siguiente que recuerdo es a mi padre llevándome a mi habitación. Yo estaba llorando, histérica, y me dió una bofetada que me arrancó un diente de leche… Luego llegó el médico y me puso una inyección. Aún recuerdo el dolor en el brazo. Y el funeral… Después de eso, todo es como un borrón.


—¿Y tu hermana?


—Delfina solo tenía tres años entonces y no sabía nada. Recuerdo que el médico iba a menudo a casa. Y una vez fue la policía, pero no pude decirles nada. Quería contarles lo que había visto, pero me daban algo que me dejaba adormecida… —su tono se volvió amargo—. Mi padre ocultó el crimen, por supuesto, y nadie lo acusó de la muerte de mi madre. Ahí fue cuando empezó todo. A los doce años, mi padre y su médico me habían convertido en una adicta a los fármacos. Decían que tenía un déficit de atención y que era difícil de controlar… Que era por mi propio bien. Entonces mi padre empezó a dejar caer términos como «Bipolar», dando a entender que tenía una enfermedad mental. Incluso hizo creer a mi hermana que había intentado suicidarme.


—¿Y es así? —preguntó Pedro.


Ella negó con la cabeza.


—No, pero aunque lo negaba, mi hermana estaba tan programada como todos los demás para creer que yo era una persona inestable. Mi padre incluso hacía ver que no quería darme pastillas mientras su médico me las daba a diario. 


—¿Pero por qué no te fuiste de casa cuando cumpliste la mayoría de edad?


Paula intentó apartar ese peso de su conciencia. Tenía que empezar a perdonarse a sí misma.


—No encontraba una salida. Cuando tenía dieciséis años interpretaba el guion que mi padre había escrito para mí desde niña. Era «Una chica salvaje», «Imposible de controlar». Y adicta a los fármacos. Delfina, en cambio, era la inocente, la buena. Incluso ahora tiene la inocencia que yo nunca tuve. Mi padre jugó a enfrentarnos. Si Delfina hacía algo, yo era castigada, no ella. Fue educada para ser la perfecta heredera. Yo, en cambio, era educada para acabar ingresada en una clínica o muerta en alguna cuneta.


Pedro apretó sus manos y solo entonces Paula se dió cuenta de lo frías que estaban.


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