miércoles, 10 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 39

Esa mañana había visto lo diplomático que podía ser, intentando refrenar el miedo de los mineros a perder su trabajo mientras llevaba la mina al siglo XXI, minimizando los daños al entorno. Era algo muy difícil de hacer. Cuando se mostraba diplomático era irresistible. Paula veía al seductor que podría ser… si le gustase. Pensar eso hizo que su estómago diese un vuelco alarmante.


—¿Lo has copiado? —le preguntó él.


—¿Las ideas para promover el crecimiento de la economía local?


—Sí.


—Por supuesto. ¿Pero puedo hacer una sugerencia?


Pedro enarcó las cejas en un gesto burlón y Paula tuvo que contener el deseo de darle una patada. 


—Los vestidos que hacen las mujeres del poblado son muy originales. Y los muñequitos de madera que hacen los niños me parecen preciosos. Sé que los poblados organizan ferias para intercambiar productos… ¿Pero y si abriésemos un espacio en Río, o en Manaos, tiendas solidarias para vender esas cosas al resto de la población brasileña? El dinero volvería directamente a la gente de los poblados.


—No es una idea muy novedosa —respondió Pedro con frialdad.


Pero Paula se negaba a dejarse intimidar.


—¿Si no es un concepto novedoso por qué nadie ha hecho nada al respecto? —lo desafió—. No estoy hablando de una tiendecita sino de un mercado que atraería a turistas y compradores. Algo que, además, recordaría a la gente lo importante que es la conservación de la Amazonía.


Pedro se quedó callado un momento y luego se volvió para hablar con el jefe. El rostro arrugado del hombre se iluminó con una sonrisa.


—Lo estudiaremos cuando estemos de vuelta en Río —dijo luego, con un brillo conciliador en los ojos.


Paula dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse cuando la conversación se reanudó. Por fin, cuando la reunión terminó el anciano se levantó con sorprendente agilidad para tomar la mano de ella y sacudirla vigorosamente. Cuando salieron de la cabaña un jeep se acercaba por el camino y Pedro miró su reloj.


—Ha venido para llevarnos al aeródromo. Tenemos que guardar nuestras cosas.


—¿Tan pronto?


Los ojos de Pedro brillaron de un modo indefinible.


—Pensé que estabas deseando volver a la civilización.


—Y así es —respondió ella, evitando su mirada. Pero no era cierto del todo. Esos días en la selva, en aquel sitio alejado del mundo, habían tocado algo dentro de ella y lo echaría de menos—. Vas a darme una oportunidad o no? Creo que la merezco y no quiero volver a casa todavía. 

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